Admiraba el color del cielo al amanecer y al atardecer, el centelleo de la luna y las estrellas en la noche, el color de ojos de los seres queridos. Podía mirar a la tierra que pisaba y medía los objetos que trabajaba con sus manos. Luego, la enfermedad ocular progresiva le quitó a Bartimeo colores, perspectiva, belleza de las criaturas. Ya no podía ganarse el pan, se vio obligado a mendigar.
Todo el día sentado al lado de ese camino que va de Jericó a Jerusalén. Escuchando noticias que llegaban a través de la ruta. Oyó hablar de Jesús Nazareno que devolvía la vista a los ciegos, como decían las profecías sobre el Mesías. Su padre Timeo le animaba: “Pasará por aquí para ir a Jerusalén. Ya verás: cita a menudo a Jericó en sus parábolas. Le pedirás que te sane. Es el Hijo de David, el Mesías. Muchos querrán verle y escucharle. No dejes que se te escape “.
Había desarrollado oídos muy finos. Se da cuenta enseguida de esa multitud que gritaba, y le saltó el corazón: ¿quién viene, quién es? ¡Es Jesús de Nazaret! Bartimeo empieza a gritar con toda la fuerza de esos años de tinieblas. Grita su necesidad, su pobreza unida a la fe en Jesús. En los meses de espera oraba así: “Señor del cielo y de la tierra, me has regalado la vista y me la has quitado, si Es para que sepamos que ha llegado tu Mesías, te prometo que, si me sana, le seguiré hasta el fin del mundo”. Ese deseo otorga una fuerza incontenible a su voz.
Los que rodean a Jesús y se encargan de la seguridad del Maestro dan ordenes a los que se agolpan. Para intentar detener el ruido que hace, lo regañan: estás ciego y habrá una razón, ¡quédate agachado mendigando! No recuerdan que Jesús vino por los pecadores y que devolvió la vista a muchos ciegos.
Son ellos los primeros ciegos a los que Jesús sana, diciéndoles: llamadle. Ante esas palabras cambian la forma de mirarle e intentan imitar al Maestro: “¡Ánimo!”. Le dicen: “¡Levántate, te llama!”. Esa llamada y la oportunidad de hablar con Jesús lanzan de pie a Bartimeo, de un salto. No importa si echa a volar el manto. Corre hacia Jesús en la noche de sus ojos. Y el Maestro le anticipa: ¿qué quieres que te haga? Para Jesús es importante el deseo y la oración de Bartimeo. Se callan los muchos que le dijeron al ciego que se callara. Bartimeo responde: ¡Maestro mío, que vuelva a ver! Jesús ve la luz de la fe en su corazón y la recompensa. ¡Anda, tu fe te ha salvado! Los ojos del Maestro y su sonrisa son las primeras cosas que miran sus ojos nuevos. Los colores vuelven a brillar. Jesús no le ha invitado a seguirle, le ha dicho: vete, eres libre de volver a vivir tu vida de antaño. Pero Bartimeo, fiel a su promesa, le sigue por la calle lleno de alegría.
La homilía sobre las lecturas del domingo XXX
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.