Lecturas del domingo

Lecturas domingo III de Pascua

Andrea Mardegan comenta las lecturas del domingo III de Pascua y Luis Herrera ofrece una breve homilía en vídeo. 

Andrea Mardegan·14 de abril de 2021·Tiempo de lectura: 2 minutos

Los dos discípulos de Emaús habían experimentado el modo delicado de Jesús de meterse en su conversación, y la luminosidad de sus explicaciones: lo que ocurrió a Jesús de Nazaret estaba en las Escrituras. No es muerte y derrota, sino vida y victoria. 

Llegados a la meta, que aparece rápido cuando se va en buena compañía y las conversaciones están abiertas a un futuro de esperanza, le invitan a quedarse con ellos porque se hacía tarde. Jesús permanece, parte el pan, lo distribuye y desaparece. Entonces entienden que está resucitado y vivo, y la tarde ya no es tarde, y sus pies ya no están cansados: vuelan a dar la buena noticia a Pedro y a los otros. Se encuentran con los hermanos y las hermanas en la fe, no hay hora tardía que valga, y les comunican su experiencia de vida y de salvación. 

Justo en ese momento, vuelven a ver a Jesús: en la fraternidad de la Iglesia y en la comunión siempre está presente Él. La primera palabra que dice es “paz”. Lleva la paz, y la paz es uno de los signos de su presencia. Como pasó en la tempestad del lago, se llenan de miedo y piensan ver a un fantasma. Un espíritu humano sin cuerpo da miedo, porque no hemos tenido experiencia de eso, y porque nos sugiere la muerte. Jesús, casi sorprendido por la sorpresa de ellos, pregunta: “¿Por qué os asustáis, y por qué admitís esos pensamientos en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Y dicho esto, les mostró las manos y los pies”. Primero vieron, luego tocaron. Es tan importante el cuerpo del Señor, que Jesús se deja tocar sin temor. 

Luego, Jesús ve que “no acababan de creer por la alegría”, quizá porque no estamos acostumbrados a pensar que una alegría así de grande pueda ser verdadera: que nuestro maestro, que había muerto, haya vuelto a la vida. Que la muerte haya sido vencida para siempre, que el futuro sea el reino de la vida: si tenemos tanta alegría estamos soñando. 

Entonces, conociendo el gran poder de comunión y la fuerza de realidad que tiene comer juntos, les pide comida, le dan un pez asado y lo come delante de ellos. Después repite el discurso que hizo a los de Emaús, añadiendo citas de los Salmos. Así es de importante la Escritura, que es citada por tres veces en pocas frases: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”, “abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras”, “les dice: Así está escrito”. La Escritura y sus profecías, su experiencia viva y la palabra de Jesús, los convierten en testigos de la conversión y del perdón de los pecados en todo el mundo. Y a nosotros con ellos. 

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