Comentario a las lecturas del domingo VI
Leemos la primera parte del “sermón de la llanura”, el de los cuatro “bienaventurados” y “ay de vosotros”. En Mateo, Jesús habla de las bienaventuranzas sobre un monte. En Lucas, acaba de bajar del monte donde había pasado la noche en oración y donde llamó a los Doce. Su descenso nos recuerda el descenso de Dios entre nosotros con la Encarnación. La llanura es una imagen del día a día de nuestra vida. Allí, Jesús encuentra una multitud de discípulos, y una muchedumbre también de paganos venidos de Tiro y Sidón.
Esta muchedumbre está bien descrita en dos versículos que no se leen en el Evangelio de la Misa: “Venían a oírlo y a que los curasen de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos”. Esta es la gente a la que Jesús dice “bienaventurados” vosotros, los pobres, que tenéis hambre y lloráis. Jesús los define así, no por el mal que sufren, sino porque su indigencia los llevó a buscar a Jesús, su gracia y su palabra. La privación espiritual o material, el dolor y la necesidad existencial, abren a la búsqueda de Dios y al deseo de su bien duradero y eterno.
La cuarta bienaventuranza se diferencia de las tres primeras porque se refiere a las privaciones que tendrán los discípulos por ser perseguidos en nombre de Cristo. Es un Evangelio que nos llama a una profunda conversión de la forma de pensar. Jesús nos dice que no debemos buscar el consentimiento del mundo: “Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros. Esto es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas”. Al contrario, Jesús nos dice: “Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os destierren y os insulten”, y nos invita a alegrarnos y a saltar de gozo “porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Esto es lo que hacían vuestros padres con los profetas”. Si nos hubiera dicho: “aceptad con serenidad esta situación, u ofreced este sacrificio”, ya habría sido una petición superior a las fuerzas humanas; con mayor razón, ya que nos pide estar llenos de alegría y exultación. Solamente con nuestras fuerzas nos es imposible. Como dice el Señor en Jeremías: necesitamos confiar en Él para ser árboles plantados junto al agua de su gracia para tener, incluso en esas pruebas, hojas perennes y frutos siempre frescos. Para el regocijo, Lucas usa el mismo verbo con el que Isabel dijo que el hijo saltó de alegría en su vientre a la voz de la madre del Señor. Se regocijó en el Espíritu Santo y con la voz de María. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé su fuerza para vivir esta enseñanza de Jesús, tan elevada, tan sublime, tan por encima de nuestras fuerzas. Y que María nos llame por nuestro nombre.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXI
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.