A principios del siglo XX, con bastantes matices y excepciones, se puede decir que la filosofía dominante en los ambientes católicos era el tomismo. Y el punto fuerte de esa filosofía era la metafísica, es decir, la doctrina del ser.
Metafísica del ser
Es una doctrina importante dentro del cristianismo que confiesa a un Dios creador, ser supremo que hace de la nada a otros seres que no son parte de Él. Tienen una consistencia propia y real, pero no se explican por sí mismos y son contingentes. Esto fundamenta tanto las demostraciones de la existencia de Dios como la analogía, que permite atribuir a Dios, como causa última, las perfecciones de las criaturas y especialmente del ser humano, “imagen de Dios”.
Esta “metafísica del ser” recibió en el siglo XX un valioso impulso con la obra de Gilson (1884-1978) y lo que él llamaba la “metafísica del Éxodo”, inspirada en la declaración del mismo Dios “yo soy el que soy” y en su Nombre, Yahvéh (Ex 3, 14-16); con esa forma hebrea tan próxima a la palabra “es”. Verdaderamente, Dios es “el que es”. Afirmación poderosa y difícil de contestar, aunque no siempre guste a los exegetas, que suelen preferir traducciones menos filosóficas.
Además, en paralelo, durante el siglo XX esta metafísica del ser fue completada por varias inspiraciones filosóficas con lo que podría llamarse una metafísica de la persona. En realidad, se trata de un conjunto pequeño de ideas, pero como resaltan un aspecto capital (la relacionalidad de las personas), han repercutido en casi todos los aspectos de la teología.
Las inspiraciones comunes
Más que una línea única, es una confluencia de pensamientos, provocada por la común situación ideológica. Tras la I Guerra Mundial, además de una fuerte inclinación hacia el materialismo científico, se produjo un feroz enfrentamiento entre los movimientos y sociedades comunistas y los pensamientos y regímenes liberales. Los liberales y capitalistas clásicos fueron acusados de crear un modelo de sociedad clasista y explotador que, con su revolución industrial, había llevado a muchos al desarraigo y la pobreza (proletariado). Los comunistas, por su parte, en cuanto pudieron, crearon estados policiales, pretendidamente igualitarios, donde minorías iluminadas pisotearon sin rubor las libertades más fundamentales de las personas.
Autores muy distintos, con inspiración cristiana o judía, percibieron entonces que, en realidad, se oponían dos antropologías que era necesario corregir, equilibrar y superar. Y que para eso convenía entender a fondo lo que es una persona, tal como lo define la tradición teológica y filosófica cristiana.
Confluyeron tres corrientes, casi coetáneas. En primer lugar, lo que podríamos llamar “personalistas franceses”, a partir de Maritain. En segundo lugar, los “filósofos del diálogo” con Ebner como inspirador y Martin Buber como el más conocido. En tercer lugar, varios autores del primer grupo de fenomenólogos que rodeó a Husserl, sobre todo Edith Stein, Max Scheler y Von Hildebrand; se les suele llamar “Círculo de Gotinga”.
El personalismo de Jacques Maritain
Probablemente Jacques Maritain (1882-1973) es el filósofo católico más importante del siglo XX, tanto por su itinerario personal, como por la extensión de su obra y su amplia influencia.
Puesto ante la disyuntiva que hemos descrito, entre un individualismo insolidario y un socialismo aplastante, Maritain recordó la definición que santo Tomás ofrece de las personas trinitarias como “relación subsistente”. Cada persona divina existe por y en relación con las demás. Y, aunque no del mismo modo, también pertenece a la esencia o definición del ser humano la relación. El ser humano es a la vez un individuo diferente con sus necesidades materiales y una persona espiritual que crece en la relación con Dios y con los demás. Y así se realiza. Esta idea influiría directamente en los intentos políticos de Emmanuel Mounier, y en el pensamiento personalista de Maurice Nédoncelle, La reciprocidad de las conciencias. Y rebotaría en todos los campos de la teología.
Yo y tú, de Martin Buber
El inspirador de esta corriente que suele llamarse “filosofía del diálogo” es un modesto maestro austriaco, Ferdinand Ebner (1882-1931), enamorado del Evangelio de San Juan (la Palabra hecha carne), y que usó este vocabulario y lo desarrolló en su libro La palabra y las realidades espirituales (1921). Pero el gran difusor fue el filósofo judío austriaco Martín Buber, con su libro Yo y Tú (1923). Celebramos el centenario.
Como Ebner, Buber juntó una serie de reflexiones sueltas, con cierto aire poético y evocador, que tienen la virtud de realzar la importancia que la relación tiene para el ser humano. Relación distinta con las cosas (ello) que con las personas (tú). Con su aspiración a la plenitud de conocimiento y de amor que solo puede darse en la relación con Dios (el Tú eterno), pero que es añorado en toda relación auténticamente humana. Buber tuvo una influencia grande en Guardini y, más tarde, en el teólogo protestante Emil Brunner y en Von Balthasar, y con ellos en toda la teología del siglo XX.
Los fenomenólogos del Círculo de Gotinga
Se trata de una influencia menos localizada. Aquellos primeros filósofos que siguieron a Husserl se fijaron en las vivencias fundamentales del ser humano. Y entre ellas, las más propias de las personas, conocimiento y amor. Edith Stein (1891-1942) hizo su tesis sobre La empatía (1917), es decir la capacidad del ser humano de reconocer al otro como otro, al mismo tiempo que sintoniza con él. Max Scheler (1874-1928) se extendió sobre la Esencia y formas de la simpatía (1923). Por su parte, Dietrich von Hildebrand (1889-1977), discípulo y amigo de Scheler, se fijaría en La metafísica de la comunidad (1930) y más tarde en La esencia del amor (1971); también estudiaría el cambio de actitudes que se producen en la persona al asumir una verdad.
Con una larga cadena, muchas de estas ideas llegaron hasta Karol Wojtyła (1920-2005), y recibirían el impacto de su personalidad, especialmente tras ser elegido Papa (1978-2005) y desarrollar su teología del cuerpo y del amor. También su idea de la “norma personalista”: la dignidad de las personas, como señaló Kant, hace que no puedan ser tratadas solo como medio, sino al mismo tiempo y siempre como fin; además, cristianamente, siempre merecen amor. Para Juan Pablo II, el amor personal, reclamado por Cristo, es la manera adecuada de tratar a una persona, porque es como Dios la trata. Cualquiera puede negarse a corresponder ese amor (será el infierno), pero es a lo que aspira desde lo más hondo y para lo que está hecho, y lo más definitivo de su personalidad.
Influencias teológicas en la Moral
Es evidente que estas ideas renovaron, en primer lugar, la antropología teológica. E inmediatamente la moral. Los principales inspiradores alemanes de la renovación de la moral hacia el seguimiento de Cristo, como Fritz Tillmann (1874-1953) y Theodor Steinbüchel (1888-1949), conocían bien y se inspiraron, respectivamente, en el pensamiento de Scheler y Ebner.
Por su parte, Juan Pablo II, que había hecho su tesis doctoral sobre Scheler, además de la antropología, influyó en temas importantes de moral fundamental (la conciencia y Dios) y en la realización humana en el amor.
La comprensión del ser humano como ser llamado a la relación con otros y con Dios entronca naturalmente con los dos principales mandamientos cristianos, que forman como una cruz, con su vertical hacia Dios, con su horizontal hacia los demás. Y que se realizan plenamente en el corazón de Cristo. Este doble mandamiento de amor personal es el aspecto principal del crecimiento de las personas, la principal virtud. Y, por tanto, el eje de la conducta cristiana, planteado positivamente y no como mero evitar del pecado. Así pasamos de una moral de pecados a una moral de plenitud, ordenando también la moral de virtudes que solo en parte compartimos con los estoicos, ya que la referencia cristiana es la donación en el amor.
Escatología e idea cristiana de alma
Pensar a los seres humanos no solo como seres queridos por Dios, sino como personas llamadas a una relación eterna con Él, también da un nuevo colorido a la idea cristiana de alma. El alma humana no es solo una mónada espiritual que dura eternamente porque no tiene materia.
Esta visión platónica puede aceptarse, cuando se observa al ser humano “desde abajo”. Pero la perspectiva completa es la teológica, desde el Dios creador, y por eso hay que darle la vuelta al argumento. El ser humano es espiritual, capaz de conocer y amar, precisamente porque ha sido destinado desde su origen a una relación eterna con Dios. El fundamento de su existencia eterna está en esa vocación al encuentro con Dios. Esto afecta a todo lo que se refiere a la escatología personal. Y Joseph Ratzinger lo tuvo muy en cuenta al elaborar su pequeño y hermoso manual de Escatología.
En la Eclesiología
También en la eclesiología resultó que este enfoque personalista entroncaba inmediatamente con aspectos fundamentales. La Iglesia es, sobre todo, un fenómeno místico de “comunión de personas”: es “comunión de los santos”, comunión de los cristianos en las cosas santas; o como el propio nombre de la Iglesia indica (ekklesía), es la asamblea convocada para honrar a Dios. Esa unión mística entre los seres humanos es causada por la Trinidad y, al mismo tiempo, es una imagen privilegiada de ella. Y resulta una cierta expansión y participación en la comunión trinitaria por la acción personal del Espíritu Santo, que une a las personas divinas del Padre y del Hijo, y, de otro modo, incorpora a las humanas a esa comunión. Por otra parte, la idea de “comunión” también entronca con la de Alianza: todo ser humano está constitutivamente llamado, desde su origen, a una Alianza personal con Dios que se realiza en la Iglesia.
En la Cristología
Para un cristiano, Cristo es el modelo de ser humano, la imagen que debe realizarse en cada persona. Por eso, las nuevas ideas acabaron influyendo en la Cristología y después refluyeron hacia la antropología. Influido primero por Buber y después por Von Balthasar, Heinz Schürmann (1913-1999), muchos años profesor de Exégesis católica en Erfurt (entonces Alemania del Este, bajo dominio comunista), presentó la vida de Jesucristo como una pro-existencia: un vivir para otros, o en favor de otros. Como también tenía un fuerte sentido espiritual, mostró que esa “pro-existencia” es la finalidad de la vida cristiana como imitación de Cristo. La propuesta, bien razonada, fue bien recibida. Entre otros, por Joseph Ratzinger, que contribuyó a expandirla (también en Jesús de Nazaret).
En la doctrina trinitaria
Precisamente porque el ser humano es “imagen de Dios” un mejor conocimiento de lo que es la persona divina nos lleva a reconocer la importancia de la relación (primero con Dios) en la realización de la persona humana.
Pero también sucede que una mayor conciencia de lo que significa la relación, el amor y la comunión de las personas, lleva después a ver la Trinidad de una manera mucho más “personalista”, completando los aspectos metafísicos. Es verdad que Dios es Uno y Ser, pero también es comunión de Personas en el conocimiento y el amor. Y es muy inspirador que la cumbre de la realidad, el Ser absoluto, no sea una mónada trascendente o un motor inmóvil, sino la comunión viva de las Personas divinas. Misterio en el que, como hemos dicho, estamos llamados a participar. Esta perspectiva da un tono mucho más vital y atractivo al tratado sobre la Trinidad.
Fecundidad e incomodidades
Basta este rápido repaso para advertir qué fecundidad teológica tuvieron estas pocas pero importantes ideas. Permitieron al pensamiento cristiano situarse frente a los grandes modelos de filosofía política, y también frente al reduccionismo creciente al que empujaba a muchos el mejor conocimiento científico de la materia y el hecho de saber que todo está hecho de lo mismo y procede de lo mismo. Era y es muy necesario dar a esa especie de materialismo metafísico un contrapeso personalista que contempla al ser humano desde arriba, desde lo espiritual, como única forma de explicar su inteligencia y libertad y su aspiración al saber, la justicia, a la belleza y al amor.
Como otras corrientes legítimas de la teología del siglo XX el personalismo fue recibido con antipatía en algunos medios tomistas más estrictos. Quizá por una entendible “defensa de territorios”. Como si una teología compitiera con otra, cuando debe hacerse como “suma” de todo lo bueno, y así fue en santo Tomás. Pero la antipatía se convirtió en sospecha, a pesar de que estas nuevas ideas tenían tantas y tan claras conexiones con temas de santo Tomás como la persona en la Trinidad, la creación por la voluntad amorosa de Dios, la existencia personal como fruto del amor de Dios, y el destino eterno de contemplación al que están llamados los humanos.
Algunos que heredaron esa sospecha, defienden todavía que este “personalismo” es una de las causas intelectuales de la crisis de la Iglesia en el siglo XX. La crisis, desde luego, no se puede negar, pero si no se acierta con el diagnóstico, no se puede acertar con la solución. Es un juicio insostenible históricamente, además de una injusticia al valorar a otros intelectuales honrados. No se puede rehacer el pasado, pero se puede hacer el futuro con los medios que tenemos. Primero, la gracia y el auxilio de Dios, y también los tesoros espirituales, intelectuales y morales que ha suscitado en su Iglesia.