Estimados lectores,
¿Qué esperamos del Adviento? ¿Qué creemos que se acerca?
Cuando éramos niños, vivíamos las cuatro semanas anteriores a la Navidad como un período de espera, lleno de ilusión, de la próxima celebración del nacimiento de Cristo. La corona de Adviento y el calendario de Adviento, la preparación de panes especiales y galletas de Navidad aumentaban nuestra expectación ante la próxima celebración y eran hitos en un tiempo que parecía interminable.
Como adultos, aprendemos que el Adviento es más que una preparación para la celebración de un acontecimiento pasado: el nacimiento de Cristo. Es, además, un tiempo para dirigir nuestra atención a la preparación de la futura venida de Cristo en gloria. Porque la fe de la Iglesia es que aquel que vino a nosotros como el pobre niño sin hogar de Belén vendrá de nuevo como el Señor triunfante de toda la creación.
El Adviento es, pues, un período que mira hacia atrás y recuerda el anhelo histórico de la venida de Cristo y el acontecimiento de su nacimiento. El Adviento también mira con fe hacia el futuro, hacia el regreso de Cristo y la gloria. Durante las cuatro semanas de Adviento, recordamos las acciones de Dios a lo largo de la historia de la humanidad que prepararon la venida del Salvador y esperamos que las historias se completen con el regreso del Salvador.
La presencia de Dios en el Adviento
El Adviento es una de las épocas favoritas del año. Su música, sus colores, sus tonalidades menores y sombrías, sus imágenes, sonidos y olores tienen un gran poder evocador. Aunque todavía no se han cumplido todas las promesas de Dios en este tiempo de Adviento, tenemos la convicción sentida de que, incluso en la experiencia de lo incompleto, se cumplirán las grandes promesas de Dios.
Además, es un tiempo lleno de signos seguros y de esperanza confiada en que llegará la Navidad; y con la Navidad nacerá entre nosotros la promesa de Dios. En todos los años de nuestra vida esa esperanza nunca se ha visto defraudada. La Navidad siempre ha llegado.
Ahora es el momento de decidirnos a actuar conforme a nuestra fe y a desempeñar el papel que nos corresponde en la misión de Jesús por el bien del mundo. Unidos a Jesús, somos instrumentos de Dios para llevar la paz y la alegría del Reino de Dios a todos aquellos cuyas vidas tocamos.
Ahora es el momento de reconocer que no somos nosotros los que esperamos a que Dios actúe. Es Dios quien espera que le dejemos actuar. No esperemos ni un momento más.