Conocer la Biblia a fondo implica meterse en las escenas
Un pie delante del otro sobre la piedra gris de las calles de Jerusalén. Así comenzaban Cleofás y su amigo el camino de 160 estadios (30 km) que les llevaría de vuelta a su pueblo. Era muy temprano, el primer día de la semana y el caminar duraría hasta el atardecer, pero principalmente se hacía costoso por el peso en el corazón. En silencio cruzaban las calles y dejaban atrás la Ciudad de David y el Palacio de Herodes. El amigo de Cleofás estaba desolado y en su cabeza se agolpaban las emociones de los últimos días por la crucifixión del maestro, y las ilusiones rotas de los últimos tres años. Por encima de todo: el miedo a nunca volver a ver a Jesús. Volvían a su pueblo, a la comodidad anodina de su hogar, pero sin Él.
El camino salía de la Ciudad Santa y descendía hacia el oeste por las colinas de Judea, bajo un sol que no terminaba de brillar como suele en la Tierra Santa. Llevaban ya unas horas avanzando y se preguntaban el uno al otro qué tipo de vida llevarían ahora que Jesús estaba muerto y sepultado. Sin darse cuenta, se han puesto a la altura de otro caminante que recorre la misma vía. Ni Cleofás ni su amigo están de ánimo sociable, pero el Caminante transpira un aire elegante y sencillo, como familiar. Y algo en su voz que les sacude en el corazón.
Hablan del tema que más les duele: el Mesías y la frustración de haberlo perdido. El Caminante les habla entonces de las Escrituras. Pero no como los escribas y los fariseos, sino como quien tiene autoridad, como alguien que te está contando su historia. Cleofás y su amigo escuchan la historia que les cuenta el Caminante como quien escucha su propia vida, y el corazón les comienza a arder… Luego, cuando atardece, llegados a su pueblo, Emaús, en la fracción del pan, reconocen a Jesús, y se reconocen a sí mismos, como discípulos del Mesías resucitado. Corren, casi vuelan, de regreso al Cenáculo, pues la emoción no les cabe en el pecho, y necesitan contarlo a los cuatro vientos.
La escena de los discípulos de Emaús se repite en la vida de cada persona. En muchas ocasiones nos encontramos ante la perspectiva de una vida monótona, sin grandes perspectivas. Es entonces cuando el encuentro con Jesús nos saca del escenario gris. En las Escrituras, o en la Tierra Santa (el Quinto Evangelio), Jesús se nos hace el encontradizo.
Vivir la Escrituras como un personaje más fue siempre uno de los consejos de San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. El problema es que, para muchos, las páginas de la Biblia se presentan como algo lejano, oscuro o irrelevante. Especialmente puede ocurrir con el Antiguo Testamento, donde encontramos realmente pasajes más difíciles de entender. Pero también el Nuevo Testamento nos presenta una “pregunta inquietante” al narrar la muerte violenta del Hijo de Dios.
Antes de su lanzamiento en 2003, la película “La Pasión” de Mel Gibson ya había conseguido levantar un torbellino de críticas. Dejando de lado los aspectos más ideológicos y mediáticos de la discusión, las principales acusaciones contra el largometraje sobre las últimas horas terrenas de Cristo se centraban en su excesiva violencia. La IMDB la colocó entre las películas recomendadas para mayores de 18 años (con una calificación de 10/10 en “Violence & Gore”) y la MPAA le asignó un valor de “R”, es decir, “público restringido” por el mismo motivo.
Esta “pregunta inquietante” de la que hablábamos recorrió los medios de comunicación y el debate público. Más allá de la misma película, surgía, como tantas veces antes, la cuestión de la violencia en la religión (Sacks, 2015).
Otras circunstancias históricas convergían para que la pregunta sonara acuciante. Por ejemplo, los atentados terroristas del 11-S sirvieron en algunos foros como aliciente para criticar los valores “fuertes” o “dogmáticos” de las religiones monoteístas (Rorty-Vattimo, 2005).
Como comenta Girard, en este caso el terrorismo ha secuestrado códigos religiosos para su propio fin. Pero la pregunta sigue vigente: ¿la religión exige violencia? El mensaje de salvación que Cristo hizo presente no puede ser separado de la Cruz, Dios Padre “no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom 8,2). Como se ve, esta afirmación sigue siendo hoy motivo de escándalo para muchos: ¿acaso no es el Dios cristiano un Dios Todopoderoso? ¿Acaso no es el Dios de toda Misericordia (Sal 59,18)? ¿Por qué entonces tanta violencia? Y no solo sobre el Hijo… La violencia es una categoría que recorre el Nuevo Testamento y, con mayor intensidad, el Antiguo. La pregunta que los cristianos oyen hoy se podría plantear así ¿es el Dios de la Biblia violento?
Se trata de un tema que la teología cristiana actual ha afrontado desde muy diversas perspectivas, que coinciden hacer frente a la presencia en la Sagrada Escritura de lo que Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica “Verbum Domini” denominó “páginas oscuras de la Biblia”. Con relativa frecuencia la Biblia “narra hechos y costumbres como, por ejemplo, artimañas fraudulentas, actos de violencia, exterminio de poblaciones, sin denunciar explícitamente su inmoralidad”. La reacción del cristiano de hoy al hallar dichos pasajes ¿cuál debe ser?
En efecto, los cristianos debemos “estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza” (cfr. 1P 3,15), lo que nos lleva a tomar esa “pregunta inquietante” como un aliciente para profundizar en nuestro conocimiento de Dios. Pero nuestro conocimiento “necesita ser iluminado por la revelación de Dios” (Catecismo de la Iglesia, 38). Se trata por tanto de ver en qué modo Dios se ha dado a conocer, es decir, cómo quiere Dios que entendamos esas páginas oscuras.
Es por esto que el estudio de la Biblia se nos presenta como un elemento esencial en la profundización de la vida cristiana. Al mismo tiempo, las raíces cristianas de Europa, y de gran parte de la cultura actual, reclaman un conocimiento sistemático, científico y profundo de la Biblia, que es el mayor best-seller de la Historia, la primera obra reproducida e impresa, tanto en el tiempo como en la cantidad.