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Nuestro padre San José

Las carmelitas descalzas del Monasterio de San José de Ávila comparten con nosotros su profunda devoción a San José en este año dedicado al santo patriarca.

Omnes·27 de diciembre de 2020·Tiempo de lectura: 4 minutos

La figura de José de Nazaret es tan simpática como popular. Hoy día son miles los devotos y admiradores que le siguen, le rezan, le invocan. Pero no siempre fue así.

Quizá en la actualidad pocos recuerden quién fue la promotora de esta singular devoción tan olvidada durante siglos: Santa Teresa de Jesús, la andariega de Dios, la gran mística del Carmelo. Curada por él milagrosamente de una parálisis irreversible a sus veinticinco años, le guardó toda la vida tal agradecimiento, tal cariño, que puso casi todas sus fundaciones bajo su patrocinio, celebrando su memoria con grandísima fiesta.

Las carmelitas descalzas de la primera fundación teresiana tenemos larga experiencia de ello. San José de Ávila es el primer monasterio del mundo que lleva como titular al santo Patriarca. Siempre le hemos considerado el amo, el padre, el dueño, el protector, y se nos llena la boca al nombrarle con esa entrañable invocación, tan propia de la Orden del Carmen: Nuestro Padre San José. Incluso se cuenta en los procesos de canonización de la Santa cómo, entre las primeras descalzas, no era raro que a veces le sintieran andando entre ellas. Su fiesta se ha celebrado siempre en este monasterio con gran entusiasmo y solemnidad.

En cuanto a imágenes, hay dos en nuestro convento que tienen una historia peculiar. La de la fachada, obra de Giraldo de Merlo, que representa al santo llevando de la mano al Niño Jesús -que a su vez tiene en la suya una sierra de carpintero- fue regalo personal del rey Felipe III. Y la que preside el retablo de nuestra iglesia – de la escuela de Manuel Pereira- fue coronada canónicamente al finalizar del IV Centenario de la Reforma Teresiana en 1963, y es una de las dos únicas imágenes de San José coronadas en España.

Devociones y otras prácticas de piedad nunca han faltado en nuestra comunidad, como los Siete Domingos, el rezo de sus dolores y gozos el día 19 de cada mes o el Mes de San José, siendo alimento constante de nuestra vida de oración. En nuestra comunidad existe la costumbre, el primer día del mes de marzo, de colocar sobre el altar del coro, debajo de una hermosa imagen del santo, un estuche que sirve de peana donde las hermanas van introduciendo sus peticiones en forma de carta personal con esta dirección: N. P. S. José. El Cielo. En ellas expresamos al santo Patriarca las intenciones que llevamos más dentro del corazón, haciéndonos eco también de las necesidades del mundo entero, entre las que destacan las de nuestros familiares, amistades y devotos que nos piden que les encomendemos.

Pero quizá donde más se manifiesta ese amor entrañable al padre de Jesús sea en el recurso constante a su valimiento, en toda ocasión y de las maneras más originales. En un año de fuerte y persistente sequía, las hermanas hicieron una procesión por la huerta llevando cada una un cuadro de san José (en todas las celdas tenemos uno muy sencillo) y lograron la deseada lluvia.

A todas nos sucede que, al iniciar el noviciado en este convento, notamos algo muy especial en torno a la figura de San José. A otros santos –sean los de la Orden del Carmelo o los de la Iglesia universal- se les quiere, se les reza, se les obsequia. Pero con N. P. S. José tenemos todas una confianza y una predilección que solo se puede comparar con el amor a Cristo y a su Madre Santísima. Para nosotras san José es como si fuera un padre bondadosísimo al que todas recurrimos cuando los demás recursos fallan. Su imagen preside siempre en el altar del coro e incluso cuando colocamos otra imagen por ser alguna fiesta de otra advocación, siempre añadimos una imagencita pequeña o un cuadrito para que san José no falte jamás.

En cuando a aspectos más espirituales, no cabe duda de que el ejemplo y la presencia de San José han marcado profundamente la historia de la comunidad. Ya lo dice la Santa en sus escritos: “Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa sino en el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió. Casas eran estas adonde se podía tener poca recreación” (Camino de Perfección 2, 9). O, como añadía San Pedro de Alcántara al contemplar el primer palomarcico, en vísperas de su fundación: “Verdaderamente es propia esta casa de San José, porque se me representa el pequeño hospicio de Belén”. San José ha sido siempre como la pequeña casa de Nazaret, un convento pobre, pequeño, silencioso, de poco ruido. Cuando se leen las semblanzas biográficas de nuestras madres antiguas –de algunas es muy poco lo que se sabe- se comprende que todas han ido por ese camino humilde, sin brillo, sin exterioridades. Así como el gran santo del silencio, el santo sin protagonismos que fue N. P. S. José. No hay en esta casa nada que llame la atención, sino una vida de oración, trabajo, obediencia y alegría como muy bien pudo ser la vida de la Sagrada Familia de Jesús. Aquí no hay cosas llamativas, hechos extraordinarios, sino la santificación de lo cotidiano al compás del Evangelio, en ese heroísmo callado y oculto que forja a los santos que nunca subirán a los altares, pero que no por eso son menos santos. Y ese estilo de vida es, sin duda ninguna, el que N. Sta. Madre soñó para nosotras, siguiendo las huellas del padre de Cristo.

N. P. S. José es el Padre y Protector de nuestro monasterio. Es el que nos saca de apuros, el que nos sirve de tabla de salvación ante cualquier necesidad grave o leve. Es nuestro modelo de virtudes y el mejor maestro de oración. Esta es su casa. Por eso sabemos que él la cuida con esmero y que, en cuatro siglos y medio, nunca ha permitido que pasara nada que pudiera perjudicar seriamente a la comunidad. Ya lo dijo la gran Santa, cuando narró la fundación de San José de Ávila: “Que a la una puerta nos guardaría él (san José) y nuestra Señora la otra” (Vida 32, 11).

Agradecemos al Papa Francisco su preciosa inspiración de dedicar un año a San José. Deseamos que muchos se aprovechen de las gracias de este año jubilar y se acreciente el amor a este gran santo.

Carmelitas descalzas San José de Ávila

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