Después de que Jesús abandonara a la multitud y subiera a la montaña solo, los discípulos luchan por llegar a la otra orilla: “El mar estaba agitado a causa del fuerte viento que soplaba”. Jesús camina sobre las aguas, los alcanza, se sube a la barca y “al instante la barca llegó a tierra”. La multitud interesada en Jesús hace una investigación para saber qué camino ha tomado. Están decididos a no perder de vista a este Maestro que cura enfermedades y resuelve el problema del pan: comieron los panes de cebada y el pescado que nunca se acabó, distribuido por Jesús, que se multiplicó sin espectáculo en sus canastas, en sus manos.
Van con los barcos a Cafarnaúm y lo encuentran: “Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?”. Pregunta superficial: solo les interesa entender cómo ha escapado de su control. Pregunta curiosa, que no sirve para profundizar en la verdad sobre Jesús y lo que sucedió el día anterior. Jesús no responde a la curiosidad, pero trata de ayudarles a buscar en sí mismos la verdadera razón por la que le buscan: “os habéis saciado” de pan, gratis, bueno, sin trabajo. Quieren comer más. Sin embargo, Jesús está interesado en el hambre y en el deseo de pan que ve en esos hombres: se propone transformarlo en un deseo del verdadero pan del cielo. Así que aborda el argumento que había querido comenzar durante mucho tiempo, tomando pie del signo del pan que no se acaba nunca: “Obrad no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna”. Escuchan “vida eterna”, y preguntan al maestro qué obra puede ser apreciada como obra de Dios.
Jesús pasa por alto su pregunta farisaica, y les habla de fe: creer en él, ésta es la obra de Dios. Los que han visto el milagro de los cinco panes y dos peces que alimentaron a miles de personas, le piden una señal para creer. Son superficiales, materialistas, moralistas, incrédulos. Lo provocan hablando del maná del desierto, como una señal que dio Moisés. Jesús les corrige: el maná vino de Dios y no de Moisés, y luego revela que Dios tiene la intención de darles un pan que desciende del cielo y les da vida.
Ahora les nace el deseo de recibir ese pan. Entonces Jesús declara que él mismo es el pan de vida, y que quien crea en él nunca tendrá hambre ni sed. Trata de ayudarlos a transformar esa hambre de pan terreno en el deseo del pan que él dará para la vida eterna, que es él. Alimento divino que nos permite realizar las obras de Dios en la tierra, vivir en nosotros la vida, muerte, resurrección y ascensión del Hijo de Dios. Admiramos en Jesús la tenacidad en proponer la verdad, la confianza en las personas a pesar de su cierre. Deseamos alimentarnos del pan de vida para poder vivir toda su vida en nuestra vida.
La homilía sobre las lecturas del domingo XVIII
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.