En la fiesta de la Dedicación del Templo, Jesús se revela como puerta del redil de las ovejas y como buen pastor. Dice “Yo soy” la puerta de las ovejas, el buen pastor, haciendo eco a las palabras de Dios a Moisés, donde “Yo soy” es su nombre. Jesús es la puerta que permite a las ovejas salir de los límites del redil y pastar en libertad. Si la puerta está cerrada, entra el ladrón por otra parte y roba, mata y destruye. Para Jesús, el ladrón es quien ha venido antes de él y, veladamente, también quien guía a su pueblo ahora. Por dos veces dice: “Yo soy el buen pastor”. Es más, en griego: “el pastor bello”, donde la belleza no es tanto una connotación física, cuanto la belleza de todo su ser y su actuar, en contraste con el pastor feo, que es el mercenario al que no le importan las ovejas y si ve venir al lobo, huye.
Jesús explica las tres acciones en que consiste su belleza, con las cuales el pastor bello “da” su vida. “Dar”, en griego tithēmi, que significa poner, meter, colocar. Intentamos dar distintos matices al único verbo. La primera belleza del pastor es que “expone” (al peligro) su propia vida cuando ve venir al lobo. Le interesan las ovejas y se juega la vida, la fama, el prestigio, el honor. El mercenario no conoce a las ovejas, las trata en grupo; el pastor bello, en cambio, dice: “Conozco las mías y las mías me conocen a mí”, y este conocimiento recíproco, que en la Biblia es el conocimiento del amor, es igual al que hay entre el Padre y el Hijo. Cuando Jesús repite: doy la vida por ellos, se puede entender: “dispongo” de mi vida, no guardo para mí, como un tesoro celoso, esta vida de amor con el Padre, sino que la participo a los míos, que entran en la comunión de amor que existe entre el Padre y yo.
Jesús tiene otras ovejas que no son de este redil, que escucharán su voz y se convertirán en un solo rebaño (¡no es un solo redil!), un solo pastor. El original dice “un solo rebaño, un solo pastor”: entre rebaño y pastor no hay conjunción, porque rebaño y pastor tienen una misma vida. “Por eso el Padre me ama porque ‘deposito’ mi vida para las ovejas y la ‘recojo’ de nuevo”, como un vestido. Lo propio de Dios es dar la vida y darla en abundancia.
Esto es lo que hace el pastor bello por nosotros, deposita su vida sobre el altar de la cruz y la retoma en el sepulcro nuevo. Los jefes daban al pueblo muchos preceptos y mandamientos para retenerlo en el redil, Jesús recibe sólo un mandamiento del Padre: dar la vida por las ovejas, para liberarlas del redil y llevarlas a pastos de vida eterna. Con el ejemplo del pastor bello, nos preguntamos si logramos vivir como él y en él, respecto al pequeño rebaño que él mismo, en la Iglesia, nos ha confiado.
La homilía sobre las lecturas del domingo IV de Pascua
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.