Vecinos y familiares se alegran con Isabel, pero no con Zacarías, porque siempre hay cierta vergüenza en hablar con un mudo y relacionarse con los que han caído en desgracia. Y así, la vergüenza se vuelve cómplice de la frialdad, el malestar del desafortunado aumenta y se siente dejado de lado.
María deja que todas las atenciones sean para Isabel, pero se da cuenta de que Zacarías se siente marginado. Se acerca y se regocija con él. Ella, que conocía sus confidencias, sabía que tenía la esperanza de recuperar la voz con el nacimiento de su hijo. Por eso sabe que ahora podría desanimarse, y le previene con una palabra de ánimo. Le dice que la recuperación de la voz le llegará de repente, cuando Dios lo quiera, y será como un nuevo nacimiento. Le aconseja que no piense en cuándo sucederá, porque no se puede predecir. Pero se acerca el momento, porque otras dos profecías que el ángel había dicho se habían cumplido: “Isabel te dará un hijo” y “muchos se alegrarán de su nacimiento”. La tercera palabra que se refería a Zacarías –“tendrás gozo y júbilo”– aún no se completó del todo: gozo sí, pero júbilo todavía no, porque le falta la voz para jubilar.
“Zacarías: es la hora de cultivar la fe, la esperanza, la sabiduría sacerdotal. Llegará el día en que recuperarás la voz y entonces alabarás al Señor como nunca lo has hecho en tu vida”. María oró al Hijo del Altísimo que crecía en su seno, para que pidiera a su Padre que pronto devolviera la voz a Zacarías, de modo que pudiera dar a conocer al mundo las obras que Dios había obrado en él.
Hubo siempre mucha armonía entre Zacarías e Isabel. Todo lo que le había pasado en el templo, Zacarías se lo había contado a su mujer, con escritos y gestos. También el detalle del nombre: “Le pondrás por nombre Juan”. Isabel, alineada con la voluntad de Dios y con su marido, trastorna las tradiciones de los familiares y del pueblo. Zacarías es cuestionado con un simple gesto. Saben que escucha y que comprende, pero le dejan de lado. Supusieron que estaría de acuerdo en darle su nombre a su hijo, pero no le preguntaron nada antes. Zacarías sufre hasta el final la vergüenza de vecinos y familiares que no le hablan y solo le hacen un gesto de asentimiento, a pesar de que solo es mudo, y no sordomudo. Zacarías pide una tablilla en la que escribir para que no haya dudas y finalmente puede dar un signo externo de adaptación voluntaria al mensaje del ángel y por tanto de Dios: “Juan es su nombre”, escribe.
Dios acepta el gesto de obediencia y de fe de Zacarías y suelta su lengua, y Zacarías dice palabras proféticas de bendición y alabanza: “Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo: porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”.
La homilía sobre las lecturas de la Natividad de san Juan Bautista
El sacerdote Luis Herrera Campo ofrece su nanomilía, una pequeña reflexión de un minutos para estas lecturas.