Existía ya una antigua tradición conciliar, desde los primeros pasos de la evangelización americana.
Las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y el Celam
Además, en 1899 en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, se desarrolló un Concilio Plenario de América Latina (1899) para estudiar los problemas pastorales. Fue una experiencia interesante con éxito moderado. En 1955, la Santa Sede animó la celebración de otra Conferencia General del episcopado latinoamericano, que tuvo lugar en Río de Janeiro (1955). La asamblea consiguió convocar a unos 350 representantes de diócesis y otras estructuras eclesiásticas. Y fue un éxito: se constató lo común de muchos problemas, se compartieron experiencias evangelizadoras, se vivió una notable experiencia de comunión.
Surgió entonces la idea de crear una estructura estable que permitiera estudiar los temas y convocar reuniones periódicas. Contó con el apoyo de la Santa Sede y así nació el CELAM, Consejo Episcopal Latinoamericano, con sede en Bogotá (1955). No se trataba de una estructura jurisdiccional, como las conferencias episcopales, sino de un organismo de coordinación y asesoramiento. Después de la conferencia de Río de Janeiro (1955), se convocaron conferencias generales en Medellín (1968), Puebla de los Ángeles (1979), Santo Domingo (1992) y en el santuario brasileño de la Aparecida (2007). Forman un cuerpo de reflexión muy importante para la Iglesia en los países latinoamericanos y también para la Iglesia universal.
Tres grandes valores
Con distintos acentos, todas las asambleas tuvieron siempre en cuenta las características comunes del catolicismo en Latinoamérica, que se pueden resumir en tres grandes valores y en tres grandes problemas, que por eso mismo, son también tres grandes retos.
El primer valor es que la fe cristiana es la raíz cultural principal de la mayor parte de las naciones. Tienen una fuerte identidad católica. Y esa fe ha impregnado e impregna profundamente la visión del mundo y del ser humano, las pautas del comportamiento moral, los ritmos y las fiestas de la vida social. Y fundamenta un respeto grande hacia la Iglesia, a pesar de las tensiones que tuvieron lugar con los gobiernos liberales, en el pasado, y con los progresistas en el presente. La Iglesia está muy enraizada en el pueblo y esa categoría, bastante difuminada en Europa, es muy importante en Latinoamérica.
En segundo lugar, la evangelización llegó hasta los lugares más recónditos y hasta las gentes más sencillas. Realmente, los pobres fueron evangelizados, aunque quedaran bolsas de población dispersas sin evangelizar o menos evangelizadas. Esto se hizo con la entrega abnegada de muchísimos evangelizadores y con mucho empeño e ingenio en crear y traducir catecismos a las lenguas indígenas. Es una proeza cristiana comparable a la antigua evangelización europea, incluso mayor por ser tan dilatada. Ese esfuerzo evangelizador ha permanecido en muchas Iglesias locales, ha sido bellamente renovado en Aparecida. La Iglesia en Latinoamérica se siente en misión evangelizadora.
Como resultado hay una fuerte y alegre piedad popular que es un gran valor de la fe en casi todos los países latinoamericanos. La fe acompaña los principales hitos de la vida personal y social con una piedad honda, alegre y festiva. La piedad popular ha sido y es un gran factor de evangelización, sobre todo entre los estratos de población más estables y tradicionales. Así ha sido reconocido valorado e impulsado en las asambleas del CELAM, de la primera a la última. Aunque también se reconoce crecientemente el reto que supone evangelizar a las élites de la cultura en su propio campo: las ciencias, las humanidades, la política, las artes.
Tres grandes problemas y retos
El primer problema crónico de las naciones latinoamericanas ha sido la escasez de clero, y, como consecuencia, de estructuras formativas. En mucha parte se debe a que la mayor parte del clero, durante la época colonial, procedía de la metrópoli. Y a que se decidió no ordenar clero indígena. El problema se agudizó al llegar la independencia. Y se mitigó favoreciendo la llegada de clero extranjero.
Esta tendencia ha cambiado en muchas naciones en los últimos decenios, especialmente en México y, muy notablemente, en Colombia, que se ha convertido en un gran foco de vocaciones misioneras. Se han desarrollado también seminarios y facultades que ya gozan de gran desarrollo y solera. Sería muy bonito contar bien esta historia. El problema de la escasez de clero, sobre todo en zonas rurales, tuvo como efecto positivo el desarrollo en muchos lugares de una estructura de “catequistas” o responsables laicos del mantenimiento de la vida de la Iglesia en muchas comunidades y pueblos. Institución muy estable y con mucho arraigo en zonas rurales.
El segundo reto es la competencia protestante. Al terminar el régimen colonial, y establecerse legislaciones liberales, se admitió, en distinto grado, la libertad de cultos. Y eso dio lugar a la aparición de una presencia protestante urbana, que creció lentamente. Desde mediados del siglo XX, el proceso descolonizador de las naciones africanas hizo que el esfuerzo evangelizador protestante americano (junto con la presencia política) se volcara hacia el sur. Además de desarrollarse las denominaciones protestantes de los Estados Unidos, en dependencia de su origen, se desarrollaron también iglesias pentecostales, carismáticas o evangelistas independientes que dependen sencillamente de la iniciativa de un pastor, y que tienen un tono sentimental, que llega bien a la población sencilla. Este modelo se ha difundido con éxito por toda Latinoamérica y es una presencia creciente; a veces, beligerante con el catolicismo, que consideran herético y pervertido, según la tradición luterana. Esto sucede más en las iglesias independientes, que suelen ser también menos cultas. Da lugar a mucha confusión y a veces a ataques propagandísticos directos, y es una preocupación creciente de los pastores latinoamericanos.
En tercer lugar están los desequilibrios en el desarrollo y la pobreza. En muchas naciones americanas, se observan estratos de población que apenas han llegado a gozar de las ventajas del progreso. A comienzos del siglo XX afectaba a amplios sectores de poblaciones campesinas, generalmente con un fuerte componente indígena o, en algunos casos, descendientes de esclavos africanos. En el curso del siglo XX, se generó otra inmensa bolsa de pobreza, muchas veces miseria, en las barriadas de chabolas que rodean las megalópolis americanas: México, Bogotá, Buenos Aires, Río de Janeiro… Se formaron por los éxodos masivos debidos a las mejores expectativas de vida, muchas veces ilusorias, por la guerra y violencia terrorista en el campo; y también por el aumento de la población, al mejorar en medio de todo las condiciones sanitarias. Son inmensas poblaciones desarraigadas con fenómenos de marginación, violencia y tráfico de droga. Y contrastan mucho con el alto standing y los hábitos consumistas del estrato “VIP” de la población.
Estas desigualdades tan patentes y cercanas han golpeado la conciencia cristiana de los pastores y de personas sensibles. ¿Cómo se pueden tolerar diferencias sociales tan agudas en naciones cristianas? ¿Qué se puede hacer?
Tiempos complejos
Fidel Castro tomó el poder en Cuba el 1 de enero de 1959. Contaba con el apoyo de muchos cristianos y también, matizadamente, del arzobispo de Santiago (Pérez Serantes). Vale la pena leer, por cierto, el estudio que hizo Ignacio Uría, Iglesia y revolución en Cuba. Castro derribó una dictadura corrupta, pero la pronta deriva comunista y totalitaria del régimen defraudó las esperanzas cristianas, y su aproximación a la Unión Soviética convirtió a Cuba en una lanzadera de propaganda comunista para toda Latinoamérica, y alarmó a los Estados Unidos que comenzaron a interferir mucho más en todos los aspectos de la vida política y cultural.
El posconcilio resultó distinto en las naciones americanas que en las europeas, por la primacía de las cuestiones pastorales sobre las litúrgicas o doctrinales, y la fuerza de las tradiciones y piedad popular, que absorbían gran parte del trabajo pastoral. El impacto de mayo 68 fue también menor, porque había menos sacerdotes jóvenes.
En cambio, la cuestión de la pobreza y del desarrollo se colocaron sobre la mesa con una urgencia insoslayable. De una parte, estaba la flagrante realidad, que hería las conciencias. Problemas tan inmensos no se podían abordar con una política tradicional, tantas veces lenta, corrupta e ineficaz. Se necesitaban medios de otro orden, mucho más poderosos y radicales.
Nuevas tensiones
En ese contexto, la expansión ubicua del pensamiento marxista proporcionó un análisis rápido y simplista de las causas y de las soluciones, y mostraba al alcance de la mano una nueva sociedad igualitaria. Solo había que pasar por la purificación revolucionaria, que ya estaba en marcha en muchos lugares. Invitaba a lanzarse por los fines aunque no estuviese siempre clara la licitud de los medios: la violencia, además de una notable manipulación de la vida cristiana. Pero existía ya una tradición teológica sobre la legitimidad cristiana de la revolución e incluso del tiranicidio (Padre Mariana). En realidad, la mezcla de simplismo, utopía, violencia y manipulación no podía salir bien, pero entonces era difícil verlo. Lo ocultaba la esperanza y el misticismo revolucionarios.
Toda la Iglesia latinoamericana, pero especialmente los sectores más sensibles y más jóvenes, sintieron el tirón: el patetismo de los problemas y la ilusión de soluciones revolucionarias, rápidas y radicales. En unas Iglesias bastante tradicionales y de costumbres muy arraigadas, emergieron de repente y con fuerza cuatro fenómenos distintos pero emparentados: las comunidades de base, los cristianos para el socialismo, los curas revolucionarios, y en ese clima surgieron también las distintas versiones de la Teología de la Liberación, tantas como teólogos: Leonardo y Clodovis Boff, Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría, Juan Luis Segundo; también la teología argentina del Pueblo de Lucio Gera. Seguirían caminos distintos en unos casos para radicalizarse (Leonardo Boff) y en otros para matizarse en la medida en que ganaban experiencia. Pero parte importante de la cruda realidad era la pobreza que estaba delante de los ojos. Esto no se puede olvidar.
La Conferencia General de Medellín (1968)
Cuando se convocó la Conferencia General de Medellín, todo este mundo bullía y estará presente en el subsuelo de la conferencia, provocando tensiones, pero también análisis certeros y esfuerzos felices de equilibrio, que también fueron discernimiento.
Propiamente la conferencia surgió en el contexto del Concilio Vaticano II, cuando el episcopado latinoamericano que se había reunido durante las sesiones conciliares quiso pensar la aplicación del Concilio a las circunstancias de las naciones latinoamericanas. El documento preparatorio estaba muy inspirado en Gaudium et spes, pero también en Mater et Magistra de Juan XXIII, y en Populorum progresio de Pablo VI. Y lo mismo sucedería con las conclusiones.
Se hizo coincidir la convocatoria con el XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, en Bogotá. Asistieron 137 obispos y 112 delegados, representantes de todas las naciones presentes en el CELAM. Era entonces Secretario General, Mons. Eduardo Pironio, que más tarde sería presidente y que llevó adelante eficazmente los trabajos. Este obispo argentino está en proceso de beatificación.
Los resultados
Siempre es difícil hacer un juicio de conjunto de los grandes documentos de la Iglesia. ¿Por qué criterio te guías? ¿Por lo que resulta más novedoso? ¿Por lo que ha tenido mayor impacto o ha sido más repetido? También cabe la tentación de hacer una cabriola hermenéutica como la que se hizo con el propio Concilio, que es sustituir la letra de los documentos del Concilio por el espíritu del Concilio. Cabe también sustituir la letra de Medellín por el espíritu de Medellín, pero esto suele suponer que se sustituye lo que dice el documento que todos votaron por el espíritu del que hace la hermenéutica.
Medellín trabajó sobre dieciséis áreas, que aparecen reflejadas en sus capítulos. Y se pueden dividir en tres áreas. La primera se refiere a la promoción humana: sobre la justicia y la paz, la familia y la demografía, la educación y la juventud; la segunda área, a la evangelización y el crecimiento de la fe: con la reflexión sobre la pastoral de las élites culturales, artística o políticas, de la catequesis y de la liturgia; y la tercera área se refería a las estructuras de la Iglesia, con la misión que corresponde a cada protagonista; trata de los movimientos de laicos, los sacerdotes y religiosos y su formación, la pobreza de la Iglesia, la pastoral de conjunto y los medios de comunicación social. El documento refleja en todas sus partes los valores y también esos problemas que se convierten en retos. Un hito en la reflexión que va de Río de Janeiro a Aparecida.
Para documentarse mejor
Este artículo debe mucho a los trabajos del profesor Josep-Ignasi Saranyana y de la profesora Carmen Alejos. Además de muchos artículos se debe mencionar la monumental Teología en América Latina, de la que afecta a este artículo el volumen cuarto. Y la sintética obra del profesor Saranyana, Breve historia de la teología en América Latina, que tiene páginas muy logradas y originales sobre los últimos decenios del siglo XX. Es muy oportuno recordarlo porque estos temas suelen ser muy ignorados por falta de información sintetizada. Pero afecta a un aparte muy importante de la Iglesia católica y están muy vivos. Por eso, merecen ser recogidos y estudiados como parte relevante de la teología del siglo XX.