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Las cuatro profecías de la Capilla de la Crucifixión del Santo Sepulcro

En este artículo, se analizan las cuatro profecías bíblicas sobre el Mesías que aparecen representadas en el techo de la Capilla de la Crucifixión del Santo Sepulcro: Daniel 9, 26; Isaías 53, 7-9; Salmo 22; y Zacarías 12, 10.

Rafael Sanz Carrera·29 de marzo de 2024·Tiempo de lectura: 7 minutos

Imagen del techo de la Capilla de la Crucifixión del Santo Sepulcro con las cuatro profecías.

Hace años tuve la suerte de visitar la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. Al entrar, tras girar ligeramente a la izquierda, encontramos una escalera empinada que nos lleva hasta el Calvario donde, según la tradición, tuvo lugar la crucifixión. Allí, en un lateral, encontramos una capilla católica y si miramos al techo descubrimos un mosaico donde están dibujadas cuatro profecías que nos hablan de la Pasión del Mesías: Daniel 9,26; Isaías 53,7-9; Salmo 22; y Zacarías 12,10. Aún ahora resulta emocionante releer esos textos y meditarlos mirando el lugar donde se elevó la Cruz de nuestro redentor. Por eso, en este tiempo de Semana Santa, vale la pena hacer un breve recorrido a través de estas cuatro profecías.

Daniel 9, 26

Empezamos con la profecía más tardía (s. II a. C.) y que predice el momento preciso en que se desarrollarían los acontecimientos. Se trata de Daniel 9,26: “Pasadas las sesenta y dos semanas, matarán a un ungido inocente. Vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el templo, pero su final será un cataclismo; guerra y destrucción están decretadas hasta el fin”.

Coincide la aparición del Mesías y Jesús: “Pasadas las sesenta y dos semanas…”.

Una interpretación bastante común sostiene que “las sesenta y dos semanas pueden ser agregadas a las siete semanas del versículo 25 de Daniel 9”, resultando un total de sesenta y nueve semanas (69 x 7 = 483 años). Si estos años se agregan a la fecha del decreto de Artajerjes en Nehemías 2,1-20, el fin de las sesenta y nueve semanas coincidiría aproximadamente con la fecha de la crucifixión de Jesús.

El versículo afirma la muerte del Mesías: “matarán a un ungido inocente”… La palabra hebrea traducida como «Ungido» es «Mashíaj», significa Mesías. Se habla del destino del Mesías: lo matarán… De modo que la crucifixión y muerte de Jesucristo sería su cumplimiento (Mateo 27, Marcos 15, Lucas 23, Juan 19).

En otras traducciones se añade: «Y no tendrá nada» (cfr. Lc 9, 57-62). Por no tener no tiene ni una tumba donde ser enterrado (Jn 19, 41-42).

El versículo continúa describiendo las consecuencias de la muerte del Mesías: “Vendrá un príncipe con su tropa y arrasará la ciudad y el templo…”. Según lo cual, tanto la ciudad como el santuario serían destruidos. En un contexto histórico, esto podría referirse a la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año 70 d.C. por parte de las fuerzas romanas.

El pasaje termina con una descripción apocalíptica: “Pero su final será un cataclismo; guerra y destrucción están decretadas hasta el fin…”. Algunos interpretan que la destrucción del Templo sería también como un símbolo del fin del sistema de sacrificios y la mediación sacerdotal del judaísmo, que sería reemplazado por el sacrificio perfecto y eterno de Cristo.

Isaías 53, 7-9

Continuamos con la profecía de Isaías 53 donde se nos descubre el mundo interior del Mesías, y más en concreto la libre voluntad expiatoria de su entrega: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53, 7-9).

Un sufrimiento sin resistencia: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca…».

Esta imagen de mansedumbre y paciencia en medio del sufrimiento se cumple en Jesucristo, quien, durante su juicio y crucifixión, no se defendió a sí mismo, sino que soportó el sufrimiento en silencio (Mateo 27, 12-14, Marcos 14, 61, Lucas 23, 9).

El pasaje compara al Siervo Sufriente con un “cordero llevado al matadero y una oveja delante de sus trasquiladores”, que encuentra su cumplimiento en Jesucristo, quien es descrito como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29 y 1 Pedro 1, 18-19).

Se hace referencia explícita a este versículo durante el juicio de Jesús en Mateo 26, 63; 27, 12-14; Marcos 14, 61 y 15, 5; Lucas 23, 9; Juan 19, 9; 1 Pedro 2, 23.

Se describe su muerte injusta y su sepultura con los impíos y los ricos: “Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores (mas con los ricos fue en su muerte)”:

En efecto, fue llevado a la muerte injustamente y su tumba fue designada con los impíos, aunque finalmente sería enterrado con los ricos. Este cumplimiento se encuentra en Jesucristo, cuya muerte en la cruz fue una injusticia, y “Le dieron sepultura con los malvados”, y aunque le correspondía ser enterrado entre los malhechores, según algunas traducciones “con los ricos fue en su muerte…”: finalmente fue sepultado en una tumba nueva, que pertenecía a José de Arimatea, un hombre rico y discípulo secreto de Jesús (Mateo 27, 57-60, Marcos 15, 43-46, Juan 19, 38-42).

Al final del versículo se dice que “lo arrancaron de la tierra de los vivos”, es decir, en plena juventud, fue cortado en la lozanía de su vida.

Y se añade: “Por los pecados de mi pueblo lo hirieron…”. Una poderosa idea del carácter expiatorio del sacrificio de Jesucristo, su sufrimiento sin resistencia, era la manifestación de una voluntad libre redentora (cfr. vs 10-12 desarrollan aún más esta idea).

También aparece su inocencia y ausencia de engaño: “Aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca”. Esto se cumple perfectamente en Jesucristo, quien vivió una vida sin pecado y fue declarado inocente por Pilato incluso cuando fue condenado a muerte (Juan 18, 38, Hebreos 4, 15; explícitamente en 1 Pedro 2, 22).

Salmo 22

Los Evangelios registran las palabras de Jesús en griego, el idioma común de la región, a pesar de que él principalmente hablaba arameo. Hay pocas excepciones, siendo la más notable esta frase desde la cruz: “‘Eloí Eloí, lemá sabactaní’ (que se traduce como: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’)” (Marcos 15, 34 y Mateo 27, 46). ¿Por qué los evangelistas optaron por conservar esta frase en su lengua original? Esto se debe a que es el inicio del Salmo 22, como indica su título, y al traducir el título de una canción, resultaría difícil identificarla. Los evangelistas deseaban que los lectores la reconocieran para comprender que Jesús estaba señalando que lo que estaba sucediendo se había profetizado allí.

El salmo 22 lo escribió, muy probablemente, David 1000 años antes de Cristo y parece como si “viviera” lo que iba a sufrir Jesús. Por ejemplo, vemos lo siguiente:

-En el salmo sus primeras palabras son: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que son también las primeras palabras pronunciadas por Jesús desde la cruz según Mateo 27, 46 y Marcos 15, 34.

-De este modo Jesús da a entender que todo lo que está pasando es el cumplimiento del Salmo: “Los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose: ‘A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar’” (Marcos 15, 31) y también “confió en Dios, que lo libre si es que lo ama” (Mateo 27, 43), y en el salmo se lee: “Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: ‘Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere’” (Salmo 22, 7-9), y también: “Ellos me miran triunfantes” (Salmo 22, 18).

El salmo anunció la crucifixión diciendo: “Me taladran las manos y los pies” (Salmo 22, 17). Lo cual se confirma por Juan 20, 25: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

E incluso predijo lo que hicieron los soldados: “Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica” (Salmo 22, 19), un evento que también se cumplió en la crucifixión según Mateo 27, 35, Marcos 15, 24, Lucas 23, 34 y Juan 19, 23-24.

Sabemos que en la crucifixión, los verdugos descoyuntaban los huesos de los brazos a la fuerza para que mantuviera los brazos extendidos; además el corazón iba perdiendo su fuerza sin lograr transmitirla al resto del cuerpo; y la pérdida de sangre producía mucha sed. Pues bien todo esto lo expresa el salmo: “Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas; mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte” (Salmo 22, 15-16). Y, por último, rompieron las piernas a los dos ladrones, pero él estaba ya muerto y volvieron a cumplir el salmo: “Puedo contar mis huesos” (Sal 21(22), 18).

Por último, y a pesar del sufrimiento y la angustia descritos en el salmo, el salmista expresa confianza en la salvación que vendrá de Dios (versículos 19-21). Esta confianza es similar a la confianza de Jesús en Dios Padre incluso en medio de su sufrimiento (Lc 23, 46: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”).

Zacarías 12, 10

Finalmente, nos encontramos la profecía de Zacarías (s. VI a. C.), donde el derramamiento del Espíritu Santo, el reconocimiento de aquel que fue traspasado y el lamento sobre él, se alinean con los eventos de la crucifixión y la obra de redención cumplida en Jesucristo.

Dice así Zacarías 12, 10: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración, y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron. Le harán duelo como de hijo único, lo llorarán como se llora al primogénito”.

Veamos cómo se puede interpretar este pasaje en términos mesiánicos:

-“Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración…”. La primera parte del versículo habla del derramamiento del Espíritu de gracia y de oración sobre la Casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén.

-Esto puede entenderse como una referencia al cumplimiento de la promesa de Dios de enviar al Espíritu Santo, que se materializó en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre los discípulos de Jesús (Hechos 2, 1-4; cfr. Juan 20, 22-23)

-“Y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron…”: Esta es la parte central de la profecía y la que tiene una clara conexión con Jesucristo.

En el contexto mesiánico, esto se interpreta como una referencia a la crucifixión de Jesús, donde fue traspasado por los clavos en la cruz y finalmente por la lanzada en el corazón (cfr. Juan 19, 34-37).

La frase “volverán sus ojos hacia mí” sugiere un reconocimiento retrospectivo por parte de aquellos que le han herido.

-“Le harán duelo como de hijo único, lo llorarán como se llora al primogénito…”:

Este llanto y duelo se interpreta como un arrepentimiento y un contrito reconocimiento del sacrificio de Jesucristo. Este lamento es tan grande y genuino que se compara con el llanto sobre un hijo único o primogénito.

De algún modo, también se hace referencia al sufrimiento de María al presenciar la muerte de su hijo amado en la Cruz: “Estaba de pie su madre” (Juan 19, 25-27).

En conjunto, estas profecías bíblicas ofrecen una visión profunda y conmovedora de los eventos que rodearon la crucifixión de Jesucristo. La experiencia de meditar en estas profecías mientras se contempla el lugar físico de la crucifixión proporciona una conexión tangible entre la historia y la fe cristiana.

El autorRafael Sanz Carrera

Doctor en Derecho Canónico

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