Así resume el punto núm. 27 del catecismo de la Iglesia Católica lo más profundo y genuino de nuestra naturaleza humana: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”.
Solo el ser humano es capaz de conocer y amar más allá de lo material y finito. Al ser espiritual, como Dios mismo, puede conocerle y amarle: la creación del hombre a imagen de Dios implica la posibilidad de una relación de comunicación mutua. Y precisamente por eso, por ser imagen de Dios y así participar de Él, que es puro amor, el hombre es un ser capaz de amarle, y lo hace a través de una vida de oración.
Somos terrenales, pero ansiamos lo eterno, que es Dios. Un Dios al que podemos tratar, a quien nos podemos dirigir y amar, como pasamos a comentar.
¿Qué es la oración? ¿Por qué y para qué orar?
La oración es un diálogo con Dios, y no una “varita mágica”, como señala el Papa Francisco.
A nuestra relación consciente y coloquial con Dios la denominamos plegaria u oración. La palabra “plegaria” proviene del verbo latino precor, que significa rogar, acudir a alguien solicitando un beneficio. El término “oración” proviene del substantivo latino oratio, que significa lenguaje, habla, discurso.
Sería elevar el alma a Dios o pedirle los bienes que nos convengan. También sería en esencia una conversación familiar, una unión del hombre que se considera hijo, con Dios, su padre.
Orar es algo imprescindible para la vida espiritual. Sería como el respirar, que permite que la vida del espíritu avance.
En la oración actualizamos la fe en la presencia de Dios, fomentamos la esperanza que nos lleva a orientar la vida hacia Él y a confiar en su providencia. Y ensanchamos nuestro corazón, al responder con el propio amor al Amor divino.
De otro lado, en la vida de oración la Liturgia –y, en su centro, la Eucaristía– tiene una importancia vital, pues a través de ella, o en ella, el alma se une a Cristo, modelo y camino de toda oración cristiana.
¿Varios modos de orar o rezar?
Sí, decíamos que orar es dialogar, hablar, con Dios. ¿De qué?: como señalará san Josemaría Escrivá, “de Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias…, ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: «¡tratarse!” (Camino, 91).
Hay mil maneras de orar, y no necesitamos un método, cuadriculado y artificial, para dirigirnos a nuestro Padre. Si amamos sabremos descubrir caminos personales, íntimos, que nos lleven a este diálogo continuo con el Señor.
Un modo es la oración “mental”. Uno se puede imaginar la escena evangélica, de la vida de Jesús, y recogerse y meditarla. Tras ello aplicar el entendimiento al objeto de considerar el rasgo concreto de la vida del Señor que nos sugiera ese pasaje. Y finalmente contarle lo que a nosotros suele sucedernos, lo que está ocurriéndonos. Tras ello viene la escucha, porque Dios habla, responde a quien le interpela, con mociones interiores, viendo la respuesta a los interrogantes que hayamos podido plantearle.
Lo anterior no consiste en hacer discursos bonitos, ni frases consoladoras. Es también a veces una mirada a una imagen de Jesús o de María; otras, el ofrecimiento de las buenas obras, de los resultados de la fidelidad; y siempre buscar a Jesús, y no a uno mismo.
Para orar hay que contar con el Espíritu Santo, que nos enseña y recuerda todo lo que Jesús dijo, y nos educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendecir a Dios, pedirle perdón, implorarle lo que necesitamos, darle gracias y alabarle.
También podemos acudir a la oración “vocal”, o esas oraciones que aprendimos, quizá de pequeños, y otras que fuimos incorporando a lo largo de la vida: el padrenuestro, avemaría, santo rosario, etc.
La Santa Misa y otros actos litúrgicos también serían oración, por supuesto, dispensando una gracia divina propia.
De otro lado contamos con la oración “de intercesión”, que consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y en ella caben también los enemigos. Se funda en la confianza que tenemos en nuestro Padre Dios, que quiere lo mejor para sus hijos y atiende sus necesidades.
Por último, referirnos a la oración “de acción de gracias”, ya que toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de acción de gracias; y a la oración “de alabanza”, totalmente desinteresada, que se dirige a Dios; canta para Él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino por ser Quien es (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica núm. 2644-2649).
La oración en la cotidianeidad de la vida.
Observamos como en el Antiguo Testamento Abraham, Moisés y los profetas hablaban y escuchaban a Dios. En el Nuevo Testamento, Jesús nos enseña cómo podemos relacionarnos con nuestro Padre Dios.
La oración la ha tenido muchísimas experiencias a lo largo de los siglos. Los santos son la clara muestra de que en cualquier época y circunstancia Dios busca a cada persona y ésta puede responderle trabando con Él un verdadero diálogo.
Al margen de sus creencias, todos los hombres están llamados a la comunicación con Dios, según decíamos. Por la creación, Dios llama a todo ser desde la nada a la existencia. Incluso después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador: continúa ansiando a quien le ha creado y no cesa de buscarle. Confiándole nuestras vidas, compartiendo con el Señor cuanto hacemos o el estado en que nos encontramos, ya oramos.
Inasequible al aliento Dios llama a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Él es quien toma la iniciativa en la oración, poniendo en nosotros el deseo de buscarle, de hablarle, de compartirle nuestra vida. Así, quien reza, quien se dispone a escuchar a Dios y a hablarle, responde a esa iniciativa divina.
Al rezar, es decir, al hablar con Dios, quien ora es todo el hombre. Pero, ¿de dónde brota la oración? Del alma o del espíritu, según señala la Sagrada Escritura; y con más frecuencia, esa se refiere al corazón: es el corazón el que ora.
En el corazón, en lo más profundo de nuestro ser, es donde tiene lugar ese encuentro personal de cada uno de nosotros don Dios.
Eso sí, la oración requiere, como subraya el Catecismo de la Iglesia Católica en sus núms. 2559-2564, querer orar y aprender a orar, y lo hacemos a través de la Iglesia: escuchando la palabra de Dios, leyendo los Evangelios y, sobre todo, imitando el ejemplo de Jesús.
¿En qué se distingue la oración cristiana de la “oración” de otras religiones o pseudo religiones?
La principal diferencia de la oración cristiana con respecto a las formas de algunas corrientes espiritualistas radica en la búsqueda de un encuentro personal con Dios, cosa distinta de una simple búsqueda individual de paz y equilibrio interior. A ello nos referíamos en nuestro artículo de 1 de febrero pasado, al comentar las pseudo religiones y la new age.
La oración cristiana está siempre determinada por la estructura de la fe cristiana. Es Cristo mismo quien nos enseña la forma en que debemos orar, lo que significa rezar dentro de su cuerpo místico, que es la Iglesia.
La oración cristiana también tiene una dimensión comunitaria. Incluso hecha en soledad, tiene lugar siempre dentro de aquella “comunión de los santos” en la cual y con la cual se reza, tanto en forma pública y litúrgica como en forma privada.
El cristiano, también cuando está solo y ora en secreto, tiene la convicción de rezar siempre en unión con Cristo, en el Espíritu Santo, junto con todos los bautizados, para el bien de la Iglesia universal, presente, pasada y futura.