Experiencias

Mauro Piacenza: “Estar disponible para oír confesiones es una prioridad”

El Papa Francisco nombró al cardenal Mauro Piacenza (Génova, 1944) Penitenciario Mayor de la Santa Sede en 2013. Fue antes subsecretario, secretario y prefecto de la Congregación del Clero. Es, por tanto, persona indicada para hablar de cómo potenciar la práctica de la confesión sacramental en este Año de la misericordia.

Enrique Carlier·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos

Lo ha recordado el Papa Francisco en su reciente libro-entrevista El nombre de Dios es misericordia: la experiencia más importante que un creyente debe vivir en este Año jubilar de la Misericordia es “permitir a Jesús que le salga al encuentro, acercándose con confianza al confesonario”. Sobre cómo contribuir, sacerdotes y seglares, a la práctica de la confesión conversamos con el actual Penitenciario Mayor de la Santa Sede.

En el Año de la Misericordia será central que los fieles acudan al sacramento específico de la Misericordia de Dios, la confesión. Pero, ¿no habría que profundizar en la idea del perdón, la realidad del pecado y la necesaria reconciliación con los hermanos?

—Ciertamente, la cuestión fundamental en un jubileo es siempre la “conversión” y, por lo tanto, la protagonista es la confesión sacramental. Para nosotros, peregrinos en este mundo y pecadores, el discurso sobre la misericordia sería vano si no llevase a la confesión, a través de la cual discurren las frescas y regenerantes aguas de la divina misericordia.

Todos nosotros, pastores, hemos de mostrar la caridad pastoral eminentemente con nuestra disponibilidad generosa para escuchar confesiones, favoreciendo la acogida de los fieles y siendo nosotros mismos penitentes asiduos. La educación para una buena confesión comienza con la formación de la conciencia de los niños en orden a  su primera sagrada comunión.

Allí donde se da una crisis en la frecuencia de este sacramento fundamental se ha de decir que la crisis está “in capite”, en la cabeza; es una crisis de fe. Para confesarse es necesario tener sentido del pecado, porque la primera manera de resistir al mal es saberlo reconocer, y llamarlo por su nombre: “pecado”.

Mirando al crucifijo se percibe qué es el pecado y qué es el amor. Pero para una mirada así se requiere silencio interior, sinceridad con uno mismo, eliminar esquemas prefijados y prejuicios, lugares comunes que, por respirarlos en el aire, por ósmosis se han incrustado progresivamente en nosotros.

Confesionarios en el Paseo de Coches del Retiro durante la JMJ de Madrid.

El cruzar la Puerta Santa, término de un recorrido o peregrinación, tiene su término “lógico” en la reconciliación. Y ésta es condición para lucrar la indulgencia jubilar.

—Normalmente se llega a cruzar el umbral de la Puerta Santa después de una peregrinación, larga o corta. Ella dispone el ánimo durante el camino, en el que se recuerda la índole peregrinante de la Iglesia en el tiempo, y nos hace comprender el sentido de nuestra misma vida. Durante la peregrinación se medita, se reza, se dialoga con el Señor de la misericordia, se hace examen de conciencia, se pide la gracia de la conversión. Entre otras cosas, de este modo se toma conciencia también de la ineludible dimensión comunitaria y se comprende que la reconciliación con Dios implica asimismo la reconciliación con los hermanos, que constituye la consecuencia de la primera.

Y se cruza la Puerta que simboliza al Salvador mismo, que es la verdadera puerta por la cual se entra en el redil santo de Dios. Porque no se trata de cumplir simplemente un rito, una ceremonia; se exige la contrición de corazón, el apartamiento del pecado, también del venial, la profesión de la fe, la oración por las intenciones del Sumo Pontífice, y acceder después a la confesión sacramental y a la comunión eucarística.

¿Cuáles son las principales causas de que la práctica de la confesión haya descendido en las últimas décadas?

—Ante todo debemos considerar el contexto general de la sociedad y los llamados “desafíos”, a los cuales no siempre hemos sabido dar la respuesta justa y oportuna.

Otras causas relevantes hunden sus raíces, a mi juicio, en una crisis de fe que, a su vez, es debida en buena parte a una acción pastoral teológicamente débil. De ahí la progresiva pérdida del sentido de pecado y del horizonte de la vida eterna. Quizá se ha hecho demasiada pastoral a base de eslógans y de intelectualismos, y así se ha alejado a los confesores y a los penitentes del confesonario.

¿Cómo se podría recuperar la práctica de la confesión?

—Es cuestión del marco general de la pastoral. Conviene recordar que la pastoral es la más noble de las atenciones que procura la Iglesia, pero si quiere ser realista y eficaz debe dejar manos libres al Espíritu Santo, por medio del cual ha de realizarse la traducción práctica de la doctrina auténtica. Sólo así se garantiza que el actuar sea el del Buen Pastor.

Cuando hay esta garantía, entonces puede darse la más fecunda y sana creatividad, teniendo presentes los lugares, ambientes, culturas, edades, categorías, sesibilidades, etcétera, pero todo siempre sobre la base de la unidad de la fe.

Desde Roma, Usted tendrá una visión de conjunto muy enriquecedora. ¿Considera que es suficiente el tiempo dedicado por los sacerdotes al confesonario?

—En general, el tiempo que se dedica es ciertamente escaso. Se tiende demasiado a hacer miles de cosas, miles de actividades. Pero lo sustancial es, sin embargo, reconciliar a las personas con Dios y con su prójimo; favorecer la paz de las conciencias y, por tanto, la paz familiar y social; combatir la corrupción; favorecer la recepción frecuente de la santa Comunión con las debidas –y por tanto fructuosas– disposiciones.

En muchos lugares los sacerdotes son escasos numéricamente con respecto a las necesidades de evangelización, pero, por eso mismo, es necesario elegir bien las prioridades; y entre estas ocupa un lugar privilegiado la disponibilidad para escuchar confesiones.

Los sacerdotes, ¿cómo pueden ser mejores confesores? ¿Qué esfuerzo y disposición se les pide en este Año?

—A este respecto, querría señalar que la vida espiritual y pastoral del sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su cualidad y fervor, de la práctica personal asidua y consciente del sacramento de la penitencia. En un sacerdote que se confiesa raramente o mal, su ser sacerdote y su hacer de sacerdote se resentirían muy pronto, y lo advertiría también la comunidad de la cual es pastor.

En el dejarse perdonar se aprende también a perdonar a los otros. Este Año de la Misericordia puede ser providencial también para conducir a los seminaritas a convertirse en buenos confesores, y para promover programas pastorales: poniendo en práctica en las diócesis sabias iniciativas como dar a conocer los horarios de confesiones; colaborando en cada zonas pastoral; potenciando, sobre todo en Cuaresma  y en Adviento, las celebraciones penitenciales comunitarias con confesión y absolución personales; poniendo atención para que existan horarios más adaptados a las diversas categorías de personas.

Durante este Año, el Papa ha concedido a todos los sacerdotes la facultad de absolver la censura de excomunión por el pecado de aborto. ¿Cómo debe actuar el sacerdote en esos casos especiales?

—Sobre este punto conviene aclarar las ideas, porque hay gran confusión en la opinión pública.

La absolución del pecado de aborto no está reservada al Papa, sino al obispo (cfr. canon 134§ 1), que puede delegarla a otros sujetos y al penitenciario diocesano (cfr. canon 508 § 1), a los capellanes en los lugares que atiende, en las cárceles y en los viajes por mar (cfr. canon 566 § 2). Gozan de tal facultad también los sacerdotes pertenecientes a las Órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, etc.). Están habilitados para ello también  todos los sacerdotes, indistintamente en los casos de peligro de muerte (cf. can. 976). En muchas diócesis se confiere esta facultad a todos los párrocos; en otras, a todos los sacerdotes en los tiempos de Adviento y de Cuaresma; y en otras, a todos si aprecian un grave incomodo en el que se confiesa, en caso de que no se le absolviera.

Como quiera que sea, es bueno saber también que el penitente no está incurso en la excomunión si el delito de aborto ha sido cometido antes de los 18 años, si no sabía que a tal pecado iba aneja una pena, si no tenía la mente plenamente lúcida o si la voluntad no era plenamente libre (piénsese en un temor grave o un escaso uso de razón).

En todo caso, está claro que el confesor sabrá acoger con bondad, sabrá escuchar, sabrá consolar, sabrá dirigir hacia el respeto a la vida, sabrá abrir horizontes de arrepentimiento, de propósitos para el futuro y de alegría en gustar el perdón, la misericordia de Dios. Sobre este horizonte aflorará espontáneamente el deseo de reparación, y después el mismo sacerdote sabrá completar, con su oración y penitencia, la respuesta de amor al Dios de la misericordia.

Cuando acuden a la confesión personas que viven en una situación matrimonial irregular, ¿cómo han de atenderlos? En algunos casos no podrán absolverles…

—Subrayo siempre que en la acogida y escucha se debe procurar la máxima delicadeza y atención. El hecho mismo de que estas personas acudan al confesonario se revela como algo positivo.

No es posible en estas pocas líneas dar una respuesta exhaustiva. Sería necesario distinguir entre quien se encuentra en una situación matrimonial “irregular” (divorciados vueltos a casar, los que conviven sin estar casados, o los casados sólo civilmente) de quienes se encuentran en una situación matrimonial “difícil” (separados y divorciados). La diferencia es esencial, en cuanto que los que se encuentran en situaciones matrimoniales difíciles sólo están en peligro de caer en un estado objetivamente contrario a la ley de la Iglesia.

Ciertamente, cuando el confesor no pueda impartir la absolución, deberá ofrecer comprensión, actuar de manera que no se rompan los puentes, garantizar su oración a estas personas, manifestarse siempre disponible a escuchar, animar a la oración, hacer comprender la preciosidad de participar en la Santa Misa festiva, hacer comprender la maravilla de leer la Palabra de Dios, así como de la visita al Santísimo Sacramento para un diálogo corazón a corazón con Jesús; abrir la posibilidad de participar en grupos de oración o dedicados a obras de misericordia.

Deberá después ser claro en decir que no se deben sentir fuera de la Iglesia; ellos no han sido jamás excomulgados. Tal vez hay un equívoco sobre esto, que es bueno aclarar, e igualmente conviene hacer comprender con claridad el motivo de su exclusión de la recepción de la Eucaristía. Por experiencia de confesor –y confieso asiduamente–, nunca me ha pasado que personas pertenecientes a las categorías arriba señaladas no me lo hayan agradecido y pedido poder volver.

En cuanto al modo de vivir hoy los aspectos litúrgicos particulares de este sacramento, ¿cuáles se podrían cuidar, conocer o valorar más?

—Existe un Ritual de este sacramento, cuyo uso se ha convertido en obligatorio a partir del 21 de abril de 1974, que se debe respetar, valorar y encontrar también el modo de ilustrarlo a los fieles. Al usarlo y al hacerlo objeto de catequesis se debería tener presente tanto el aspecto individual como el comunitario.

Al no ser un ceremonial rígido, se debe actuar en un modo sagrado, sabiendo que se está administrando la preciosísima Sangre del Redentor, que aquí el protagonista no es el sacerdote que confiesa, sino Jesús, el Buen Pastor, y que el sacerdote, por tanto, debe ser sólo el reflejo del Buen Pastor, el canal de transmisión de las aguas frescas y regeneradoras del Amor misericordioso. También el vestido del confesor deberá estar en consonancia con quien administra un sacramento. Normalmente se usará el confesonario ubicado en la iglesia y dotado de una rejilla que asegura el respeto máximo del fiel. Todo esto está regulado por el canon 964 del Código de Derecho Canónico.

Naturalmente puede haber otros casos particulares, por ejemplo con ocasión de un campamento para los jóvenes, etc. Me ha ocurrido recientemente que tuve que confesar durante un vuelo y también en un aeropuerto; son ambas óptimas ocasiones que no habría tenido si no llevase siempre el vestido eclesiástico, que me sitúa en condición permanente de servicio.

¿Cómo se vivirá en Roma la iniciativa del Papa “24 horas para el Señor”, del 4 al 5 de marzo? ¿En qué consistirá? ¿Cómo se puede preparar esa cita con la misericordia de Dios en todo el mundo?

—En Roma se iniciará en la basílica de San Pedro con una celebración penitencial comunitaria (Liturgia de la Palabra, homilía, silencio para la meditación y examen de conciencia, confesión individual de los presentes en varios confesonarios, y agradecimiento común al Padre de la misericordia). Después en todas las iglesias elegidas, se expondrá el Santísimo Sacramento. Se podrá acudir a los confesores a cualquier hora del día durante esas 24 horas.

La iniciativa está siendo muy bien aceptada, sobre todo por los jóvenes. El hecho de que todas las diócesis respondan a tal invitación educa también en un profundo sentido de eclesialidad. Será también una ocasión privilegiada para ilustrar la belleza de la comunión de los santos.

Un problema frecuente para los confesores es la falta de preparación de los penitentes, causa de que algunas confesiones se alarguen innecesariamente. ¿Qué recomendaría al confesor para acoger a los fieles, pero sin alargarse demasiado y desanimar a otros que esperan su turno?

—Conviene llevar a los fieles a una buena confesión desde el momento de la primera Comunión; después se debe explicar la diferencia entre una conversación, la dirección espiritual y la confesión sacramental. Es útil disponer con antelación de folletos o impresos con esquemas de examen de conciencia, y si es posible diferenciados por edades, etc.

El mismo confesor deberá esforzarse en no parlotear, sino en hablar con sobriedad, claridad y dulzura, e ir a lo esencial y ayudar al penitente a ir también a lo esencial, sin hacerle sentirse a disgusto. Conviene buscar el equilibrio y la prudencia, y si se ha formado una cola, decir al penitente que más tarde o también una vez termine la cola le podrá escuchar más ampliamente.

El autorEnrique Carlier

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Algunas tareas actuales para la teología moral

¿Qué papel corresponde hoy en la Iglesia y en el mundo a la teología moral? No voy a hacer un cuadro completo para responder a esta pregunta.

Ángel Rodríguez Luño ·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 10 minutos

¿Qué papel corresponde hoy –en la Iglesia y en el mundo– a la teología moral? No voy a hacer en estas páginas un cuadro completo para responder a esta pregunta. Quisiera fijarme solamente en algunas cuestiones más fundamentales, ateniéndome a las preocupaciones manifestadas por el Papa Francisco. ¿Cuáles son las tareas más urgentes?

Para dar respuesta a esta pregunta, quizá haya que plantearse primero en qué estado se halla nuestro mundo. Sin necesidad de repasar los diferentes diagnósticos que se han propuesto, se puede afirmar que está muy extendida una actitud de indiferencia o desinterés hacia la verdad. Tras la pretensión de verdad se ha querido ver una lucha por el poder (Foucault), y se ha sustituido la búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza por el actuar espontáneo. Algunos autores han descrito nuestra sociedad como una sociedad líquida (Bauman); otros prefieren llamarla sociedad del rendimiento (Byung-Chul Han). Todos estos diagnósticos señalan el final de la sociedad disciplinaria, basada en la existencia de una autoridad. Ahora, en cambio, el obrar tiene la prioridad, y no hay otro bien ni otro mal que los que cada uno –o la mayoría– decide. Se cumple así la máxima de Nietzsche, para quien la salvación no se encuentra en el conocimiento, sino en la creación. Creación de un lenguaje y, a partir de él, de una moral: términos como “interrupción del embarazo”, “muerte digna” o “relaciones de pareja” configuran los contornos de la nueva moral, en la que es la voluntad del hombre la que decide qué le conviene y qué no.

Ante este panorama, cuando han desaparecido las bases mismas de un discurso racional sobre lo bueno, ¿qué puede hacer la teología moral? ¿Qué cabe esperar?

En primer lugar, urge recordar que Dios existe y es un Dios activo y comprometido con el mundo. Hay una afirmación de Romano Guardini, escrita hace setenta años en El ocaso de la época moderna y que hoy parece cumplirse: “El mundo meramente profano no existe; ahora bien, cuando una voluntad obstinada consigue elaborar algo hasta cierto punto semejante a este tipo de mundo, esa construcción no funciona”; ¿qué sucede entonces?: “Sin el elemento religioso, la vida se convierte en algo parecido a un motor sin lubrificante: se calienta. A cada instante se quema algo” (III.5). La sociedad “quemada” (The Burnout Society) es precisamente el título de uno de los libros de pensamiento más vendidos en el último año. En síntesis, una sociedad contraria a la verdad del hombre y de su libertad no es satisfactoria. Como tampoco puede serlo una situación de ceguera para el ser humano. Lo ha recordado recientemente el Papa Francisco: “No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle” (Laudato si’, 205). Una de las tareas que se abre para la teología moral consiste, pues, en recordar a cada persona su dignidad. Ahora bien, eso le exige encontrar de nuevo su lugar en la vida de la Iglesia –y en la de los fieles.

La misión de la teología moral

En la mente de muchos, sigue presente la idea de la moral como una instancia autorizada –a menudo percibida como autoritaria– que señala lo que está permitido y lo que no lo está, lo que es pecado y lo que no lo es. Esta concepción tiende a contraponer autoridad y libertad, o ley y libertad, y a colocar la moral en el primer miembro de estos binomios. Su tarea consistiría sólo en señalar los límites (negativos) del actuar humano.

Ahora bien, ¿es eso una concepción adecuada de la teología moral? Tal vez podía –y debía– lanzarse una crítica de este estilo a ciertas morales que habían caído en el extremo de una casuística minuciosa y dispersa, y no ofrecían una visión orgánica y positiva del actuar humano. Sin embargo, me parece del todo injusto hacer ahora esa misma crítica, después de la renovación que ha tenido lugar. En las últimas décadas han visto la luz numerosos tratados que presentan el mensaje moral de Cristo como una propuesta eminentemente positiva y orgánica. Los intentos han sido variados, como variados han sido los enfoques en que se ha comprendido la vida cristiana: como una vida filial, como el seguimiento de Cristo, como un caminar a la luz del Amor, como una respuesta a la llamada a ser santos, etc. En todos estos casos, la moral no se presenta ya como una lista de prohibiciones, sino como una invitación: una propuesta de vida que mira a la felicidad humana, en la tierra y en el Cielo.
Así entendida, tarea de la teología moral es recordar a las mujeres y a los hombres de hoy que Dios tiene un proyecto para cada uno. Que Dios nos ha amado y nos ha llamado singularmente –desde antes de crear el mundo (cfr. Ef 1, 4)– a ser felices viviendo en plenitud nuestra propia condición humana redimida por Cristo. Una presentación de este tipo se encuentra con desafíos, entre los que señalo algunos a continuación.

Redescubrir la belleza de Cristo

El Papa Francisco se ha hecho eco de una vieja acusación al recordar a los cristianos que no pueden tener habitualmente “cara de funeral”, que no sería correcto vivir un cristianismo “de Cuaresma sin Pascua” (Evangelii Gaudium, 6, 10). Es la vieja tentación del hijo mayor de la parábola, que consiste en vivir una fe triste, apagada, y que mira en el fondo con envidia el comportamiento inmoral de quienes llevan una vida lejos de Dios –o, al menos, lejos de la Iglesia. Una fe que ve en Dios a un patrón para el que hay que trabajar como siervo, esperando al final una justa recompensa. Una fe que ve en la voluntad de Dios una limitación de la propia libertad (cfr. Lc 15, 25 ss.).

Frente a esta tentación, se alza una de las verdades más ciertas del Cristianismo: que no somos siervos, sino hijos, “y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8,17). El Papa recuerda constantemente que “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, 1), pues en Él reconocemos a un Dios que nos ama incondicionadamente, que no se cansa de perdonarnos y acogernos en su abrazo paterno, y que “se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos” (Misericordiae vultus, 9).
Corresponde a la teología moral presentar de modo orgánico esa invitación de Dios, que alcanza todos los aspectos de la vida humana. San Juan Pablo II amaba recordar aquella enseñanza del Concilio: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”, hasta tal punto que Cristo “revela plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 22). Jesucristo es la Luz del mundo, que ilumina los problemas y las inquietudes de los hombres. Su misterio es para nosotros a la vez llamada y respuesta, y, de ese modo, es el Camino hacia el Padre. Un camino tan exigente como atractivo. En él descubre el hombre el esplendor de la verdad sobre sí mismo y sobre aquello que más le importa: la vida y la muerte, el matrimonio y la amistad, el trabajo y el sufrimiento.

Despertar las conciencias

Con todo lo que viene dicho, queda aún por plantear una cuestión fundamental: ¿cómo despertar el sentido de Dios en un mundo que parece indiferente ante el sufrimiento ajeno?
El testimonio de los cristianos es, sin duda, una parte importante de la respuesta: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). Junto a eso es necesario despertar la presencia ignorada de Dios que se halla en el corazón de cada mujer y de cada hombre. Hay un deseo de Dios –que hay que ayudar a reconocer– en la búsqueda de felicidad, de plenitud, de un amor duradero, tal como recordaba la encíclica Spe salvi.

Y hay también una presencia real de Dios en la conciencia moral. Es conocido lo que escribió el beato John Henry Newman en su Carta al Duque de Norfolk: “La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de los vicarios de Cristo” (n. 5). La conciencia es la luz, la chispa que Dios ha puesto en el hombre para alcanzar la felicidad por el camino de la verdad y del bien. En un mundo centrado en el individuo, pero al mismo tiempo sediento de felicidad y con una cierta nostalgia del absoluto, la vía de la conciencia es otra de las que la teología moral está llamada a explorar.

El Papa Francisco lo ha hecho recientemente a partir de la conciencia ecológica. El problema del medio ambiente es moralmente relevante para el mundo contemporáneo, está en la mente de todos, y en él sí se reconoce un espacio a la verdad y el bien. A partir de la preocupación por el ambiente, y la inaplazable necesidad de un cuidado real de la Creación, el Papa señala un complemento fundamental a la ecología ambiental: la ecología humana. Esta implica “algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una ‘ecología del hombre’, porque ‘también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo’” (Laudato si’, 155).

Pues bien, la conciencia es precisamente la instancia donde se manifiesta a cada uno esa verdad sobre sí mismo y sobre el mundo, sobre lo que es bueno hacer y sobre cómo comportarse en relación con el ambiente y con los demás. “En lo profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón” (Gaudium et spes, 16).

El grito de la conciencia puede ser capaz de despertar a un mundo dormido e indiferente, con tal de que no se la quiera neutralizar concibiéndola como el reducto de la subjetividad, lo que en realidad no es, porque la conciencia también remuerde. En efecto, “la dignidad de la conciencia deriva siempre de la verdad: en el caso de la conciencia recta, se trata de la verdad objetiva, acogida por el hombre; en el de la conciencia errónea, se trata de lo que el hombre, equivocándose, considera subjetivamente verdadero” (Veritatis splendor, 63).

El camino de la Misericordia

Llegados a este punto, es posible volver a lo que veíamos antes. En efecto, la respuesta real a ese grito de la conciencia es Jesucristo. El mal que un hombre ha cometido puede ser grande, el mal en el mundo puede hacerse insoportable: el siglo XX ha sido testigo de ello. Sin embargo, los cristianos sabemos que esa no es la última palabra. Dios ha hablado. Como escribió san Juan Pablo II en su último libro: “El límite impuesto al mal, cuyo causante y víctima resulta ser el hombre, es en definitiva la Divina Misericordia” (Memoria e identidad, 73).

El Papa Francisco nos lo recuerda ahora con particular urgencia, animándonos a redescubrir el amor incondicional de Dios por el hombre para ponerlo en primer plano en la misión de la Iglesia. La misericordia es la principal manifestación de la omnipotencia de Dios, y debe ser también el primer mensaje de la Esposa de Cristo, hasta tal punto que, según escribe en la bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia: “La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (n. 10).

Ahora bien, ¿en qué consiste la misericordia? ¿Cómo se vive? ¿Cuál es su relación con la verdad y la justicia? Se trata de cuestiones inaplazables, pues presentan consecuencias prácticas en la pastoral ordinaria de la Iglesia. Conviene notar en todo caso que, aunque los hombres podamos plantearnos conflictos entre Misericordia y Verdad, entre Misericordia y Justicia, no podemos olvidar que en Dios se identifican. Sería un error caer en el banal antropomorfismo que asume contradicciones que no pueden existir en Dios. Con todo, la cuestión sigue abierta: en la vida de la Iglesia, ¿qué significa concretamente recorrer ese “camino del amor misericordioso y compasivo”? A esta pregunta, como a las anteriores, debe dar una respuesta la teología moral.

Ciertamente, parte de la misma se encuentra ya en la llamada a rechazar la indiferencia, y en las actitudes de com-pasión, de apertura y acogida que tantas veces ha señalado –de palabra y con infinidad de gestos– el Papa Francisco. Sin embargo, quien acoge al pecador arrepentido no se encuentra en la meta, sino en el inicio del camino. El modelo divino, tal como se revela en la historia de la salvación, es otro. Basta pensar en la historia del Éxodo, que la Iglesia relee cada año durante la Cuaresma: la acogida y el perdón continúan después en un camino de acompañamiento. Una y mil veces el Señor perdona a su pueblo, acoge sus deseos de renovación y le recuerda cuál es su vocación más profunda y cuál es el camino que le lleva a vivir como hijo suyo querido. Es la historia del Dios fiel, compasivo y misericordioso. Precisamente uno de los nombres de la misericordia en el Antiguo Testamento, hesed, tiene mucho que ver con la fidelidad divina.

La misma idea se encuentra en el Nuevo Testamento. Jesús acoge a pecadores y enfermos, perdona sus pecados, cuida sus dolencias, y deja después que, como Bartimeo, le sigan por el camino (cfr. Mc 10, 52). “Anda, y en adelante no peques más”, dice a la adúltera después de perdonarla (Jn 8, 11). Así pues, misericordia es acoger, y misericordia es también acompañar, esto es, dar cada vez más espacio a la luz de Cristo en las almas, ayudar a las almas a “caminar en la verdad” (cfr. 2 y 3Jn). Podría decirse que el perdón es la puerta de entrada a la vida renovada que Cristo ofrece a cada uno; el inicio, tantas veces repetido en la existencia de una persona, de la vida según el Espíritu que Cristo entregó.

Del sentimiento, a la actitud virtuosa

Para entender que no hay contradicción entre misericordia y verdad, habría que distinguir la misericordia como mero sentimiento de la misericordia como actitud virtuosa de caridad. En mi experiencia pastoral siempre me ha sucedido que, ante quien me manifestaba su estado de sufrimiento interior, surgía en mí un espontáneo sentimiento de compasión y un intenso deseo de decir o hacer algo que aliviase el dolor ajeno. Pero cuando se quiere pasar de ese sentimiento inicial a la acción que ayuda y trata de resolver el problema, se hace necesario aplicar la inteligencia, y entonces hay que preguntarse: ¿cuáles son las causas de esa triste situación?, ¿cuáles podrían ser los remedios? Mi experiencia de 40 años de sacerdote es que nunca he conseguido arreglar nada apoyándome sobre datos falsos u ocultando la realidad. Es como si ante una persona que se presenta con una herida profunda y de muy mal aspecto le dijéramos: “No te preocupes, no es nada, no es necesario proceder a una desinfección dolorosa, se curará sola”. Esa ligereza bonachona se suele pagar muy caro.

La desinfección es a veces molesta. Por eso en ocasiones también el mensaje de Cristo es costoso. Significa tomar decisiones difíciles, y sobrellevar situaciones dolorosas. No hay que olvidar que la vida de Jesús pasa por el árbol de la Cruz, que, como señalaron los Padres, es la contrapartida del árbol que fue testigo del primer pecado. Así, la misericordia, que tiene en el sacrificio de Cristo su más alta manifestación, es también una puerta abierta a la humildad. Exige aprender a dejarse amar por Dios, y reconocer que la propia existencia no es solamente una tarea que llevar a cabo, sino sobre todo un don que hay que recibir.

Tal vez sea esta precisamente la parte más difícil para el mundo actual, tan marcado por el engreimiento superficial y la autosuficiencia infantil. Es algo que el Papa Francisco parece tener muy presente: “No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal” (Laudato si’, 224). Encontrar la misericordia es también dejarse encontrar por ella; dejarse sorprender y conducir por el mismo que nos dice: “Ven y sígueme”. Eso requiere una actitud de humildad y apertura, que significa no querer ya determinar lo que está bien y lo que está mal, sino justamente dejar que sean el Bien, la Verdad y la Belleza los que determinen nuestra actuación.

Todo esto exige a la teología moral un esfuerzo de proponer siempre de modo renovado el camino del perdón y del seguimiento, de modo que, en la conciencia y en la vida de los cristianos, la luz de Cristo brille cada vez más intensamente. Así, lo que comenzó como un encuentro –tal vez inesperado– con el abrazo del Padre, culminará en la vida del hijo al que mueve solamente el amor.

El autorÁngel Rodríguez Luño 

Profesor ordinario de teología moral fundamental
Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma)

FirmasAndrea Tornielli

Las verdaderas emergencias

El drama de las migraciones representa un reto de primer orden para Occidente. En esta ocasión, Andrea Tornielli dedica su columna mensual en nuestra revista a subrayar el enfoque del Papa Francisco durante la audiencia con el Cuerpo Diplomático.

9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Todo el mundo (sobre todo los círculos político-mediáticos de Occidente) nos dice diariamente que la mayor emergencia mundial en este momento es el ISIS, el califato musulmán con su carga de terror fundamentalista que amenaza y mata a otros musulmanes y a las minorías religiosas de la región. Claro que sí, esta es una verdadera emergencia. Pero el Papa Francisco nos dice que en realidad la mayor emergencia es otra: la de las migraciones y los refugiados.

De esta manera se expresó el Pontífice el pasado 11 de enero ante el Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, es decir, los embajadores de los países del mundo que tienen relaciones diplomáticas con el Vaticano.

Este año el discurso estuvo centrado en el tema de las migraciones. El Papa destacó la necesidad de establecer planes a medio y largo plazo en materia migratoria, que no se queden en la simple respuesta a una emergencia, y que sirvan para una integración real en los países de acogida, además de favorecer el desarrollo de los países de proveniencia con políticas solidarias que no sometan las ayudas a estrategias y prácticas ideológicas ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a las que van dirigidas.

Francisco también subrayó el esfuerzo europeo por ayudar a los refugiados, y pidió que no se pierdan los valores de acogida, aunque reconoció que estos a veces se vuelven “una carga difícil de soportar”.

Este es el tema: Europa no tiene que olvidar sus valores, integrados también por su herencia cristiana. Frente a los migrantes no puede simplemente cerrar su frontera. Llama mucho la atención el hecho de que sobre este tema falta todavía una mayor conciencia de todas la Iglesias del continente.

“Gran parte de las causas que provocan la emigración”, dijo el Papa, “se podían haber ya afrontado desde hace tiempo. Así se podría haber evitado o, al menos, mitigado sus consecuencias más crueles. Todavía ahora, y antes de que sea demasiado tarde, se puede hacer mucho para detener las tragedias y construir la paz. Para ello, habría que poner en discusión costumbres y prácticas consolidadas, empezando por los problemas relacionados con el comercio de armas, el abastecimiento de materias primas y de energía, la inversión, la política financiera y de ayuda al desarrollo, hasta la grave plaga de la corrupción”.

El autorAndrea Tornielli

Vaticano

Diálogo interreligioso. Como hermanos ante el Creador

La sinagoga de Roma ha acogido con calor a Francisco, como ya hizo con san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ha sido también invitado a la mezquita.

Giovanni Tridente·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Acogido por los aplausos, mezclado entre los bancos para estrechar la mano de los presentes. La tercera visita de un pontífice a la sinagoga de Roma –después de la histórica primera vez de san Juan Pablo II en 1986 y de la de Benedicto XVI en 2010– ha estado caracterizada por no menor entusiasmo.

El Papa ha llegado en el Templo Mayor el domingo 17 de enero por la tarde, para celebrar los cincuenta años de la publicación de Nostra Aetate, la declaración del Concilio Vaticano II que abrió el camino a la consolidación de las relaciones entre la Iglesia católica y los hebreos.
Precisamente a mediados de diciembre, la Comisión vaticana para las relaciones religiosas con el hebraísmo había difundido un documento en el que se hacía balance de los resultados alcanzados en estos cincuenta años. El texto destacaba la importancia de la profundización “en el conocimiento recíproco”, así como el común compromiso “en favor de la justicia, de la paz, de la salvaguardia de la creación y de la reconciliación en todo el mundo” y la lucha contra toda discriminación racial. Una buena parte del documento estaba evidentemente reservada a la “dimensión teológica” del diálogo, que aún ha de ser más estudiada.

La visita del Papa Francisco al Templo Mayor de Roma se sitúa en el surco de esta positiva “tradición”, y así ha sido recibida por quienes lo acogieron y hospedaron: hebreos romanos, representantes del hebraísmo italiano, rabinos italianos y delegaciones rabínicas de Israel y de Europa. El rabino jefe de Roma, Riccardo di Segni, ha hablado de “un acontecimiento cuyo alcance irradia a todo el mundo un mensaje benéfico”.

En su saludo al Santo Padre, Ruth Dureghello, presidenta de la Comunidad Hebrea de Roma, ha declarado solemnemente que “hoy escribimos una vez más la historia”. Un Papa que ya siendo arzobispo de Buenos Aires cultivaba sólidas relaciones con el hebraísmo –él mismo ha recordado que solía “ir a las sinagogas a encontrarse con las comunidades allí reunidas, seguir de cerca las fiestas y las conmemoraciones hebreas y dar gracias al Señor”– y que las ha “reafirmado desde los primeros actos de su pontificado”, sobre todo condenando en diversas ocasiones el antisemitismo.
En efecto, ha señalado Dureghello, “el odio que nace del racismo y encuentra su fundamento en el prejuicio o, peor, usa las palabras y el nombre de Dios para matar, merece siempre nuestro rechazo”. De esta conciencia nace “un mensaje nuevo” ante las tragedias contemporáneas: “La fe no genera odio, la fe no derrama sangre, la fe reclama el diálogo”.

En esta línea, el rabino jefe Di Segni ha sido categórico: “Acogemos al Papa para recordar que las diferencias religiosas, que hay que mantener y respetar, no deben servir sin embargo de justificación del odio y la violencia, sino que debe haber amistad y colaboración, y que las experiencias, los valores, las tradiciones, las grandes ideas que nos identifican deben ser puestas al servicio de la colectividad”.

“En el diálogo interreligioso es fundamental que nos encontremos como hermanos y hermanas ante nuestro Creador y le alabemos a Él, que nos respetemos y apreciemos mutuamente e intentemos colaborar”, ha exhortado el Papa Francisco en su saludo.

“Todos nosotros pertenecemos a una única familia, la familia de Dios, el cual nos acompaña y nos protege como pueblo suyo. Juntos, como hebreos y como católicos, estamos llamados a asumir nuestras responsabilidades hacia esta ciudad, aportando nuestra contribución, sobre todo espiritual, y favoreciendo la resolución de los diversos problemas actuales”, ha continuado el pontífice.
Francisco ha aludido después a la cuestión teológica de la relación entre cristianos y hebreos, repitiendo que hay un ligamen inescindible que une a estas dos comunidades de fe: “Los cristianos, para comprenderse a sí mismos, no pueden dejar de referirse a las raíces hebreas, y la Iglesia, aun profesando la salvación a través de la fe en Cristo, reconoce la irrevocabilidad de la Antigua Alianza y el amor constante y fiel de Dios por Israel”.

Dirigiendo luego la mirada a las tragedias contemporáneas, el Papa ha recordado que “allí donde la vida está en peligro, estamos llamados aún más a protegerla. Ni la violencia ni la muerte tendrán nunca la última palabra ante Dios, que es el Dios del amor y de la vida”. Las ultimas palabras de saludo han sido para recordar la Shoah y los sesi millones de víctimas: “El pasado nos debe servir de lección para el presente y para el futuro”.

Vaticano

Jornada Mundial de los Migrantes: “Garantizar asistencia y acogida”

Migrantes: esta palabra ha resonado en el Vaticano en muchas ocasiones al inicio del nuevo año. En la basílica de San Pedro, 6.000 migrantes y refugiados han participado en una Misa en su jubileo.

Giovanni Tridente·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 6 minutos

No se trata sólo de que en el segundo domingo del mes de enero se haya celebrado la Jornada Mundial dedicada a los migrantes o los refugiados, que por otra parte ha adquirido un significado muy especial en este Jubileo dedicado a la Misericordia. A los migrantes –y a la misericordia–, por ejemplo, ha dedicado el Papa Francisco algunos pasajes del discurso dirigido al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, al que ha recibido en el Vaticano precisamente con ocasión del nuevo año. Una cita en la que los Pontífices suelen referirse a la situación de diferentes áreas del mundo, trayendo también a la memoria los viajes apostólicos que ha realizado a diversos países en los meses precedentes.

Grave emergencia

Refiriéndose, concretamente, al fenómeno migratorio, el Santo Padre ha querido reflexionar con los embajadores sobre la “grave emergencia” a la que asistimos, sobre todo para intentar “discernir sus causas, plantear soluciones, y vencer el miedo inevitable” que la acompaña. Una emergencia masiva e imponente, que además de Europa se presenta también en diversas regiones asiáticas y el norte y el centro de América.

El Papa ha hecho suyo “el grito de cuantos se ven obligados a huir para evitar las indescriptibles barbaries cometidas contra personas indefensas, como los niños y los discapacitados, o el martirio por el simple hecho de su fe religiosa”. Y, además, se oye “la voz de los que escapan de la miseria extrema, al no poder alimentar a sus familias ni tener acceso a la atención médica y a la educación, de la degradación, porque no tienen ninguna perspectiva de progreso, o de los cambios climáticos y las condiciones climáticas extremas”.

Ante semejante escenario, tan triste y “fruto de una ‘cultura del descarte’ que pone en peligro a la persona humana, sacrificando a hombres y mujeres a los ídolos del beneficio y del consumismo”, Francisco ha alentado a no “acostumbrarse” y ha planteado “un compromiso común que acabe decididamente” con esa cultura. Empezando por todos los esfuerzos para detener aquel tráfico que “convierte a los seres humanos en mercancía, especialmente a los más débiles e indefensos”. Hay que ser conscientes, en efecto, de que muchas de aquellas personas “jamás habrían dejado su propia patria si no se hubieran visto obligados a ello”. Entre ellas hay también “multitud de cristianos que, cada vez más en masa, han tenido que abandonar durante los últimos años su propia tierra, en la que han vivido incluso desde los orígenes del cristianismo”.

“Gran parte de las causas que provocan la emigración se podían haber ya afrontado desde hace tiempo”, ha explicado sin ambages el Santo Padre. Por consiguiente, “antes de que sea demasiado tarde”, hay que poner en marcha “planes a medio y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia”: ayudar a la integración de los migrantes en los países de acogida, y al mismo tiempo favorecer –con políticas sociales y respetuosas de las culturas a las que están dirigidas– el desarrollo de los países de proveniencia.

Francisco ha hecho luego referencia a aquel “espíritu humanista” que siempre ha caracterizado al continente europeo, y que hoy vacila ante la oleada migratoria: “No podemos consentir que pierdan los valores y los principios de humanidad, de respeto por la dignidad de toda persona, de subsidiariedad y solidaridad recíproca, a pesar de que puedan ser, en ciertos momentos de la historia, una carga difícil de soportar”. En definitiva, el Papa se ha dicho convencido de que Europa, también recurriendo a su patrimonio cultural y religioso, tiene la capacidad de “encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes”. Basta con que lo quiera.

Jornada Jubilar del Migrante

Como decíamos, el 17 de enero se ha celebrado en todo el mundo la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que, en el contexto del Año Santo de la Misericordia, ha sido vivida también como Jubileo de los Migrantes. En esta ocasión, más de 6.000 migrantes y refugiados provenientes de regiones de Italia, en particular del Lacio, y pertenecientes al menos a 30 nacionalidades y culturas diferentes, han participado en el Ángelus en la plaza de San Pedro con el Papa Francisco.

El Santo Padre se ha dirigido a ellos con estas palabras: “Queridos migrantes y refugiados, cada uno de vosotros lleva en sí una historia, una cultura de valores preciosos; y a menudo, por desgracia, también experiencias de miserias, de opresión, de miedo. Vuestra presencia en esta plaza es signo de esperanza en Dios”. Luego les ha exhortado: “No os dejéis robar la esperanza y la alegría de vivir, que nacen de la experiencia de la divina misericordia, también gracias a las personas que os acogen y os ayudan”.

A continuación, los migrantes han atravesado la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y han participado en la Santa Misa presidida por el cardenal Antonio Maria Vegliò, presidente del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes.

Al pie del altar había sido levantada la llamada “cruz de Lampedusa”, realizada por un carpintero del lugar con restos de las barcazas que han transportado prófugos hasta esa isla italiana situada al sur de Sicilia: una verdadera “puerta de Europa” que desde hace muchos años viene acogiendo a los que huyen de las guerras a través del mar. La cruz quiere recordar a tantos náufragos, no pocos de ellos niños, que han perdido la vida en el Mediterráneo en los últimos años, y desde hace algunos meses ha iniciado una especia de “peregrinación” por las parroquias de Italia. Otro gesto que ha caracterizado la celebración se centraba en las Sagradas Formas distribuidas durante la Comunión, donadas por detenidos, muchos extranjeros, de la cárcel de Opera (en Milán).

“La Iglesia siempre ha contemplado en los migrantes la imagen de Cristo. Además, en el Año de la Misericordia, somos interpelados a redescubrir las obras de misericordia y, entre las corporales, está la llamada a acoger”, ha recordado el cardenal Vegliò en la homilía de la Misa.

Luego, refiriéndose al fenómeno de la migración, ha recordado que “este auténtico éxodo de pueblos no es el mal, sino el síntoma de un mal: el de un mundo injusto, caracterizado en muchos lugares por conflictos, guerra y pobreza extrema”. Por tanto, “la experiencia de los migrantes y su presencia recuerdan al mundo la urgencia de eliminar las desigualdades que rompen la fraternidad y la opresión que constriñe a dejar la propia tierra”.

Refiriéndose después a la integración, Vegliò ha explicado que ésta “no implica ni una separación artificial ni una asimilación, más bien da la oportunidad de identificar el patrimonio cultural del migrante y reconocer sus dones y talentos para el bien común de la Iglesia”: “nadie debe sentirse superior al otro, sino que todos deben percibir la necesidad de colaborar y contribuir al bien de la única familia de Dios”.

En cuanto a los demás citas jubilares, ya ha sido anunciado que el 22 de febrero se celebrará el dedicado a la Curia romana, a la Gobernación de la Ciudad del Vaticano y a todas las demás instituciones vinculadas a la Santa Sede. A las 10,30 el Santo Padre celebrará la Santa Misa en la basílica de San Pedro.

El Jubileo de los Adolescentes tendrá lugar del 23 al 25 de abril. Prevé, entre otras cosas, una fiesta en el estadio Olímpico de Roma y, al día siguiente, la Santa Misa con el Papa Francisco en la plaza de San Pedro. Esta convocatoria dirigida a los adolescentes servirá de introducción al Jubileo de los Jóvenes, que tendrá lugar con la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, en el mes de julio. No por casualidad el Papa ha querido dedicar un Mensaje específico también a los muchachos, a los que ha explicado que el Año Santo “es una ocasión para descubrir que vivir como hermanos es una gran fiesta, la más hermosa que podamos soñar”. Dirigiendo un pensamiento a quienes sufren en situaciones de guerra, pobreza extrema y abandono, Francisco ha exhortado a los muchachos a no perder la esperanza y a no creer en “las palabras de odio y terror que se repiten a menudo; por el contrario, construid nuevas amistades”.

Los viernes de la Misericordia

Al inicio del Jubileo se había explicado que, durante algunos viernes, el Papa Francisco daría testimonio de los signos concretos de la Misericordia.

Después de haber abierto la Puerta Santa del albergue de Caritas situado junto a la estación Termini de Roma –que desde hace casi treinta años realiza actividades de escucha, acogida, acompañamiento y reinserción social de personas marginadas, ofreciéndoles hospitalidad nocturna y comida caliente– en las semanas pasadas ha visitado “por sorpresa” una casa-familia en la periferia de Roma, donde se alojan unas 30 personas ancianas. Luego ha acudido a Casa Iride, único centro de Europa que acoge a siete personas en estado vegetativo asistidas por sus familiares. Signos de gran valor en favor de la vida humana y de la dignidad de toda persona, sea cual sea el estado en que se encuentre.

Teología del siglo XX

Cuando todo se mueve. Joseph Ratzinger en el “Informe sobre la fe”

La historia del Concilio Vaticano II está bastante hecha, con una enorme acumulación de materiales. La historia del posconcilio está sin hacer y es muy difícil, de una complejidad inabarcable.

Juan Luis Lorda·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 7 minutos

El Concilio Vaticano II supuso una renovación profunda para la Iglesia, pero también desató una crisis inesperada. Joseph Ratzinger, en Informe sobre la fe, analizó cómo el entusiasmo inicial dio paso a confusión y tensiones. Este artículo examina con serenidad ese proceso, sus luces y sombras, y la necesidad de un discernimiento fiel a la verdadera intención conciliar.

Es necesario todavía tiempo para que la mirada se serene y también para que aflore a la superficie el material representativo. Además, es necesaria cierta distancia histórica para adquirir objetividad y no convertir la historia en un juicio. Solo se trata de aprender.

La complicación se debe a que pasaron dos cosas a la vez y con dimensiones universales. Fueron años de auténtica renovación y, al mismo tiempo, de auténtica crisis. De renovación profunda y de crisis profunda también. Los fermentos del Concilio deberían haber suscitado una ola de autenticidad, de fidelidad al espíritu y de evangelización. Y la suscitaron. Pero también suscitaron, sorprendentemente, una ola de confusión, de crisis de identidad y de crítica literalmente despiadada. Parece mentira que las dos cosas pudieran darse a la vez; y sin embargo, es exactamente lo que pasó.

La deriva

Por eso, hacen falta dos metáforas para describir el proceso, una feliz y otra infeliz. Para la parte feliz, sirve cualquier metáfora de renovación. Para la infeliz, es más difícil encontrar una imagen adecuada.

Por recoger el famoso título de von Balthasar, la Iglesia hizo un esfuerzo auténtico para derribar sus bastiones. Cambió completamente su actitud apologética, se abrió más al mundo para evangelizarlo, y entonces sucedió algo inesperado. Resultó que los bastiones eran como diques. Y, al abrir brechas, entró mucha más agua de la que se esperaba y todo empezó a moverse. La imagen del flotar parece adecuada, porque las cosas no se movieron con orden y dirección, sino que, sencillamente, se pusieron a la deriva con las enormes inercias propias de una institución tan gigantesca como la Iglesia católica. Y en esa misma medida se volvieron ingobernables.

Con cierta ingenuidad se pensó que bastaba la buena voluntad y unas inspiraciones de fondo para que las cosas llegaran naturalmente al puerto previsto. Por eso, al principio y desde altas instancias se metió cierta prisa. También se alentó la creatividad y espontaneidad. Y, muy pronto, las autoridades intermedias se inhibieron o se vieron desbordadas por la iniciativa de los sectores más jóvenes o más sensibilizados.

Todos los aspectos de la vida de la Iglesia, reclamados por la puesta al día posconciliar, se empezaron a mover: lo mismo la catequesis que la enseñanza de la teología, las celebraciones litúrgicas, la disciplina del clero, de los seminarios y de las órdenes y congregaciones religiosas. Primero se movieron lentamente, como soltando amarras y desprendiéndose alegremente de viejas trabas. Pronto los procesos se aceleraron  y desbordaron los cauces previstos.

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Una grave cuestión pastoral

El clima vivido en el seno del Concilio, que fue de comunión eclesial, no logró expandirse serenamente por la Iglesia. Y el mensaje del Concilio tampoco se expandió con los acentos y subrayados que los Padres conciliares habían señalado. Aquella enorme asamblea conciliar, con sus inevitables ritmos lentos en la discusión y toma de decisiones, quedó rápidamente sobrepasada por la iniciativa de minorías, generalmente jóvenes, que se empeñaron en aplicar inmediatamente los supuestos deseos del Concilio según la idea que se habían  hecho de ellos.

¿Cómo se habían hecho esa idea? Esa pregunta es la clave de la cuestión. Sin duda, influyeron mucho los medios de comunicación, que informaron en directo sobre el Concilio y transmitieron una imagen y unas prioridades de acuerdo con su propio modo de entender las cosas y sus propias expectativas. También influyeron algunos expertos que lograron aparecer como los auténticos depositarios del espíritu del Concilio, a veces, independientemente y por encima de la letra de los documentos y del espíritu de los que lo hicieron realmente.

Paradójicamente el Concilio, que quería ser pastoral, tuvo este enorme e inesperado problema pastoral. El mensaje no se transmitió por los cauces propios del gobierno de la Iglesia, más bien lentos, sino por los rápidos cauces de la comunicación general y de las revistas eclesiásticas. Y, de esa manera, llegó completamente transformado, incluso antes de que se aprobaran los documentos y, por supuesto, mucho antes de que se generaran las normativas oficiales para aplicarlos. Lo que se suponía que quería el Concilio se empezó aplicar inmediatamente y se quiso realizar inmediatamente la utopía.

Informe sobre la fe

Los efectos de la deriva son conocidos y no es necesario insistir: pronto se produjeron numerosas crisis personales en sacerdotes y religiosos. Se secularizaron o se cerraron universidades, colegios y hospitales católicos. En los movimientos apostólicos se originó una especie de desbandada. Y la práctica religiosa descendió notablemente en todos los países de Europa, empezando por Holanda.

En 1985, en una famosa entrevista con el periodista italiano Vittorio Messori, titulada Informe sobre la fe, el entonces cardenal Joseph Ratzinger decía: “Resulta incontestable que los últimos veinte años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos, comenzando por las del Papa Juan XXIII y, después, las de Pablo VI. Los cristianos son de nuevo minoría, más que en ninguna otra época desde finales de  la antigüedad”.

Las grandes esperanzas y horizontes abiertos por el Concilio Vaticano II dieron paso a una insatisfacción aguda y a una crítica amarga, tanto de los sectores que esperaban mucho más como de los que se quejaban de los cambios; y esto provocó mucha desunión.

Sigue el cardenal Ratzinger: “Los Papas y los Padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que –en palabras de Pablo VI– se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y en el desaliento. Esperábamos un salto hacia delante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo de un presunto ‘espíritu del Concilio’, provocando de este modo su descrédito”.

En aquella entrevista, realizada durante su breve descanso veraniego en el seminario de Bressanone, el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo uno de los discernimientos más agudos sobre la crisis, que todavía se lee con provecho. En su día causó cierta incomodidad, pero quedará como un libro representativo de una época.

Necesidad de discernir

¿Dónde estaba el mal? ¿Por qué no se habían producido los frutos esperados? Es difícil valorarlo. Y también es difícil saber si la crisis se hubiera producido de todas formas, con los enormes cambios sociológicos del desarrollo económico y, especialmente, con la irrupción de la televisión en todos los hogares, auténtica revolución cultural y de costumbres, reto ante el que la evangelización de la Iglesia no estaba y en gran parte no está todavía preparada.

Quizá hubiera sido preferible un tempus más lento y una aplicación más gradual. Las instituciones que se impusieron calma atravesaron mejor el temporal, lo mismo que las diócesis y los países donde, por diversos motivos, la aplicación se ralentizó. Especialmente los países del Este, que no estaban para experimentos, y muchos países  de África y Latinoamérica, donde los imperativos pastorales de cada día y la escasez de clero exigían mucho realismo.

Pero hay que ser claros. Como decía el cardenal Ratzinger: “En sus expresiones oficiales, en sus documentos auténticos, el Vaticano II no puede considerarse responsable de una evolución que –muy al contrario– contradice radicalmente tanto la letra como el espíritu de los padres conciliares”.

El examen de conciencia de Tertio millennio adveniente

Juan Pablo II quiso hacer un primer balance al cumplirse los veinte años de la clausura del Concilio y reunió un Sínodo extraordinario (1985). Y, al acercarse el fin del milenio, quiso destacar la importancia que tenía para la Iglesia el Concilio Vaticano II y, al mismo tiempo, lo que quedaba pendiente. La Carta apostólica Tertio millennio adveniente hacía un resumen de las aportaciones del Concilio.

“En la Asamblea conciliar, la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a su Maestro, se planteó su propia identidad, descubriendo la profundidad de su misterio de Cuerpo y Esposa de Cristo. Poniéndose en dócil escucha de la Palabra de Dios, confirmó la vocación universal a la santidad; dispuso la reforma de la liturgia, ‘fuente y culmen’ de su vida; impulsó la renovación de muchos aspectos de su existencia tanto a nivel universal como al de las Iglesias locales; se empeñó en la promoción de las distintas vocaciones cristianas: la de los laicos y la de los religiosos, el ministerio de los diáconos, el de los sacerdotes y el de los Obispos; redescubrió, en particular, la colegialidad episcopal, expresión privilegiada del servicio pastoral desempeñado por los Obispos en comunión con el Sucesor de Pedro. Sobre la base de esta profunda renovación se abrió a los cristianos de otras Confesiones, a los seguidores de otras religiones, a todos los hombres de nuestro tiempo. En ningún otro concilio se habló con tanta claridad de la unidad de los cristianos, del diálogo con las religiones no cristianas, del significado específico de la Antigua Alianza y de Israel, de la dignidad de la conciencia personal, del principio de libertad religiosa, de las diversas tradiciones culturales dentro de las que la Iglesia lleva a  cabo su mandato misionero, de los medios de comunicación social” (Tertio millennio adveniente, n. 19).

Cuatro preguntas para discernir

Entre los temas que le parecían merecer un examen, señalaba: “El examen de conciencia debe mirar también la recepción del concilio, este gran don del Espíritu a la Iglesia al final del segundo milenio” (n. 36). Y  hacía cuatro preguntas más concretas, que recorren las grandes encíclicas conciliares y señalan los puntos más significativos, según la mente del Papa Juan Pablo II.

-“¿En qué medida la Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum?”;

“¿Se vive la liturgia como ‘fuente y culmen’ de la vida eclesial, según las enseñanzas de la Sacrosanctum Concilium?”;

“¿Se consolida, en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, la eclesiología de comunión de la Lumen gentium, dando espacio a los carismas, los ministerios, las varias formas de participación del Pueblo de Dios, aunque sin admitir un democraticismo y un sociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II?”;

“Un interrogante fundamental debe también plantearse sobre el estilo de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Las directrices conciliares –presentes en la Gaudium et spes y en otros documentos– de un diálogo abierto, respetuoso y cordial, acompañado sin embargo por un atento discernimiento y por el valiente testimonio de la verdad, siguen siendo válidas y nos llaman a un compromiso ulterior” (n. 36).

Con la letra y el espíritu del Concilio

Por su parte, en Informe sobre la fe, el cardenal Ratzinger aconsejaba: “La lectura de la letra de los documentos nos hará descubrir de nuevo su verdadero espíritu. Si se descubren en esta su verdad, estos grandes documentos nos permitirán comprender lo que ha sucedido y reaccionar con nuevo vigor. Lo repito: el católico que con lucidez y, por lo tanto, con sufrimiento, ve los problemas producidos en su Iglesia por las deformaciones del Vaticano II, debe encontrar en este mismo Vaticano II la posibilidad de un nuevo comienzo. El Concilio es suyo; no de aquellos que –no por casualidad ya no saben qué hacer con el Vaticano II”.

Los tiempos de crisis aguda felizmente han pasado y se han convertido en tiempos de Nueva Evangelización, deseada por el Concilio, propuesta en esos términos por san Juan Pablo II, alentada por Benedicto XVI y encauzada hoy por el Papa Francisco. Mucho se debe a la acción del Papa Juan Pablo II; y también al discernimiento que hizo su sucesor, Benedicto XVI. Entretanto, Informe sobre la fe forma parte de la historia.

Un balance ecuménico a los 50 años de la Unitatis redintegratio

Concluida la semana de oración por la unidad de los cristianos, un balance del momento ecuménico actual muestra el crecimiento de evangélicos y pentecostales, y la ocasión que brindará en 2017 el quinto centenario de la ruptura de Lutero para el diálogo con los protestantes.

9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Acaban de cumplirse 50 años del decreto de ecumenismo del Concilio Vaticano II Unitatis redintegratio, y tal vez sea una buena ocasión para hacer un balance del momento que vivimos, tal como hizo en primavera el cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos, en el Centro Ecuménico Padre Congar de Valencia.

La historia reciente es larga. Tras los acercamientos a cristianos de otras confesiones por parte de los Papas del siglo XIX, el movimiento ecuménico surgido sobre todo entre los protestantes dio sus frutos: el concilio lo calificó como consecuencia de la “acción del Espíritu Santo”. Juan XXIII quiso un concilio para promover la reforma y la unidad de la Iglesia, Pablo VI continuó en esta dirección y el decreto de ecumenismo estableció los “principios católicos”. Es decir, la unidad entre ecumenismo y eclesiología: Unitatis redintegratio se encuentra unido a la Constitución Lumen gentium y al decreto Orientalium Ecclesiarum. De esta forma, los parámetros del diálogo ecuménico quedan expuestos con total claridad.

El Vaticano II enseñó que existen “elementos de eclesialidad” en otros cristianos no católicos, pero a la vez que la Iglesia de Cristo “subsiste” en la Iglesia católica (LG 8; UR 4.5). Unitatis redintegratio describe magistralmente la situación eclesiológica de los distintos cristianos que no están unidos a Roma. Por un lado, considera verdaderas Iglesias (particulares) a las Iglesias de oriente que no reconocen el primado del Papa, y admira su tradición espiritual y litúrgica. Por otro lado, aprecia el amor a la Escritura de los protestantes, pero advierte que han perdido la sucesión apostólica y, con ella, la mayoría de los sacramentos (UR 22). Por eso reciben el nombre de “comunidades eclesiales”. En este caso, tendrían pendiente resolver no solo lo que se refiere al primado, sino también al episcopado. A la vez, propone la búsqueda de la comunión en la colaboración y cooperación sociales, en el diálogo teológico y en la oración y la conversión, verdaderos motores del diálogo ecuménico. Son estas las tres dimensiones en las que ha de desarrollarse todo ecumenismo.

Juan Pablo II ratificó estos principios en la encíclica Ut unum sint (1995) y mostró la cercanía a Roma de las Iglesias orientales, tanto católicas como ortodoxas. La Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación (1999) supuso un hito y un punto de partida para el diálogo teológico no solo con luteranos y metodistas (que la han suscrito), sino también con reformados. Benedicto XVI promovió el diálogo teológico con ortodoxos en el Documento de Rávena (2007), que estudió el modo de ejercer el primado tal como fue vivido en el primer milenio de la cristiandad, cuando todos los cristianos estaban todavía unidos. La defensa de la creación y del medio ambiente ha sido también un buen punto de encuentro entre los distintos cristianos, si bien debe llegar también a cuestiones morales y bioéticas. Con el motu proprio Anglicanorum coetibus (2009), el actual Papa emérito apuntó una posible vía de solución a la cuestión de defectus ordinis para las comunidades eclesiales que, por distintos motivos, hayan podido perder la sucesión apostólica. A la vez, quedaba sentada la necesidad de la comunión en la fe como paso previo a la unidad visible.

Con la llegada del nuevo milenio y de la globalización, el mapa ecuménico está cambiando. La Iglesia ha pasado de ser predominantemente eurocéntrica a “mundocéntrica”. Además, el rápido crecimiento de evangélicos y pentecostales ha obligado a la Iglesia católica a entablar conversaciones también con ellos. Por otra parte, el “ecumenismo de la sangre” –tal como lo ha llamado el Papa Francisco– ha planteado ciertas urgencias y cuestiones distintas a las planteadas anteriormente. Siguen siendo necesarias las tres dimensiones del diálogo: el llamado ecumenismo de las manos, de la cabeza y del corazón, esto es, en cuestiones de cooperación y justicia social, en el diálogo teológico, y en la promoción de la oración y la propia conversión. En los últimos tiempos, y en preparación al quinto centenario de la ruptura de Lutero con la Iglesia católica en 2017, se ha hablado de la necesidad de una Declaración conjunta en torno a los mencionados temas de la Eucaristía, el ministerio y la eclesiología.

Frente a un ecumenismo practicado en el pasado, donde la indiferenciación eclesiológica primaba sobre los demás principios (como en la Concordia de Leuenberg de 1973), es propuesta ahora una “diversidad reconciliada”, donde cada uno sabe dónde se encuentra respecto a los demás, a la vez que promueve el diálogo en el amor y la verdad. Los gestos y declaraciones de cercanía entre distintas confesiones cristianas se están convirtiendo en una feliz rutina. Al igual que sus predecesores, el Papa Francisco está demostrando que el ecumenismo constituye una de las prioridades de su pontificado. Tras el camino recorrido juntos, con la claridad de ideas aportadas por el concilio, el ardor misionero del pontificado actual, el testimonio de los mártires de todas confesiones y –sobre todo– con la acción del Espíritu, tal vez podrían venir interesantes novedades ecuménicas en los próximos años. Un verdadero momento ecuménico.

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Iniciativas

Por los caminos de Soria con el estandarte de la misericordia

Un grupo de peregrinos recorren los caminos de Osma-Soria portando un estandarte de la misericordia, para hacer presente a todos la bondad de Dios en este año jubilar. Una iniciativa singular, que estimula a abrirse a la misericordia divina y a dejarse cambiar por ella.

P. Rubén Tejedor Montón·7 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

Un grupo de peregrinos recorren los caminos de Osma – Soria portando un estandarte de la misericordia, para hacer presente a todos la bondad de Dios en este año jubilar. Una iniciativa singular, que estimula a abrirse a la misericordia divina y a dejarse cambiar por ella.

Durante cuarenta años, el pueblo de Israel, arrancado de la esclavitud del faraón, se encaminó hacia la tierra prometida por Dios. En medio de sus luces y sombras, de sus pecados y heroicas gestas, los israelitas sintieron como ningún otro pueblo “la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc 1, 78). Desde el principio, los cristianos tuvieron conciencia de ser el nuevo pueblo anunciado por los profetas. Así, lo que se dijo de Israel en el pasado, se dice ahora de la Iglesia: Pueblo de Dios (Tt 2, 14; cfr. Dt 7, 6), raza elegida, nación santa, pueblo adquirido (1 P 2, 9; cfr. Ex 19, 5; Is 43, 20-21), esposa del Señor (Ef 5, 25; Ap 19, 7; 21, 2).

Un nuevo pueblo que experimenta, ahora para siempre en virtud de la Sangre del Cordero derramada en la Cruz, que Jesucristo, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). “El amor de Dios se hizo visible y tangible en la vida de Cristo Jesús. Su Persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión”, ha escrito el Papa al convocar el Año Santo de la misericordia (Misericordiae Vultus 8).

En estos antecedentes bebe la hermosa iniciativa que, desde nuestra diócesis de Osma-Soria, hemos puesto en marcha para este Año Santo de la misericordia. Nuestro Obispo, Mons. Gerardo Melgar Viciosa, nos ha pedido que vayamos “al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios” pues “a todos, creyentes y lejanos, debe llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (MV 5). Así nace la peregrinación diocesana del estandarte de la misericordia que, durante todo el Jubileo, recorrerá las tierras sorianas llevando el mensaje de esta Iglesia particular que “quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella” (MV 3).

600 kilómetros en 45 etapas

Se trata de un jirón procesional con la imagen de la Divina Misericordia y la frase “Jesús, en Ti confío”, que recorrerá a pie toda la diócesis oxomense-soriana hasta el mes de noviembre de 2016. En total serán más de 600 kilómetros de recorrido en 45 etapas, mediante las cuales la Iglesia que peregrina en estas tierras castellanas quiere recordar a todos “la infinita misericordia de Dios que no se cansa de perdonar”, como ha afirmado Ángel Hernández Ayllón, vicario episcopal de pastoral, que está coordinando esta iniciativa. Durante estos meses, en las localidades donde sea posible, se está invitando a que sean especialmente los jóvenes los que peregrinen con el estandarte. Así, medio centenar de parroquias y algunos santuarios diocesanos recibirán a los peregrinos que culminarán su peregrinación en la Villa episcopal de El Burgo de Osma tras haber recorrido todos los arciprestazgos de la diócesis.

Durante todo el Año, a semejanza de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto, guiados por la columna de nube y fuego (cfr. Ex 13, 21), queremos ofrecer a toda la diócesis la guía extraordinaria de la misericordia divina que nos permite adentrarnos en el nuevo Mar Rojo, el océano de misericordia que nace del Corazón de Cristo, donde renacer cada día.

Recordar que Dios derrocha misericordia

La parroquia de Ágreda, en la víspera de la inauguración del Año Santo, recibió en el Monasterio de las Madres Concepcionistas el estandarte de la misericordia que permaneció en la localidad hasta el 12 de diciembre. Ese día, el primer de la peregrinación, se llevó hasta la vecina localidad de Ólvega. El grupo partió desde el templo parroquial pasadas las 10 de la mañana, tras haber tenido una oración de bendición y envío. Medio centenar de niños, adolescentes y adultos, con uno de los párrocos de Ágreda al frente, el joven sacerdote Pedro L. Andaluz Andrés, recorrieron rezando el Santo Rosario los casi 11 kilómetros que separan Ágreda de Ólvega; “Fue emotivo ofrecer cada misterio, desgranar las avemarías y las letanías a la Virgen dándole gracias a Dios por su amor misericordioso”. En la puerta de la parroquia olvegueña fueron recibidos por el párroco, Jesús F. Hernández Peña, y numerosos fieles. En palabras de los asistentes, la experiencia fue “preciosa, muy emotiva, y nos preparó el corazón para acoger el amor de Dios” en las cercanas fiestas navideñas.

El esquema de cada etapa de la peregrinación es similar: oración para preparar los corazones marcando el sentido de la etapa antes de comenzar a caminar; parada, a mitad del camino para descansar, compartir impresiones y tomar un sencillo refrigerio; seguido del rezo del Santo Rosario que prepara la llegada al destino donde, siempre con los sacerdotes respectivos a la cabeza, los fieles de la parroquia reciben a los peregrinos y se unen en oración de acción de gracias a Dios “porque es eterna su misericordia” (Sal 136).

En nuestra diócesis hemos sentido en lo más hondo del corazón las palabras del Papa Francisco que nos recuerda cómo “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” y nos exhorta a que “todo en su acción pastoral esté revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia” (MV 10).

Fruto de este deseo de recordar a nuestras gentes la presencia real de Dios en medio de nosotros, de ese Dios que mira a todos con amor (cfr. MV 8) y que siempre está dispuesto a derrochar su misericordia, ha nacido esta peregrinación.

En este Año Santo se nos invita a peregrinar a las Puertas Santas abiertas en la catedral de El Burgo de Osma y en la concatedral de San Pedro. Pero la Puerta Santa por excelencia, la del Corazón de Cristo abierto para todos y que muchos no conocen ni han atravesado jamás, nunca se cierra. Ni siquiera cuando acabe este tiempo de gracia y bendición que Dios ha regalado a su Iglesia. Muchos ni siquiera han oído hablar de ella. Muchos nunca han recibido la admirable y maravillosa noticia, corazón del Evangelio, de que Dios sale a buscar a todos sin excluir a nadie.

Por tanto, queremos que todos, incluso los más alejados, los más pecadores, por medio de este sencillo gesto de la peregrinación del estandarte puedan escuchar que “¡éste es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Éste es el tiempo para dejarse tocar el corazón” (MV 19). Así como los israelitas, amenazados de muerte por la picadura de las serpientes, quedaban curados al mirar el estandarte realizado por Moisés (cfr. Num 21, 4-9), así queremos que toda nuestra tierra soriana, tantas veces asolada por el salitre del pecado, quede sanada al contemplar la misericordia divina.

“La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es ‘viator’, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada […]; cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio”, ha escrito el Papa (MV 14).

La peregrinación del estandarte quiere ser estímulo para la conversión; de este modo queremos que muchos se dejen abrazar por la misericordia de Dios y se comprometen a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con cada uno de nosotros.

El autorP. Rubén Tejedor Montón

Delegado episcopal de Medios de Comunicación Social (diócesis de Osma-Burgos).

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La periferia, en el centro

Frente al aparente choque entre islam y occidente, el Papa llama a la fraternidad entre cristianos y musulmanes como camino para llegar a la paz. Así lo ha repetido en África.

27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

“Cristianos y musulmanes somos hermanos”. Estas palabras de Francisco se han impuesto como una de las frases señeras de un viaje apostólico a África que ha logrado una vez más transformar completamente la geografía y situar la periferia en el centro del mundo. Un mensaje con un núcleo espiritual y también una provocación concreta sobre uno de los aspectos más complejos del cambio en que estamos inmersos: la relación entre cristianos y musulmanes. Una relación de parentesco, de fraternidad, para Francisco; pero que traiciona el terrorismo de matriz islamista que ha ensangrentado Europa. Nos hace preguntarnos por qué también se matan entre hermanos cuando no se reconocen hijos del mismo padre. La revolución francesa se revistió de la fraternité como de una eficaz bandera, pero en nombre de ella tantos hermanos acabaron en la guillotina.

La fraternidad que conduce a la paz invocada tan frecuentemente en tierras africanas por el Papa Francisco es, por el contrario, completamente distinta. Nace de reconocer en el otro, a uno que me conviene porque me aporta algo bueno. Exactamente lo contrario de la convicción que arma a los yijadistas, a los que impulsa a la búsqueda de una utopía violenta: imaginan un mundo exento de toda diversidad, porque dejan vivir sólo al que es idéntico a su idea sobre cómo se debe vivir. No admite la alteridad. Por ella quizá, si no se nace hermano, se podría llegar a serlo. Así lo testimonia quien educa en varios niveles: se llega a ser hermano o hermana, se descubre que hay algo de bueno para mí en el que está delante, por una educación paciente y audaz, que no es sinónimo de “instrucción”. Si aprender a leer y a hacer cuentas es fundamental, la educación útil de verdad es la integral: prevé el cuidado de la persona que pide ser acompañada a descubrir el gusto de vivir en plenitud, de emprender un camino con otros más allá de los confines de la tribu, de entrar en relación, confiarse y arriesgarse.

El autorMaria Laura Conte

Licenciada en Letras Clásicas y doctora en Sociología de la Comunicación. Directora de Comunicación de la Fundación AVSI, con sede en Milán, dedicada a la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria en todo el mundo. Ha recibido varios premios por su actividad periodística.

Cultura

El niño que trató al Papa con misericordia

Javier Anleu escribió en 2005 una serie de correos a Juan Pablo II. Tenía nueve años. Sus palabras confortaron al Papa en sus últimos días de vida.

Juan Bautista Robledillo·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Me he encontrado con una historia que contiene un fuerte mensaje muy apropiado para el Año de la Misericordia. Se trata del testimonio de un niño, Javier Anleu, cuyas palabras, escritas en una serie de correos enviados por él y su hermana a Juan Pablo II, confortaron al Papa en sus últimos días. Cuenta la madre de Javier que Juan Pablo II preguntaba a menudo si había llegado algún nuevo correo de sus “amiguitos de Guatemala”. El testimonio de este niño, ahora ya un joven, es un claro ejemplo del cariño que necesitan los enfermos. Este es el relato personal del protagonista:

“Mi nombre es Javier Anleu, y en el año 2005 tuve una de las experiencias que más me han marcado en mi vida: le escribí correos al que ahora es un santo, a Juan Pablo II. Tenía yo nueve años cuando Juan Pablo II fue hospitalizado del 1 al 10 de febrero del 2005. Como cualquier niño católico rezaba mucho por la salud del Papa.

Lo encomendábamos en casa con mis papás y mi hermana, y también en el colegio en la oración de las mañanas. Un día, con toda la inocencia de niño, le dije a mi mamá que le quería escribir al Papa. Mi mamá le comentó esto a su papá (mi abuelo materno) y él, entre sus amigos sacerdotes y religiosos, logró conseguir un correo y se lo dio a mi mamá. No sabíamos si éste correo era realmente el del Papa, pero mi hermana mayor, que en aquel entonces tenía doce años, y yo empezamos a escribirle. Mi hermana era muy formal al escribirle y se refería a Juan Pablo II como ‘Su Santidad’ y le trataba de ‘Usted’. Yo por otro lado, por ser un niño, le trataba como a un amigo y me dirigía a él como ‘Juan Pablo’ y hasta llegaba a tratarle de ‘tú’. Antes de mandar el primer correo mi mamá se escandalizó de la manera como yo le trataba, pero mi padre la tranquilizó diciéndole ‘estos correos nunca le van a llegar al Santo Padre. Deja que le escriba como si fuera un amigo de él’.

En las siguientes dos semanas le escribimos unos tres correos diciéndole que estábamos rezando por él. El 25 de febrero Juan Pablo II tuvo que ser operado de una traqueotomía y esto nos afectó mucho a mi hermana y a mí.

Cuando tenía cinco meses, mi abuela materna sufrió dos derrames cerebrales y quedó físicamente muy limitada; jamás recuperó la deglución, así que no puede hablar ni comer. Yo he vivido con el ejemplo de lucha de mi abuela y vi a lo largo de mi infancia cómo ella volvió a ser feliz aunque no puede hablar ni comer.

Creo que por eso me sentí tan identificado con Juan Pablo II, y a partir del 25 de febrero le escribía cada dos días. Le relaté la historia de mi abuela y cómo ella había superado la frustración de estar limitada físicamente, y le conté que ella era otra vez feliz. Mis mensajes al Papa eran de ánimo; yo quería convencerle de que se podía ser feliz aunque se tuvieran limitaciones. Cada vez que le escribía le decía lo mucho que le quería.

La última vez que vi a Juan Pablo II en la televisión fue el domingo de Resurrección, cuando salió a dar la bendición Urbi et orbi, cuando intentó hablar y no le salían las palabras. Ese momento me conmovió tanto que me eché a llorar. Le escribí contándole que lo había visto y diciéndole que entendía cómo se sentía; que yo seguía rezando mucho por él. Luego, el 2 de abril Juan Pablo II muere y mi tristeza fue enorme. Se había muerto un amigo mío.

Pasaron los días y a principios de mayo mi mamá recibió un correo de la Nunciatura Apostólica de Guatemala pidiendo que se pusiera en contacto con ellos. Cuando ella se presentó como mi madre, la secretaria de la Nunciatura sabía quiénes éramos mi hermana y yo. El nuncio apostólico de Guatemala, en ese entonces Monseñor Bruno Musaró, nos quería ver el 9 de mayo. No nos dieron ninguna explicación. Asistimos a la cita y el señor nuncio nos contó que Juan Pablo II había leído todos nuestros correos y se refería a nosotros como sus ‘amiguitos de Guatemala’. Nos entregó también un retrato del Papa y un rosario bendecidos por Juan Pablo II antes de su muerte. El retrato tenía la fecha del domingo de Pascua, 27 de marzo del 2005, y en él nos impartió la bendición apostólica.

Nunca imaginé que Juan Pablo II hubiera leído todos mis correos. La satisfacción más grande me llegó cuando el señor nuncio me comentó que aun cuando Juan Pablo II no podía hablar o estaba muy débil, su secretario le leía los correos, y que mi correo del 25 de febrero le había conmovido mucho al sentir que un niño guatemalteco de 9 años le estaba ayudando a pasar por sus momentos difíciles”.

El autorJuan Bautista Robledillo

Guatemala

España

El Arzobispado de Madrid suprime las tasas judiciales

La archidiócesis de Madrid ofrece también a quienes inician una causa de nulidad la posibilidad de asistencia jurídica gratuita.

Diego Pacheco·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

En plena sintonía con el deseo expresado en varias ocasiones por el Papa Francisco y sentando un claro precedente, el arzobispado de Madrid, con su arzobispo, Mons. Carlos Osoro, ha decidido iniciar la senda de la gratuidad de los procesos de nulidad matrimoniales –cuyo coste a veces ha escandalizado, un tanto injustamente, a algunos– y ha decidido suprimir todas las tasas judiciales que se perciben en el tribunal eclesiástico de Madrid para cubrir los gastos del proceso canónico que siguen las causas de declaración de nulidad matrimonial.

Mons. Osoro leyó al término de la Misa oficiada en la catedral de la Almudena con motivo de la Inmaculada Concepción el decreto que aplica en la archidiócesis el “motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus”, por el que el Papa Francisco aprobó el 8 de septiembre la reforma del proceso de nulidad matrimonial.

El decreto del arzobispo de Madrid dispone no sólo la supresión de todas las tasas judiciales en el Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Madrid, sino también que se ofrezca a quienes acudan al tribunal la posibilidad de estar asistido en el proceso gratuitamente por un abogado. Eso sí, “quienes, no obstante, prefieran la asistencia particular de otro abogado, podrán hacerlo libremente, ateniéndose a las prescripciones vigentes en el Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Madrid. Estos abogados particulares, para ser admitidos en el proceso, deberán estar incluidos en el elenco de letrados del tribunal, estar en posesión de una adecuada formación en Derecho Canónico, debidamente acreditada, preferentemente licenciatura o doctorado en Derecho Canónico, y sus emolumentos no deberían ser superiores a 2.500 € en el proceso ordinario y 1.000 € en el proceso más breve”.

Esta decisión del arzobispo de Madrid se complementa con la de invitar a quienes utilicen los servicios del Tribunal eclesiástico a ofrecer un donativo para colaborar así a su sí al sostenimiento. También los obispos de la provincia eclesiástica de Santiago subrayaron el 11 de diciembre la necesidad de eliminar los obstáculos que puedan encontrar los fieles para acceder a los tribunales de la Iglesia. Y recordaron que en las diócesis gallegas se concede la gratuidad total o la reducción de tasas en los procesos de nulidad (en proporción que oscila desde el 25 al 75 %) atendiendo a la situación económica de las partes.

El autorDiego Pacheco

España

Nueva vía de solución al litigio de los “bienes de la Franja”

El nuevo íter viene dado porque la ejecución de las sentencias de la Signatura Apostólica son ya competencia de la Congregación para los Obispos.

Diego Pacheco·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Jorge Español, abogado de los ayuntamientos altoaragoneses de Berbegal, Peralta de Alcofea y Villanueva de Sijena, ha asegurado que, a tenor de las últimas noticias procedentes de la Santa Sede, parece que “en Roma se quiere dejar solucionado de una vez y para siempre” el contencioso sobre la devolución a las parroquias aragonesas de los denominados “bienes de la franja”. Se trata de  113 piezas de arte que pertenecieron a la diócesis de Lérida hasta 1995, cuando se revisaron los límites episcopales y esas parroquias pasaron a depender de las demarcaciones aragonesas. Luego, en 1999 esas piezas quedarían depositadas en el Museo Diocesano y Comarcal de Lérida bajo la tutela de un patronato del que forman parte la Generalitat de Cataluña y otras instituciones catalanas.

Una sentencia en firme de la Signatura Apostólica en 2005 impuso la devolución de esas obras a las diócesis aragonesas, pero como su ejecución se viene demorando hasta la fecha, el alto tribunal eclesiástico ha abierto ahora una nueva vía canónica para resolver la cuestión: que la Congregación para los Obispos sea la que ejecute el fallo.

Esta nueva vía de solución se ha abierto según se afirma en una carta recibida por Español el 20 de noviembre y que viene firmada por Mons. Ilson de Jesús Montanari, secretario de la Congregación para los Obispos. En ella se señala que la ejecución de las sentencias y decretos del supremo tribunal vaticano en relación a los bienes de las parroquias “son ya competencia de la Congregación para los Obispos”. Mons. Montanari también envía una relación con los nombres y direcciones de dieciséis abogados canonistas autorizados para ejercer a través de esa nueva vía canónica.

Tras recibir esa misiva, Jorge Español acordó con la consejera de Educación y Cultura del gobierno aragonés, Mayte Pérez, convocar una reunión con los obispos de Barbastro-Monzón y Huesca para solicitarles que inicien esa nueva vía canónica y reclamen la ejecución de la sentencia de 2005.

La carta de Mons. Montanari es respuesta a la denuncia presentada por el letrado por la utilización de algunas de las piezas de la franja en una exposición. En esa denuncia también se decía que el ingreso del obispado de Lérida en el consorcio museístico citado se produjo de forma indebida.

Obispo de Barbastro-Monzón

Poco después de abrirse esta nueva vía de solución al conflicto, el obispo de Barbastro-Monzón, Mons. Ángel Pérez-Pueyo, ha asegurado que ya ha dado todos los pasos necesarios para que la diócesis de Lérida devuelva los bienes histórico-artísticos de las parroquias de la zona oriental de Aragón: “Me he dirigido a todos y cada uno de los entes y de las personas que entendía podrían ayudar y hacer converger todas las sinergias para que los bienes, que son propiedad de esta diócesis, puedan realmente ser devueltos”.

También ha señalado que coincidió con el obispo de Lérida, Mons. Salvador Giménez, en la última Asamblea Plenaria de la CEE, y que la relación de ambos es cordial. “Entre nosotros no va a haber ninguna dificultad, pero tendrá que haber una instancia superior que sea la que dé la orden de que se ejecute la sentencia, que ya es favorable a nosotros”.

Estamos en esa línea de buscar los cauces de convergencia para que se ejecute la sentencia”, comentó.

En otro orden de cosas, algunos han resaltado como circunstancia providencial en el caso que Mons. Juan José Omella, ahora arzobispo electo de Barcelona y miembro de la Congregación de Obispos, fuera también hace años obispo de Barbastro, lo cual le permite contemplar este contencioso desde ambas perspectivas: la aragonesa y la catalana.

A la espera de su devolución, los bienes de la franja siguen en el Museo Diocesano y Comarcal de Lérida.

El autorDiego Pacheco

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España

Plan Pastoral 2016-2020 de la CEE. Para poner a la Iglesia en estado de misión

Los obispos quieren aprovechar el nuevo Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española para poner a la Iglesia en estado permanente de misión.

Enrique Carlier·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

A través del nuevo Plan Pastoral del que se ha dotado la Conferencia Episcopal Española (CEE), que viene explicado en un texto titulado “Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo”, los obispos españoles van a impulsar en los próximos cinco años (2016-2020) una auténtica y permanente transformación misionera de la Iglesia en España. Quieren, además, que la CEE sea instrumento para que las Iglesias particulares de España se constituyan en esa “Iglesia en salida” que propone el Papa Francisco en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Por eso, el episcopado español ha decidido que la CEE, este órgano de comunión y coordinación de los obispos de la región eclesiástica española, pase en 2016 –precisamente cuando cumple 50 años de existencia– por una especie de ITV o revisión misionera.

Mons. Juan José Omella, arzobispo electo de Barcelona, insistió en la presentación del nuevo Plan Pastoral que se trata de “coger a la Iglesia en España, darle el impulso evangelizador que quiere el Papa y ponerla en estado permanente de misión”. Advirtió también que el objetivo “no era diseñar la estrategia de la CEE para tratar de imponer el catolicismo en nuestra sociedad”, sino “compartir con todos el gozo del Evangelio”.

Mirada compasiva a la realidad

El texto de presentación del Plan describe en su primera parte la mentalidad más extendida hoy en la sociedad española. Ahí los obispos ofrecen un diagnóstico bastante realista y crudo sobre la situación socio-cultural de España. Destacan como rasgos más característicos la poca valoración social de lo religioso; la exaltación de la libertad y del bienestar material por encima de todo; el predominio de una cultura secularista, que se plasma en una aconfesionalidad del Estado entendida hoy como laicismo; el predominio de un gran subjetivismo y relativismo que olvida a Dios y oscurece la conciencia personal ante las cuestiones trascendentales; y, como consecuencia, la aceptación de una cultura del “todo vale”, donde el hombre se convierte en medida de todas las cosas, deforma las normas morales y todo lo juzga en función de sus intereses.

“Lamentamos estos males de la sociedad, pero ni somos ni queremos ser profetas de calamidades; por eso llamamos a la conversión, con realismo y confianza. Queremos cambio y regeneración; no sólo de los métodos, sino también de las actitudes”, señaló Mons. González Montes, obispo de Almería, al desarrollar esta parte del texto del Plan Pastoral. Animó luego a “convertir esas dificultades en oportunidades para un mayor vigor apostólico” y, como sugiere el Papa Francisco, a “proponer la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Cristo, muerto y resucitado”.

Cinco etapas

Mons. Ginés García Beltrán comentó la segunda parte del Plan Pastoral en el que se ofrecen propuestas concretas y se baja al terreno práctico de lo que se va a hacer en estos cinco años a través de los diversos organismos y actividades de la CEE.

El Plan, que tendrá cinco etapas –una para cada uno de los próximos años–, dará comienzo con una jornada de ayuno y oración el 22 de enero. A ella está convocado todo el episcopado español para hacer examen de su responsabilidad en la tarea evangelizadora.

Todo el año 2016 estará dedicado a que los diversos órganos de la CEE reflexionen sobre las exigencias actuales de la evangelización en España. En definitiva, durante este año el objetivo del Plan será poner a los órganos, servicios y actividades de la Conferencia en estado de revisión y de conversión apostólica. Y con ocasión de su medio siglo de existencia, está prevista la celebración de un congreso internacional que profundice en las dimensiones teológica, canónica y pastoral de las conferencias episcopales.

El segundo año del Plan, 2017, estará dedicado a la dimensión comunitaria y a la corresponsabilidad de todos al servicio de la evangelización. El año 2018 se centrará en la Palabra de Dios. Se revisarán las actitudes, comportamientos y actividades de la Iglesia con relación al anuncio de la Palabra a fin de ofrecer propuestas adecuadas en orden a la evangelización y al fortalecimiento de la fe. En realidad, todas las etapas del Plan van encaminadas a ofrecer ayuda a quienes están más dedicados al servicio de la transmisión de la fe, como son sacerdotes, profesores, catequistas y padres de familia.

En 2019 el Plan se centrará en la reflexión sobre la liturgia, de manera que se promueva una revitalización de la celebración del Misterio cristiano y, con ello, de toda la vida cristiana.

Finalmente, el Plan Pastoral se cerrará en 2020 con un año dedicado a la dimensión caritativa de la Iglesia. En él se procurará contribuir a la revitalización del ejercicio de la caridad en diócesis, parroquias y comunidades. También se fomentará el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia y, de manera especial, de la última encíclica del Papa, Laudato si’.

En ese último año de vigencia del Plan Pastoral, y como colofón del mismo, se llevará a cabo un nuevo examen sobre cómo se está llevando a cabo la evangelización en España en el transcurso de un congreso pastoral de ámbito nacional.

El autorEnrique Carlier

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España

Treinta años de enseñanza concertada. Un bien necesario

La enseñanza concertada ha cumplido en este curso treinta años de provechosa y eficaz complementariedad con el sistema público de centros educativos, lo cual ha supuesto un enorme ahorro económico para el Estado. Sin embargo, mientras en el País Vasco, Navarra o Madrid los centros concertados gozan de gran libertad de actuación y planificación, en otras comunidades, como Andalucía, se ven sometidos a un excesivo control.

Rafael Ruiz Morales·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

En España hay más de ocho millones de niños escolarizados. De ellos, el 25,4 % están matriculados en un centro de iniciativa privada con financiación pública. O lo que es lo mismo: uno de cada cuatro alumnos españoles están formándose en un centro de educación concertada. Si sumamos luego el personal docente, el no docente y la repercusión positiva que ejercen sobre sus familias, se puede afirmar que son más de dos millones de personas las que, directa o indirectamente, se benefician de este sistema.

Sin embargo, este recurso, que tan ventajoso y eficaz se ha demostrado a lo largo de los treinta años que lleva instaurado, va encontrándose cada vez más sujeto a diversas contingencias, marcadas fuertemente por el ámbito geográfico en que se desarrolle. Así, mientras en comunidades como País Vasco, Navarra o la Comunidad de Madrid, los centros concertados gozan de notoria libertad de actuación y planificación propias, en otras latitudes, como en Andalucía, se encuentran sometidos al férreo control y a la vigilancia omnipresente de la Administración autonómica.

Aunque puedan analizarse distintas causas y motivos, quizás el origen de ellos sea el concepto, errado o acertado, que manejan los distintos gobiernos regionales, que se adentra en el propio debate social. Porque no todos los sectores sociales han asimilado qué es y cuál es el sentido de la presencia de la enseñanza concertada en nuestro sistema educativo.

Y es que su encaje no se encuentra en el derecho a la educación, recogido en el artículo 27 de la Constitución Española. No porque la escuela concertada no participe y contribuya a llevarlo efectivamente a cabo, sino porque su fundamento último no es otro que dar cumplimiento al reconocimiento constitucional de la libertad de enseñanza, y “garantizar el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. De tal modo, la enseñanza concertada no está diseñada para ser un elemento subsidiario de la educación de iniciativa pública, y para dar respuesta a la demanda que ésta no sea capaz de asumir. La relación entre ambas ha de ser, siempre y en todo lugar, de complementariedad.

El sostenimiento público de dichos centros, por tanto, velará porque todos aquellos padres que desean una enseñanza determinada para sus hijos gocen en igualdad de condiciones de su derecho a elegir, más allá de condicionamientos económicos. De tal modo, hablar de la escuela pública como un modelo excluyente y prioritario, según los términos usados por ciertos sectores, partidos y plataformas, supone, a todas luces, un atentado contra la libertad de enseñanza, en tanto que plantea tácitamente la erradicación del principio básico de la elección, esto es, la preexistencia de distintas opciones por las que poder decantarse.

Siendo esta necesaria complementariedad la teoría o el ideal, hay lugares en los que, sin embargo, se atropella sistemáticamente. En Andalucía, como ejemplo señero, es constante la marginación y el sitio en torno a los centros concertados, a los que poco a poco se va ahogando a través de la eliminación de líneas, en favor de los centros públicos, a pesar de que las familias de los alumnos siguen optando de forma masiva por matricular a sus hijos en los primeros. Ante este hecho, desde la educación concertada se solicita, una y otra vez, sin obtener respuesta favorable, que se tenga en cuenta la demanda real de los padres, y se atiendan de forma real y eficaz sus solicitudes.

El pulso por mantener su ideario

Otro campo de batalla donde determinados centros concertados han tenido que batirse el cobre ha sido en el de la educación diferenciada. En 2009, la Administración andaluza puso como condición sine qua non para el mantenimiento del concierto educativo de diez centros la admisión de alumnos de ambos sexos. Ante esta injerencia, sobre la que se intentó negociar sin alcanzar ningún acuerdo, la Federación Andaluza de Centros de Enseñanza Privada, que integra tanto a centros sostenidos con fondos privados como públicos, interpuso recurso contencioso-administrativo a fin de que se anularan las órdenes dictadas, por considerarlas ilegales e injustas. Y aunque el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía falló a su favor, la situación de incertidumbre generada resultó, a todas luces, inaceptable e inapropiada en el marco del funcionamiento deseable y conveniente de un Estado de Derecho.

A este respecto, y trabajando en la prevención de escenarios similares, la Ley de educación vigente, la LOMCE, se muestra concisa, afirmando que “no constituye discriminación la admisión de alumnos y alumnas o la organización de la enseñanza diferenciadas por sexos” y que “en ningún caso la elección de la educación diferenciada por sexos podrá implicar para las familias, alumnos y alumnas y centros correspondientes un trato menos favorable, ni una desventaja, a la hora de suscribir conciertos con las Administraciones educativas o en cualquier otro aspecto”

Este marco legislativo, en principio, debería ser suficiente para contener la tentación de la Administración de imponer a golpe de rodillo los postulados ideológicos de los grupos políticos que la sustentan. Pero, para que ello fuese eficaz, el fundamento básico sería la correcta traslación de la normativa nacional a los distintos ordenamientos autonómicos. Punto inicial éste que, a tenor de lo contemplado en la práctica diaria, no acaba de cimentarse.

Una situación legislativa ambigua

La LOMCE, ciertamente, no se ha implantado en todo el territorio nacional ni al mismo tiempo, ni con el mismo alcance. En el caso andaluz, la correspondiente ley de Educación que debía adaptar la LOMCE a la organización regional, no ha llegado nunca. En su lugar, vienen dictándose decretos e instrucciones puntuales que no sólo desvirtúan el propósito de la ley nacional, sino que crea  un clima general de descoordinación e imprecisión que dificulta la planificación de los centros.

Esa improvisación continuada ha desembocado, en el presente curso 2015-2016, en la paradójica circunstancia de que se hayan comenzado a impartir ciertas asignaturas sin los correspondientes libros de texto, porque la vaguedad de las indicaciones recibidas no es suficiente, lógicamente, para extraer un currículum coherente.

El ámbito educativo vive así una permanente sensación de inestabilidad que, como se reconoce desde la inmensa mayoría de instancias, debe encauzarse dentro de la lógica, el sentido común y la utilidad, cuanto antes.

Una financiación insuficiente y desigual

Capítulo aparte sería la financiación de los centros concertados que, si bien presenta también aquí sensibles diferencias por Comunidades Autónomas, en muchos casos no llega a cubrir los gastos reales, además de presentar una notoria diferencia con la educación pública. De hecho, la media en España sitúa la inversión por alumno de la concertada en unos 3.000 euros, frente a los 5.700 euros de la pública. Supone, según los datos presentados en el 42 Congreso Nacional de Enseñanza Privada, una diferencia del 48,12 % en el cómputo nacional. Por comunidades, encabezan la diferencia entre pública y concertada la Comunidad de Madrid, la Comunidad Valenciana y Andalucía, con un 53,31 %, un 53,77 % y un 26,90 % de diferencia, respectivamente. Donde menos diferencia existe es en el País Vasco, con un 36,85 %; en Asturias, con un 37,04 %, y en La Rioja y Navarra, ambas situadas en torno al 40 %.

Así, en muchos casos, la viabilidad económica de estos centros se salva por la existencia de muchos docentes religiosos y religiosas, cuyos reducidos salarios repercuten íntegramente en las arcas del centro, y ayudan a equilibrar las cuentas a través de la reinversión.

La urgencia de un pacto educativo

Por todos estos aspectos, la enseñanza concertada pide, como el mejor camino para superar todos estos obstáculos y variables, alcanzar cuanto antes un necesario pacto educativo, que marque unas directrices concretas, y que sirva de paraguas ante la actitud de acoso que viven en muchos puntos de la geografía nacional. Es cierto que el discurso público de muchos partidos políticos, abiertamente excluyente, los descalifica para la apertura de una negociación posterior, si bien siempre permanece viva la esperanza de que, más allá de la pancarta, las autoridades públicas, llegado el momento, tengan la altura de miras, el sentido común y la voluntad suficiente para atajar una problemática cuya solución redundaría, sin ningún género de dudas, en beneficio de la elevación del sistema educativo español en su conjunto, y del trabajo colectivo en pro del bien común. 

El autorRafael Ruiz Morales

Enseñanzas del Papa

Bajo el signo de la misericordia

Es un momento para que la Iglesia aprenda a elegir lo que a Dios más le gusta: “Perdonar a sus hijos, tener misericordia con ellos".

Ramiro Pellitero·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

“¿Por qué un Jubileo de la Misericordia?”. Al día siguiente de la apertura de la Puerta Santa que ha inaugurado el año santo extraordinario de la misericordia, Francisco ha dedicado la catequesis de la audiencia de los miércoles a explicar por qué la Iglesia necesita este momento extraordinario. Junto con la bula Misericordiae vultus, esta intervención del Papa nos ofrece la guía más completa para recorrer con provecho el año santo recién estrenado.

El Jubileo es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente lo que a Dios más le gusta: “Perdonar a sus hijos, tener misericordia con ellos, a fin de que ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo”. En una época, como la nuestra, de profundos cambios, la contribución peculiar de la Iglesia consiste en vivir la misericordia cumpliendo una triple tarea: hacer signos visibles de la cercanía de Dios; dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia; y volver al contenido esencial del evangelio, para poner en el centro a Jesucristo, “la Misericordia hecha carne”. Las enseñanzas del Papa en el último mes de 2015, primero del año santo jubilar, bien pueden ordenarse en torno a esta triple tarea, ayudándonos a orientar la vida bajo el signo de la misericordia.

Signos visibles de la cercanía de Dios ha cumplido Francisco en su primer viaje apostólico a África, visitando Kenia, Uganda y la República Centroafricana. Como un signo de fe y de esperanza para países que están intentando salir de conflictos violentos que provocan mucho sufrimiento a la población, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia se ha abierto en Bangui una semana antes de comenzar el año jubilar. Signo visible de la cercanía de Dios ha sido también la petición de oraciones por los trabajos de la Conferencia sobre el cambio climático celebrado en París, o por la pacificación de la amada tierra de Siria o de Libia.

La tarea de dirigir la mirada al Padre misericordioso y a los necesitados de misericordia se descubre en el Rescripto sobre el cumplimiento y la observancia de la nueva ley del proceso matrimonial. Las nuevas leyes que han entrado en vigor “quieren mostrar la cercanía de la Iglesia a las familias heridas, con el deseo de que a la multitud de los que viven el drama del fracaso conyugal llegue la obra sanadora de Cristo”.

Con mirada de misericordia ha recordado también el Papa que “un signo importante del Jubileo es también la Confesión. Acercarse al Sacramento con el cual somos reconciliados con Dios equivale a tener experiencia directa de su misericordia. Es encontrar el Padre que perdona: Dios perdona todo”.

La misma mirada ha llevado a Francisco a ofrecer durante la presentación de la felicitación navideña a los miembros de la Curia romana los “antibióticos curiales”: remedios para superar los males que han ensombrecido el trabajo abnegado y fiel de quienes ofrecen un servicio eclesial de colaboración leal en la Santa Sede. Los escándalos no van a detener una “reforma que seguirá adelante con determinación, lucidez y resolución”. Para obtener el antídoto que cure esos males es necesario volver a lo esencial, lo cual es posible trazando un programa con términos cuya primera letra forman la palabra misericordia: misionariedad, idoneidad, espiritualidad, ejemplaridad, racionalidad, inocuidad, caridad, honestidad, respetuosidad, dadivosidad, impavidez y atendibilidad.

La tarea, en fin, de poner en el centro a Jesucristo la vemos cumplida en las meditaciones previas al rezo del Ángelus o en los discursos dirigidos a la Asociación de padres de familia de las escuelas católicas italianas y a los jóvenes de la Acción Católica. Para poner a Cristo en el centro no hay mejor camino que acudir a María, Madre de la Misericordia. Su Inmaculada Concepción nos recuerda que en nuestra vida todo es don, todo es misericordia.

Vencer la indiferencia: Una Jornada de la Paz en el horizonte del Año Jubilar

Desde hace 49 años la Santa Sede celebra la Jornada mundial de la Paz, y desde 1968 lanza un mensaje sobre esa gran aspiración.

27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Desde hace 49 años viene celebrando la Santa Sede la Jornada mundial de la Paz, y desde 1968 publica además un mensaje tratando algún aspecto relacionado con esa gran aspiración. Después de ese tiempo, se comprueba la eficacia de ese esfuerzo. Si el documento de los Pontífices difícilmente podría poner un fin definitivo a los enfrentamientos, sí ilumina sobre sus causas y anima a combatir las situaciones incompatibles con la paz.

El tema elegido por Francisco este año, llamando a vencer la indiferencia para conquistar la paz, apunta a la globalización de una tendencia que es causa de injusticias y violencia, y contradice a la vocación fundamental del hombre a la fraternidad, como dice el Mensaje. El Papa entiende que la condición para superar la indiferencia hacia el otro es superarla en la relación con Dios; por eso llama a la conversión del corazón. Pero no deja de apelar con firmeza a los Estados para que, junto a políticas adecuadas de largo alcance, realicen actos concretos y valientes en favor de las personas más frágiles.

El tema de la Jornada está en plena consonancia con el marco general del Año de la Misericordia, comenzado hace poco. El Jubileo está siendo ya ahora ocasión de cambios profundos de actitud. Invita a ello por medio de signos visibles y eficaces, de varios tipos. Es el caso de las Puertas Santas, que por todo el mundo invitan a recorrer y culminar el camino que conduce al encuentro con la ternura de Dios; o la invitación a acercarse al sacramento de la Confesión, más cercano si cabe en este tiempo, pues la reconciliación con Dios supone una experiencia directa de su misericordia. Tienen también carácter de signos fuertes, capaces de mover, acontecimientos como la anunciada canonización de la Madre Teresa de Calcuta. Vestida con su sencillo hábito, revelador de su consagración a Dios y al servicio de los pobres, ejemplifica el significado práctico de la misericordia, en una de las formas principales en que se expresa. Y es también una invitación a descubrir las posibles expresiones en que se concretan hoy, en nuestras condiciones, las obras de misericordia.

El autorOmnes

Iniciativas

Atender a sacerdotes ancianos

Muchos recuerdos quedarán en mi memoria el día que deje el seminario. Destaca uno entrañable y aleccionador: las visitas a una residencia de tercera edad, en la que se alojan varios sacerdotes mayores o enfermos. El inicio del Año de la Misericordia me ha traído a la memoria estas gustosas ocupaciones.

Sergio Palazón·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Este es mi sexto año en el seminario. Hace dos meses que soy diácono, y mi tiempo se reparte ahora entre el seminario (de lunes a viernes) y la parroquia (el fin de semana). Todos los años, el rector del seminario, al repartir los encargos pastorales a los seminaristas, señala a algunos el cometido de acudir a esas residencias, y en particular el de interesarse por los sacerdotes presentes, acompañarles, atender diversos servicios que necesitan, etc.

En mi segundo año me enviaron a una residencia de ancianos llevada por religiosas. Solemos ir de dos en dos, pero esa vez me tocó ir solo. Recuerdo que el primer día, de pie, antes de entrar, me encomendé a la Santísima Virgen. No sabía qué podría hacer allí, ni cómo. Es siempre una suerte saber que el Señor está en todo momento con nosotros, y con más razón si, como en este caso, hay una capilla y un sagrario. Siempre tenemos, en cada situación nueva, al menos una persona conocida y esto, para los que nos cuesta el primer paso, es siempre motivo de confianza.

Me paseaba por la residencia, observaba, me iba dando a conocer a la gente y, a través de ellos mismos, preguntaba y formaré parte. Él reza por mí y me aconseja sabiamente desde su experiencia. En alguna ocasión hacemos una escapada a un santuario mariano para rezar juntos el rosario o hacer una romería; en esos momentos, pienso, es cuando estamos más fuertemente unidos. Otra sorpresa fue encontrarme en la residencia con el sacerdote, ahora ya fallecido, que celebró la boda de mi hermana.

Ellos pasan por nuestra vida derramando la gracia de Cristo, colmándonos con sus bendiciones, y llega un momento en que, precisamente por ello, por haberse entregado plenamente a Cristo, se han quedado solos… ¡Pero no! Dios está con ellos, y pregustan ya aquí la felicidad eterna que les espera en el cielo, y se refleja en sus rostros. Les hacemos un gran favor acercándonos a ellos, compartiendo nuestro tiempo; pero mucho mayor es el tesoro que tienen y pueden dejarnos, si lo aprovechamos.

Algunos casos ejemplares

Hay un sacerdote enfermo y prácticamente ciego, que lleva escritos más de media docena de libros. Naturalmente necesita ayudas; pero su limitación no disminuye un ápice su interés por los libros y su espíritu emprendedor. Algún otro sacerdote y algún seminarista le ayudamos lo que podemos. Y quizá esa misma pasión le ha ayudado a superar la situación temporal de decaimiento que tuvo hace unos años, producida por sus enfermedades.

También residió allí un tiempo, hasta su fallecimiento, un sacerdote con alma de artista. En su periodo final se vio disminuido psíquicamente por una dura enfermedad. Mientras fue consciente le atendimos con todo el afecto posible, y también cuando dejó de reconocer a las personas. Siempre he pensado que toda la diócesis está en deuda con él por los esfuerzos realizados para recuperar y restaurar imágenes antiguas de valor.

Otros sacerdotes no tienen ningún distintivo especial, aparte de haber dejado casi sesenta o setenta años de su vida en el servicio pastoral de los fieles. No es poco mérito. ¡Cuánta gente habrá llegado al cielo gracias a los desvelos de buen pastor de estos sacerdotes! Me parece que no es poca misericordia la demostrada por ellos, día tras día, independientemente de que pueda contabilizarse entre las obras de beneficencia a favor de los pobres.

Pudiera pensarse que ya han hecho mucho por la Iglesia y que, a su edad, ya no les queda más por hacer; pero sería una equivocación. Estoy pensando en uno de ellos, que todavía vive, y en cómo gasta las horas de su tiempo rezando sin descanso. ¿Quién puede decir que fueron más valiosas las horas que empleó en su labor pastoral activa, que las oraciones que ahora suben al cielo desde sus labios y desde su corazón? Y, aparte de este caso concreto, ¡cuánto rezan todos ellos! En especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

Recientemente han operado de cáncer a un sacerdote muy conocido. Una operación larga (once horas) y complicada, que gracias a Dios ha salido bien. Después de los primeros días de incertidumbre, se fue recuperando progresivamente a pesar de su edad avanzada. Lo cuento porque, durante su larga convalecencia, estuvo presente una pariente próxima; a la que no resultaba posible atender al sacerdote día y noche, ella sola. Pero con buena voluntad y un poco de sacrificio, todo se arregla. En este caso, apoyándose en la realidad de una fraternidad sacerdotal vivida con esmero.

Un grupo de sacerdotes amigos establecieron los turnos necesarios para cuidar al enfermo, de modo que estuviera siempre acompañado. No parecía fácil al principio, dados los trabajos que cada uno lleva adelante; pero con la gracia de Dios y ese “plus” de sacrificio que digo, todo fue saliendo. Las enfermeras del hospital estaban asombradas de la cantidad de sacerdotes que pasaron por allí para cuidar al enfermo.

Me comentaba uno de ellos el gran bien interior que produjo a su alma cuidar de ese hermano sacerdote; ver su paciencia, su sentido sobrenatural, incluso su buen humor humano, fue para él una lección inolvidable. Y lo mismo experimentaron todos. Siempre enriquece más dar que recibir.

El autorSergio Palazón

Diócesis de Cartagena (España)

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La agenda social en Argentina

Mauricio Macri, recibió a representantes de la Conferencia Episcopal Argentina. La lucha contra el narcotráfico fue el tema principal.

27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: < 1 minuto

El 18 de diciembre, el nuevo presidente argentino, Mauricio Macri, recibió en su despacho a representantes de la Conferencia Episcopal Argentina. La lucha contra el narcotráfico ocupó el centro de la escena. Los obispos le entregaron dos documentos: “El drama de la droga y el narcotráfico”, de 2013, sobre el impacto negativo de las drogas en la sociedad; y “No al narcotráfico, sí a la vida plena”, de noviembre de este año, en el que se presenta el fenómeno como materia de la nueva agenda política, vinculado a la corrupción y a la crisis en las fuerzas de seguridad.

En uno de sus párrafos, advierte que el avance de la droga es “incomprensible sin la complicidad del poder. La Iglesia ha sido unos de los agentes sociales clave para mantener el tema en agenda. En la pasada elección por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, la discusión sobre las drogas fue, quizá, el factor determinante para que la balanza se inclinara a favor de María Eugenia Vidal y abriera las puertas para que el Frente Cambiemos llegara al poder nacional».

«Si bien el episcopado no postuló referencias partidarias, la denuncia sostenida con constancia desde 2009 afectó con mayor fuerza al ahora gobierno saliente. La propuesta de la Iglesia es un abordaje integral porque “en las zonas periféricas, en algunos barrios y villas, el vendedor de droga se ha convertido en un referente social; se crea allí un espacio independiente ajeno a la auténtica cultura”.

Los temas sociales de primera necesidad ponen a la Iglesia cerca de la gente y aportando con contundencia un servicio público: su participación en la sociedad plural del siglo XXI avanza por el carril rápido cuando construye estos canales positivos, por los que el mensaje espiritual puede fluir hacia campos antes reticentes.

El autorJuan Pablo Cannata

Profesor de Sociología de la Comunicación. Universidad Austral (Buenos Aires)

América Latina

Nuevos cambios, nuevas perspectivas en Argentina

El cambio político en Argentina debe ser un simple intercambio de poder. El país se enfrenta a grandes retos que también son oportunidades.

Marcelo Barrionuevo·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Argentina entró en el cambio con la victoria electoral del Frente Cambiemos. El país dejó atrás doce años de gobierno kirchnerista que perfilaba un camino hacia una “estatización” cada vez más virulenta que trataba de imponer una mirada cultural sesgada y unidireccional en la cosmovisión de la vida y de la sociedad.

El camino de decisión del pueblo argentino miró hacia la necesidad de un cambio. Esto manifiesta no sólo la opción de un partido, sino la mirada de un pueblo que en algún momento reacciona como autodefensa de su propia naturaleza. Se confirma una vez más que los pueblos pueden tener paciencia pero en cierto momento reaccionan y piden cambio en la dirección de las cosas.

La relación que este nuevo signo partidario tuvo con la cultura cristiana se pudo ver ya en el tiempo en que fueron gobernantes de Buenos Aires. Allí se vieron tanto elementos positivos como elementos que marcaron distancia con los principios fundamentales cristianos. Ejemplo de esto último es que fue la primera corporación en aprobar la unión civil de personas del mismo sexo. 

Argentina se debate desde hace varias décadas en la variación social y cultural por etapas de diez años. Las situaciones partidarias marcan rumbos que generan cambios y luego vienen otros que giran en sentido contrario. Si bien es cierto que la alternancia es positiva, ella misma cuando se ve marcada por líneas ideológicas no permite crecer con estabilidad. Argentina se debe a sí misma un proyecto de nación más estable y permanente.

Otro reto ante el que se encuentra la nación es el inicio de su Bicentenario, 1816-2016 que celebra los 200 años de la independencia de la corona española. Es una efeméride significativa y esperamos que sea también un espacio histórico de reflexión y de identidad ante el futuro. Otra actividad que la Iglesia prepara es el Congreso Eucarístico Nacional que se celebrará en la ciudad histórica de San Miguel de Tucumán. Allí se reunirán unas cien mil personas para celebrar el misterio de Jesús, Señor de la Historia, vivo y presente en el pan eucarístico.

2016 será un año importante pero con muchas fluctuaciones sociales, culturales y económicas. La Iglesia se afronta a vivir un tiempo muy fuerte con muchos desafíos pastorales: el drama de la narcotráfico ha sido un reclamo fuerte del episcopado, la identidad nacional por la educación como tarea urgente, la vivencia del jubileo de la Misericordia será como el telón de fondo de gestos y acciones en medio de la gente, la vivencia del congreso eucarístico como oportunidad excepcional de comunicar la urgente necesidad de reconciliación nacional. Hay nuevos aires de cambio en Argentina pero que deben servir para respetar a los pobres que sufren mucho; nuevos aires para una nueva época que no debe olvidar que el poder es servicio.

El autorMarcelo Barrionuevo

América Latina

Hagan lío, pero con orden. Una revolución a fondo en Paraguay

Los estudiantes de la Universidad Nacional de Asunción han emprendido una valiente campaña para terminar con la corrupción en la Universidad. Gracias a ellos el rector está en la cárcel y muchos decanos han renunciado a sus cargos.

Federico Mernes·27 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 6 minutos

Estamos viviendo una época histórica en Paraguay. Los protagonistas: ¡los jóvenes! No es poca cosa. Están socavando las estructuras podridas de la corrupción en el ámbito educativo. Todo comenzó con una sentada realizada por estudiantes secundarios de un colegio llevado por los jesuitas. El pedido era muy inespecífico: una mejor educación. Este modo de protesta se fue generalizando en otros colegios públicos y privados que culminó en una convocatoria de una gran marcha.

De forma paralela, el periódico Última Hora publicaba una noticia en la que se informaba de que el rector de la Universidad Nacional de Asunción (UNA), Froilán Peralta, cobraba veinte millones de guaraníes por cátedras que no enseñaba. El diario también informaba de una serie de nombramientos fraudulentos realizados por el rector. El escándalo no quedó sin reacción. El 18 de septiembre el presidente de la nación firmó la ley que obliga a reglamentar toda la información pública. De esa manera aparecieron en internet los sueldos de los funcionarios públicos, entre ellos los docentes de la UNA.

Ese día hubo una gran protesta de cientos de estudiantes de colegios públicos y privados con el lema Paraguay no se calla, lema que daría nombre al movimiento estudiantil. A la noche los universitarios se presentaron frente al rectorado de la UNA para pedir la renuncia del rector. Comenzó una serie de manifestaciones que al principio congregaba a cientos de universitarios, pero que llegó a movilizar a miles de estudiantes que se hicieron cargo de la Universidad de forma pacífica. Los medios de comunicación apoyaron desde el principio esta movilización.

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Además, comenzaron a conocerse otros malos manejos económicos en otras facultades. Los estudiantes denunciaron dichas irregularidades y exigieron responsabilidades. Pidieron la renuncia de los decanos encontrados con hechos de corrupción y la destitución del Consejo Directivo. Se hizo una vigilia que duró tres semanas.

En ese ínterin intervino la fiscalía, al principio con lentitud debido a intereses políticos. Los universitarios hicieron presión y verificaron de cerca los pasos que iban dando los fiscales. Al inicio se comprobó la culpabilidad del rector, quien fue procesado y encarcelado por lesión de confianza. Las demás autoridades y funcionarios que renunciaron también tenían sus “trapos sucios”. Fueron imputados más de cien responsables de diversos organismos de la Universidad.

Los alumnos de secundaria siguieron con su protesta. La situación se complicó al caerse el techo de una escuela pública. Catorce alumnos sufrieron heridas. Además, se descubrieron otras irregularidades, como la falta de entrega de kits escolares. Se produjo una nueva marcha de protesta y la ministra de Educación aceptó recibir a los líderes estudiantiles de secundaria. Sin embargo, no dio respuesta a las exigencias de los estudiantes: boleto escolar, kit de los alumnos, merienda escolar, capacitación docente (se encuentra que muchos profesores no tienen las acreditaciones necesarias para impartir clase). Por último, exigieron el empleo del 7 % del PIB en educación, como figura recogido en la Constitución. Se creía que hasta entonces se había empleado sólo el 3,5 %, luego se comprobó que incluso se había empleado menos, tan sólo el 2,3 %. Los estudiantes de secundaria accedieron a un encuentro con el presidente, quien tampoco dio la respuesta esperada. Se sucedieron las manifestaciones hasta que por fin consiguieron lo que pretendían. Por su parte, los estudiantes universitarios exigían el cambio del estatuto universitario, ya que éste al ser tan ambiguo permitía el mal manejo del presupuesto.

Poco a poco, los estudiantes de la UNA van consiguiendo sus objetivos. Consiguieron que el decano de la facultad de Politécnica, Abel Bernal Castillo, fuera nombrado rector interino. De los quince decanos de la universidad, era el único de confianza de los alumnos. De forma conjunta con los estudiantes, el nuevo rector ha tomado una serie de medidas, en la dirección requerida. Es algo trascendental en el país: hoy, con la transparencia, se permite saber exactamente la situación de cada uno.

El lema es #UNA no te calles. Alguien dijo que este acontecimiento es, para nuestro país, casi tan importante como la caída del muro de Berlín para los países comunistas. Hablamos con Mauricio Portillo, estudiante de 5º de Veterinaria y presidente del Centro de Estudiantes.

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¿Cómo empezó todo?

—Empezó con la sentata de los estudiantes secundarios. En Veterinaria nos empezamos a manifestar el mismo 18, después de la marcha de los estudiantes. Desde allí nos fuimos a manifestar frente al Rectorado. El que era rector estuvo 21 años de decano en nuestra facultad. Había mucha corrupción, desvío de dinero, tenía su gente, y el que se le oponía era excluido. Algunos alumnos que se manifestaron contra ellos no pudieron terminar sus estudios allí y tuvieron que ir a una universidad privada. Se hablaba de un reinado de terror (estaba protegido por un influyente político). Los profesores que estaban en contra del rector tenían miedo.

Primero fuimos los de Veterinaria y luego llamamos a los de otras facultades que estaban en la causa. Al principio éramos unos doscientos estudiantes, luego se fueron sumando muchos más. A partir de entonces convocamos una vigilia que duró tres semanas. Había representantes de cada facultad. Casi todas las facultades se unieron a la causa, salvo tres facultades consideradas las más corruptas.

Yo me quedé casi 20 días a dormir en la facultad bajo carpas. Había que vigilar para evitar la quema de documentos. Luego se esperó a que viniera la fiscalía a llevar los documentos (tampoco se confiaba mucho en la actuación de los miembros del gobierno).

Después se produjo el efecto dominó

—Sí. Comenzaron a saltar hechos de corrupción en las distintas facultades. Los estudiantes pidieron la renuncia del decano y de todo el Consejo Directivo. En Veterinaria renunciaron muchos miembros del Consejo Directivo además del decano.

¿Había buena coordinación entre los estudiantes?

—Todos los días nos reuníamos los diez representantes de cada facultad.

¿Cómo se evitaron los actos de violencia?

—Nosotros llegamos a la conclusión de que la gente que estábamos allí éramos los civilizados. Luego hubo infiltrados pero se les identificaba y estaban bajo observación.  Fue muy buena la logística, se repartía la comida a todos los puestos de seguridad, la página #UNA no te calles informaba cada hora y un periódico digital universitario de la facultad de Derecho actualizaba las noticias.

¿Te esperabas ese éxito?

—Teníamos confianza porque nos jugábamos mucho. La situación en las aulas estaba muy enrarecida. En las últimas semanas algunos alumnos fueron advertidos de que no debían que hablar conmigo, porque yo compartía mis ideas en las redes sociales. No sabía si podía conversar con algunos compañeros.

Ahora hay que confiar en la fiscalía

—Sí. De todos modos, hay copia de todo lo que se llevaron los fiscales en el Centro Nacional de Computación, que está en la Universidad. Además hay un grupo de estudiantes que está siguiendo todo el proceso. Lo que estamos esperando es que los nuevos directivos sean de nuestra confianza. Hay pocas personas que no son parte del sistema.

De momento, ¿qué han conseguido?

—Ahora hay una encargada de despacho que es de confianza. En 60 días hay que hacer elecciones del nuevo Consejo Directivo. Muchos están imputados. Otros países de Sudamérica están expectantes ante lo que se consiga, porque en sus países también tienen mucha corrupción a nivel de educación. Luchando por sus derechos se pueden conseguir objetivos.

Fabrizio Ayala es estudiante de secundaria de último año del colegio San José.

¿Cómo empezó la movilización de los estudiantes de secundaria?

—El movimiento secundario fue el inicio del movimiento Paraguay no se calla. Empezó con la sentata de los estudiantes del Colegio Cristo Rey de los jesuitas, asesorados por la FENAES y UNEPY, dos organizaciones estudiantiles. Ellos, los alumnos de los colegios nacionales, ya estaban acostumbrados a protestar porque son los que más sufren. Nosotros tenemos techo, vivienda, comida pero ellos no lo tienen tan fácil.

En las reuniones entre estudiantes de diferentes colegios decidimos exigir seis puntos: el boleto estudiantil, el kit escolar, el almuerzo y la merienda, una estructura de los colegios, el aumento de la inversión en educación y la mejorar la formación docente. Mientras se producían las marchas se caían los techos de escuelas, no se repartían los kits escolares y la corrupción campaba a sus anchas. En un momento dado hubo cierto miedo.

En definitiva, nuestra motivación era la creencia de que la base para el desarrollo son la salud y la educación.

El autorFederico Mernes

Cine

Cine: El despertar de la fuerza

Para empezar, considero que esta reseña debe diferir de otras, para preservar en esta ocasión la curiosidad del lector. No sería adecuado contar elementos argumentales del film, precisamente para no arruinar el efecto sorpresa.

Jairo Velásquez·13 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Película

Star Wars – Episodio VII: El despertar de la fuerza
Dirección: JJ Abrams
Guión: J. J. Abrams, George Lucas, Lawrence Kasdan
País: Estados Unidos
Año: 2015

Y la fuerza despertó. Para aquellos que estaban esperando la llegada de la séptima entrega de la saga de Star Wars, sólo hay una cosa por decir: la espera valió la pena. El director J.J. Abrams ha tenido muy claro que la clave era regresar a la magia de la trilogía original. Ha retomado los elementos de la tragedia griega, de las leyendas romanas y los mitos del rey Arturo y ha construido una aventura que te deja con ganas de mucho más.

Para empezar, considero que esta reseña debe diferir de otras, para preservar en esta ocasión la curiosidad del lector. No sería adecuado contar elementos argumentales del film, precisamente para no arruinar el efecto sorpresa: cualquier detalle, por pequeño que sea, podría avanzar alguna de las múltiples novedades que esperan a los espectadores a lo largo de los 135 minutos de metraje. En cualquier caso, la historia está bien armada.

Ahora, no obstante estas restricciones, se puede contar que Star Wars: el despertar de la Fuerza retoma la leyenda casi treinta años después de donde la dejó El Retorno del Jedi (1983). La paz y estabilidad de la Nueva República se ve de nuevo amenazada por un enemigo abducido por el lado oscuro de la fuerza, y el cometido la Resistencia será enfrentarse a él para alcanzar un nuevo equilibrio en la Galaxia. Y será en este contexto donde aparece un nuevo despertar de la fuerza.

Estos nuevos elementos van acompañados de viejos conocidos. En distintos momentos de la historia nos encontramos con todos los personajes de la trilogía original. Sin miedo a ser nostálgico, el ver de nuevo a Han Solo, Leia y Luke, compensa de por sí pagar la entrada. Sin embargo, lo glorioso de esta nueva experiencia es que la trama no descansa solamente en ellos, sino que aprovecha muy bien las características a explotar de los nuevos personajes y se despeja el camino para que puedan tomar la antorcha de la saga en las próximas secuelas.

Sentarse en el cine ante esta nueva entrega constituye sin duda una nueva experiencia, pero no exenta de innumerables reminiscencias referidas a momentos anteriores en los que nuestra imaginación ya voló hacia esos mundos galácticos.

Algunos espectadores podrán ver en la fuerza una aproximativa explicación sobrenatural de las cosas, pero no conviene perderse el desarrollo una excelente aventura que, además, cuenta con matices históricos y políticos muy interesantes.

La película devuelve la magia a una saga que cambió la forma de hacer y de ver cine. Es el regreso del arte cinematográfico a una revolución de la que disfrutó hace décadas toda una generación de jóvenes.

El autorJairo Velásquez

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TribunaMyriam Cortés Diéguez

Agilización de los procesos de nulidad, no precipitación

El 8 de diciembre ha entrado en vigor la reforma del proceso canónico para las causas de nulidad matrimonial. Se trata de una reforma jurídica y pastoral de largo alcance,  que sigue teniendo como fin buscar la justicia y la verdad.

9 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El Papa Francisco, conocido ya como el Papa de la misericordia, ha dado recientemente una ley que reforma el proceso canónico que ha de seguirse en las causas sobre la nulidad del matrimonio. Esta nueva normativa se contiene, para la Iglesia latina, en el motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus, que ha entrado en vigor el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de María y día de comienzo del Año de la Misericordia.

La coincidencia de fechas no es casualidad; por el contrario, es muy significativo que esta novedosa regulación, muy querida por el Papa, haya nacido en el contexto de la convocatoria del Jubileo extraordinario de la Misericordia y de una celebración mariana.

A nadie se le escapa que el Tribunal eclesiástico, donde deben tramitarse las causas para la declaración de nulidad del matrimonio canónico, ha de ser un lugar de acogida maternal y misericordiosa de aquellos hermanos que han sufrido el dolor de un fracaso matrimonial.

Por ello, la nueva ley nace, sin duda alguna, con una fuerte vocación de servicio pastoral en favor de los fieles que pasan por estas dificultades y también de sus familias, que sufren con ellos. Así se deduce de la reflexión hecha por los obispos en el reciente Sínodo extraordinario sobre la familia convocado por el Papa en octubre de 2014, donde se elevaron voces altas y claras para que el proceso de declaración de nulidad fuese “más rápido y más accesible” para todos los fieles.

En este sentido, en el informe final de la posterior Asamblea general ordinaria del Sínodo, celebrada en octubre de 2015, se recoge la obligación de los pastores de informar a los fieles que han tenido una experiencia matrimonial fallida sobre la posibilidad de iniciar el proceso para la declaración de nulidad, con especial preocupación por aquellos que han celebrado ya una nueva unión o una nueva convivencia. De este modo, podemos decir que el Sínodo ha querido facilitar el acceso de los fieles a la justicia eclesiástica.

El principal reto es, pues, acortar la distancia entre la justicia de la Iglesia y el fiel necesitado de ella. La caridad exige, además, una razonable celeridad, porque una justicia lenta no es justicia, es injusta, ya que genera en el fiel un sentimiento de abandono y de desesperanza que le aleja de la Iglesia y le aboca a tomar caminos no siempre deseados ni mucho menos buscados.

Nadie fracasa en su matrimonio por gusto, es evidente, así como también lo es que no todo matrimonio fracasado esconde un matrimonio nulo, pero en todo caso los fieles tienen derecho a que la Iglesia se pronuncie sobre su validez y dé paz a sus conciencias. De ahí que la reforma incida en la necesidad de que la información sobre la posibilidad de iniciar una causa para la declaración de nulidad de su matrimonio llegue a todos los fieles; en que éstos se sientan apoyados y acompañado; en que la dificultad del proceso sea aliviada por la simplificación de los trámites y por una mayor preparación de los operadores de los tribunales, con mayor cabida para los laicos; y en que, finalmente, los medios económicos de cada cual no sean un obstáculo.

Evidentemente se corre el riesgo de que la opinión pública confunda la agilización de los procesos con su precipitación, o el hacer más breve el proceso con favorecer la nulidad de los matrimonios. Habrá que explicarlo bien. También hay que hacer entender que se debe diferenciar lo que hace la Iglesia, que es declarar que un matrimonio fue nulo si el juez constata, con certeza moral, la inexistencia del vínculo, y lo que no hace la Iglesia, que es anular un matrimonio válido.

Es evidente en este sentido que la declaración de nulidad de un matrimonio no podrá ser jamás entendida como una facultad, es decir, como una decisión que depende de la voluntad de la autoridad eclesial. La declaración de nulidad consiste, como su mismo nombre indica, en declarar el hecho de la nulidad, si se dio, y no en constituirla. Precisamente, para acallar erróneas interpretaciones al respecto, que ya surgieron durante la celebración del mencionado Sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa dijo claramente al final de la asamblea que ninguna intervención del Sínodo había puesto en duda las verdades reveladas sobre el matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la apertura a la vida.

La reforma es ciertamente de largo alcance, jurídico y pastoral, y no arriesgando mucho puede decirse incluso que no tiene precedentes, pero ha de afirmarse sin dudarlo que el fin del proceso canónico sigue siendo el mismo –la salvación de las almas y la tutela de la unidad en la fe y en la disciplina con respecto al matrimonio– y que no han variado los referidos principios que lo sustentan, ni la intención de buscar la justicia y la verdad.

Esperamos, pues, que uno de los primeros frutos de esta reforma procesal sea que los fieles conozcan y, por tanto, confíen en la justicia de la Iglesia, y que la Iglesia se haga consciente a su vez de que la administración de justicia es un verdadero instrumento pastoral que Dios ha puesto en sus manos y que, por tanto, no puede reducirse a complicadas e inasequibles estructuras burocráticas, sino que ha de llegar y estar al alcance de todos los fieles.

El autorMyriam Cortés Diéguez

Rectora de la Universidad Pontificia de Salamanca

Teología del siglo XX

La teología de Le Guillou

Marie-Joseph Le Guillou es un teólogo muy completo. Trabajó en los grandes campos de la teología del siglo XX: eclesiología, ecumenismo, teología del Concilio y teología del misterio; y reaccionó con lucidez ante la crisis posconciliar.

Juan Luis Lorda·5 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 7 minutos

Marcel Le Guillou nació el 25 de diciembre de 1920 en Servel, pueblecito de Bretaña (Francia), hoy incorporado al municipio de Lannion. Su padre era suboficial de intendencia de la marina (furriel) y su madre servía de costurera por las granjas del entorno. Fue un estudiante brillante (salvo en gimnasia), y ganó una beca para los estudios secundarios. Cuando la familia se trasladó a París, pudo acceder al famoso Lycée Henri IV de esa ciudad, y prepararse para la École Normale Supérieure, centro top del sistema educativo francés. Es fruto, por tanto, del premio al mérito, que es una de las mejores cosas de la República francesa.

Con la guerra y la ocupación alemana (1939), comenzó a dar clases en el seminario menor de Lannion, donde estudiaba su hermano pequeño. Y allí se gestó su vocación, que atribuye, sobre todo, a la piedad de su madre. Decide hacerse dominico. Su padre quiere que termine la carrera, y obtiene la licenciatura de Letras clásicas (gramática y filología). En 1941 comienza a estudiar teología en Le Saulchoir, famosa facultad de los dominicos en París. Allí obtiene la licenciatura de filosofía en 1945 y la de teología en 1949; y enseña Teología moral.

Vocación y trabajos ecuménicos

Desde el primer curso en Le Saulchoir, había asistido junto con Yves Congar a reuniones con teólogos y pensadores ortodoxos. Le interesa muchísimo. Por ese motivo, sin dejar Le Saulchoir, se incorpora (1952) a un instituto que desde 1920 promovían los dominicos, y que se renueva entonces con el nombre de “Centro Istina”. El centro renueva también su revista sobre Rusia y cristiandad (Russie et chrétienté) y le pone el mismo nombre (1954). Probablemente Istina es la revista  católica más conocida sobre la teología y espiritualidad oriental (cristiana). Le Guillou colabora con entusiasmo mientras prepara su tesis doctoral en teología, que será al mismo tiempo, de eclesiología y ecumenismo.

En la primera parte estudia la historia del movimiento ecuménico en el ámbito protestante, y las posiciones ortodoxas, hasta la constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Le interesan la génesis de ese esfuerzo y la naturaleza teológica de los problemas que surgen. En la segunda parte, estudia la historia de las divisiones y de las controversias confesionales hasta el inicio del diálogo. La Iglesia católica ha debatido para conservar su identidad, pero también pertenece a su identidad y a su misión intentar reconciliar las divisiones. Es preciso estudiar cómo se ha entendido la Iglesia a sí misma en este sentido en la historia. En ese contexto, destaca noción la comunión, que será una de las clave de la eclesiología conciliar.

Tras el Concilio, el término “comunión” será el más usado para definir la Iglesia y como forma de compendiar lo que dice el número 1 de Lumen Gentium: “La Iglesia es en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Pero entonces no era así. Ese término, que tiene un valor canónico, teológico y espiritual, se pone en primer plano como consecuencia del diálogo ecuménico. Le Guillou es uno de los que contribuyen a difundirlo. Obtiene el doctorado (1958) y la tesis se publica en dos volúmenes: Misión y unidad. Las exigencias de la comunión (1960).

Desde 1952, enseña teología oriental en Le Saulchoir, y en 1957 pasa varios meses en el monte Athos, república monástica ortodoxa en Grecia. Allí se hace querer y contempla la ortodoxia en vivo. Todo esto le permite publicar un pequeño libro El espíritu de la Ortodoxia griega y rusa (1961) en una interesante colección de pequeños ensayos (Enciclopedia del católico del siglo XX), traducida al castellano por Casal i Vall (Andorra). El libro, breve y acertado, gustó a los teólogos ortodoxos de París, que se reconocieron en él. Todavía es muy útil (como otros títulos de aquella sorprendente “enciclopedia”).

La teología del misterio y el rostro del resucitado

A Le Guillou le llegan por un lado los ecos de la renovación teológica litúrgica y bíblica; y por otro, el contacto con la ortodoxia. Esto le impulsa a hacer una teología que refleje mejor el sentido del misterio revelado en la Escritura, celebrado en la Liturgia y vivido por cada cristiano. Emprende entonces un gran ensayo de síntesis Cristo y la Iglesia. Teología del Misterio (1963), donde, partiendo de San Pablo, hace un largo recorrido histórico sobre la categoría de “misterio”, para terminar con el misterio en Santo Tomás de Aquino. La verdadera teología no es especulación, es parte de la vida cristiana.

Marie-Joseph Le Guillou, en audiendia con Juan Pablo II.

Son años emocionantes. Sigue con interés el desarrollo del Concilio Vaticano II, y asiste como asesor de algunos obispos. Además, da numerosas conferencias. El trabajo de síntesis que acababa de hacer sobre el misterio cristiano le permite contemplar la teología del Concilio con una gran unidad, y prepara un ensayo de conjunto: El rostro del resucitado (1968). El subtítulo refleja lo que piensa: Grandeza profética, espiritual y doctrinal, pastoral y misionera del Concilio Vaticano II. Para Le Guillou, Cristo es el rostro de Dios en el mundo; y la Iglesia lo hace presente; transparentar el rostro de Cristo es un reto y una exigencia para cada cristiano. Todo lo que ha dicho el Concilio se inserta allí.

Años difíciles

Con todo, algo no marcha. Durante el mismo Concilio, observa que hay quien se lo apropia invocando un “espíritu del Concilio”, que va a acabar sustituyendo a la experiencia eclesial y a la misma letra del Concilio. Le disgustan también las celebraciones interconfesionales, donde no se respeta la identidad de la liturgia recibida. Observa la tonalidad fuertemente política e ideológica de algunos. Y con Olivier Clément (teólogo ortodoxo) y Juan Bosch (dominico) escribe Evangelio y revolución (1968).

La “revolución” callejera y estudiantil del 68 viene seguida de la contestación eclesiástica a la encíclica de Pablo VI Humanae vitae; y al disenso teológico europeo se añade la tendencia revolucionaria latinoamericana. Pero el misterio de Cristo no es el de un revolucionario sino el del “Siervo sufriente”: por eso, con cierto tono poético, reivindica la figura de Cristo en El inocente (Celui qui vient d’ailleurs, l’Innocent): la revolución salvadora de Cristo es su muerte y su resurrección. Se apoya en testimonios literarios para mostrar las intuiciones de la salvación (empezando por Dostoievsky), y recorre la Escritura para rescatar la figura de un salvador que ha encarnado la enorme paradoja de las bienaventuranzas.

Urgencias teológicas

En 1969, Pablo VI le incluye en la Comisión Teológica Internacional que acaba de crear. Esto le permite departir con grandes amigos (De Lubac), aunque alguno le sorprende (Rahner). Además le obliga a estar enterado de todos los temas debatidos. A él, que había alcanzado una visión sintética, se le hace patente que está irrumpiendo una transformación del misterio cristiano. Lo ve como una nueva gnosis, una profunda contaminación ideológica. 

Y lo siente especialmente, cuando es llamado a preparar el sínodo de los obispos de 1971, dedicado al sacerdocio. Trabaja incansablemente en la preparación de los documentos, hasta dañarse la salud. Y sale convencido de que es necesario contrarrestar la nueva gnosis. Intenta poner en marcha una revista (Adventus) que sirva de contrapeso a Concilium, a la que también había pertenecido, pero se tropieza con la resistencia de los alemanes (von Balthasar) y se pliega. Después, tiene la generosidad de sumarse a la edición francesa de la revista Communio, promovida entre otros por Von Balthasar.

Escribe un apasionado ensayo El misterio del Padre. Fe de los apóstoles, Gnosis actuales (1973). Allí, por un lado, presenta el misterio cristiano como había hecho en El Inocente; y por otro, discierne el carácter ideológico de muchas desviaciones, especialmente las que proceden de la contaminación marxista. Frente a hermenéuticas que disuelven la fe reafirma la “hermenéutica del testimonio cristiano”, presentada por los Padres y los teólogos cristianos (aunque simpatiza poco con la soteriología de San Anselmo). Está seguro de que va a escandalizar, pero más bien queda orillado, porque se considera de mal gusto mencionar que la situación es mala. Todo esto se refleja en sus diarios y anotaciones; en parte publicados (Flashes sur la vie du Père M.J. Le Guillou, 2000).

Espiritualidad

Sin abdicar de ese esfuerzo titánico, no abandona lo ordinario, que para él es la predicación. Desde que se hizo dominico ha tomado conciencia de que su vocación es predicar. Lo menciona muchas veces en sus notas. Da numerosos cursos y empieza a atender a la comunidad de benedictinas del Sacre Coeur de Montmartre. Entre otras cosas,  hay que notar un ciclo completo de predicaciones para el año litúrgico (ciclos A, B y C), que también se ha traducido al castellano.

Entiende que la fuerza de la Iglesia es la espiritualidad y que la situación no puede arreglarse sólo en el plano doctrinal o disciplinar. Por eso escribe Los testigos están entre nosotros. La experiencia de Dios en el Espíritu Santo (1976), en la línea de la “hermenéutica del testimonio” de que había hablado. Recorre la Escritura para mostrar que con el Espíritu Santo se nos abre el corazón del Padre, su amor y su verdad: atestiguado por los Apóstoles y los mártires y los santos; experimentado en la Iglesia como fuente de agua viva y ley del amor e impulso de caridad y de discernimiento de espíritus. A veces, se considera este libro junto con el de El Misterio del Padre El inocente como una trilogía trinitaria.

Últimos años

Desde 1974, con sólo 54 años, se le ha manifestado una enfermedad degenerativa (Parkinson), menos conocida entonces que ahora, que le va limitando poco a poco. Se intensifica entonces su relación con las benedictinas del Sacre-Coeur, a quienes predica y redacta sus constituciones. Con el permiso de sus superiores, se retira finalmente a una de sus casas (Prieuré de Béthanie). Así tiene la fortuna de que su archivo y su documentación quede perfectamente guardada.

Y se crea una asociación de amigos. Con su ayuda, se han podido publicar póstumamente muchos textos de carácter espiritual que tenía guardados. El profesor Gabriel Richi, de la Facultad de teología de San Dámaso, ha puesto en orden ese archivo; y se ha ocupado de la reciente edición castellana de muchas de sus obras. A los prólogos de esos libros y a otros de sus estudios hay que agradecer muchos datos que aquí se recogen.


enero16-razoneslibros

El rostro del resucitado. 423 páginas. Encuentro, 2015. Le Guillou ofrece un ejemplo de la hermenéutica de la renovación planteada por Benedicto XVI.

El inocente. 310 páginas. Montecarmelo, 2005. Presenta el misterio de Cristo: su revolución es su muerte y resurrección.

Tu palabra es el amor. 232 páginas. BAC 2015. Meditaciones y homilías para el circo C, tomando el misterio de Dios como punto de partida.

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Un jubileo local, más que romano

Con el comienzo del Jubileo, el Papa abrió la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y destaca son los bajos números de participación.

5 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Hace unas semanas que Francisco abrió la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y uno de los temas que más aparecen en la prensa son los números sobre la (supuesta) poca participación. Es importante hablar de los datos reales, y no crear leyendas: en la ceremonia del día 8 de diciembre participaron 50.000 personas. No fue un eco “masivo”, como hace algunos años. La sensación en el ambiente mediático es la de un “flop”, porque no se han cumplido las previsiones.

Una primera pregunta es: ¿quién hizo esas previsiones, y cómo? Después del sorpresivo anuncio del Papa Francisco en marzo, empezaron las especulaciones sobre los datos: “millones de peregrinos”, Roma “invadida” por fieles de todo el mundo, el riesgo de un desastre organizativo por falta de tiempo… Es decir: la gran expectativa ha sido sobre todo debida a especulaciones, tal vez sin fundamento. Un segundo elemento es lo ocurrido el 13 de noviembre en París, y sus consecuencias en la vida cotidiana alrededor del Vaticano y de las otras basílicas: el miedo a ataques terroristas ha representado una razón para no viajar a Roma. El multiplicarse de controles de seguridad es ahora una dificultad que ralentiza el curso normal de una peregrinación religiosa.

Pero el elemento mas importante es la masiva difusión que el Papa quiso sea el rostro fundamental de este Jubileo: en cada diócesis y santuario se han abierto Puertas Santas: no es necesario ir a Roma para vivir en plenitud el Año Santo. Y por eso Francisco ha querido limitar los “eventos” romanos. El balance final del Jubileo no se hará a partir de los números de los que han pasado por la Puerta de la basílica de San Pedro. Se hará con los números escondidos de los que han vivido este Año de la Misericordia acercándose al confesionario. Y estos, gracias a Dios, no son datos mediáticos; pero son bien conocidos en el Cielo.

El autorOmnes

Vaticano

“En cuestiones económicas, la Iglesia debe dar buen ejemplo”

“En las cuestiones económicas, la Iglesia debe dar buen ejemplo”. En más de una ocasión el Papa Francisco ha explicado así por qué uno de los aspectos prioritarios de la reforma de la organización de la Curia Romana se refiere a la correcta gestión del patrimonio económico y financiero de la Santa Sede

Giovanni Tridente·5 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

“En las cuestiones económicas, la Iglesia debe dar buen ejemplo”. En más de una ocasión el Papa Francisco ha explicado así por qué uno de los aspectos prioritarios de la reforma de la organización de la Curia Romana se refiere a la correcta gestión del patrimonio económico y financiero de la Santa Sede, sobre todo en esta época caracterizada por una fuerte crisis financiera y por una evidente degradación moral. Olvidarlo afectaría a la confianza de las personas, y obstaculizaría la misión misma de la Iglesia, que no puede prescindir de los recursos económicos para poder anunciar el Evangelio “hasta los confines del mundo”.

No es casualidad que una de las primeras comisiones instituidas a pocos meses de la elección de Francisco fuera precisamente la encargada de analizar la estructura económico-administrativa de la Santa Sede, llamada en italiano con el acrónimo COSEA. Compuesta en su casi totalidad por laicos y expertos de varios países, ha tenido la tarea –sirviéndose también de consultorías externas– de estudiar en profundidad los departamentos económicos del Vaticano y hacer propuestas para la racionalización de su actividad.

De esta comisión nacieron después una Secretaría para la Economía, hoy dirigida por el Cardenal George Pell, y un Consejo para la Economía, confiado al cardenal Reinhard Marx. Una de las “reformas” más evidentes que han resultado del nacimiento de estos dos organismos consiste, por ejemplo, en la elaboración por parte de cada uno de los organismos administrativos de la Santa Sede de un presupuesto y un balance económico anual, mecanismos que antes no eran obligatorios o al menos, en la mayor parte de los casos, no estaban previstos. Paralelamente se ha ido consolidando también la reorganización del sistema de gestión del Instituto para las Obras de Religión (IOR), entre otras cosas con el fin de obtener el reconocimiento de organismos internacionales en lo relativo a la fiabilidad del mismo Instituto en el ámbito financiero.

En las últimas semanas se han añadido ulteriores piezas. El Consejo de nueve cardenales (C-9) que está ayudando al Santo Padre en el proceso de reforma, en la prevista reunión trimestral celebrada a comienzos de diciembre, ha dado su plácet, entre otras cuestiones –como la posibilidad de aplicar el principio de sinodalidad y una “saludable descentralización”, de las que habló el Papa Francisco al celebrar el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos en octubre; la creación del nuevo dicasterio para los laicos, la familia y la vida, y del que se ocupará de justicia, paz y migraciones– a la constitución de un nuevo grupo de trabajo encargado de llevar a efecto “una reflexión sobre las perspectivas de futuro de la economía de la Santa Sede  y del Estado de la Ciudad del Vaticano”.

Ha sido el cardenal Pell quien ha ilustrado sus características, en su calidad de Prefecto de la Secretaría para la Economía, explicando que este nuevo organismo deberá en cierto sentido supervisar “la marcha y el control global de las salidas y las entradas”. Junto a la Secretaría para la Economía, está integrado por representantes de la Secretaría de Estado, el Governatorato, la APSA (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica), la Congregación de Propaganda Fide –que tiene una gestión autónoma y se ocupa de todas las tierras de misión–,la Secretaría para la Comunicación y el IOR.

En las mismas horas, el Papa Francisco ha dado también mandato al Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, para instituir la Pontificia Comisión para las actividades del sector sanitario de las personas jurídicas públicas de la Iglesia, teniendo amplios poderes de intervención sobre hospitales, clínicas y sanatorios propiedad de la Santa Sede, de las diócesis y de las órdenes y congregaciones religiosas. La decisión de instituir este organismo es una respuesta a las “particulares dificultades” que vive la llamada sanidad católica, sobre las cuales el Papa ha “reunido las oportunas informaciones”. También en este caso, aunque no sólo, se dan razones de naturaleza económica, ligadas a una “gestión eficaz de las actividades y a una conservación de los bienes, manteniendo y promoviendo el carisma de los fundadores”. Contará como miembros con seis expertos en las disciplinas sanitarias, inmobiliarias, de gestión, económicas, administrativas y financieras. Esta intervención se ha hecho necesaria tanto para resolver situaciones actuales de crisis como para prevenirlas en el futuro. Siempre en el orden de aquel “buen ejemplo” que están llamadas a dar la Iglesia y todas sus instituciones.

Vaticano

Jornada Mundial de la Paz: superar la “globalización de la indiferencia”

Como se viene haciendo ya desde hace 49 años, el 1 de enero se celebra la Jornada Mundial de la Paz, sobre el tema Vence la indiferencia y conquista la paz. Por otro lado, a finales de mes termina el Año de la Vida Consagrada. ¡Y la Madre Teresa será santa!

Giovanni Tridente·5 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

Partiendo de las directrices indicadas por el tema Vence la indiferencia y conquista la paz, en el Mensaje escrito para la ocasión el Papa Francisco ha invitado a todos los hombres de buena voluntad a reflexionar sobre el fenómeno de la “globalización de la indiferencia”, que es causa de tantas situaciones de violencia e injusticias. Todo el Mensaje es una muestra de solicitud para que en el mundo finalmente se pueda, en todos los niveles, “realizar la justicia y trabajar por la paz”. Esta, en efecto, “es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, escribe Francisco.

A pesar de todo, sin embargo, la invitación del Pontífice es “a no perder la esperanza en la capacidad del hombre” para superar el mal y no abandonarse a la resignación y a la indiferencia. Las razones para creer en esta capacidad son múltiples, empezando por aquellas actitudes de corresponsabilidad solidaria que están “en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común”. Todos, en efecto, están en condiciones de comprender que fuera de estas relaciones terminaríamos siendo “menos humanos” y que precisamente la indiferencia representa “una amenaza para la familia humana”.

Entre las diversas formas de indiferencia globalizada, el Papa sitúa en primer lugar la indiferencia “ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado”, que son efectos “de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista”. Se va del no sentirse afectados por los dramas que afligen a los hermanos, porque estamos anestesiados por una saturación informativa que sólo permite conocer vagamente sus problemas, a la falta de “atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana”. Numerosas veces, denuncia el Papa, “algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre”, volviéndose así “incapaces de sentir compasión”.

Todo ello lleva a “cerrazón y distanciamiento”, y provoca una ausencia “de paz con Dios, con el prójimo y con la creación”, alimentando al mismo tiempo “situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad”.

Como ya indica la Evangelii gaudium, ninguna persona debería prescindir del deber de contribuir “en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad”. Con frecuencia, sin embargo, esta indiferencia golpea también los ámbitos institucionales, con la realización de políticas que tienen “como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros”.

Estas tendencias se pueden invertir solamente a través de una verdadera “conversión del corazón”, escribe el Papa, “un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana esté en juego”.

Ciertamente, no faltan tantos ejemplos de compromiso elogiable de organizaciones no gubernamentales y grupos caritativos, también no eclesiales, asociaciones que socorren a los migrantes, operadores que informan sobre situaciones difíciles, personas que se comprometen en favor de los derechos humanos de las minorías, sacerdotes y misioneros, familias que educan en los sanos valores y acogen a los que están en necesidad, muchos jóvenes que se dedican a proyectos de solidaridad…, demostraciones todas ellas, escribe Francisco, de cómo cada uno puede “vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana”.

El Jubileo de la Misericordia representa una estupenda oportunidad para decidirse a contribuir a mejorar la realidad en la que se vive, empezando por los Estados, a los cuales el Papa en el Mensaje pide expresamente “gestos concretos” y “actos de valentía” hacia las personas más frágiles de la sociedad, entre ellas los detenidos (abolición de la pena de muerte y amnistía), los migrantes (acogida e integración), los desempleados (“trabajo, tierra y techo”) y los enfermos (acceso a los cuidados médicos).

El Mensaje de la Paz concluye con un triple llamamiento a los Estados, para que se abstengan de implicar a “otros pueblos a conflictos o guerras”, que son dañosas desde un punto de vista material, pero también moral y espiritual, para que trabajen en la condonación de la deuda internacional de los Estados más pobres, y para que adopten políticas de cooperación respetuosas con los valores de las poblaciones locales y salvaguarden “el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer”.

Clausura del Año de la Vida Consagrada

Desde el 28 de enero al 2 de febrero será la semana final del Año de la Vida Consagrada, y en esa oportunidad se reunirán en Roma alrededor de 6.000 consagrados provenientes de todo el mundo. Entre los primeras convocatorias comunitarias, en la tarde del 28 de enero se celebrará una vigilia de oración en la basílica de San Pedro, mientras el 1 de febrero se tendrá la audiencia con el Papa Francisco en el aula Pablo VI, con un debate sobre el tema Consagrados hoy en la Iglesia y en el mundo, provocados por el Evangelio. El último día de la semana, el 2 de febrero, solemnidad de la Presentación del Señor, los consagrados vivirán su jubileo de la misericordia, con una peregrinación a las basílicas de San Pablo Extramuros y Santa María Mayor, y por la tarde participarán en la Santa Misa celebrada por el Santo Padre en la basílica de San Pedro para clausurar el Año de la Vida Consagrada.

Entretanto, en las pasadas semanas, la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica ha difundido un nuevo documento dedicado a la “Identidad y misión del hermano religioso en la Iglesia”, centrado precisamente en esta particular vocación a la vida religiosa laical de hombres y mujeres. Como ha explicado el cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto de la Congregación, la vocación del religioso hermano expresa de manera completa en su forma de vida “el rasgo de la persona de Cristo” ligado precisamente a la “fraternidad”. “El religioso hermano refleja el rostro de Cristo-Hermano, sencillo, bueno, cercano a la gente, acogedor, generoso, servidor…” ha añadido. En la actualidad, los religiosos hermanos son aproximadamente un quinto del total de los religiosos varones.

Causas de los santos

En el último mes, la Congregación de las Causas de los Santos ha sido autorizada por el Para a promulgar numeroso decretos referentes tanto a milagros como a virtudes heroicas.

La mayor relevancia ha correspondido sin duda la aprobación del milagro atribuido a la intercesión de la Madre Teresa de Calcuta, beatificada por san Juan Pablo II en 2003, que será canonizada durante este Jubileo de la Misericordia. También han sido aprobados los decretos relativos a los milagros atribuidos a la intercesión de la beata María Isabel Hesselblad, sueca, fundadora de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida; del Siervo de Dios Ladislav Bukowinski, sacerdote diocesano ucraniano, muerto en Kazajistán en 1974; y de las Siervas de Dios María Celeste Crostarosa, napolitana fundadora de las Hermanas del Santísimo Redentor y muerta en 1755; María de Jesús (Carolina Santocanale), italiana, fundadora de la Congregación de las Hermanas Capuchinas de la Inmaculada de Lourdes; Itala Mela, oblata benedictina del monasterio de San Pablo en Roma, fallecida en 1957.

El Santo Padre ha autorizado, por otra parte, la promulgación de decretos sobre las virtudes heroicas de los Siervos de Dios Angelo Ramazzotti, que fue Patriarca de Venecia, muerto en 1861; José Vithayathil, que fundó en la India la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia; José María Arizmendiarrieta, sacerdote diocesano nacido en Markina, en España; Giovanni Schiavo, sacerdote profeso de la Congregación de San José, muerto en Brasil en 1967; Venanzio Maria Quadri, religioso profeso de la Orden de los Siervos de María; William Gagnon, religioso profeso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, muerto en Vietnam en 1972; Nikolaus Wolf, laico y padre de familia; Tereso Olivelli, laico muerto en 1945 en el campo de concentración de Hersbruck (Alemania); Giuseppe Ambrosoli, de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús; Leonardo Lanzuela Martínez, del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; Heinrich Hahn, laico muerto en 1882; y de las Siervas de Dios Teresa Rosa Fernanda de Saldanha Oliveira y Sousa, que fundó la Congregación de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, muerta en 1916; María Emilia Riquelme Zayas, también española, fundadora del Instituto de las Misioneras del Santísimo Sacramento y de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada; María Esperanza de la Cruz, nacida en Monteagudo (España) y cofundadora de las Misioneras Agustinas Recoletas; Emanuela Maria Kalb, hermana profesa de la Congregación de las Hermanas Canónicas del Santo Espírito de Saxia, muerta en Cracovia en 1986.

Mundo

El primer Ordinariato personal cumple cinco años

Se cumplen cinco años de la creación del primer Ordinariato personal para fieles procedentes del anglicanismo. La Santa Sede ha aprobado su nuevo Misal, y ha nombrado a Mons. Steven Lopes Ordinario de la Cátedra de San Pedro, y le conferirá la ordenación episcopal.

José María Chiclana·3 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 10 minutos

El 20 de octubre de 2009, la Santa Sede anunció la creación de una figura jurídica personal para acoger en la Iglesia Católica a fieles provenientes del anglicanismo donde pudieran conservar sus tradiciones litúrgicas, pastorales y espirituales: los Ordinariatos personales. Y el 15 de enero de 2011 fue erigido el primer Ordinariato personal, con el nombre de Our Lady of Walshingham (Nuestra Señora de Walsingham), en Inglaterra.

El quinto aniversario de este acontecimiento, la aprobación de un nuevo Misal para uso de los ordinariatos personales y la decisión de la Santa Sede de nombrar un nuevo ordinario para el Ordinariato personal de The Chair of Saint Peter (Cátedra de San Pedro) en los Estados Unidos, que será ordenado obispo, ponen de nuevo a estas realidades eclesiales en el punto de mira de la actualidad.

Orígenes de los Ordinariatos personales

Aunque el primer Ordinariato personal fue erigido en Inglaterra por el significado que este país tiene en la tradición anglicana, el origen de los Ordinariatos personales hay que buscarlo en los Estados Unidos.

La introducción por votación de cambios en la doctrina, en la liturgia y en la enseñanza moral abrió una fisura en la Comunión Anglicana que fue creciendo a lo largo de los años. El primer paso importante en esta quiebra tuvo lugar en la Conferencia de Lambeth –reunión que desde 1.897 organiza cada 10 años el arzobispado de Canterbury para todos los obispos de la Comunión Anglicana– celebrada en 1.930, que introdujo en la resolución 15 como moralmente aceptable la utilización de métodos anticonceptivos en casos excepcionales, que la misma Conferencia había declarado moralmente ilícitos en 1.908 (resolución 47). Este hizo que algunos grupos comenzaran a plantearse su acercamiento a Roma.

La aproximación empezó a concretarse de forma práctica en 1.976, cuando la Iglesia Episcopal (anglicana) de los Estados Unidos aprobó la admisión de mujeres al ministerio presbiteral, y como resultado, dos grupos de fieles episcopalianos solicitaron en abril de 1.977 a la Santa Sede y a la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos ser recibidos en la Iglesia católica de forma “corporativa”, en una estructura personal en la que pudieran mantuvieran las tradiciones litúrgicas, espirituales y pastorales anglicanas.

Nuevo Misal para los Ordinariatos.

En 1.980, con el parecer positivo de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y desechada la eventual creación de una nueva Iglesia ritual o de una estructura de jurisdicción personal, se aprobó una Pastoral Provision que preveía la creación de parroquias personales católicas de acuerdo con el obispo de cada diócesis, que conservasen y viviesen las tradiciones anglicanas que aprobara la Santa Sede. También se permitía que pastores anglicanos casados recibieran la ordenación como sacerdotes católicos, dispensando de manera excepcional de la ley del celibato y tras un riguroso proceso. Asimismo, en 1986 se aprobó el Book of Divine Worship, un libro litúrgico que contenía parte del Book of Common Prayer anglicano y las cuatro Plegarias Eucarísticas del Misal Romano: se lo denominó Uso Anglicano, nombre que ya se ha dejado de utilizar. Entre 1.981 y 2.012 fueron ordenados 103 sacerdotes de acuerdo con la Pastoral Provision, doce de ellos célibes. En 2.008 el número total de fieles pertenecientes a parroquias regidas por la Pastoral Provision era de unos 1.960, agrupados en tres parroquias personales y en cinco societies o congregations.

Desde 1.996 hasta 2.006, diversos grupos de anglicanos o de fieles acogidos a la Pastoral Provision solicitaron a la Santa Sede la erección de una Prelatura personal para acogerlos; y finalmente, en enero de 2.012, quedó erigido el Ordinariato personal de la Cátedra de San Pedro, en el que se han integrado éstos y otros grupos. Actualmente (según el Anuario Pontificio 2015) ese Ordinariato cuenta con 25 centros pastorales, 40 sacerdotes y unos 6.000 laicos. El menor número de sacerdotes se debe a que muchos de los que fueron ordenados bajo la Pastoral Provision ya están incardinados en una diócesis y desempeñan allí su labor pastoral.

La evolución en Inglaterra

Para entonces, sin embargo, ya existía un Ordinariato personal en Inglaterra. En efecto, cuando el 11 noviembre de 1.992 también el Sínodo de la Iglesia anglicana de Inglaterra votó por escaso margen a favor de la admisión de mujeres al ministerio sacerdotal, algunos grupos de anglicanos de Inglaterra comenzaron a aspirar a ser recibidos de forma corporativa en la Iglesia católica. De diciembre de 1.992 a mediados de 1.993 se celebraron varias reuniones entre católicos y anglicanos en casa del cardenal Hume, lideradas por el propio Hume y por Graham Leonard, obispo anglicano de Londres y figura entonces muy relevante. Esos grupos solicitaron a la Iglesia católica la creación de una figura jurídica del tipo de una Prelatura personal o de una diócesis personal, con el propio Hume como prelado o, al menos, una Pastoral Provision como en los Estados Unidos; en ella, además de ser recibidos en la Iglesia católica, serían atendidos por su mismo pastor, ordenado sacerdote católico. Solicitaban mantener las tradiciones pastorales, litúrgicas y espirituales anglicanas que aprobase la Santa Sede.

Finalmente, el 26 de abril de 1.993 la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales estimó preferible que la recepción de quienes deseasen ser recibidos en la Iglesia católica se hiciese de forma individual a través de las parroquias católicas; y en el caso de los ministros anglicanos que desearan ser ordenados sacerdotes católicos la cuestión se estudiaría caso por caso, siguiendo un procedimiento aprobado en julio de 1.995 con el nombre Statutes for the Admission of Married Former Anglican Clergy men in to the Catholic Church, aprobado por  Juan Pablo II el 2 de junio 1995. Al hacerlos públicos, el cardenal Hume explicó en una carta pastoral que el Santo Padre “ha pedido que seamos generosos, que el permiso de ordenar hombres casados es una excepción y será concedido personalmente por el Santo Padre y por último, que la medida no significa un cambio en la ley del celibato que es más necesaria que nunca”.

Aunque las fuentes no son precisas y no hay datos oficiales, desde 1.992 hasta 2.007, 580 antiguos ministros anglicanos procedentes de la Iglesia de Inglaterra han sido ordenados sacerdotes católicos, de los cuales 120 están casados. Otros 150 han sido recibidos como laicos, cinco pasaron a la Iglesia ortodoxa y otros siete pasaron a otros grupos anglicanos.

Entretanto, la Iglesia de Inglaterra aprobó en 1993 la Episcopal Ministry Act of Synod, donde se creaba una singular figura jurídica de tipo personal a la que podían acogerse las parroquias anglicanas que, tras una votación, rechazasen la admisión de mujeres al ministerio y la permanencia bajo la jurisdicción de un obispo que participase en una ordenación de una mujer o la aceptase al ministerio en su diócesis. Se trataba de los denominados Provincial Episcopal Visitors, con la tarea de atender a esas parroquias pastoral y sacramentalmente, aunque jurídica y territorialmente dependan del obispo diocesano. Esta estructura contribuyó a que muchas parroquias que habían tanteado seriamente la posibilidad de ser recibidas en la Iglesia católica optaran por no hacerlo y acogerse a ese régimen, ante la perspectiva de no poder permanecer unidas. Esta fórmula contribuyó también al nacimiento de los Ordinariatos personales: de hecho, de los cinco primeros obispos anglicanos que serían ordenados sacerdotes en el Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, tres habían sido Provincial Episcopal Visitors, y muchas de las parroquias que permanecieron entonces en la Iglesia de Inglaterra bajo esta figura forman parte ahora del Ordinariato personal.

Posteriormente, debido a los cambios doctrinales que seguían ocurriendo en la Comunión Anglicana y en previsión de la posible admisión de mujeres al episcopado, desde 2.005 y hasta 2.009 hubo conversaciones y solicitudes a la Santa Sede por parte de grupos de anglicanos. La primera solicitud provino en 2.005 de la Tradicional Anglican Communion (TAC), que unificaba a grupos de anglo-católicos en todo el mundo, sobre todo en Australia y Nigeria. También hubo contactos con Forward in Faith, un grupo nacido en Inglaterra en 1.992, cuyos líderes eran John Broadhurst, Andrew Burnham y Keith Newton, los tres primeros obispos anglicanos que serían ordenados sacerdotes católicos para implementar el Ordinariato personal en Inglaterra. Se produjeron asimismo conversaciones desde octubre de 2.008 hasta noviembre de 2.009 entre otro grupo de anglicanos (formado por obispos y ministros de Inglaterra) y miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que incluyeron la discusión del contenido concreto y final de Anglicanorum Coetibus, la disposición con la que Benedicto XVI creó en 2.009 la figura de los Ordinariatos personales.

El primer resultado sería la creación en Inglaterra del Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, el 15 de enero de 2.011.

Cinco años de Ntra. Sra. de Walsingham

En los cinco años transcurridos desde su creación, el Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham ha ido creciendo poco a poco. El Anuario Pontificio 2015 menciona que forman parte de él unos 3.500 laicos y 86 sacerdotes.

El Ordinariato cuenta con 60 comunidades en Inglaterra y 4 en Escocia (con 40 centros pastorales, según el Anuario). Algunas son muy activas; otras, por la distancia, sólo pueden reunirse una vez al mes, y durante la semana acuden a la parroquia diocesana más cercana. Fuentes del Ordinariato señalan que, en general, son bien acogidos y reciben ayuda en las parroquias diocesanas, y que la atención que reciben sus fieles cuando no pueden acudir a una parroquia del Ordinariato es prueba de sintonía con las diócesis.

Pero los números no son el criterio para medir la labor del Ordinariato en estos cinco años, pues hay que mirar más bien a la labor que se va desarrollando en cada parroquia, en cada grupo. El número de personas recibidas en la Iglesia católica a través del Ordinariato se podría asemejar a un goteo pequeño, pero constante. Por otro lado, hay que destacar la influencia que tiene en el anglicanismo en general, y el peso que tiene sobre los otros Ordinariatos lo que se hace o se impulsa desde el Ordinariato de Inglaterra: es el caso de la aprobación del nuevo Misal para uso de los Ordinariatos, que abordaremos enseguida.

Como señala Mons. Keith Newton, su Ordinario, la misión del Ordinariato es la nueva evangelización y la unidad de la Iglesia, y es como un puente a través del cual muchas personas puedan ser recibidas en la Iglesia católica. Trimestralmente, el clero del Ordinariato participa en sesiones de formación; los temas abordados hasta ahora han sido muy variados: desde cuestiones de Teología moral o Patrología, hasta los temas tratados en el reciente Sínodo de la Familia. Con cierta regularidad se organizan los llamados Ordinariate Festival; en el último tuvieron lugar varias sesiones sobre liturgia y la nueva evangelización.

Por otro lado, el Ordinariato ha constituido varias Comisiones para preparar el quinto aniversario y estudiar cómo puede llegarse a una conversión interior de sus fieles con ocasión del Año de la Misericordia, y cómo pueden llegar a más personas con la labor apostólica y de testimonio del Ordinariato. Con apoyo en un documento titulado Growing up Growing out, cada grupo del Ordinariato estudia como crecer, repasa sus relaciones con el obispo diocesano y planea cómo llegar a más personas. En estos años, el Ordinariato en Inglaterra ha adquirido dos iglesias en propiedad; y dos comunidades religiosas anglicanas han sido recibidas como parte del Ordinariato: dato interesante, dada la influencia de la tradición monacal anglicana, que con frecuencia mira a la Iglesia católica en las dimensiones litúrgica y espiritual.

Nuevo Misal para los Ordinariatos

Un hito reciente ha sido la aprobación por la Santa Sede del documento The Divine Worship, provisión litúrgica para la celebración de la Santa Misa y los demás sacramentos en los Ordinariatos personales. Expresa y preserva para el culto católico el digno patrimonio litúrgico anglicano; como señala el Ordinariato de la Cátedra de San Pedro, la manera de celebrar la Santa Misa que señala “es a la vez distintiva y tradicionalmente anglicana en su carácter, su registro lingüístico, y su estructura”; y el Ordinario emérito Mons. Jeffrey Steenson (que antes había sido obispo anglicano) subraya que acoge “aquella parte que nutrió la fe católica en la tradición anglicana y que impulsó las aspiraciones hacia la unidad eclesial”.

Se ha utilizado el nombre de Divine Worship  y no el de Uso anglicano para resaltar la unidad con el rito romano, del que es una expresión; por eso en la portada del Misal se lee “conforme al rito romano”. Incluye un Directorio de Rúbricas con  instrucciones para aquellas partes en las que diverge del Misal Romano.

Se recomienda a los sacerdotes del Ordinariato que celebren ordinariamente según este misal, tanto dentro como fuera de las parroquias del Ordinariato. Pero no todo sacerdote puede celebrar conforme a él, aunque sí puede concelebrar en una ceremonia donde se utilice el misal, y en casos de necesidad o urgencia se ruega al párroco diocesano que lo haga para grupos del Ordinariato que lo soliciten. Y cualquier fiel católico puede asistir a la Misa celebrada conforme a este misal.

La diferencia más notable con el Misal Romano es que The Divine Worship no incluye un período llamado “Tiempo Ordinario”. El período comprendido entre la celebración de la Epifanía y el Miércoles de Ceniza se llama “Tiempo después de Epifanía” (Epiphanytide); y hay otro tiempo llamado “Pre-Cuaresma” (Pre-lent) que comienza el tercer domingo antes del Miércoles de Ceniza. Después de Pascua, los domingos del tiempo ordinario se denominan colectivamente Trinitytide, hasta la celebración de Cristo Rey. Otras características destacables son: el rito penitencial tiene lugar después de la oración de los fieles; hay dos fórmulas para el ofertorio: la del Misal Romano y la tradicional del Misal Anglicano; se incluyen sólo dos Plegarias Eucarísticas: el Canon Romano y la Plegaria Eucarística II.

De momento, las lecturas que se utilizan son las versiones de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, asumidas por muchas parroquias anglicanas después del Concilio Vaticano II. El rito de la Comunión sigue la misma estructura que en el Misal Romano, con tres incorporaciones procedentes de la tradición anglicana: en la fracción del pan, el sacerdote canta o recita el himno tradicional Christ our Passover is sacrificed for us, con la respuesta del pueblo; después de la fracción, el sacerdote y los que van a comulgar recitan juntos la oración Prayer of humble Access; y al concluir la distribución de la Comunión, el sacerdote y el pueblo hacen una acción de gracias con otra oración de la tradición anglicana: Almighty and everliving God.

Nuevo ordinario obispo

A finales de noviembre la Santa Sede ha nombrado un nuevo Ordinario en los Estados Unidos para el Ordinariato de la Cátedra de San Pedro, a petición del propio Ordinariato. Después de una votación en el Consejo de Gobierno y la presentación de una terna a la Santa Sede, el Papa ha elegido a Mons. Steven Joseph Lopes, sacerdote de 40 años, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El nombramiento ha llamado la atención por dos razones. En primer término, no procede del anglicanismo, aunque conoce bien tanto la realidad anglicana como los Ordinariatos personales, ya que pertenecía a la Comisión Anglicanae Traditiones, que supervisa y coordina los Ordinariatos en materia litúrgica y pastoral. Y en segundo lugar, porque será ordenado obispo el 2 de febrero de 2016, lo cual es significativo. Su título de ordenación será el Ordinariato personal, y no una diócesis extinta, como se hace en otros casos; así, aunque el oficio de Ordinario ya contaba con facultades episcopales, ahora podrá también ordenar sacerdotes (hay autores que entienden que se trata de un vicario con facultades episcopales).

Ordinariatos en otros lugares

Va creciendo también el Ordinariato de Nuestra Señora de la Cruz del Sur, Our Lady of The Southern Cross, en Australia, que cuenta hoy con 14 sacerdotes y unos 2.000 laicos (en 2.013 eran 7 sacerdotes y 300 laicos), con once comunidades en Australia y una recientemente creada en Japón.

Si bien sólo se han cumplido cinco años desde la erección del primer Ordinariato personal para fieles provenientes del anglicanismo, como ha señalado Mons. Steven Lopes al poco de ser nombrado ordinario, “estamos a punto de celebrar el 500 aniversario de la reforma protestante. No creo que sea exagerado decir que dentro de 500 años se verá esta idea de Benedicto y Francisco como el inicio del cierre de la brecha de la división en la Iglesia”.

 

El autorJosé María Chiclana

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Los Estados se comprometen a cuidar la “casa común”

La Iglesia católica no es ajena al importante reto mundial de revertir los efectos del cambio climático que afecta al conjunto del planeta. El Papa Francisco marcó el camino moral a seguir en su encíclica Laudato si, algunas de cuyas enseñanzas han tenido reflejo en el acuerdo alcanzado en la reciente cumbre de París sobre el clima.

Emilio Chuvieco·3 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 9 minutos

La reciente encíclica del Papa Francisco Laudato si’ traza un marco de gran calado teológico y moral sobre nuestra relación con el medio ambiente, sobre “el cuidado de la casa común”, como subtitula este documento. El texto suscitó un enorme interés de los medios de comunicación y en estudiosos de diversas disciplinas relacionadas con el ambiente. Parte de esa polémica era consecuencia de su claro posicionamiento a favor de considerar un deber moral la adopción de compromisos sustanciales en el cuidado de la naturaleza.

Conversión ecológica

El Papa aboga por una visión nueva del ambiente, lo que denomina “conversión ecológica” (término ya acuñado por Juan Pablo II). La palabra conversión indica en la tradición cristiana un cambio de rumbo. En pocas palabras, el Papa nos está pidiendo en la encíclica una modificación sustancial en nuestra relación con la naturaleza, que llevaría a considerarnos como parte de ella, en lugar de como meros usuarios de sus recursos. “La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (n. 111).

La actitud de muchos católicos ante la encíclica va desde la sorpresa a la sospecha. Se muestran confusos porque piensan que los temas ambientales son marginales, no tienen relevancia frente a otras muchas cuestiones donde se juega el futuro de la familia y la sociedad, y no entienden por qué el Papa les dedica una encíclica. No se atreven a criticarla abiertamente (al fin y al cabo es un texto del Papa, y tiene el mayor rango doctrinal de los que emite la Santa Sede), así que o bien la silencian, o bien la interpreten entresacando del texto lo que ellos entienden como más sustancial (en el fondo lo más tradicional, lo que esperaban leer). Sin embargo, una lectura atenta del texto papal permite comprobar cómo el cuidado de la naturaleza no es ajeno a la tradición católica, ni se trata de un tema marginal, sino que se engarza perfectamente con la doctrina social de la Iglesia, ya que los problemas ambientales y sociales están íntimamente relacionados.

Reconducir el sistema

Aquellos católicos que han criticado más abiertamente la encíclica lo hacen desde posiciones muy variadas, pero que en cierta medida convergen en el desacuerdo sobre la gravedad de la situación ambiental o las causas de ese deterioro. Según ellos no se ha tenido en cuenta la controversia científica, particularmente en el caso del cambio climático, avalando arriesgadamente un planteamiento sesgado de la cuestión. Si los problemas ambientales no son tan serios como describe al Papa, o no es responsable de ellos el ser humano, parece que se anularan las consecuencias morales y la base teológica sobre el cuidado del medio ambiente que supone el principal mensaje de la Laudato si.

Sin embargo, como han subrayado investigadores de gran relevancia, la encíclica muestra una visión bastante ecuánime de lo que sabemos actualmente sobre el estado del planeta, en función de la mejor información científica de que disponemos. En cuanto a las críticas que hace el Papa del modelo económico actual, parece que se identifica la denuncia a los excesos de un sistema con su oposición frontal. El actual modelo de progreso tiene muchos problemas, que los pensadores más lúcidos han denunciado en numerosas ocasiones. Entre ellos, es evidente que no hace a la gente más feliz y que resulta insostenible ambientalmente. No se trata de volver al paleolítico o de avalar el comunismo (que por cierto cuenta con un historial ambiental lamentable), sino de reconducir el sistema capitalista actual, especialmente en lo que atañe al capitalismo financiero, dando prioridad a las necesidades humanas y al equilibrio con el ambiente frente a la acumulación egoísta de recursos que abre la brecha entre países y clases sociales, que descarta por igual a las personas y a los demás seres creados.

Ciertamente el cambio climático es la cuestión ambiental donde se evidencia más la necesidad de adoptar un compromiso moral, que ayude a cambiar drásticamente las tendencias observadas. Por un lado se trata de un problema global que sólo podrá resolverse con el concurso de todos los países, pues a todos afecta si bien con distinto grado de responsabilidad. Por otro lado, implica un ejercicio claro del principio de precaución, que lleva a adoptar medidas eficaces cuando el riesgo potencial sea razonablemente alto.

Finalmente, considera los intereses de las personas más vulnerables, las sociedades más pobres, que ya están experimentando los efectos de los cambios, a la vez que las generaciones futuras.

Medidas contundentes

Al cambio climático le dedica la encíclica párrafos en varias secciones, mostrando la gravedad del problema: “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” (n. 25). En consecuencia, nos exhorta el Papa a adoptar medidas contundentes que permitan mitigarlo: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (n. 22).

La reciente cumbre del clima de París ha adoptado por vez primera un acuerdo global que implica a todos los países y que tiene un objetivo claro: evitar que se supere el límite de 2 grados centígrados en el aumento de la temperatura del planeta sobre los niveles pre-industriales. Además, se reconoce la diferente responsabilidad de cada país en el problema, instando a los países más desarrollados a que colaboren para generar un fondo (que se cifra en 100.000 millones de dólares anuales) que permita a los menos avanzados hacer progresar sus economías con tecnologías más limpias. Como puntos más discutibles del acuerdo están la falta de compromisos vinculantes en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por parte de cada Estado, aunque sí se requiere que tengan planes nacionales de reducción y que informen al comité de seguimiento del acuerdo de las tendencias usando un protocolo común para todos los países.

Para entender mejor la importancia de este acuerdo, conviene recordar que el tratado de Naciones Unidas sobre cambio climático (UNFCC por sus siglas en inglés) se firmó en 1992 en el marco de la cumbre de la tierra de Río de Janeiro. Desde entonces se reúnen las partes firmantes del acuerdo (en la práctica todos los países miembros de la ONU) para evaluar la situación y tomar acuerdos que permiten mitigar los efectos previsibles del cambio climático. De estas reuniones anuales (denominadas COP, conferencia de las partes), la más destacada fue la realizada en Kyoto (Japón) en 1997, donde se firmó el primer acuerdo vinculante de reducción de emisiones, aunque sólo afectaba a los países desarrollados. El protocolo de Kyoto fue ratificado por todos los países del mundo, con excepción de Estados Unidos. Aunque sus objetivos de reducción eran modestos, supuso un primer paso para tomar conciencia de la necesidad de acuerdos globales en esta cuestión. En la cumbre de Copenhague de 2009, se pretendió extender el compromiso vinculante a todos los países, incluyendo las economías emergentes, que ya suponían un porcentaje importante de las tasas de emisiones, pero el acuerdo fracasó, acordándose mantener las negociaciones para proponer un marco más estable que permitiera sustituir a Kyoto, que expiraba en 2012.

Tres bloques

Básicamente las posturas que se mostraron entonces, y que han vuelto manifestarse en el COP de París se pueden resumir en tres bloques: por un lado la Unión Europea y otros países desarrollados, como Japón, partidarios de un acuerdo más ambicioso y vinculante, particularmente en el uso de energías renovables; por otro Estados Unidos y otros países desarrollados, más los productores de petróleo, que no querían adoptar acuerdos vinculantes si no afectaban a los países emergentes, actualmente responsables del mayor incremento de emisiones; y, por último, este grupo de países en gran crecimiento industrial, el llamado G-77, donde figuran junto a China, Brasil, India, México, Indonesia y otras economías en desarrollo, que no disponen todavía de la tecnología o la capacidad económica para alimentar su crecimiento económico sin utilizar sus combustibles fósiles. Indican que no son responsables del problema y que necesitan desarrollar sus economías, mientras Estados Unidos sostiene que, sin un compromiso por parte de esos países, sus esfuerzos serían vanos. En realidad existe un último grupo, el de los países más pobres, que sufren las consecuencias del calentamiento sin ser responsables de su generación y que sufren la falta de acuerdos verdaderamente eficaces.

Tras varias COP donde los progresos fueron muy modestos, la conferencia de París se consideraba clave para promover un acuerdo más duradero que permitiera continuar el protocolo de Kyoto. Finalmente, tras duras negociaciones entre los grupos de países antes mencionados, se ha establecido un acuerdo que puede considerarse global, pues, como antes indicamos, afecta por vez primera a todos los países, no sólo a los económicamente desarrollados. En este sentido, se puede considerar el primer tratado ambiental de características planetarias, lo que da idea de la seriedad con la que se afronta actualmente el cambio climático.

Causas del calentamiento

Ya son muy pocas las voces críticas con las bases científicas del problema, ya que la acumulación de evidencias en muy diversos ámbitos del conocimiento apunta en una dirección consistente. El calentamiento global del planeta se evidencia en la pérdida de la superficie de hielo ártico y antártico (principalmente el primero), en el retroceso de los glaciares, en el aumento del nivel del mar, en la movilidad geográfica de especies, además de en la temperatura del aire y del agua. Las causas del mismo apuntan también en una dirección cada vez más evidente, al descartarse otros factores de origen natural, como las variaciones de la radiación solar o la actividad volcánica, que obviamente fueron protagonistas en los cambios climáticos que ocurrieron en otros periodos de la historia geológica del planeta. En consecuencia, resulta altamente probable que la causa principal del calentamiento sea el reforzamiento del efecto invernadero producido por la emisión de los GEI (CO2, NOx, CH4, etc.), fruto de la combustión del carbón, petróleo y gas, asociada a la generación de energía, así como de la pérdida de masas forestales como consecuencia de la expansión agropecuaria.

Como es bien sabido, el efecto invernadero es natural y clave para la vida en la tierra (nuestro planeta estaría 33º C más frío en su ausencia). El problema es que estamos reforzando ese efecto en muy poco tiempo, lo que implica un desequilibrio de muchos otros procesos y puede tener consecuencias catastróficas si no se toman medidas drásticas para mitigarlo. La tierra ha estado más caliente que ahora, no cabe duda, pero también es clave considerar que esos cambios naturales se han producido en un ciclo temporal muy largo (siglos o milenios), y lo que observamos ahora se produce muy rápidamente, en décadas o incluso años, lo que va a dificultar mucho la adaptación de las especies vegetales y animales.

Si la causa principal del problema son las emisiones de GEI, el mejor remedio para paliarlo sería reducirlas, siendo más eficientes con el uso de la energía o produciéndola con otras fuentes (renovables, nuclear). Como éste es un sector clave del desarrollo económico, se entiende la resistencia de los países pobres a imponerse restricciones cuando ellos no han causado el problema, y la preocupación de los ricos por el impacto que ese esfuerzo tendrá en sus economías. Para la mayor parte de los científicos es imprescindible tomar esas medidas para que la situación no alcance un punto de no retorno, que ponga en peligro la habitabilidad futura del planeta. Esa meta se cifra ahora en 2º C de incremento sobre la temperatura media del periodo industrial. Actualmente se ha constatado un incremento de 1º C, mientras la concentración de CO2 por ejemplo ha pasado de 280 partes por millón (ppm) a superar las 400 ppm. Los impactos previsibles se basan en nuestro mejor conocimiento actual sobre el funcionamiento del clima, que todavía es impreciso. No obstante, los efectos potenciales globales son muy serios y pueden afectar drásticamente a distintas especies, animales y vegetales, así como a las actividades humanas: pérdida de glaciares, que son recursos clave para el abastecimiento de agua de muchos pueblos; subidas del nivel del mar que afectarán principalmente a las grandes aglomeraciones urbanas costeras; mayores sequías en zonas ya semiáridas; inundaciones más intensas en algunos lugares, o incluso, paradójicamente, un enfriamiento del clima en el norte de Europa, por la alteración de las corrientes oceánicas. Regionalmente, puede haber también impactos positivos, como la mejora en los rendimientos agrícolas en zonas frías de Asia Central o América del Norte, pero el balance global se puede considerar muy preocupante, con posibles efectos de retro-alimentación que podrían llegar a ser catastróficos.

Compromiso común

El acuerdo de París es en realidad una “hoja de ruta” que indica el acuerdo sobre la gravedad del problema y la necesidad de colaborar globalmente para resolverlo, o al menos mitigarlo. Supone un compromiso común de todos los países para realizar acciones eficaces de cara a una transición económica hacia una menor dependencia de los combustibles fósiles. Todavía será necesario tomar compromisos más ambiciosos, pero al menos muestra tres elementos muy positivos: 1) voluntad de colaboración entre países desarrollados y en desarrollo, 2) reconocimiento de la distinta responsabilidad ante el problema por parte de unos y otros, y 3) aceptación de que los intereses particulares necesitan ponerse por detrás del bien común.

Estos tres principios están en la esencia de la Laudato si. Aunque no se diga explícitamente, no cabe duda, en mi opinión, de que el Papa Francisco también es parte del éxito del acuerdo de París. Su indudable liderazgo moral y la claridad con la que se ha manifestado sobre esta cuestión han hecho meditar a muchos líderes sobre la necesidad de dar un paso más, de aparcar los intereses particulares y buscar un consenso basado en la búsqueda honesta del bien común. En este sentido, afirma en la Laudato si: “Las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global” (n. 169). Se trata de un compromiso, además, que reconoce la responsabilidad diversa, ya que las aportaciones al fondo común del clima serán proporcionales a la riqueza de cada país, como también recomendaba el Papa Francisco: “Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible […]. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas” (n. 52). El impacto sobre los países más pobres y las generaciones futuras no puede obviarse: “Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional” (n. 159).

Estoy seguro de que el Papa Francisco se habrá alegrado enormemente del acuerdo de París, y estoy seguro también de que recordará en el futuro la importancia de cumplirlo y de seguir avanzando en esta línea para mitigar las amenazas que los impactos del cambio climático pueden acarrear sobre las sociedades más vulnerables. Estoy seguro también de que se habrá alegrado de esta noticia su predecesor, Benedicto XVI, que también había hablado con gran claridad y contundencia sobre esta cuestión. Y no sólo hablado, sino también actuado, convirtiendo en 2007 a la Ciudad del Vaticano en el primer Estado del mundo neutro en emisiones de CO2, al cubrir toda la superficie de la sala Pablo VI con paneles solares. La Iglesia no solo predica sino que intenta poner en práctica lo que recomienda.

El autorEmilio Chuvieco

Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá.