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Contexto para entender los abusos de poder y de conciencia en la Iglesia

El abuso de poder y el abuso de conciencia tienen lugar dentro de la Iglesia. Hace falta reformar muchas estructuras para mejorar la transparencia y que estos casos no puedan darse con tanta facilidad, sin embargo, también es necesario discernir entre los abusos reales y las denuncias carentes de base o exageradas, sin minimizar en ningún caso el sufrimiento legítimo de las personas.

Javier García Herrería / Paloma López Campos·12 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
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La Iglesia toma cada vez más conciencia de que los abusos sexuales no son los únicos que hay que esforzarse por prevenir y reparar, sino que también hay que fijarse en los abusos de poder y de conciencia. Tanto es así que los ha tipificado en el Código de Derecho Canónico.

De manera breve, puede definirse el abuso de poder como el uso indebido de la autoridad (por ejemplo, la que tiene un sacerdote, un profesor, un padre o un jefe) para imponer decisiones, de manera arbitraria, que afectan la libertad externa de las personas con las que las primeras mantienen una relación asimétrica.

Por otro lado, el abuso de conciencia consiste en una manipulación que usa la moral o la fe para influir en la voluntad interna, generando culpa o miedo. Si bien estos abusos son de naturaleza distinta, es frecuente que se den a la vez ya que la manipulación de la conciencia facilita la sumisión al poder.

Factores que pueden facilitar el abuso

¿Por qué crecen las denuncias de este tipo de situaciones? ¿Qué elementos facilitan que se puedan llevar a cabo? Podemos distinguir cuatro factores que facilitan los abusos de poder y de conciencia en el ámbito eclesial:

– Estructura jerárquica: la autoridad de sacerdotes, obispos y superiores, unida a un espíritu clerical que idealiza su figura, hace que sea difícil poner en duda sus órdenes y consejos.

– Secretismo institucional: miedo al escándalo público. Muchas instituciones han intentado resolver los casos de abuso a través de procesos internos en los que no se atiende bien a las víctimas y la falta de transparencia impide que otros miembros de la institución aprendan de los errores cometidos.

– Manipulación espiritual y doctrinal: a través de la distorsión de conceptos como “obediencia” o “pecado”, las víctimas de abuso espiritual y de poder ven su libertad coaccionada.

– Dependencia emocional y material: en las comunidades religiosas y otros grupos cerrados, el poder económico y social del grupo genera relaciones asimétricas que pueden llegar a favorecer el abuso. Por otro lado, debido a un natural sentimiento de pertenencia que se crea, la voluntad individual puede llegar a reprimirse por miedo a las consecuencias: aislamiento social, sentimiento de traición a la comunidad, represalias, incapacidad económica para llevar una vida independiente de la institución, etc.

Cuando lo que parece abuso no lo es realmente

A pesar de todo esto, también es cierto que hay casos en los que, aunque haya quien piense que se ha cometido un abuso de poder o de conciencia, este realmente no ha tenido lugar. Cuando se juzgan hechos de épocas pasadas con la mentalidad actual, se producen muchos anacronismos que nos llevan a censurar todo con una sensibilidad injusta con la capacidad de actuar que tenían las personas en otros tiempos.

Hay diversos ámbitos que facilitan esta situación:

– Las relaciones asimétricas, que son propias de la sociedad. En muchas instituciones como la familia, la empresa o el colegio, existen relaciones de autoridad que, aun siendo incómodas o desacertadas, no tienen porqué ser consideradas propiamente un abuso. Un padre estricto puede parecer abusador a ojos de su hijo rebelde, al igual que un empleado con baja tolerancia puede pensar que toda exigencia de su jefe es abuso. Lo mismo puede ocurrir con las orientaciones que da un director espiritual si bien en este punto, la delicadeza y el respeto a la libertad personal ha de ser siempre una línea fundamental de actuación. Tratar de influir en los demás es algo perfectamente naturalizado en nuestra sociedad, y convivimos con ejemplos como la publicidad o los “influencers”.

– Las diferencias en la sensibilidad y en las expectativas pueden generar malentendidos: En este ámbito, por ejemplo, muchas costumbres clásicas en la disciplina espiritual pueden sentirse como opresión para quienes no han entendido su sentido o no las integran correctamente en su proyecto vital.

– En cualquier institución puede haber personas que cometan abusos de poder o de conciencia puntuales, o incluso regularmente, pero eso no implica que deban tomarse esos casos particulares como la norma general. 

– La aceptación y la práctica de la corrección en el acompañamiento espiritual: hay personas que, en algunos contextos, se encuentran con dificultades en el correcto discernimiento de situaciones personales o espirituales y, al mismo tiempo, interpretan cualquier tipo de corrección como una manipulación. Esto puede deberse a auténticos abusos ocurridos en el pasado, a reinterpretaciones de los hechos realizadas a posteriori o a una falta de madurez para aguantar la presión de una vida cristiana exigente.

– Por último, de modo natural la mente humana reinterpreta subjetivamente el pasado para justificar las propias decisiones (por ejemplo, por los sesgos de confirmación o de interés personal). Hay normas religiosas que se asumen libremente pero cuando se dejan de vivir se reinterpretan como opresoras o abusivas.

Una reflexión necesaria

El abuso de poder y el abuso de conciencia tienen lugar dentro de la Iglesia y en sus diversas instituciones. Hace falta reformar muchas estructuras para mejorar la transparencia y que estos casos no puedan darse con tanta facilidad, sin embargo, también es necesario discernir entre los abusos reales y las denuncias carentes de base o exageradas, sin minimizar en ningún caso el sufrimiento legítimo de las personas.

Además, la experiencia de la Iglesia ha llevado en las últimas décadas a insistir en la separación de la dirección espiritual del ámbito del gobierno de la institución, instando a las instituciones religiosas a que las personas que realizan acompañamiento espiritual no sean las mismas que las que ejercen un gobierno institucional sobre esas mismas personas.

Desde el punto de vista de los fieles, es esencial formar a las almas en la libertad, para que asuman las normas de una institución con verdadera libertad interior y puedan discernir si algo es una exigencia legítima o si se trata de un abuso por parte de un superior. De este modo, los católicos sabremos diferenciar entre una autoridad responsable y un control ilegítimo, entre un buen consejo y una manipulación.

El autorJavier García Herrería / Paloma López Campos

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