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¿Se aparece la Virgen María?

La aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego es una de las apariciones marianas verificadas por la Iglesia y mundialmente conocida. A pesar de que son muchas las noticias de apariciones, la Iglesia católica es muy cuidadosa a la hora de determinar su veracidad, falsedad o posibilidad.

Alejandro Vázquez-Dodero·12 de diciembre de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos

Desde el inicio de la cristiandad, el amparo y la ayuda de la Virgen María por los cristianos ha sido una constante en la Historia. La devoción mariana, humus de fe confiada y filial, se apoya, en muchas ocasiones en apariciones de la Madre de Dios a diversas personas en un tiempo y lugar.

Las apariciones de la Virgen son uno de los temas en los que la Iglesia pone más cuidado y estudio antes de determinar la veracidad de estas apariciones que son, cuando se producen, epicentro de fe en Dios.

Concepto de “aparición mariana”.

Para la Iglesia católica la Revelación –el darse a conocer Dios a través del hombre– concluyó con la muerte del último de los Apóstoles. Con ello, el depósito de la Fe ya presentaba todo lo que necesariamente debe ser creído o practicado en orden a la salvación eterna o arribada al cielo de las almas.

Pero lo anterior en nada obstaculiza que haya revelaciones privadas –apariciones, visiones, mensajes…– de Dios, los santos, y también de la Virgen María.

Naturalmente, la Iglesia se reserva la autoridad para emitir un juicio auténtico sobre las visiones o apariciones, para aprobarlas o no, teniendo en cuenta que, aunque ayuden al pueblo cristiano a incrementar su religiosidad, no son cuestiones de fe necesaria.

Las apariciones marianas son las manifestaciones de la Virgen María ante una o más personas, en un lugar y tiempo histórico concretos, de las cuales la Iglesia católica se pronuncia para determinar su veracidad, falsedad o posibilidad.

Algunas de las apariciones han originado lugares de culto o peregrinación de gran relevancia religiosa, como la basílica de Guadalupe, o los santuarios de Fátima y Lourdes. Otras apariciones han inspirado el nacimiento de órdenes religiosas, como los carmelitas, mercedarios o concepcionistas.

Sobre las posibles apariciones la Iglesia es extremadamente cauta, prudente, y caritativa, y ante todo subraya la distinción entre la revelación pública, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y que constituye el “depositum fidei”, y las revelaciones privadas, a las que nos estamos refiriendo en este fascículo. La revelación pública, como decíamos, está acabada, pero no completamente explicitada, correspondiendo profundizar en la riqueza de su contenido bajo la guía del Magisterio –la tarea de enseñar de la Iglesia– en el transcurso del tiempo.

No podemos pretender que la aprobación de una aparición mariana garantice las palabras que los videntes transmitan como pronunciadas por María. No se trata de la Sagrada Escritura ni de una inspiración divina, sino de algo que la Madre de Dios ha querido comunicar en un momento determinado, con un fin concreto y a través de unos videntes en particular.

Así, el Catecismo dispone en su punto 67 que “A lo largo de la historia ha habido revelaciones llamadas ‘privadas’, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de ‘mejorar’ o ‘completar’ la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia”.

¿Hay unas apariciones verdaderas y otras falsas?

En cuanto a las apariciones –que serían revelaciones privadas– podemos clasificarlas asimismo en públicas o privadas.

De entre las apariciones públicas, o con relevancia externa, la Iglesia ha reconocido, a fecha de hoy, casi una treintena como de origen sobrenatural. Estas serían algunas de las más conocidas:

La primera es la Virgen del Pilar, que se apareció al apóstol Santiago en Zaragoza, España, en torno al año 40.

Más tarde, en siglo XIII, la Virgen del Rosario en Francia y la Virgen del Monte Carmelo en Tierra Santa.

En el siglo XVI la Virgen de Guadalupe en México, Nuestra Señora de Velankanni en la India –hoy Bharat–. En el siglo XVII Nuestra Señora de Laus en Francia.

A finales del siglo XVIII Nuestra Señora de La Vang en Vietnam.

En el siglo XIX en Francia la Medalla Milagrosa, Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra Señora de la Salette, Nuestra Señora de Lourdes, Madre de la Esperanza y Mª Madre de Misericordia; también en dicho siglo Nuestra Señora de Knock en Irlanda.

Y en el siglo XX Nuestra Señora de Fátima en Portugal; Madre de Dios y la Virgen de los pobres en Bélgica; Nuestra Señora de todos los Pueblos en Holanda; en Italia Nuestra Señora de la Revelación y la Virgen de la Lágrimas; Nuestra Señora de la Oración en Francia; Nuestra Señora de América en USA; Nuestra Señora de Akita en Japón; Mª Virgen y Madre Reconciliadora en Venezuela; la Virgen de Capua en Nicaragua; la Madre del Verbo en Ruanda; Nuestra Señora Soufanieh en Siria; Mª del Rosario de san Nicolás en Argentina; y la Guardiana de la Fe en Ecuador.

La Iglesia, además, ha declarado la falsedad de algunas apariciones, entre las que destacamos Bayside en USA, Belluno en Italia, y el Palmar de Troya en España.

Por último, nos referiremos a algunas apariciones de dudosa veracidad, cosa que no implica que sean consideradas necesariamente falsas, pues en un futuro cabría contar con su reconocimiento: Garabandal en España, Nuestra Señora de Zeitun en Egipto, y la Reina de la Paz en Medjugorje, Bosnia.

¿Cómo aprueba la Iglesia una aparición mariana?

Ante todo, hay que destacar la inexistencia de regulación alguna acerca de este fenómeno, ni en el Código de Derecho Canónico ni en ningún otro instrumento. Sí contamos con el Observatorio de apariciones y fenómenos místicos vinculados a la figura de la Virgen María en el mundo, creado por la Pontificia Academia Mariana Internacional con el objetivo de analizar e interpretar los diversos casos de apariciones marianas que esperan un pronunciamiento de la autoridad eclesiástica sobre su autenticidad.

La Iglesia reconoce que Dios –personalmente o a través, por ejemplo, de su Madre– pueda hablar directamente a algunas almas y les comunique algún bien, para sí mismas o para la sociedad. Pero, como ha quedado dicho, esas revelaciones no añaden nada a la doctrina cristiana, ya revelada por Cristo y siempre en proceso de estudio y discernimiento por parte del Magisterio. La finalidad de esas revelaciones sería la ayuda dispensada por la Virgen para vivir la fe de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia.

Para verificar la autenticidad de las apariciones la Iglesia valorará fundamentalmente los siguientes elementos: el equilibrio mental de quien diga ser vidente; su nivel de educación cultural y doctrinal, así como su comunión con la Iglesia; su probidad de vida o vida virtuosa, pues aunque María pueda aparecerse a cualquiera, no parece admisible que vaya a mostrarse a quienes aparecen como pecadores o lejanos a Dios; si surge algún afán de lucro económico con motivo de las apariciones; la transparencia y naturalidad, para descartar que cualquier aparición se centre en quien diga ser vidente sin más; el número de apariciones y el contenido del mensaje recibido; los signos extraordinarios vinculados a las apariciones, como las curaciones, milagros, fenómenos cósmicos, etc.; los frutos espirituales, como las conversiones o, en general, los frutos en las almas de quienes disfruten de las apariciones; y el acatamiento de los supuestos videntes a las disposiciones del ordinario del lugar, en general el obispo.

Si tras esa verificación la autoridad eclesiástica –el obispo del lugar o la Santa Sede– aprueba la aparición objeto de estudio, ésa se podrá creer con fe únicamente humana, contando con que en tal aparición no aparece nada contra la fe y las costumbres y consta que se debe a causas sobrenaturales.

En definitiva, los aspectos a tener en cuenta para poder aprobar una supuesta aparición mariana serán la persona del vidente, el contenido de la visión o aparición, su naturaleza, forma y finalidad.

En cuanto al proceso de aprobación, nos encontramos con varios grados: declaración favorable del obispo, cuando éste manifiesta que esas supuestas apariciones no contienen nada contrario a la fe o la moral; permiso para la celebración de la liturgia, cuando se permite celebrar la santa Misa en el lugar de las apariciones; reconocimiento papal, cuando la aparición tiene una notoria repercusión a nivel mundial; y por último reconocimiento litúrgico, cuando la aparición pasa a formar parte del calendario litúrgico.

La aprobación puede ser realizada por el propio obispo, en el bien entendido que si la Santa Sede no ha intervenido en la misma ello no quiere decir que la rechace.

Notas comunes a las apariciones marianas aprobadas por la Iglesia.

De las diversas apariciones aprobadas por la Iglesia podemos concluir una serie de aspectos generalmente comunes a todas ellas, y que de algún modo vienen a verificar su autenticidad:

Los videntes son personas psicológicamente sanas y sencillas. No manifiestan desviaciones emocionales, y evitan enfocar la atención hacia sus personas. Antes de la aparición, en varios casos, no eran particularmente espirituales ni pretendían tener visiones.

La humildad, el huir de la autorreferencialidad, y el admitir que pueda ser algo ilusorio si la autoridad eclesiástica así dispone, son notas comunes a los videntes. Además, otra muestra de su humildad es que sean capaces de obedecer a la autoridad cuando así disponga.

La aparición conlleva una serie de pruebas y dificultades para las vidas de los videntes, que serán normales o no, y siempre requerirán hechos o muestras sobrenaturales.

Suelen tener lugar en lugares aislados, de silencio, que invitan al recogimiento y la oración.

El mensaje que les transmite la Virgen normalmente exhorta a vivir el Evangelio, aumentar la vida de piedad y las obras de misericordia y a recordar aspectos olvidados de la Fe o en proceso de olvido.

En definitiva, nos encontramos con sucesos que, aunque no formen parte del depósito de la Fe, pueden ayudar a fortalecer esa Fe y a conocer qué querrá Dios, a través de la Virgen María, para sus hijos los hombres en un momento determinado de la historia de su salvación.

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