Lecturas del domingo

Comentario a las lecturas del domingo XXVII del tiempo ordinario (B)

Andrea Mardegan comenta las lecturas del XXVII domingo del tiempo ordinario y Luis Herrera ofrece una breve homilía en vídeo. 

Andrea Mardegan / Luis Herrera·29 de septiembre de 2021·Tiempo de lectura: 2 minutos
biblia

Los fariseos se acercan a Jesús y le preguntan si es lícito al marido repudiar a la mujer. Ellos mismos podrían haber respondido: “Toda la tradición dice que está permitido en algunos casos repudiar a la mujer, y los rabinos discuten las causas que hacen permisible este gesto, desde unas tortillas quemadas hasta el adulterio”. Pero le preguntan a él, que siempre defiende a los más débiles y por tanto a las repudiadas, y quieren ponerlo en contra de la ley. Jesús responde con una pregunta: “¿Qué os mandó Moisés?” (a vosotros). Hablando así se pone por encima de la ley. Podrían contestar: Moisés (le atribuían todos los libros del Pentateuco) nos ordenó “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”. O bien: con las tablas de la ley nos ordenó:

“No cometas adulterio”, “no desees la mujer de los demás”. En cambio, van a lo que les interesa, a lo que Moisés “permitió”. Hablan de permisos legales, pero Jesús los lleva a mirar la dureza de sus corazones, el verdadero problema. Y les hace volver al principio, a lo que Dios a través de Moisés les ordenó.

Más que una orden, fue una alegría para Dios, un genial remedio para la soledad del hombre, que no podía encontrar a la compañía adecuada en cualquiera de los demás seres de la tierra. El Génesis habla como si Dios se diera cuenta, en medio de su trabajo de creación, que al hombre no le bastan las criaturas inferiores, y ni siquiera solo Dios, para desarrollar relaciones que lo realicen como hombre. Necesita un ser semejante a él, que ponga ante sus ojos y su corazón una imagen de Dios tangible y encarnada en la humanidad. Y Dios crea a la mujer, su obra maestra. Los dos se entienden y se regocijan. La necesidad de relación es mutua. “Se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Giotto, en Padua, pinta el beso y el abrazo de Joaquín y Ana en la Puerta Dorada, después de que el ángel, según el Protoevangelio de Santiago, les hubiera revelado que Ana ya estaba embarazada de la semilla de Joaquín y esperaba una niña. Mirando la unión de los dos rostros de los padres de María, se ven solo dos ojos, una nariz, una boca: una sola carne.

“El hombre no separe lo que Dios ha unido”. Dios une, el diablo divide. A veces, incluso el hombre divide por la dureza de su corazón. Jesús quiere que las flaquezas de los dos se conviertan en ocasión de compasión, misericordia, perdón, dulzura de corazón. Como hizo con la adúltera. Le presentan niños para que los toque, y los discípulos de corazón duro los regañan. En cambio, los niños tienen un corazón tierno y muestran a sus padres el camino para perseverar en el matrimonio: ser como ellos. Jesús los abraza y los bendice.

La homilía sobre las lecturas del domingo XXVII

El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.

El autorAndrea Mardegan / Luis Herrera

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