Las relaciones interreligiosas requieren pensar, estudiar, rezar y amar con ahínco. Una discusión vacía basada en un pensamiento vago, sin un conocimiento real de las creencias propias y ajenas, no es más que palabrería, por muy educada y respetuosa que intente ser. También debemos rezar para que la humanidad se una en una fe compartida agradable a la divinidad. Confiar sólo en los esfuerzos humanos no nos llevará a ninguna parte.
Y entonces, sin amor verdadero, —sabiendo que el amor verdadero puede ser duro—, sólo nos distanciaremos y serviremos al mal, no al bien. Como escribí en un artículo publicado en Adamah Media: “El diálogo con otros creyentes exige superar prejuicios y barreras culturales y apreciar la dignidad de la otra persona, sea cual sea su credo”.
El diálogo religioso nunca debe abandonar la búsqueda de la verdad. El debate basado en un rechazo relativista del sentido de la verdad —todo es de algún modo verdad o nada es realmente verdad— cae rápidamente en el absurdo. Debemos estar convencidos de que se puede encontrar la verdad y trabajar juntos respetuosamente, y de la forma más racional posible, para buscarla.
Aunque nunca proclamemos nuestras creencias en contra de los demás, no debemos tener miedo de sacudir la sensibilidad de los demás. Lo que para mí es un artículo de fe puede resultar chocante para ellos, y la firme convicción de otra persona puede parecerme muy problemática. Deberíamos estar preparados para este choque y estar dispuestos —por ambas partes— a explorar por qué tiene ese efecto. Y del mismo modo, aunque estemos convencidos de la verdad de nuestra religión, debemos estar dispuestos a admitir y descubrir formas concretas en las que podría no vivirse adecuadamente. Toda religión puede tener sus formas desviadas y corruptas.
Pero las relaciones interreligiosas no pueden detenerse ahí. Aparte de la discusión teológica, debemos emprender acciones prácticas. En este artículo quiero profundizar en esta cuestión. ¿Cuáles son las áreas específicas, las cuestiones morales clave, en las que podemos estar de acuerdo y permanecer unidos para promoverlas? Con demasiada frecuencia nos centramos en las diferencias, y cómo éstas suelen ser tan numerosas en los encuentros interreligiosos (el abismo teológico entre el hinduismo y el cristianismo, por ejemplo, puede parecer casi infinito), podemos quedarnos paralizados.
Pero un compromiso interreligioso digno de ese nombre —que quiera ir más allá de una fútil tertulia— necesita llegar a una acción práctica concertada. He aquí una lista propuesta de 10 áreas —si no 10 mandamientos, al menos 10 campos de oportunidad— en las que creyentes de todas las tendencias podrían alcanzar un consenso para la acción común. Cinco se expresan como “noes” y cinco como “síes”. Por supuesto, estas son mis elecciones, sin duda inspiradas en buena medida por mis propias convicciones cristianas, pero las propongo como áreas en las que creo que podría haber un posible acuerdo entre todos los creyentes religiosos.
No a la esclavitud y la trata de seres humanos
La esclavitud y la trata de seres humanos prosperan en parte porque los creyentes religiosos no hacen lo suficiente para oponerse a ellas. De hecho, las religiones han tardado demasiado en oponerse a ellas. Pensemos, por ejemplo, que la esclavitud no se abolió definitivamente en la Europa cristiana hasta el siglo XIX.
Incluso puede haber nociones racistas o de otro tipo persistentes en ciertas formas religiosas que consideran a los no adeptos a esa religión, sobre todo si está vinculada a una etnia concreta como ocurre con algunos credos, merecedores de subyugación. La esclavitud podría considerarse un castigo apropiado por no aceptar esa religión. Si este fuera el caso, la convicción tiene que declararse honestamente y permitir que se la cuestione.
Pero, por lo general, los creyentes de todas las religiones coincidirán en sentir horror ante el hecho de que otros seres humanos se vean injustamente privados de libertad. Para que la religión sea una fuerza de bien en el mundo, debe ser una fuerza de libertad. Las religiones pueden entonces unirse para explicar cómo la verdadera libertad no es la licencia para hacer lo que a uno le plazca: hay límites. Del mismo modo que la libertad no justifica el daño físico a los demás o a uno mismo, tampoco justifica el daño moral.
La lucha común para oponerse a la esclavitud y al tráfico de seres humanos que, por desgracia, está tan presente en el mundo contemporáneo, podría ser un buen punto de partida para la acción interreligiosa.
No a la explotación y opresión de las mujeres
Ninguna religión seria puede alegrarse de ver a la mitad de la población humana sometida a la explotación y la opresión. Sin duda, las religiones pueden unirse para decir “basta ya” cuando se trata de la cosificación de la mujer.
Si una religión tiene una justificación para considerar inferiores a las mujeres, debería ponerla sobre la mesa para debatirla, dispuesta a ver si sus argumentos resisten realmente el análisis lógico de los demás. Dicho sin rodeos, si crees que las mujeres son inferiores, al menos ten el valor de decirlo abiertamente y explicar por qué.
Incluso puede haber convicciones que otros vean como prejuicios negativos y tú veas como respeto positivo por un motivo más profundo. Hablando como católico, yo vería la resistencia de mi Iglesia a la ordenación de mujeres como sacerdotes como uno de esos ejemplos, y estaría encantado de defender mi caso, aunque también soy consciente de que aún nos queda mucho camino por recorrer en la apertura de las funciones de liderazgo y responsabilidad a las mujeres.
Pero si esta mentalidad negativa se debe simplemente a fuerzas culturales, o a la fuerza del tiempo, la religión debería tener el valor de luchar contra esta actitud equivocada, ayudando a sus propios fieles a superar sus prejuicios.
Deben cuestionarse prácticas denigrantes como la circuncisión femenina. ¿Pueden las culturas que las practican encontrar una verdadera justificación religiosa o racional? Sospecho que no, aunque estoy dispuesto a escuchar los argumentos a su favor. Sospecho más bien que simplemente han adquirido la fuerza de la costumbre. Pero las costumbres corruptas pueden y deben cambiar.
Y sin duda ha llegado el momento de que los creyentes de todos los credos hagan campaña y trabajen enérgicamente para oponerse juntos a las fuerzas comerciales que promueven la pornografía con fines lucrativos, unidos en la oración y la acción política, educativa e incluso tecnológica. Este es sin duda un problema que está paralizando a muchas personas en el Occidente nominalmente cristiano y sería interesante compararlo con creyentes de otras partes del mundo para discutir posibles formas de cooperación que ayuden a superar esta plaga.
No a la miseria humana y a la pobreza
La enseñanza religiosa puede dar sentido al sufrimiento, explicando cómo la deidad puede hacer uso de él para un fin superior: por ejemplo, como forma de purificación espiritual o para prepararnos para la eternidad.
Pero esto no significa que las religiones sean indiferentes a la miseria humana y, de hecho, diversas formas religiosas —lo sé por el cristianismo, el judaísmo, el islam, el sijismo y el budismo, por nombrar sólo algunas— dan mucha importancia a las obras de misericordia. Entienden que Dios (en el budismo podría ser más un sentido de compasión) se compadece de los seres humanos que sufren y quiere que sus seguidores sean instrumentos de su tierno cuidado hacia ellos.
Como el ateísmo rara vez se apiada de la miseria humana, tanto más incumbe a las religiones hacerlo. Así pues, deberíamos trabajar juntos para superar el sufrimiento en la medida de nuestras posibilidades. Como algunos códigos religiosos pueden aceptarlo de forma fatalista, ésta es otra actitud que podría ponerse sobre la mesa para debatir.
La lucha contra la pobreza es más delicada. Algunos credos parecen incluso justificarla —como el sistema de castas hindú (aunque, de hecho, es rechazado por muchos hindúes)—, pero la mayoría no. De nuevo, en varios sistemas religiosos, sobre todo en el cristianismo, la pobreza puede tener un valor positivo cuando se ve como la renuncia voluntaria a las posesiones materiales para abrirse más a Dios. Y los pobres se consideran objetos particulares del amor divino.
Pero el cristianismo y la mayoría de las demás tradiciones religiosas coinciden en ver la indigencia no elegida como algo malo.
¿Cómo puede la gente elevar su mirada hacia la deidad cuando se ve obligada a revolcarse en una miseria degradante y debe centrarse en cambio en dónde encontrar su próxima comida? Dado que ayudar a alimentar a los hambrientos es el primer paso para que puedan elevar su mirada hacia Dios, todas las tradiciones religiosas se beneficiarían, por tanto, de dar comida (y cobijo y ropa) a quienes lo necesitan.
No a la guerra y a la violencia
La expectativa de que las religiones deben estar en contra de la guerra y la violencia es difícil de defender porque algunas religiones se han extendido precisamente por estos medios y muchos creyentes religiosos han utilizado el nombre de Dios —y lo siguen utilizando hoy en día— para justificar su derramamiento de sangre.
Pero las religiones también pueden evolucionar sin traicionar sus principios esenciales. Mediante un estudio más profundo de sus propios documentos fundacionales y de las mejores expresiones de su práctica vivida, estoy seguro de que muchas religiones descubrirán que la violencia no es fundamental para sus creencias y que podría haber surgido de una interpretación errónea o al menos limitada de las mismas, referidas a ese periodo histórico.
Descubrirán hombres y mujeres santos en su historia que destacaron por su promoción de la paz y que pueden inspirarles a hacer lo mismo hoy. Es sorprendente cómo el cristianismo ha seguido precisamente este camino, aprendiendo que propagar la fe por la espada es una aberración de la verdadera creencia cristiana. Por supuesto, esto no significa necesariamente que todos los cristianos hayan aprendido la lección: véase el actual conflicto entre la Rusia cristiana y Ucrania.
La paz es una estructura compleja y difícil de construir y mantener, pero implica los gestos concretos y locales de buena voluntad de creyentes muy corrientes.
No al aborto
La religión que no defiende la vida inocente —y qué hay más inocente que un niño en el vientre materno o un recién nacido— es una religión muerta. Si no ve a cada ser humano como una criatura querida por la divinidad y, por tanto, que debe ser amada y defendida, ¿qué idea tiene de esa divinidad? ¿Qué clase de ser divino quiere que se mate a sus inocentes criaturas?
Sin embargo, soy consciente de que puede haber diferencias de opinión sobre cuándo comienza realmente la vida en el vientre materno: algunas religiones no creen que haya vida hasta pasados los 40 días. Aunque éste podría ser un tema de debate permanente, no cabe duda de que podríamos trabajar juntos para defender la vida en el vientre materno a partir de ese momento.
En un momento en que, por la pérdida del sentido de Dios, algunos países occidentales y grupos de presión promueven el aborto como un derecho humano, deberíamos proclamar conjuntamente que la vida humana es un derecho, como voluntad divina. Y esto incluye el derecho a no ser asesinado en el vientre materno.
Una forma de violencia que se está extendiendo en nuestro tiempo es la eutanasia. Aparte de las muchas razones humanas en contra de ella, debería ser fácil para los creyentes religiosos ponerse de acuerdo para oponerse juntos. Sólo la divinidad debe decidir cuándo debe terminar la vida humana.
Sí a la familia
Una convicción que tienen clara las principales religiones del mundo es que el verdadero matrimonio sólo puede ser entre un hombre y una mujer con vistas a tener hijos. Consideran el matrimonio como una unión inquebrantable para toda la vida, al menos como objetivo ideal, ya que algunas permiten el divorcio. Aunque algunas religiones permiten la poligamia, siguen enseñando que la relación matrimonial (y, por tanto, sexual) fundamental debe ser hombre—mujer, y no cualquier otra combinación.
No es sorprendente que sean las familias de personas religiosas las que más crecen. Aquí, nuestra creencia común en la realidad del matrimonio podría llevarnos a una acción común que, de hecho, podría salvar a la humanidad del autoexterminio.
El descenso de las tasas de natalidad en todo el mundo, pero de forma más dramática en lugares como Japón (donde, como es lógico, la práctica religiosa también es muy débil, o no se vive en absoluto o se reduce a mera superstición), nos recuerda lo grave que es la amenaza. La falta de fe suele traducirse en falta de hijos, lo que pone en grave peligro la continuación de la humanidad. Las religiones pueden permanecer unidas para trabajar no sólo por la vida después de la muerte, ¡sino también por la vida antes de ella!
Sí a la influencia religiosa en la vida pública
Las religiones deben alzarse juntas para exigir el derecho a tener voz en la vida social. No deben ser confinadas al templo o la iglesia y negárseles la posibilidad de influir en la política y las prácticas de la nación. En Occidente y en algunos regímenes autoritarios asiáticos a menudo no se reconoce en la práctica este derecho.
Asimismo, debemos permanecer unidos para oponernos a toda forma de prejuicio y discriminación injustos contra las religiones: La islamofobia, el antisemitismo, la persecución de las minorías cristianas, etc., así como la ridiculización social de las convicciones religiosas.
También es hora de que los creyentes se unan para reclamar una mayor integridad en la vida pública. Las religiones pueden cooperar para trabajar por una nueva cultura política verdaderamente inspirada en la honestidad, el servicio público y los valores éticos que enseñan las religiones.
Pero allí donde las religiones tienen voz, deben aprender a contenerse para no abusar de su autoridad. Cuando la religión y la política se mezclan, la pureza de la religión siempre acaba muy manchada.
Así que, si las religiones tienen derecho a hablar y a intentar influir en la vida de la nación para bien, este derecho les impone una mayor responsabilidad de autocontrol. Y los casos en que las religiones no viven esto sólo demuestran lo perjudicial que es cuando sucede.
Sí al cuidado de la creación
La sensibilidad religiosa puede ayudar al creyente a ver el mundo natural y la persona humana como maravillas del creador divino. El cuidado y la defensa del medio ambiente podría ser un buen lugar para iniciar una acción conjunta interreligiosa, como, afortunadamente, parece estar ocurriendo cada vez más, con un reconocimiento del papel de la humanidad como cumbre y administradora de la creación visible.
Sí al desarrollo integral
Creer en la divinidad implica también valorar la dignidad de su mayor criatura en la tierra, la persona humana. Dios también es glorificado cuando lo es su criatura racional, la que más le refleja.
Por lo tanto, debería ser natural que las religiones promovieran la educación y el desarrollo artístico, intelectual y cultural, y podrían emprenderse muchas y hermosas iniciativas comunes en estos ámbitos. Las religiones que no lo hagan deberían preguntarse si realmente son fieles a sus creencias fundamentales. ¿Estaría contenta su deidad con su negligencia en estas áreas?
Sí a la libertad
Ya me he referido a esto antes, pero todas las religiones deberían defender la libertad, y esto incluye la libertad tanto de ellas mismas como de otros credos para operar dentro de una sociedad civil floreciente.
Esto es algo que deberíamos exigir a la autoridad secular, pero también vivirlo nosotros mismos (como católico, soy consciente de que los cristianos a menudo no lo hemos hecho). Una religión que siente la necesidad de proscribir otras expresiones religiosas para defenderse es una religión muy frágil. Si cree que es verdadera, debería tener los argumentos y la confianza para defender sus creencias sin limitarse a prohibir las de los demás.
Estas 10 áreas podrían abrir campos apasionantes y creativos de acción común y relaciones fructíferas, vividas con frecuencia a un nivel local discreto. Esto sería beneficioso para cada una de las religiones implicadas y también para la sociedad en general.