Jesús, en el evangelio de Juan, ya nos habló de cómo el Padre lo ama. En la última cena habla también de nuestro amor por él, pero no lo manda, como el mandamiento nuevo, lo menciona como una posibilidad: “Si alguno me ama”.
Como condición para el inicio de un camino que lleva a observar su palabra y a recibir la promesa grande: llegar a ser nosotros el lugar donde el Padre y el Hijo se aman y, por tanto, la habitación del Espíritu Santo.
El autor del Apocalipsis dice que en la nueva Jerusalén no vio ningún templo: Dios es todo en todos. Porque es en el corazón humano donde desea habitar. Está a la puerta y llama; si le abrimos, amándole, entrará y cenará con nosotros y nosotros con él.
Es la única vez que Jesús dice explícitamente que el Paráclito es el Espíritu Santo, que nos “enseñará todo”. Jesús no quiso decir todo, es más, dijo poco, lo que éramos capaces de entender, y, además, el Espíritu Santo tiene que recordárnoslo.
Los Hechos de los Apóstoles nos hablan del primer concilio de Jerusalén y de su “larga discusión”, porque los cristianos judaizantes querían imponer la circuncisión a los paganos convertidos.
Un nuevo problema que Jesús no mencionó porque aún no existía, y tampoco quiso anticiparlo, como, a parte de las persecuciones, con los innumerables problemas que surgen a lo largo de la historia de la Iglesia y del mundo, y que la Iglesia está llamada a afrontar.
Jesús tuvo una humildad infinita: quiso desaparecer para dejar su Iglesia y sus ovejas, con una confianza abrumadora, en manos de sus apóstoles, débiles, frágiles, pecadores.
Es así como estos se enfrentan a la primera gran crisis, y después de escuchar a Pedro, a Pablo y Bernabé, Santiago, obispo de Jerusalén, propone su mediación y sugiere a los paganos convertidos que sigan algunas prescripciones rituales para evitar que, al estar con ellos, a los cristianos procedentes del judaísmo les entrara el temor de la impureza legal.
La carta que envían a todas las comunidades, el primer documento oficial del Magisterio de la Iglesia, dice: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”: y mencionan cuatro aspectos, de los muchos que causan impureza legal según el Levítico, que aconsejaba evitar. Han hecho la experiencia del Espíritu Santo que les enseña todo y les guía incluso en decisiones que son prudenciales.
En verdad Jesús puede darnos su paz frente a los problemas que nos aquejan, y a su aparente ausencia o distancia. Porque realmente el Espíritu Santo está con nosotros y nos enseña todo y nos recuerda las palabras de Jesús, y nos ayuda para entenderlas, poco a poco. Y porque Jesús sale al cielo en obediencia al Padre y porque volverá.
La homilía sobre las lecturas del VI domingo de Pascua
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.