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Cuando el demonio obra de manera extraordinaria

Vamos a tratar de dar una respuesta a la pregunta que, partiendo de aquí, podemos hacernos: ¿Qué habría que saber de la actividad extraordinaria del demonio? La Asociación Internacional de Exorcistas (AIE), con sede en Roma, ha organizado el primer curso de Formación en España sobre el Ministerio del Exorcismo. 

José Ramón Fernández y Alfonso Sánchez Rey·20 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 14 minutos
san Miguel Arcángel

Foto: ©2021 Catholic News Service / U.S. Conference of Catholic Bishops.

Vamos a tratar de dar una respuesta a una pregunta que, sobre todo los sacerdotes, deberíamos plantearnos: ¿Qué habría que saber de la actividad extraordinaria del demonio? Porque hay mucho desconocimiento al respecto. La Asociación Internacional de Exorcistas (AIE), con sede en Roma, ha organizado el primer curso de Formación en España sobre el Ministerio del Exorcismo. 

Puestos a apuntar algo característico del demonio, podríamos decir que tiene una gran “virtud”: es un trabajador infatigable. No se cansa nunca y bien que se preocupa de hacer su trabajo a conciencia. ¿Y cómo lo lleva a cabo? Hay en él una actividad que es más ordinaria y que todos sufrimos: evidentemente las tentaciones. Pero hay otra actividad más de “especialista” y es su acción extraordinaria. Para tratar estos temas, a finales del mes de septiembre de 2019 tuvo lugar el Primer Curso de Formación en España sobre el ministerio del Exorcismo.

Realidad misteriosa y providencia divina

Al acercarnos a esta compleja realidad de la acción extraordinaria del demonio sobre las personas (los animales y los lugares), nos acercamos al complejo tema del mal en el mundo y en el hombre.

No es una cuestión tan marginal como pudiera parecer. La Sagrada Escritura está llena de esa realidad misteriosa del mal, del malo, que hace preguntarse al hombre, que intenta encontrar una explicación a las situaciones adversas. Indagando en los libros de la Biblia, podríamos remontarnos desde el sufrimiento del pueblo de Dios en la esclavitud de Egipto, hasta el nepotismo de Antíoco III Epífanes intentando helenizar al pueblo para hacerle olvidar sus tradiciones… hasta el ejemplo más conocido de la acción directa del demonio: el libro de Job.

La respuesta a todas esas preguntas sobre el mal, su origen y sus consecuencias, la da San Pablo, y de una manera clara, en su carta a los Romanos: es el pecado el que introduce el mal en el mundo. Pero esta explicación, a diferencia de otras concepciones religiosas, no implica que el mal sea un principio que esté a la misma altura que el bien. Porque Dios es el sumo Bien y el mal, explica san Agustín, no es sino la carencia de bien. El demonio no es un dios malo, sino un ser angélico, creado por Dios, que se hizo malo por su pecado, tal y como lo define el Concilio IV de Letrán.

La Sagrada Escritura nos explica los acontecimientos humanos a la luz de un plan divino de salvación y, en ese plan, aparece el mal como instrumento para la salvación de los hombres, ya que, sin dejar de ser mal, es aprovechado por la sabiduría divina para sacar de él un bien mayor. Así es como Cristo acepta la Cruz, que no deja de ser un medio de tortura hasta una muerte ignominiosa, para convertirlo, con su entrega, en instrumento para la salvación de la humanidad.

Un gran sufrimiento

Dentro de este contexto, y siempre iluminado por la Cruz de Cristo, nos acercamos a esta realidad misteriosa: la acción extraordinaria del demonio en las personas. El “malo”, el causante del mal sólo busca nuestro sufrimiento. En su oposición a Dios, quiere herir al hombre, creado a su imagen y semejanza. Adentrarse en el por qué de esta Acción Extraordinaria no deja de ser complejo. La única explicación posible es situarla dentro de la permisión de la Providencia divina, y considerarla, asimismo, un misterio que sólo se esclarecerá al final.

¿Qué hay dentro de toda persona que es atacada de esa forma extraordinaria por el demonio? Sufrimiento. Un sufrimiento que se vive de maneras diversas, dependiendo de las causas y de la vida de fe de la persona que lo padece. Pero al mismo tiempo, el que es atacado de manera extraordinaria por el enemigo, también puede experimentar en su vida una mayor cercanía de Dios. Dios, no podemos olvidarlo, se hace presente de una forma más clara en la vida de quien más lo necesita.

Los santos, como San Juan María Vianney o San Pío de Pietralcina, explican cómo eran vejados por el enemigo. Hubo en ello una permisión divina que les fue haciendo crecer en santidad, a semejanza de lo que le ocurrió al Job de la Biblia. En cualquier caso, Dios pone límites al enemigo, indicándole hasta dónde puede llegar con la persona a la que tiene sometida. Está claro que no puede obrar más allá de lo que Dios le permite, al fin y al cabo es una criatura.

Un caso reciente es el de Anneliese Michel, dramatizado en el cine bajo el pseudónimo de Emily Rose. Ella se da cuenta de que Dios le pide permiso para ser poseída por el demonio. Detrás de ello hay una motivación clara: que, en el ambiente de incredulidad sobre este tema, pueda ayudar a otros a descubrir la presencia de Satanás, que actúa en el mundo. El Señor lo permite y cuenta con la aceptación de ella: con su voluntad rendida para llegar hasta el final, hasta la muerte.

Modos de actuación del enemigo

Hay múltiples formas con las que el enemigo se abre paso para intentar apoderarse de las personas. Desde la más grave, en la que la persona hace un pacto con el diablo e incluso llega a firmarlo, o las más habituales en que, por acción u omisión, la persona ha dejado entrar al maligno en su vida. Estas personas experimentan en sí mismas el dominio que el demonio llega a tener sobre ellas. En las situaciones más graves ese dominio puede ser casi absoluto: el diablo permanece a veces oculto durante años y se hace presente cuando esa persona se acerca a Dios. Ante esta situación, el enemigo no tiene otra posibilidad que manifestarse para no perder poder sobre esa persona. También en estos casos puede haber vejaciones en las que, sin ser poseída, la persona sufre daños en su cuerpo o en sus pensamientos e imaginaciones, que originan en ella confusión y suponen una auténtica tortura.

No hay una uniformidad en la terminología con que se quiere denominar todos estos casos. Tradicionalmente se hablaba de amarrados, pitonisos, lunáticos, vejados, facturados, energúmenos… De forma más concreta, han sido usadas indistintamente las palabras poseído y obseso que quizá son las que estén más extendidas.

Hoy se tiende a distinguir entre cuatro “categorías”: vejado, obseso, poseso, e infestado (en este caso aludiendo a un lugar). Aunque no hay verdaderos límites entre unas características y otras, ya que pueden darse varias a la vez. 

1. Vejación

Es la acción diabólica dirigida a agredir físicamente a la persona, para sembrar desánimo y desesperanza. Se quiere emprender, en cierto modo, una guerra de desgaste en esa persona. El cuerpo tiene la dignidad de ser morada del Espíritu Santo, por eso el enemigo va contra ese cuerpo. Tiene múltiples manifestaciones: marcas físicas, olores, enfermedades inexplicables… pueden darse hasta agresiones sexuales, desde tocamientos hasta todo tipo de aberraciones a través de los llamados demonios íncubos o súcubos. Si la voluntad los rechaza nunca hay responsabilidad moral, ocurriría como en el caso de la violación. El demonio se cobra lo que “se le debe” en los ámbitos esotéricos.

2. Obsesión

Es la acción diabólica con la que se atormenta psicológicamente a la persona. Afecta indirectamente al intelecto y voluntad (que son intocables), afecta a la memoria, la facultad imaginativa y la estimativa. Se llegan a ver imágenes, o se escuchan sonidos insistentes… Al principio el intelecto las contempla como algo absurdo, pero es incapaz de rechazarlas. Pueden conseguir que la persona apenas pueda dormir, y le hace pensar que está loca. Otras veces puede experimentar arrebatos de antipatía, odio, angustia, desesperación, ira, o deseos de matar… Provoca imágenes blasfemas cuando se va a recibir la Sagrada Comunión. O figuras monstruosas de Cristo, la Virgen y los Santos, alterando, en la persona que lo sufre, la manera de percibir. Aunque la persona busca rechazarlas, no logra hacerlo. 

3. Posesión

Es la acción de un espíritu que ejerce, en el momento de crisis, un control despótico, que le hace moverse, hablar…  Se aprovecha de su cuerpo, sin que el vejado, con conciencia o no, pueda hacer nada para evitarlo. En estos casos, la persona se ha de implicar en la lucha contra el enemigo (rezando, uniéndose a la oración que se hace por ella).  La persona capta dentro de sí una presencia permanente, aunque no haya manifestaciones especiales. Puede hacer una vida normal, pero a veces con dificultades. Esas dificultades se dan, sobre todo, en la vida espiritual. Puede ser criterio de discernimiento para ver si existe posesión el hecho de que haya o no una vida normal. Cuando hay problemas serios hay que hacer un doble trabajo junto con el especialista (psicólogo, psiquiatra). En tiempos fuertes se pueden manifestar más (Navidad, Cuaresma…). Es bueno recomendarle un director espiritual que no sea el mismo exorcista. Estas manifestaciones es preciso distinguirlas de un trastorno de personalidad: borther line, esquizofrenia, doble personalidad, TOC…

En los momentos de crisis o trance, se puede observar en los ojos y en la boca de quien lo sufre, una transformación, cómo delinea el demonio en la persona los rasgos de su acción. Hay que estar atento y observarlo para descubrirlo y ordenarle. El maligno no dejará de utilizar técnicas disuasorias, para bloquear o desconcertar al exorcista e intenta esconderse y pasar desapercibido.

Es recomendable usar los sacramentales (por ejemplo, la cruz, el agua exorcizada) y las reliquias. El demonio no tendría que sentir nada, al fin y al cabo, es un ángel caído, pero para el bien del exorcista y de los que están con él, esos objetos religiosos le afectan por acción divina, por la unión al cuerpo de la persona vejada (con lo que es, a fin de cuentas, una imitación de la encarnación). La unión que hay con el poseso, no consiste en una unión moral. La unión moral se da con el alma en pecado mortal o con el alma de aquél que se la ha vendido. 

La salvación, la vida en santidad, no está reñida con que la persona pueda estar poseída. De la misma manera que una enfermedad física no impide la acción de la gracia en los sacramentos, la posesión no impide el crecimiento en santidad. 

4. Infestación

En este caso el espíritu del mal impregna la materia. Ante estas situaciones, es de gran ayuda el bendicional, que protege las cosas y lugares de la acción maligna. Las casas y las habitaciones son los lugares más habituales donde se da. Los modos son varios: seres fantasmales, ruidos, movimientos, animales, insectos… El vejado siente la acción del enemigo allá donde esté. En el caso de la casa infectada afecta a los que tienen contacto con el lugar, y nunca fuera de él. Esta bendición es una oportunidad para el exorcista de evangelizar a las personas relacionadas con ese lugar.

Para clarificar algunas ideas

Ante todas estas realidades hay que evitar caer en los extremos, con simplificaciones que llevan a creer que las cosas que pueden pasarnos, o pasar a los demás, son todas del ámbito de la psiquiatría, porque lo que hay detrás es una visión meramente racionalista de estas realidades. O, por el contrario, achacar al demonio todas las cosas que pasan y no acudir a otros medios que Dios ha puesto a nuestro alcance para esclarecerlas. En uno y otro caso haríamos dejación de nuestras responsabilidades a la hora de buscar la verdad de las cosas.

Lo primero es saber que el demonio no puede actuar sobre la parte superior del alma, por tanto, hay siempre margen a la libertad humana, aunque en algunos casos el dominio del demonio puede ser especialmente grave.

La actuación del demonio, en los casos de posesión, no es apreciable de manera constante. Se produce, más bien, en los momentos “críticos”, en los que la persona que lo padece experimenta, por ejemplo, descontrol sobre sus miembros, o experimenta rechazo a lo religioso, ataques de pánico al apreciar junto a sí al demonio, tendencia a la autodestrucción por trastornos alimenticios, pérdida del sueño, el hacerse daño a uno mismo (cortes, etc.) o incluso inducción al suicidio. 

No obstante, lo más normal es que el enemigo permanezca oculto, haciendo que la tentación sea mucho más eficaz, de tal forma que sólo cuando la persona se acerca a Dios, fruto del ejercicio de su libertad y atraído por su Amor, es cuando se hace más explícita su presencia. Lo que mueve al espíritu inmundo es evitar que la persona progrese en su vida de piedad filial para con el Señor. Puede ocurrir, en estos casos, que una persona piadosa empiece a experimentar síntomas extraños y descubrir que, detrás de ellos, hay una actividad extraordinaria del demonio.

Ante la pregunta ¿Qué puedo hacer para evitar que el demonio pueda actuar más fácilmente en mi vida o en la de los demás? Lo primero es saber que aquí, en occidente, la secularización ha hecho crecer el sentido mágico de la vida, y esto lleva a muchos a acudir, y cada vez más, a videntes, espiritismo, técnicas orientales y brujos, para conocer el futuro o como remedio a una situación vital complicada. En este sentido puede existir el peligro de llevar a cabo estas prácticas y acudir después al exorcista como si fuera el mago capaz de quitar cualquier mal. 

La experiencia nos dice que algunos tipos de pecados favorecen la acción extraordinaria del enemigo: pecados mortales no confesados o sin reparar, injusticias, rechazo del perdón, atentar contra la fe de los pequeños, aborto, participar o asistir a sesiones de espiritismo, ocultismo, esoterismo o magia, amuletos o talismanes que son consagrados con rituales, astrología con invocaciones a espíritus, objetos propios de la magia, máscaras o “deidades” de los países que uno visita, asistir a ritos como macumba, vudú y otros, new age (nueva era), reiki, o asociaciones que conllevan un rito oculto de iniciación, música con invitación satánica a la necrofilia, al suicidio, o la blasfemia… Hay consagrados a satanás que ofrecen cosas así en sus conciertos. Y, por último, el maleficio como causa instrumental para dañar a otros (acudir a brujos, chamanes… para pedirles un “trabajo” contra una persona concreta). En todo esto último hay un claro pecado contra la fe, porque se pone en duda la acción de Dios para buscar “otras alternativas”. 

No podemos creer que, siempre que se dan algunas de estas situaciones, necesariamente el demonio va a actuar de una forma extraordinaria. No hay que olvidar que también hay una providencia divina que evita muchas de las acciones demoníacas. Pero hay que tener muy claro que hemos de ser muy prudentes ante el coqueteo con el mundo del ocultismo y huir de todo lo que se ha comentado en las líneas precedentes, o cosas peores.

Cómo afrontarlo

Cuando alguien experimenta “cosas extrañas”, su primera reacción es pensar que está loca, que, si lo dice, nunca le van a creer, que lo que le ocurre no tiene explicación posible. Cuando es capaz de contarlo a un amigo, o a un sacerdote, el que recibe esta confidencia tiene que saber escuchar y pedir luz a Dios para discernir, él u otra persona que sepa de estos temas. Habrá que ver si esa persona necesita un tratamiento médico o necesita ayuda espiritual. Si es el primer caso, la verdad es la que libera, ya que un tratamiento médico adecuado puede evitar que se caiga en un trastorno obsesivo.

El acompañamiento a la persona es la clave. No podemos olvidar que la persona afectada es alguien que sufre y necesita ser tratada con humanidad, como cualquier otro necesitado. Con el tiempo se puede ir descubriendo cómo ayudarla para ver si los síntomas que van apareciendo son más propios de un trastorno psiquiátrico o, por el contrario, corresponden a una acción extraordinaria del demonio.

Un ejemplo concreto de enfermedad psiquiátrica es el TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Si estamos ante un enfermo psiquiátrico, el trastorno suele tener una causa y su aparición es lenta y progresiva, mientras que unos síntomas similares pueden tener un origen demoníaco y, en estos casos, aparecen repentinamente. 

Con una visión racionalista hay algunos que niegan la actividad exorcística de Jesús, confundiendo los casos que cuentan los evangelistas con síntomas de algún tipo de enfermedad. Para responder a esta objeción basta con leer con detenimiento que, cuando se trata de enfermedades el Señor cura la enfermedad, mientras que, en el caso de los exorcismos, se dirige directamente al demonio como una criatura que responde personalmente a su mandato y, de este modo, se produce la liberación.

Cuando una persona es manejada o agredida por el enemigo hay que ayudarla para que recupere su libertad y su capacidad de acoger el amor divino. Por eso necesita siempre tener un acompañamiento. Cualquier exorcista sabe que ese seguimiento es, en cualquier caso, imprescindible, porque la persona, sobre todo al principio, requiere alguien al lado que le ayude, antes o después de cada sesión.

El exorcismo forma parte de la tradición de la Iglesia y, como tal, tiene un carácter positivo, e incluso podríamos decir que alegre, porque es fruto de la acción del Espíritu Santo. 

La persona ha de experimentar la dulzura de la acogida de Cristo, que entiende su situación, mientras que otros pueden no fiarse de ella y pensar que está loca. No olvidemos que el Señor invitó a los cansados y agobiados que acudieran a Él (cfr. Mt 11,28).

¿Qué es el exorcismo?

El exorcismo es una acción (palabras y gestos) que tiene por finalidad expulsar y alejar a los demonios de personas, lugares o cosas. No se trata de un ministerio que intente ponerse por encima de otras realidades, ni de perseguir brujas, sino obedecer el mandato de Cristo, realizando sus mismas obras. La Iglesia lo reconoce de esta manera, y por eso existe un ritual que marca la manera de hacer frente a este problema. 

Jesús luchó contra la acción ordinaria y extraordinaria del demonio, lo hizo tanto en el desierto, al ser tentado en el comienzo de su vida pública, como en los exorcismos que realizó a lo largo de su ministerio para hacer llegar a todos la Buena Noticia.

El ritual es como la medicina, hay que saber cuándo y cuánto hay que usarlo. Como no es un rito mágico, es muy importante llevar a la persona al contacto con Dios, sin anticipar nada. Lo que es necesario para ayudar de verdad, volvemos a repetirlo, es intentar descartar lo que pueda haber de natural (psíquico, psiquiátrico…). No hay que olvidar que, ante cualquier situación que pueda hacer sospechar algo, habrá que hacer un discernimiento que, en muchas ocasiones, no es nada fácil.

En muchos casos este ministerio se convierte en una labor de primera evangelización. Las personas quieren entender lo que les pasa, verse libres de lo que les acosa, y pueden acudir al exorcista como una especie de sanador. Esta situación permite presentar a Jesucristo como el único Salvador.

¿En qué consiste la liberación?

Se trata de un milagro, una acción de Dios fuera de las leyes de la naturaleza, que conduce a expulsar al autor del mal, una criatura angélica que se apartó de Dios y es mucho más poderosa que los hombres. Hasta el demonio más “insignificante” es bastante poderoso, pero el poder divino siempre es superior al que pueda tener cualquier ser creado.

¿Qué características han de darse en la liberación?

-Debe ser un hecho constatable empíricamente.

-Que no sea algo que suceda por causas naturales.

-Que tampoco suceda por causas preternaturales (acción demoníaca con la que pretende engañar a las personas).

-Que sea obrado por Dios mismo.

Ha de quedar claro que el autor sólo es Dios. El exorcista es su ministro, y además ministro de su Iglesia, ya que obra con el respaldo de toda la Iglesia. Por eso ha de contar con la licencia del Obispo, que es el primer exorcista en su diócesis.

El primero que tiene que confiar en el plan divino es el exorcista, para no desesperar y dejar actuar a Dios, que tiene un plan con esa persona.

Ninguna “rex sacra” -cosa sagrada-, puede obrar por sí misma sin la acción de Dios. Y, a excepción de lo que ocurre con los Sacramentos, que se sustentan en un compromiso divino, Dios no está obligado a actuar a través de esas cosas sagradas (como una reliquia o una imagen de Dios, de la Virgen o de los Santos). Esto ayuda a entender que no hay mayor eficacia al usar un ritual u otro, una oración u otra. Todo afán de protagonismo, por parte del sacerdote, pone freno a la acción de Dios, ya que intenta suplantarlo y, en estos casos, la ineficacia del exorcismo evita, por parte de Dios, un mal mayor sobre el sacerdote.

Los distintos tipos de “exorcismo”

El exorcismo puede ser Simple (León XIII: sobre lugares), Menor (Rito del Bautismo, y ritos de escrutinios del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos) o Solemne (Exorcismo Mayor, para actos extraordinarios). Por otro lado, estaría el privado.

Hay exorcismos que no se realizan con el ritual, que se llaman exorcismos privados, también conocidos como oración de liberación. Su eficacia está asegurada por la promesa de Cristo, aunque, en estos casos, depende de la disposición de los presentes. Lo pueden hacer sacerdotes o laicos (así lo hacía Santa Catalina de Siena). Es lícito cuando el demonio está causando tormentos o vejaciones a una persona. Siempre habrá que hacer el discernimiento previo para tener la convicción de que se trata de una actividad extraordinaria del demonio. En el caso de ser un sacerdote, es conveniente contar con el beneplácito de su Obispo si va a hacerlo de forma continuada. En este caso, hay que ser muy prudente, ya que el demonio es vengativo. El peligro de esta forma de actuar es la falta de un buen discernimiento (ya que se pueden tratar como acciones del demonio lo que son problemas mentales). Hay peligro también por la falta de un buen seguimiento del caso (no acompañando como la Iglesia tiene que hacer en estos casos). O por convertir esta acción en algo al margen de la vida de la Iglesia (con el peligro de creerse un auténtico mediador entre Cristo y el afectado, sin estar unido a su Cuerpo que es la Iglesia). 

La Congregación de la Doctrina de la Fe, en un documento sobre las Oraciones de Liberación, del 29/09/1985 establece: Está prohibido a los fieles laicos usar el exorcismo de León XIII, tampoco pueden imponer las manos sobre la cabeza de los afectados, por ser gestos reservados a los presbíteros.

La eficacia del exorcismo público está además avalada por el apoyo de toda la Iglesia, por ser una acción litúrgica. Por eso se habla de “Ex opere operantis Ecclesiæ”. Podemos tener la certeza de que, como toda oración, aunque no se aprecie su efecto, siempre es eficaz. No siempre se consigue la liberación total, pero al menos se dará una liberación parcial que encaminará hacia la total liberación. El sacerdote y sus acompañantes tienen la garantía de la protección divina ante cualquier acción demoníaca. La aparente ineficacia de un exorcismo no puede venir de la fuerza del demonio, sino del afectado, en su proceso de conversión y santidad, o de otras personas que Dios quiere acercar a Él. En estos casos, en que Dios no ha “querido” la eficacia total del exorcismo, es necesario tener el convencimiento de que Dios quiere la liberación, pero no a cualquier precio. Lo que desea es que el milagro de la liberación se perpetúe en el fiel y persevere en el camino de Cristo.

Tengamos en cuenta que no siempre hay una noción clara de todo lo que tiene que ver con el enemigo, de hecho, hay mucha gente que no cree en él y piensa que es un resto de las supersticiones medievales. O bien que estos “casos” pueden ser explicados por la ciencia. Pero como hemos querido dejar claro, muchísimas páginas de la Biblia, y más concretamente del Nuevo Testamento, lo desmienten. La Iglesia, por mandato de Cristo ha de ejercer una caridad solícita y delicada para que nadie pueda sentirse abandonado y, por tanto, ha de hacer frente a estas situaciones que tanto dolor y sufrimiento provocan en la persona que los está viviendo. La tentación es “despachar con ligereza” estas cuestiones. Cuando no se sabe cómo actuar no se puede caer, sin más, en el escepticismo, se ha de ayudar a encontrar una persona entendida que pueda orientar y encauzar estos casos. Es, a fin de cuentas, una cuestión de fe en Dios y en su poder. 

Este es el interés de la Iglesia a la hora de orar por sus hijos: acercarlos a Cristo y que perseveren en su Camino hasta el final de sus días aquí en la tierra.

El autorJosé Ramón Fernández y Alfonso Sánchez Rey

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