Las palabras de Jesús sobre el sentido misterioso de su glorificación y sobre el nuevo mandamiento del amor están engarzadas entre la traición de Judas y la negación de Pedro, que se revela inmediatamente después, como perlas en el oro del crisol de la cruz, y de las traiciones y debilidades de los amigos y del odio de los enemigos.
Judas que sale del Cenáculo es para Jesús el comienzo de su hora. Dice la palabra glorificación cinco veces, para que no la olvidemos. Ciertamente no es la gloria humana, porque en su pasión será insultado, condenado, torturado y abandonado por todos. Por toda autoridad, por la opinión pública, por la gente de cerca y de lejos, por los judíos y los paganos. Sólo su madre y sus amigas, con el discípulo amado, permanecerán para consolarlo.
Es, pues, una gloria en sentido divino: en esa hora se manifiesta misteriosamente y para siempre el amor infinito del Padre que por los hombres dio a su Hijo, y el amor del Hijo que tomó sobre sí todo pecado en obediencia al Padre para expiarlos a todos. Con el poder infinito de este amor vivido y manifestado, Jesús puede revelar y entregarnos su mandamiento nuevo. Como yo os he amado.
No se trata de un “como” de comparación, el amor de Dios siempre será imposible para nosotros vivirlo en su infinitud. Es un “como” de fundamento: ya que él nos ha amado de esta manera, entonces nosotros también, a través de la fuerza que nos da, podemos construir nuestro amor mutuo. También es un “como en el modo, un ejemplo que nos enseña: dar la vida, perder la vida, el honor y la fama. Superar y vencer las costumbres adversas. Rebajarse hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Es un amor ligado a su glorificación y a su desaparición de nuestra vista: con su pasión, muerte, resurrección y ascensión nos ha ganado el don de amarnos así. Nos ha dado el Espíritu Santo, que es el amor entre el Padre y el Hijo. Podemos vivir el mandamiento nuevo del amor porque la Jerusalén celestial, como dice el Apocalipsis, desciende hacia nosotros.
Dios habita con nosotros y hace nuevas todas las cosas. Dios, que enjuga toda lágrima de nuestros ojos, nos da la gracia de comprender y aceptar, como Pablo y Bernabé enseñaron a los cristianos de Antioquía, que se entra en el reino de Dios “a través de muchas tribulaciones”.
La cruz y la resurrección recibidas en el bautismo y absorbidas en nuestra vida nos permiten acercarnos al mandamiento nuevo y tratar de vivirlo, como amor recíproco que se difunde continuamente y se extiende en círculos concéntricos, y se multiplica, gratuitamente, que no busca nada para sí mismo, que vence al pecado y a la muerte. Amor que identifica a la comunidad de creyentes y la hace fructificar y crecer.
La homilía sobre las lecturas del V domingo de Pascua
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.