«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Heb 10, 7), con estas palabras se presenta la misión de Cristo, remitiendo a la autoridad del Padre y la obediencia del Hijo. Autoridad y obediencia aparecen aquí de modo muy diferente a como hoy las percibimos al hilo de las demandas por los distintos tipos de abusos, especialmente en la vida consagrada. Cuando menos, ambos términos despiertan cierta sospecha y recelo, sin embargo, ninguna de estas reacciones las hallamos en Cristo respecto del Padre, “al principio no era así” (Mt 19, 8).
La autoridad es la cualidad del autor, el autor tiene autoridad sobre su obra y tiene con ella una relación de autoría. La obra ha salido de sus manos, mejor aún, de su corazón. Conforme aquellas palabras del libro de la Sabiduría: “Amas todo lo que has creado, pues si no, no lo habrías creado” (Sabiduría 11, 24). De la misma manera que el artista plasma lo que lleva en su corazón, así también, el autor divino ha plasmado lo que lleva eternamente en su Corazón. Dios es “el Padre de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Efesios 3, 15), es el principio de toda autoridad (cfr. Romanos 13, 1), y es un principio sagrado, que en griego se dice “jerarquía”. Y este principio, esta autoridad, quiere nuestra santificación (cfr. 1 Tesalonicenses 4, 3), nuestra salvación, que conozcamos la verdad (cfr. 1 Tesalonicenses 2, 4-5).
Ante tal designio amoroso, Cristo escucha atentamente, es decir, obedece para llevar a cabo la salvación. Autoridad, jerarquía, salvación, verdad, obediencia… Encuadrar adecuadamente estos términos es esencial para adentrarnos rectamente en el problema de los abusos.
Solo si los comprendemos a la luz de la verdad de Dios y la relación entre ellos, caeremos en la cuenta de su bondad y, por ende, de la gravedad de los abusos.
En la vida consagrada
La vida consagrada aparece desde el inicio como un intento de vivir un seguimiento de Cristo más radical, lo cual es un bien, sin duda alguna.
En este deseo de seguimiento e imitación de Cristo, la vida consagrada puede ser un lugar donde crecer en gracia, en servicio a Dios y a los hombres, pero, por desgracia, el mismo ámbito de consagración se presta a ser caldo de cultivo para que puedan ocurrir situaciones de abuso. Situaciones que, por otra parte, pueden darse en cualquier otra relación humana donde hay una autoridad, (familia, escuela, trabajo, política…), pero que en la vida consagrada son más acuciantes por la misión de vivir y mostrar la caridad de modo particular.
Todo tipo de abuso es, tal cual lo dice el término, una forma de uso que se distancia de lo que debería ser, para buscar el interés propio, y no el bien común, el bien de la comunión. Dios no “usa” su creación, y mucho menos a su Hijo o a los hombres, sino que disfruta de la relación con ellos, disfruta de la comunión, de esa relación en la que todos crecen en la caridad.
Por eso, todo abuso es un pecado, que deteriora y puede destruir la caridad, la relación con Dios, y siempre primero a quien comete el abuso, aunque no lo piense. Siendo así la condición del hombre, hemos de reconocer que pecado hubo, hay y habrá mientras los hombres, cada uno en particular, no luchen por convertirse a Jesucristo. Dado que el pecado distancia al hombre de Dios, hemos de señalar también que hay un oscurecimiento de la fe y la esperanza junto con la caridad: se oscurece la vida divina en el creyente.
Buscar a Dios
Es fundamental tener en cuenta tanto el origen divino de la autoridad como la realidad del hombre. Esta perspectiva antropológica que considera al ser humano como creado, caído y redimido, es la clave para poder entender su acción, y también para poder actuar adecuadamente en las situaciones de abusos.
Para poder prevenir, en la medida de lo posible, cualquier tipo de abuso, en particular en el ámbito religioso, es necesario repensar la situación desde la perspectiva de la relación a Dios. Una persona que abusa de otra se está buscando a sí misma, luego es una persona que se halla en una gran debilidad y carencia, aunque externamente no lo parezca. Es alguien que no se sabe, ni se siente, amado por Dios y, por eso, busca otros amores. Estas situaciones no son fáciles de discernir, porque a veces se puede llegar a situaciones de abuso pretendiendo buscar el servicio a Dios, como le hubiera ocurrido a santa Marta de no haber sido advertida por el Señor. Se trata de inquietudes no santas, sino mundanas y hasta pecaminosas. Son casos de manipulación psicológica comunes a otros ámbitos, que tienen el agravante de ocurrir en un ambiente religioso.
Reconocer los abusos
Por otro lado, hay otras personas que ante estas debilidades personales, el modo que tienen de reaccionar es la búsqueda de seguridad y firmeza en otros, por lo cual, la convergencia de un tipo y otro de personas, dominantes y dependientes, facilita la aparición de abusos. A todo esto hay que añadir la dificultad humana, en todos los ámbitos, para reconocer los propios errores, debilidades y pecados. Reconocer un abuso es difícil para ambos, abusador y abusado, más de lo que inicialmente se puede pensar. Con esto no se quiere decir que los abusados sean solo y siempre personas débiles: una persona fuerte puede ser objeto de abusos, pero será más fácil que los detecte o que encuentre forma de defenderse, buscar apoyos, denunciar y salir; si bien hay situaciones de abuso que pueden acabar destruyendo esta fortaleza inicial.
En momentos de confusión cultural como los que vivimos, es normal que se den procesos en los que algunas personas, quizá con buena intención, acaben haciendo mal. Es importante discernir entre liderazgo y autoridad. Hay personas que tienen un carácter fuerte, capaces de atraer a otros y conducirlos hacia una meta. Pero este liderazgo no es identificable con la autoridad, en el sentido que antes la hemos descrito. Nuestra sociedad, por las experiencias dolorosas con la autoridad, ha derivado a un rechazo de la misma, y ha extrapolado esta situación de lo humano a lo divino, acabando por rechazar a Dios. Lo peor es que este recelo mundano hacia la autoridad se ha colado también en la Iglesia, y del mismo modo que en el ámbito mundano se buscan líderes, así también en la Iglesia se puede caer en fomentar el liderazgo frente a la autoridad. Entender lo que es cada cosa y sus diferencias resulta también hoy una tarea urgente.
La dificultad para descubrir y detener estos procesos, como nos muestran los casos que conocemos, es bastante más difícil de lo que pensamos inicialmente. El mal se esconde y se defiende. Así, el deseo de unidad puede acabar en uniformidad, la discreción en secretismo, el apartamiento en aislamiento…. Por eso, también sería importante promover un estudio más detallado y exhaustivo de la acción humana, para poder saber mejor cómo se configura la intención, cómo se mueve la voluntad, cuándo la intención se desvía, cuál es el papel de la afectividad en este proceso, etc.
La compleja situación actual requiere un replanteamiento teológico del problema, un análisis más detallado de la situación cultural, también intraeclesial, un estudio más detenido de la acción humana, y seguir con el recurso a los medios espirituales y psicológicos para prevenir, detener y sanar los abusos.
profesor de la Universidad de San Dámaso



