Una oportunidad para reparar e informar

Spotlight reavivó el debate sobre abusos clericales y la respuesta de la Iglesia, destacando la importancia de informar y dialogar.

13 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

El 11 de febrero se estrenó en Argentina la película Spotlight y las salas de cine se inundaron de un silencio doloroso. Aunque mostrar el mal que no supimos evitar hiere el corazón, también brinda una oportunidad para reparar e informar. La placa final, que muestra ciudades en las que se han registrado denuncias, incluye varias argentinas. El Diario Perfil se ocupó de recordar cinco casos con condenas firmes: Sasso, Rossi, Ilaraz, Pardo y Grassi.

Unos días más tarde, Spotlight ganó el Oscar a mejor película y el productor Michael Sugar interpeló al Papa al agradecer el premio: “Es tiempo de proteger a los niños y restaurar la fe”. La situación fue extraña porque se refirió al tema como si se estuviera notificando al Pontífice por primera vez.

¿Cómo se explica esto? Quizá porque la crítica social que tuvo su clímax en 2010 había ido cediendo ante la secuencia de buenas medidas tomadas por la Iglesia y la aparición de casos referidos a diversas esferas de la sociedad, cuyo capítulo más reciente afecta a la ONU. Esto develó la existencia de un problema de todos y no sólo de los católicos. Y cuando los problemas son de todos es más difícil reconocerlos y enfrentarlos.

Es un hecho que la reacción ante la violencia en ámbitos privados continúa siendo tibia. Por poner un solo dato, el Observatorio de la Violencia de Género de la Provincia de Buenos Aires registró 18.619 denuncias por violencia doméstica en enero de este año.  Surge, entonces, una pregunta inquietante: ¿estamos siendo cómplices de toda esa violencia social oculta, tal vez, porque no queremos verla?

Volviendo al punto, el tema de los abusos clericales se había archivado como relato y cada nuevo caso podía interpretarse en el marco de la política de “tolerancia cero” que inició Juan Pablo II, promovió Benedicto XVI y consolidó Francisco. Pero la película y sus derivados generaron que el asunto retornara a la conversación pública y que se cuestionara otra vez la responsabilidad de la Iglesia.

Ofrece así la oportunidad para compartir de nuevo una narrativa que explique la crisis, sus causas y la contundente respuesta que ha posicionado a la Iglesia en la vanguardia de la prevención y el cuidado de las víctimas. Llama la atención que a muchos católicos les falta todavía ese trabajo de síntesis –fruto del estudio, la reflexión y el intercambio de pareceres– que resulta fundamental en un mundo de consensos inestables, datos parciales y reclamos permanentes. Para aportar al diálogo social no basta con la formación: es necesario informarse y comunicar con calidad.

El autorOmnes

América Latina

Reconocida la objeción de conciencia en Uruguay

La justicia uruguaya sienta un precedente al tumbar la ley que restringía el derecho a la objeción de conciencia de los médicos ante el aborto.

Agustín Sapriza·13 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El Tribunal de lo Contencioso Administrativo (TCA) de Uruguay ha dictaminado una resolución histórica para el Estado de Derecho. Ha establecido pautas y conceptos que garantizan el libre ejercicio de la objeción de conciencia a los profesionales de la salud. De esta forma se tutela el derecho a la objeción de conciencia implícitamente establecido en la Constitución uruguaya. Ese derecho está incluido expresamente, aunque en condiciones particularísimas, en el texto de la ley que actualmente permite la despenalización del aborto. En Uruguay hace años que el partido de gobierno (Frente Amplio) intenta aprobar una ley que despenalice el aborto. En su anterior presidencia (del 1 de marzo de 2005 al 1 de marzo de 2010), el actual presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez (reelegido el 1 de marzo de 2015), vetó una ley que había aprobado el parlamento, basándose en la realidad científica de que desde la concepción existe una vida humana.

Finalmente, en el año 2012, durante la presidencia de José Mújica, se aprobó la nueva ley vigente. Esta ley presenta como una excepción la posibilidad de no penalizar la realización de un aborto. Así lo dice claramente el artículo 2 de la ley: “La interrupción voluntaria del embarazo no será penalizada y en consecuencia no serán aplicables los artículos 325 y 325bis del Código Penal, para el caso que la mujer cumpla con los requisitos que se establecen en los artículos siguientes y se realice durante las primeras doce semanas de gravidez”. 

Por lo tanto, actualmente es posible realizar abortos sin ser penalizados solamente cuando se practica de acuerdo al procedimiento y garantías previstas expresamente en la ley y dentro de las doce primeras semanas de gravidez.

Además, se incluyó expresamente en el artículo 11 de la ley el derecho del médico a interponer la objeción de conciencia. Por lo tanto, para el médico objetor de conciencia no tiene ninguna consecuencia negativa el ejercer un derecho que la misma ley le garantiza.

Un mes después de la sanción de la ley, el Ministerio de Salud Pública promulgó el decreto que la reglamentaba. Este decreto contradecía en muchos aspectos las particularidades de la ley. En lo medular, se acotaba y restringía ilegítimamente el derecho a la objeción de conciencia por parte de los médicos que no querían participar del procedimiento abortivo.

Un grupo de médicos, que sintieron que el referido decreto violaba la relación médico-paciente y sus derechos fundamentales al ejercer la profesión respetando su conciencia, iniciaron un proceso ante la justicia para hacer valer sus derechos.

Así, en agosto de 2015, el TCA puso fin a una situación de manifiesta ilegalidad y de falta de certeza generada por Ministerio de Salud Pública en el pasado período de gobierno. La sentencia del TCA estableció pautas y conceptos que garantizan el libre ejercicio de la objeción de conciencia para los profesionales de la salud según está previsto en la Constitución y en la ley.

Se trata de una resolución histórica porque, además de confirmar la protección de la libertad de conciencia, aprueba la existencia de mecanismos de ajuste a través de la justicia, de los desbordes del Poder Ejecutivo frente a una ley aprobada por el parlamento.

Era evidente la discordancia entre el Ministerio de Salud Pública y la ley aprobada respecto al alcance de la objeción de conciencia. Por ello, el Ministerio quiso cambiar el texto de la ley por la vía reglamentaria, incurriendo en una ilegalidad manifiesta que llevó a que el TCA derogara dicha norma con efectos generales y absolutos. Vale decir que borró los artículos impugnados del sistema jurídico desde su mismo nacimiento alcanzando con ello no sólo a los médicos demandantes, sino a todos los médicos.

La sentencia reconoce que el derecho a la objeción de conciencia deriva de los derechos fundamentales del individuo, tanto en lo relacionado con el derecho a la libertad de conciencia, como con el derecho a la dignidad humana. Los jueces hicieron lugar a puntos centrales de la demanda.

Sin embargo, durante todo el periodo que tardó en llegar el fallo del Tribunal que respaldaba la posición de los médicos objetores, hubo muchas presiones por parte de algunas autoridades del Ministerio de Salud Pública. Se tildó a los médicos de falsos objetores o de incumplidores de sus deberes en el sistema de salud. También se intentó dar una visión restrictiva del derecho de objeción de conciencia, oponiéndolo al supuesto derecho de la mujer a abortar. Ha tenido una repercusión tan amplia en los medios de comunicación, que en varios de los departamentos y ciudades del país la totalidad de los ginecólogos que allí ejercen son ahora objetores de conciencia. Por lo tanto no se pueden realizar abortos en dichos lugares, salvo que las autoridades envíen médicos dispuestos a realizarlos.

En tiempos donde la sociedad quiere aprobar a toda costa supuestos derechos de algunos grupos sociales, el ordenamiento jurídico respalda a aquellos que en conciencia piensan lo contrario y ven violentada su libertad, y amparándose en la fuerza de los verdaderos derechos, demuestran que nadie puede exigirles que renuncien a la luz interior de su conciencia.

América Latina

Mons. Juan Carlos Bravo: “Quiero sacerdotes con calidad espiritual y humana que amen a la gente”

Mons. Juan Carlos Bravo hace un repaso de su trayectoria como sacerdote y obispo, y habla de los retos de la Iglesia en Venezuela. Nos reunimos con él tras la 105 Asamblea Plenaria anual de la Conferencia Episcopal de Venezuela para hablar de la exhortación Pastoral Asumir la realidad de la Patria y de sus implicaciones para la sociedad venezolana.

Marcos Pantin·13 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

La exhortación Pastoral “Asumir la realidad de la Patria”, publicada tras la 105 Asamblea Plenaria anual de la Conferencia Episcopal de Venezuela del 7 al 12 de enero, es un llamamiento a la paz y al perdón. En ella, los obispos abogan por “trabajar por el diálogo, la reconciliación y la paz. Invitamos a todas nuestras instituciones a implementar, con creatividad y coraje, gestos y acciones que nos hagan vivir y gustar con alegría y sacrificio, los frutos de la solidaridad y la fraternidad: una mayor atención a los pobres, a los enfermos, a suscitar con creatividad iniciativas para la paz y para llenar los vacíos ante la escasez de alimentos y medicinas, tales como ‘las ollas solidarias’ o cualquier otra forma de atención a las necesidades de la comunidad”. Terminada la reunión pudimos conversar con Mons. Juan Carlos Bravo, obispo de Acarigua-Araure.

Monseñor, con 48 años, usted es uno de los obispos más jóvenes del país

—Mira, yo no quería ser obispo. El nuncio me llamó me negué de plano. Le sorprendió la determinación de mi respuesta. Me mandó a rezar y a pensar. Me llamó otra vez y me negué de nuevo. Le dije que nunca en mi vida he querido, ni he buscado ni deseado ser obispo. Me respondió que el Papa Francisco está buscando obispos que ni quieran, ni busquen, ni deseen ser obispos. Yo insistí en que soy campesino, de barrio y no sirvo para eso. Él me respondió: el Papa Francisco está buscando obispos que tengan olor de oveja. Al final acepté por obediencia. Detrás estaba la voluntad de Dios.

¿Cómo fue su formación y primeros encargos pastorales?

—Ingresé al seminario con los Operarios Diocesanos. Cursé filosofía en Caracas y teología en Mineápolis (Estados Unidos). Estudié en el Instituto Ecuménico Tantur, en Jerusalén, durante la guerra del Golfo. Fue una experiencia única que me fortaleció en mi opción de vida y en mi seguimiento personal de Jesucristo.

Me ordené en Ciudad Guayana en 1992 y trabajé diez años en la Curia. Fui cuatro veranos a México a estudiar Pastoral. Cansado del trabajo organizativo pedí irme a un pueblo alejado, donde nadie quisiera ir. Fui a parar a Guasipati en el extremo oriental del país. Allí estuve doce años hasta el nombramiento episcopal.

También ha sido párroco de un pueblo remoto durante doce años…

—Ha sido la experiencia más importante de mi vida. Eran más de 40.000 almas dispersas en 8.500 kilómetros cuadrados. No habían tenido sacerdote por cincuenta años. Al comienzo tomaba la moto y me metía por todas partes: mercados y caseríos, campos de cultivo, conociendo el pueblo, visitando enfermos. Eso me ayudó a llegar a todos los sectores y organizar la vida parroquial.

Más que organizar la estructura eclesial, lo esencial fue la relación profunda con la gente. Empecé a quererlos mucho. Me serví de algunas iniciativas “distintas” para entrar en sus vidas. Fui maestro de escuela elemental en un barrio muy peligroso, donde nadie quería trabajar. Disponía del tiempo pero, sobre todo, quería mostrar que para transformar la sociedad y a las personas había que comenzar desde la infancia.

Le dediqué muchas horas a los campesinos y a los caseríos pobres. Trabajé con ellos. Así pudimos promoverlos y llevarlos a la vida sacramental, a la vida de la iglesia. Yo había asumido que me quedaría allí para siempre. Y la gente percibió que yo les pertenecía en propiedad. Por esto, cuando me buscaron para ser obispo yo fui el primer sorprendido. Algunos en el pueblo lo consideraron una traición. Duele mucho. Es una renuncia muy fuerte. Llegué a Acarigua para ejercer mi ministerio, con el mismo cariño, con la misma intensidad y con el mismo amor que puse en Guasipati. El mismo día de la toma de posesión fui a echar una mano en un barrio que se había inundado.

¿Se puede decir que la espiritualidad de comunidad es el motor de la acción pastoral?

—Pero para mí lo más importante es dónde queremos ir. El gran reto es hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión eclesial.

El Papa invita a “sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como ‘uno que me pertenece’, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad”. Sin esta disposición, las estructuras y todo lo que hagamos carecerá de sentido y terminarán vacías. Por tanto, nuestra opción debe ser la santidad personal y el anuncio del Reino.

Si nuestra relación personal con Dios es profunda, constante, y descubrimos a Dios en el hermano, la acción comunitaria no será cosa vacía, sin alma. Estamos tratando de promover en toda la diócesis la espiritualidad de comunión: incluyendo a los sacerdotes, religiosos, agentes evangelizadores y a todos.

El Papa Francisco nos anima en el mismo sentido cuando dice que no debemos anunciarnos a nosotros mismos sino anunciar a Jesucristo. Esta espiritualidad debe partir de la palabra de Dios y del encuentro personal con Jesucristo.

¿Y respecto a los sacerdotes y seminaristas?

—Para mí es fundamental la calidad espiritual y humana del sacerdote. Quiero sacerdotes que amen a la gente. Nuestra razón de ser es el servicio, pero a veces no estamos a la altura. Tenemos un proyecto para inspirar en los seminaristas este espíritu de comunión. Que tengan acompañamiento espiritual, ayuda en su discernimiento, para formar una clara opción por Jesús, por la santidad, por el Evangelio y ser formados insertados en la realidad de la vida parroquial.

También quiero que haya sacerdotes que se preparen, que se formen, cuando estén insertados en una parroquia al menos por tres años. Una vez que la organicen, y me atrevo a decir, que sean capaces dejar la parroquia organizada de modo que pueda funcionar sin párroco al menos por dos años, entonces merecen ir a estudiar. Y cuando regresen deben venir a servir a los más pobres. Porque si lo que estudiamos no nos sirve para servir a los pobres, no nos sirve para nada.

Luis, estudiante de Comunicación Social, está haciendo las fotografías. Sigue con atención la entrevista y pregunta a Mons. Bravo:

¿Cómo podemos los jóvenes, que no tenemos un título eclesiástico, acercar a nuestros amigos a Dios y a la Iglesia?

—Este es precisamente el punto: para mí lo primordial no es ser obispo ni sacerdote. Para mí, lo primordial es que soy bautizado, y eso es lo que me hace cristiano. En la medida en que nos apoyamos en nuestra condición de cristianos podemos ser anunciadores de Jesús. A veces pensamos que somos “alguien” en la Iglesia cuando alcanzamos un estatus.

América Latina es un continente mayormente joven, y debemos acercarnos a ellos a través de sus mismos medios, particularmente las redes sociales.

Por su parte, Francisco sabe enganchar con los jóvenes y les habla su lenguaje, les dice “quiero lío”. Tenemos que desarrollar una pastoral juvenil hecha por los mismos jóvenes: protagonistas de su propia acción evangelizadora. Los jóvenes tienen una fe inmensa y un hambre de Dios muy grande.

¿Cuáles han sido los momentos en que Dios le ha pasado más cerca?

—Yo trato diariamente de descubrir dónde pasó Dios por mi vida hoy. Hay dos oraciones que me ayudan mucho. La de Charles de Foucault: “Señor, aquí estoy. Por todo lo que hagas de mí te doy gracias”.

Y la otra oración es de Juan XXIII: “Señor, esta es tu Iglesia, está en tus manos, yo estoy cansado, me voy a dormir”.

A veces me preguntan si tal o cual asunto me quita el sueño. Yo no quiero que los problemas me impidan dormir y digo: “Señor, esta es tu Iglesia, está en tus manos, yo estoy cansado…”. Con mis palabras le digo: “Eso es problema tuyo y a ver qué haces para arreglarlo”. Yo creo que Dios entiende este lenguaje. Además con frecuencia me asombra el impacto que nuestra conducta ordinaria tiene en la gente. Es cuando Dios me recuerda: en medio de tus miserias eres un instrumento para hacer grandes cosas en Dios.

El autorMarcos Pantin

Caracas

Vocaciones

La Misericordia y la Madre Teresa

El 4 de septiembre del Año Jubilar de la Misericordia será canonizada la Madre Teresa de Calcuta. Nacida en Albania con el nombre de Agnes Gonxha Bojaxhiu, su vida está ligada a la India, donde fue ejemplo de misericordia y fundó la Congregación de las Misioneras de la Caridad.

Brian Kolodiejchuk·4 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos

Me gustaría compartir algunas reflexiones (aunque no todo lo que podría decirse) sobre cómo la Madre Teresa entendió y vivió la misericordia del Señor en su vida y en su obra. Las obras apostólicas de la familia de las Misioneras y Misioneros de la Caridad son, precisamente, las obras de misericordia tanto corporales como espirituales.

El Papa Francisco dice que el significado etimológico de la palabra latina misericordia es miseris cor dare, ‘dar el corazón a los míseros’, a los que tienen necesidad, a los que sufren. Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su Corazón a la miseria del hombre”.

Nótese que la misericordia implica tanto el interior como el exterior: el corazón y luego mostrar la misericordia del corazón en acción, o como a la Madre Teresa le gustaba decir, mostrar “amor en viva acción”.

En Misericordiae Vultus (el documento oficial donde se establece el Jubileo de la Misericordia), el Papa Francisco dice que la misericordia es “la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona, cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida”. El Papa continúa diciendo que su deseo es “que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona, llevando la bondad y la ternura de Dios”. Esto implica que nuestra actitud no sea de “arriba hacia abajo”. Que no nos sintamos superiores a los que servimos, sino más bien que nos consideremos parte de los pobres, identificados con ellos, en su nivel.

El Papa emérito Benedicto nos recuerda esto en su carta encíclica Deus Caritas Est, 34: “La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona”.

Un maravilloso ejemplo de esto

“Su corazón” (de la Madre Teresa), dijo la Hermana Nirmala, sucesora inmediata de la Madre Teresa, “era grande como el corazón de Dios mismo, lleno de amor, afecto, compasión y misericordia. Ricos y pobres, jóvenes y ancianos, fuertes y débiles, sabios e ignorantes, santos y pecadores de todas las naciones, culturas y religiones encontraron una acogida cariñosa en su corazón, porque en cada uno de ellos, Madre Teresa vio el rostro de su amado Jesús”.

Al igual que la Madre Teresa, antes de mostrar misericordia a los demás debemos reconocer nuestra propia miseria y nuestra necesidad de misericordia. El último libro de la Biblia tiene estas palabras: “Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’; y no sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:17). A esto le podemos llamar, la “Calcuta del corazón”, la “Calcuta de mi propio corazón”.

La Hermana Nirmala nos dice que “la Madre estaba convencida de su pobreza y pecado, pero confió en el amor tierno y misericordioso de Jesús. […] La Madre siempre sintió la necesidad de la misericordia de Dios –qué misericordioso es Dios al regalarnos todas estas cosas que nos ha dado–, y así, ella era agradecida con Dios”. La misma Madre Teresa dijo: “Jesús, quien nos ama a cada uno de nosotros tiernamente, con misericordia y compasión, obra milagros de perdón”.

Siguiendo a san Pablo podemos distinguir tres etapas en el reconocimiento de nuestra debilidad y pobreza interior. El primer paso es reconocer nuestra debilidad, pobreza, vulnerabilidad y quebranto. En segundo lugar, que podamos aceptar nuestra debilidad. Finalmente, que incluso lleguemos a gloriarnos en ello.

A medida que maduramos espiritualmente vamos adquiriendo poco a poco desconfianza total en nosotros mismos y ganamos confianza absoluta en Dios. Como nos dice el padre Jean-Pierre de Caussade, “esta desconfianza completa de nosotros mismos y confianza en Dios, nos lleva a esa ‘humildad interior’ que es la base permanente del edificio espiritual, y la principal fuente de las gracias de Dios para el alma”.

La humildad extraordinaria de la Madre Teresa se demostró en su actitud pronta para perdonar y olvidar. Este fue un reflejo de la misericordia y el perdón del Maestro que “no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9, 13).

La Madre Teresa poseía una enseñanza muy profunda y práctica sobre el perdón y el olvido: “Necesitamos mucho amor para perdonar y necesitamos mucha humildad para olvidar, porque el perdón no es completo a menos que también olvidemos. […] Y mientras no olvidemos, en realidad no hemos perdonado totalmente. Y esta es la parte más hermosa de la misericordia de Dios. No sólo perdona sino que también olvida, y nunca trae el tema otra vez, al igual que el padre (en la parábola) que nunca le reprochó al hijo. Ni siquiera le dijo: olvídate de tus pecados, olvida el mal que has hecho… Y el Padre mismo corrió con alegría. Estos son ejemplos vivos y maravillosos que debemos compartir”.

La misma Madre Teresa puso en práctica esta enseñanza. Uno de sus conocidos había hecho algo muy malo y tenía dificultad para enfrentar su culpa y su vergüenza. Así que le contó a la Madre Teresa toda la historia. Esta persona relató: “Madre preguntó primero si alguien sabía de esto y le dije que sólo el sacerdote que había escuchado mi confesión. Madre me miró con tanto amor y tanta ternura en sus ojos… Ella dijo: ‘Jesús te perdona y Madre te perdona. Jesús te ama y Madre te ama. Jesús sólo quería mostrarte tu pobreza. Ahora, cuando alguien venga a ti con lo mismo, tú tendrás compasión por esa persona’. Le pedí a la Madre Teresa que no se lo dijera a nadie, y ella, tiernamente, prometió que no lo haría. Nunca me preguntó: ¿por qué lo hiciste? ¿Cómo pudiste hacer eso? Ni tampoco dijo: ¿no te da vergüenza? Causaste gran escándalo. Ni siquiera me dijo: no lo vuelvas a hacer”.

Como sabemos, en el Sacramento de la confesión nos encontramos directa y personalmente con la misericordia de Dios.

La Madre Teresa se acercaba al sacramento de la Reconciliación con fidelidad y regularidad, incluso durante sus frecuentes viajes. “Incluso mientras viajaba de casa en casa, Madre se mantenía fiel a su confesión semanal y prefería hacerlo con el confesor ordinario de cada comunidad donde iba a estar”, explica la Hermana Nirmala. Para la Madre Teresa la confesión no era un hábito o rutina, sino que cada vez era un encuentro nuevo con la misericordia y el amor de Dios. Entendía muy bien la importancia de la confesión.

En una ocasión dijo: “El diablo odia a Dios. Y ese odio en acción nos está destruyendo, haciéndonos pecar, haciéndonos participar de ese mal, para que también nosotros compartamos ese odio y (éste) nos separe de Dios. Pero es ahí donde llega la misericordia maravillosa de Dios. Sólo tienes que dar marcha atrás y decir lo siento. Ese es el hermoso regalo de la confesión. Vamos a confesarnos como un pecador con pecado y salimos de la confesión como un pecador sin pecado. Esa es la tremenda, tremenda misericordia de Dios. Siempre perdonando. No sólo perdonando, sino amando…, delicadamente, amorosamente, pacientemente. Y esto es lo que el diablo odia en Dios, la ternura y el amor de Dios para el pecador”.

Obras humildes

Volviendo ahora a nuestra forma de demostrar la misericordia en acción, la Madre Teresa quería que las obras materiales y espirituales de misericordia se llevaran a cabo como “obras humildes”. Ella no quería hacer “cosas grandes”, sino “obras humildes” con gran amor.

Una vez alguien le hizo una pregunta a Madre Teresa: “Cuando usted dice pobreza, la mayoría de la gente piensa en la pobreza material”. La Madre Teresa respondió: “Es por eso por lo que hablamos de los no deseados, los no amados, los descuidados, los olvidados, los que están solos… Esta es una pobreza mucho mayor, porque la pobreza material siempre se puede satisfacer con lo material. Si recogemos un hombre con hambre de pan, le damos el pan y ya hemos saciado su hambre. Pero si nos encontramos con un hombre terriblemente solo, rechazado, descartado por la sociedad…, la asistencia material no le ayudará. Puesto que para eliminar esa soledad, para eliminar ese terrible dolor, necesita oración, necesita sacrificio, necesita ternura y amor. Y eso es, muy a menudo, más difícil de dar que las cosas materiales. Esa es la razón por la que hay hambre no sólo de pan, sino que también hay hambre de amor. La desnudez no es sólo la falta de un pedazo de ropa; hay desnudez por la pérdida de la dignidad humana. Y la falta de vivienda no es sólo no tener una casa donde dormir, es estar sin hogar, ser rechazado, no deseado, un descartado de la sociedad”.

El entrevistador continuó: “La hemos visto a usted y a las Hermanas haciendo para los niños estas cosas tan pequeñas y con tanta ternura; simplemente en la forma de tratarlos. Y fue muy inspirador, ¿podría hablar de eso?”. La Madre Teresa respondió: “No es lo mucho que hacemos, o lo grande que son las cosas, sino cuánto amor ponemos en lo que hacemos. Porque somos seres humanos, la acción nos parece muy pequeña, pero una vez que se ha entregado a Dios, Dios es infinito y esa pequeña acción se eleva, se convierte en una acción infinita. Porque Dios es infinito, no existe medida para Dios, así como tampoco existe el tiempo para Dios. Dios es; Dios nunca podrá convertirse en fue. Así mismo, el amor de Dios es infinito, está lleno de ternura, lleno de misericordia, lleno de perdón, lleno de bondad, lleno de consideración. Basta meditar en las cosas que Dios piensa de antemano para nosotros, siendo así que es sorprendente cómo Él, que tiene el mundo entero, el cielo y la tierra en que pensar y, sin embargo, es tan particular en las cosas sencillas, cosas pequeñas que pueden llevar alegría a alguien. Él inspira a una persona para darle esa alegría a otra persona, a alguien que lo necesita.

Esa es la acción de Dios en el mundo, el amor de Dios en acción. Y hoy Dios ama al mundo a través de nosotros. De la misma forma que Él envió a Jesús para demostrar al mundo, lo mucho que lo ha amado. Y hoy Cristo nos está utilizando, a nosotros, a ti. Él quiere tratar de demostrar al mundo que Él es, y que Él ama al mundo, y que somos muy valiosos para Él. Como dijo Isaías, ‘eres precioso para Él, te he llamado por tu nombre; tú eres mío. El agua no te ahogará. El fuego no te quemará. Voy a renunciar a las naciones por ti; eres muy valioso para mí; te amo’. Y esa ternura del amor de Dios, y su compasión y misericordia y su perdón, son tan bellamente expresados cuando dijo que ‘incluso si una madre puede olvidarse de su niño, Yo no voy a olvidarme de ti. Te he labrado en la palma de mi mano’. Sólo piensa que cada vez que tú, que nosotros, llamamos a Dios, ahí estamos en su palma y nos mira, tan de cerca, con tanta ternura, con tanto amor. Esto es oración”.

La Madre Teresa, a lo largo de su vida tuvo sus críticos. Eran individuos o grupos que trataban de oponerse a su misión o a sus planes por diversas razones. Ella nunca consideró a ninguno de ellos como su enemigo, ni jamás se ofendió. Su deseo de ser una con Jesús nos ofrece una clave para entender su propia actitud hacia las personas que, en lo que se refiere a sus acciones, podrían fácilmente calificarse como “enemigos” potenciales en su forma de verlos. En una meditación que escribió para sus hermanas, la Madre Teresa explica: “Vean la compasión de Cristo hacia Judas. El hombre que recibió tanto amor, sin embargo, traicionó a su propio Maestro, el Maestro que guardó el ‘Silencio Sagrado’ y que no lo traicionaría con sus compañeros. Jesús pudo haber hablado con facilidad en público, como algunas de ustedes hacen, y dicho a los demás las intenciones ocultas y los hechos de Judas. Pero no lo hizo. Más bien mostró misericordia y caridad; y en vez de condenarlo, lo llamó ‘amigo’. Y si Judas, hubiera mirado a los ojos de Jesús como lo hizo Pedro, hoy Judas sería el fruto de la misericordia de Dios. Jesús siempre tuvo compasión”.

Por más grande que fuera la fe de la Madre Teresa, ella siempre fue consciente de que era la gracia de Dios obrando en su vida. Consideraba una gracia de Dios el ser capaz de aceptar la gracia y reconoció la acción de Dios en su vida. Decía: “Debo saber lo que Dios ha hecho por mí. Su gran amor por mí es lo que me mantiene aquí. No mi mérito. La respuesta debe ser la convicción: es la misericordia y la gracia de Dios”.

Termino con una reflexión hecha por Eileen Egan, una amiga muy cercana de la Madre Teresa desde la década de los sesenta: “La Madre Teresa le tomó la palabra a Jesús y lo aceptó con amor incondicional en aquellos con quien Él eligió identificarse. Con el que tiene hambre,  con el desamparado, con el que sufre. Ella los envolvió en la misericordia. Misericordia, después de todo, es sólo amor bajo el aspecto de necesidad, el amor que va al encuentro de las necesidades de la persona amada. ¿No pudiera cambiar poderosamente la vida en nuestros tiempos para bien si millones de sus seguidores le tomaran la palabra a Jesús?”.

El autorBrian Kolodiejchuk

Actualidad

La lógica del perdón

Mientras que la misericordia de Dios es infinita, el mal tiene siempre un límite: y éste es precisamente la misericordia de Dios. Un artículo sobre la lógica humana del perdón, y sobre la lógica divina del Sacramento de la Penitencia.

Joan Costa·4 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos

El Papa Francisco, en la bula Misericordiae Vultus n. 9, comenta: “El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. […] El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”. El perdón es, por tanto, una expresión eminente de las obras de Misericordia, algo así como el corazón de la Misericordia.

Cuando pregunto a la gente qué es lo que va a buscar cuando se acerca al sacramento de la confesión, las respuestas son habitualmente del estilo: volver a empezar, quitarme un peso de encima, recuperar la tranquilidad de la conciencia, encontrar paz, buscar fuerza y consuelo, recibir un buen consejo… Querría ahora poner un ejemplo relacionado con el mundo universitario, etapa en la que los jóvenes son muy enamoradizos y las relaciones hombre/mujer muy intensas. Pues bien, imaginemos que hay una chica que toma muy buenos apuntes; al verlo, un chico se hace amigo de la muchacha para conseguir esos apuntes. Sin embargo, hay quien procura pedir los apuntes para llamar la atención de la chica y hacerse amigo de ella, para que ésta se fije en él. Son dos posturas bien distintas, y me parece evidente cuál gustaría más a la chica, al menos desde el punto de vista de la autoestima femenina.

Cuando en la confesión se busca fortaleza, tranquilidad, consejo…, entonces, lo que se busca son “los apuntes”. Pero Jesús, en la confesión, nos dice: tú me pides los apuntes, pero yo te doy otra cosa mucho más valiosa: yo mismo, vivir en tu corazón y dejar que tú vivas en el mío. Es a Dios a quien deberíamos ir a buscar cuando acudimos a la confesión.

La confesión tampoco es una mera lavandería. Esto ocurre cuando vamos a rendir cuentas, a que nos quiten las manchas sin una verdadera conversión del corazón, porque no entendemos el pecado como un desamor y la confesión como un acto de amor.

Saber amar. Primerear

La dinámica del amor posee, entre otras, dos dimensiones: el otro y su bien. El verdadero amor necesita de ambas. Quien buscara y deseara sólo la otra persona, pero no buscara, a la vez, el bien de ésta, sería puro egoísmo; y a la inversa, si estuviera dispuesto a buscar su bien pero no deseara su cercanía, dicha entrega se convertiría en una humillación.

Una forma gráfica de definir el amor sería la mutua pertenencia de uno en el otro. Es decir: tú eres mi vida, y por tanto, si no te tengo en el corazón me falta algo, no puedo ser plenamente yo, y no puedo ser feliz. En Evangelii Gaudium (n. 24) hay unas palabras que forman una secuencia para comprender las distintas exigencias del amor: “primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y celebrar”. Son un modo muy certero de describir el amor.

¿Quién ha de comenzar a perdonar: la víctima, o el agresor? En la práctica de nuestro comportamiento encontramos a menudo que si quien que nos ha ofendido viene a pedirnos perdón, entonces estaríamos dispuestos a perdonarle, pero el amor propio nos impide iniciar el camino de la reconciliación. Sin embargo, lo que sucede es que si no somos capaces de tomar la iniciativa, esto significa que el otro no nos importa. Aquí conviene traer a colación esa palabra que menciona el Papa Francisco con frecuencia: “primerear”, tomar la iniciativa. Si no estoy dispuesto a tomar la iniciativa, eso quiere decir que lo que tú me ofreces no me interesa; en definitiva, no me interesas tú, y he dejado de amar. Quien no es capaz de tomar la iniciativa en el perdón, no ama. El perdón, en cambio, sigue la lógica de que “tenerte en el corazón es valioso para mí”; y ha de comenzar a pedir perdón el que más ama, el que tiene un corazón más grande.

El reconocimiento

Cuando el otro viene a pedirnos perdón, de corazón, te das cuenta de que lo que nos está diciendo es: lo que tú me ofreces –tu amistad, tu cariño, tu cercanía– es valioso para mí, un regalo y motivo de gozo. En este sentido, pedir perdón es la manera de valorizar al otro.

El no ser capaz de primerear para reconciliarse con el otro manifiesta una indiferencia que humilla. Pedir perdón, por el contrario, es una de las maneras más hermosas de mostrarle a quien hemos ofendido que le necesitamos, que queremos tenerle cerca, que es estimado para nosotros. Pedir perdón es el reconocimiento del otro como valioso.

El perdón incluye también el reconocimiento del ofensor. Cuando éste viene a pedir perdón, el ofendido, al acoger dicha iniciativa, de hecho le muestra su verdadero amor: que vengas es también para mí un regalo. Cuando estabas lejos también yo sufría; añoraba tenerte en el corazón, gracias por venir. Acoger el perdón es, en consecuencia, la manera más bonita de enaltecer al otro. Perdonar se convierte en el acto por el cual restituimos al otro su dignidad ante nuestra mirada. Tu dignidad es vivir en mi corazón. Esto es lo que nos dice el Señor siempre que nos perdona. El perdón (ser perdonado) siempre enaltece, nunca humilla ni a uno ni a otro. En el perdón, como en el amor, nadie pierde y todos ganan. Recordemos las parábolas del padre misericordioso, de la oveja perdida.

Reconocer la culpa

El reconocimiento de la culpa es necesario para ser perdonado. El perdón requiere para la “purificación de la memoria” que se reconozca la culpa y se explicite la petición de perdón, pues en caso contrario la situación no se arreglará. Para pedir perdón no es estrictamente necesario manifestar verbalmente la culpa, pero sí mostrar claramente el arrepentimiento. Quien padece de exceso de amor propio le cuesta horrores pedir perdón explícitamente, con frecuencia usa un lenguaje no verbal, que es suficiente para quien le conoce.

Ante el perdón ofrecido, el reconocimiento de la culpa posibilita que ésta inmediatamente desaparezca. Por esto, es preciso que nunca nos justifiquemos una falta, por pequeña que sea, pues eso impide que se supere, y quedará latente. Al reconocerla, también el perdón llegará a su plenitud; el mal será destruido, y de él no quedará nada. El pecado, el mal, aleja los corazones, pero una vez que nos hemos perdonado no hay nada que nos distancie a uno del otro: el perdón es la fuerza más poderosa de la historia en la lucha contra el mal.

Recuerdo a un señor que se estaba muriendo. Pedía a un sacerdote conocido que mediara con su hijo porque hacía más de treinta años que no se hablaban. Si hicieron las gestiones pertinentes y el hijo accedió a visitar a su padre enfermo. Al entrar en la habitación del hospital, el padre se alzó, le abrazó, ambos se pusieron a llorar… y del mal que los dos se habían provocado a lo largo de tantos años no quedó nada de herida. Reconocemos, nos abrazamos y no queda nada.

Quien mantiene rencor en el corazón no ha perdonado de verdad. En efecto, quien no perdona nunca será de verdad libre. Dios nos otorgó la libertad para amar, y la incapacidad de perdonar manifiesta una carencia en la libertad. No hay persona más libre que la que es capaz de perdonar. El ser humano debería llevar incorporado en el corazón un buen drenaje para que no quede nada de poso de rencor, odio, malicia o malos sentimientos hacia el otro. El mejor camino para conseguirlo es mirar a Cristo y aprender a amar.

La culpa y el mal como ofrenda

El Señor, siempre que le pedimos perdón, nos responde: “Tu mal es un regalo para mí, porque me sirve para demostrarte que te amo también con todo tu mal; que te amo mucho más de lo que pensabas, y el mal que has cometido es ahora, para mí, el medio que tengo para dejarte constancia de que te amo mucho más”.

De hecho, algunos definen la misericordia a la luz de la etimología de las palabras que componen el término: “Tú me das tu miseria y yo te ofrezco mi corazón. El mal se convierte entonces en ofrenda, en camino y manifestación real de mi amor por el otro.

El perdón, el gran destructor del mal

El ser humano está hecho a imagen de Dios, y Él es el Amor. Nuestra dignidad y vocación se juega en el amor. Estamos hechos para amar y ser amados. Sabemos también que por el pecado original el maligno instaló en el mundo las dos bombas destructivas más poderosas de la historia: la soberbia y el egoísmo; son la negación del amor, de nuestra dignidad y de nuestra vocación. Ambas actitudes significan decir al otro: no me importas, no me interesas. Pasamos de ser amados a ser abusados o utilizados. Estas dos bombas lo deshacen todo, porque tienen una gran capacidad destructiva: personas, familias, pueblos y naciones, y la misma Iglesia.

Pero en aquel mismo momento, Dios instituyó el gran neutralizador, el antivirus, contra toda esta fuerza destructiva: el perdón. Gracias al perdón, la humanidad tiene motivos fundamentados de esperanza. Todo el mal de la historia, puesto ante la mirada de Dios que pronuncia su perdón queda reducido a la nada, queda aniquilado. Por eso el mundo siempre tiene esperanza. Ahora, ante esta verdad tan hermosa de un Dios que perdona incondicionalmente, nadie puede desesperar, considerando su vida un fracaso, porque toda vida de cualquier persona, por el misterio de la Cruz de Cristo, es destinataria de aquel “te perdono” por el que todo el mal queda aniquilado.

El mal, podemos afirmar, tiene un límite, y éste es la misericordia de Dios; mientras que, por su parte, la misericordia de Dios es infinita. Dios, con palabras de santa Teresa, “ni cansa ni se cansa”, y tiene siempre la última palabra de la historia a través de su perdón.

El gozo de la comunión interpersonal

El punto final del perdón es el gozo y la felicidad de saberme amado por aquellos a los que amo. La comunión interpersonal, el tener a aquellos que amamos en nuestro corazón, el sentirnos amados por quienes amamos, es lo que nos hace felices. Por lo tanto, tener a Dios, el Amor, en el corazón es el regalo más grande que existe en la tierra y en la eternidad. Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Sólo Dios basta.

Al contrario, quien no perdona no será nunca feliz. La soberbia y el egoísmo imposibilitan la felicidad en la tierra. Urge transmitir una gran lección: la importancia de la familia y de mirar y de acoger a Cristo para enseñar a la gente a amar.

¿Cuántas veces debemos perdonar?

Pedro debía de tener un corazón enorme cuando plantea si debe perdonar hasta siete veces, un número no sólo grande, sino relacionado con la plenitud. Jesús, sin embargo, nos recuerda que debe perdonarse “siempre”, setenta veces siete.

Hay una razón doble por la que hay que perdonar siempre. La primera, porque el día que digo “no perdono más”, estoy manifestando a la vez que tú ya no me importas, que he dejado de amarte, lo que significa que dejo de reconocerte como persona, cuya dignidad es la de ser amada por sí misma. A la vez, cuando no perdono, no vivimos conforme a nuestra vocación, que se concreta en amar. El no-perdón implica una doble injusticia. Otra cosa es la necesaria ayuda de la gracia, sin la cual no somos capaces de perdonar.

Y la segunda razón es que, si digo “basta, ya no te perdono”, de hecho nunca te he amado de verdad, porque sólo he estado dispuesto a perdonarte hasta este límite; no te he aceptado a ti, sino lo que de ti estaba dispuesto a asumir. Si no perdono siempre, ni te he amado de verdad ni me importas desde ahora.

El significado de la penitencia

Al terminar de confesarnos, recibimos una penitencia. ¿Quiere eso decir que Dios es rencoroso? ¿Cuál es el sentido de la penitencia o satisfacción en el perdón? Recorramos a un ejemplo: un niño hace una trastada en el colegio, rompiendo una puerta de vidrio. La madre, ante el director, lo primero que haría sería pedir perdón, aunque no sea ella la culpable; lo que pasa es que ella “está” en cierta manera en el hijo y él en ella. Al sentirse disculpada por el director entiende que también ha perdonado al pequeño. Lo mismo sucede en la Cruz con el Hijo: pide personalmente perdón, como la madre, porque Él ha asumido todo el pecado del mundo, y al ofrecer Dios Padre su perdón, en Cristo todos hemos sido perdonados.

Queda pendiente, sin embargo, la deuda del estropicio. Ella asume que debe pagar y vacía el billetero ante la presencia de su hijo quien, conmovido y dándose cuenta de las consecuencias de su obrar, decide sacar las pocas monedas que lleva en el bolsillo. ¿Debe aceptarlas la mamá? Sí, por dos grandes razones: porque si no lo hiciera le estaría menospreciando y ningunearía el ofrecimiento del niño, y porque sería un desamor. Al mismo tiempo, ella, al aceptar, le hace más consciente de su propia responsabilidad, y le hace más humano. Esas monedas son la penitencia. Análogamente puede entenderse la penitencia. Después de recibir el perdón, lo que yo puedo hacer por Jesús es la penitencia. No se trata del rencor de un Dios que pasa factura, sino de un acto de amor delicado por parte de Dios que valora el gesto de amor. Así, Dios nos ama acogiendo nuestro amor, y nos lo agradece.

El autorJoan Costa

Facultad de Teología de Cataluña

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Santa Faustina Kowalska: apóstol de la Divina Misericordia

En el año jubilar de la Misericordia, y como preparación a la JMJ de Cracovia, está claro que no puede faltar una referencia explícita, un conocimiento más profundo de sor Faustina Kowalska.

Ignacy Soler·4 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 7 minutos

En Sor Faustina Kowalska (1905-1938), la santa apóstol de la Divina Misericordia, vidente –y sobre todo oyente– de Cristo Misericordioso, nos revela los infinitos tesoros del Amor de Dios. Es lógico que el lector se pregunte sobre ella. ¿Quién era? ¿Cuál es su biografía? ¿Qué nos dice su Diario? Quizá sea bueno situar la figura de esta santa dentro de su misión. Faustina Kowalska, una sencilla mujer del gran campo polaco, perteneciente a la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, fue elegida para anunciar de un modo renovado la Divina Misericordia.

Biografía de santa Faustina

La Hermana María Faustina era la tercera hija de una pobre y numerosa familia campesina de Głogowiec, una aldea cerca de la ciudad de Łódź. Nació en 1905 y su nombre era Helena.

Era un domingo caluroso de junio del año 1924. Atardecía en Łódź. Sus hermanas Gieni y Natalia le invitaron a una fiesta. Helena no tenía muchas ganas, pero le compraron la entrada. Un joven le propuso bailar. Ella intentó evadirse diciendo que no sabía, pero ante la insistencia, cedió. En medio del baile se quedó inmóvil, se disculpó y se marchó de la fiesta con la escusa de un repentino dolor de cabeza. Más tarde escribiría en su Diario: “Al comenzar el baile, de repente vi a Jesús a un lado. Aparecía como si estuviera en el Camino de la Cruz, dolorido, sin vestidos, lleno de heridas. Y como si fuera un joven celoso me preguntó dolorido: ‘¿Hasta cuándo voy a tener que seguir sufriendo por ti, hasta cuándo me vas a seguir engañando?’.

Primer cuadro de la Divina Misericordia pintado a partir de las indicaciones de santa Faustina.
Primer cuadro de la Divina Misericordia pintado a partir de las indicaciones de santa Faustina.

En ese momento cambió todo en su vida. El encuentro con Cristo le marcó con una señal que duró siempre. Fue algo repentino, no esperado, fulminante. A partir de ese instante “quedamos solamente Jesús y yo”, como anotaría más tarde en su Diario. Al salir de la fiesta se dirigió inmediatamente a la iglesia más cercana, la de San Estanislao de Kostka. Allí pidió perdón, permaneció en oración silenciosa preguntando qué debía hacer y escuchó por segunda vez la voz del Señor en su interior: “Ve inmediatamente a Varsovia; allí entrarás en un convento”. Con dieciocho años, y sin el permiso de sus padres, llega a Varsovia, ciudad totalmente desconocida para ella, y busca convento. La superiora de las Hijas de la Misericordia Divina se convence de su vocación y la acepta como postulante. María Faustina entra de postulante en 1925 y en los trece años de religiosa vivió en diferentes conventos y ciudades. En Cracovia (Łagiewniki) pasó la mayor parte del tiempo como postulante y sus dos últimos años de vida. En Varsovia empezó su camino. En Płock, el 22 de febrero de 1931, por vez primera le habla Jesús siendo ya religiosa.

En el Diario de sor Fautina se aprecian varias constantes. En primer lugar las apariciones de Jesús, que están marcadas en un tiempo y lugar concreto que indican la veracidad objetiva de una aparición personal. Después llama la atención que Jesús Misericordioso se aparece siempre para comunicar algo. Otra constante es la presencia del director espiritual. Al principio era el padre Józef Andrasz SJ.

Con las apariciones de Jesús le viene a sor Faustina la inquietud de si tenía que crear una nueva congregación dedicada a implorar la misericordia para el mundo. En Łagiewniki medita sobre ello, pero no hará nada sin la aprobación de su director espiritual, que era el padre Józef Andrasz. Éste le aconseja seguir en la orden y desde ella proclamar el mensaje de la Divina Misericordia.

Sor Faustina llevó con gran alegría los continuos cambios de casa. En Vilna tenía mucho trabajo y bastantes dificultades, pero no era eso lo que le preocupaba. Lo más importante que le ocurrió tuvo que ver con su vida espiritual. Faustina encontró por fin al sacerdote por el que tanto había rezado: un director espiritual que también le sirvió de apoyo para poner por obra la voluntad del Señor. Este confesor era Michał Sopoćko, hoy beato. Cuando reconoció en el padre Sopoćko al sacerdote que antes ya había visto con los ojos del alma, volvió a escuchar en su interior las palabras de Jesús: “Este es mi siervo fiel, él te ayudará a cumplir mi Voluntad aquí en la tierra”. En 1934 Faustina enferma de tuberculosis y, por indicación expresa de su director espiritual, empieza ha escribir su Diario. En 1936 se traslada de nuevo a Cracovia y allí vive, sufre y muere, en 1938, de un modo sencillo y santo.

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Retrato de santa Faustina Kowalska.

Mensaje de la Divina Misericordia

El mensaje proclamado por la santa conlleva nuevas formas de culto que nacen de un querer expreso de Dios. Podemos enumerar cinco formas.

1) La imagen con la inscripción “Jesús, en Ti confío” es la figura de Jesús Misericordioso, una de las representaciones de Cristo crucificado y resucitado más famosas en la historia de la Iglesia y del mundo. Estaba en su habitación, en el convento de Płock, cuando recibió el encargo de pintar el cuadro. Era el 22 de febrero de 1931.

Narra en su Diario: “Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío. Deseo que ésta imagen sea venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero”.

Pasan dos años desde el encargo en Płock y Faustina no consigue realizar la misión. Una vez cumplidos los votos perpetuos, en 1933 es enviada a Vilna. Allí el padre Michał Sopocko le presenta al artista Kazimierowski, que con las precisas indicaciones de Faustina, pinta el cuadro. Una vez acabado, a pesar de la valía artística y religiosa de la obra, que actualmente se encuentra en el santuario de la Divina Misericordia en Vilna, Faustina no se queda contenta y anota en su Diario: “Me fui a la capilla y lloré mucho. Le dije al Señor: ¿Quién podrá pintar tu belleza? Y entonces escuché estas palabras: La grandeza de esta imagen no está en la hermosura de colores y lienzos, sino en mi gracia”.

Unos años después de morir Faustina, en 1943, con las indicaciones del padre Józef Andrasz, el pintor Hyla realiza un segundo modelo. Esta es la imagen milagrosa que hay en la capilla del convento de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en el santuario de la Divina Misericordia en Cracovia-Łagiewniki, ocupa un lugar especial en la iconografía y en el culto de la Divina Misericordia. Es una imagen de Cristo muy venerada por los fieles, y famosa por las numerosas gracias que se reciben, y cuyas copias y reproducciones se pueden encontrar en todas partes de los cinco continentes del mundo.

2) La Fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua. En el Diario podemos leer lo que Jesús le dice a sor Faustina: “Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias”.

El cardenal Francisco Macharski fue el primero en inscribir la fiesta de la Misericordia en el calendario litúrgico para su archidiócesis de Cracovia (1985). A continuación algunos obispos polacos lo hicieron en sus diócesis. A petición del episcopado de Polonia, el Papa Juan Pablo II instituyó en 1995 esta fiesta en todas las diócesis de Polonia. El día de la canonización de sor Faustina, el 30 de abril de 2000, el Papa instituyó esta fiesta para toda la Iglesia.

3) La coronilla a la Divina Misericordia. Para rezar esta oración se utiliza un rosario común de cinco decenas. Se comienza con un Padre Nuestro, un Avemaría, y un Credo. Al empezar cada decena en las cuentas grandes del Padre Nuestro se dice: “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros  pecados y los del mundo entero”. En las cuentas pequeñas del Ave María se repite: “Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”. Al finalizar las cinco decenas de la coronilla se repite tres veces: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.

En el Diario encontramos estas palabras del Señor dirigidas a Faustina: “Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he dado. Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la recomendaran a los pecadores como su último refugio de salvación. Aun si el pecador mas empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia. Escribe que cuando digan esta Coronilla en presencia del moribundo, Yo me pondré entre mi Padre y él, no como Justo Juez sino como Misericordioso Salvador”.

4) La hora de la Misericordia, a las tres de la tarde. Sobre esta hora de la Misericordia, el Señor dijo a sor Faustina: “A las tres, ruega por Mi misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi abandono en el momento de Mi agonía. Ésta es la hora de la gran misericordia para el mundo entero”. Se trata de tener presente el momento de la agonía de Jesús en la cruz, es decir, de acompañarle rezando a las tres de la tarde.

No se propone una oración concreta para esta hora, se puede rezar el Vía Crucis, hacer la visita al Santísimo Sacramento, y si el tiempo no lo permite debido a las obligaciones, al menos, durante unos momentos, allí donde estemos, tratar de unirse con Él cuando agoniza en la Cruz. La Coronilla puede ser uno de los modos de vivir la hora de la Misericordia, haciendo distinción puesto que la coronilla se dirige directamente a Dios Padre, y la oración en la hora de la Misericordia a Jesús.

5) La propagación de la devoción a la Divina Misericordia. “A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez sino Salvador misericordioso”.Esta  promesa, recogida en el Diario de santa Faustina, la hizo Jesús a todos aquellos que proclamen la Misericordia de cualquier modo. A los sacerdotes, el Señor les hizo una promesa adicional: “Diles a Mis sacerdotes que los pecadores más empedernidos se ablandarán bajo sus palabras cuando ellos hablen de Mi misericordia insondable, de la compasión que tengo por ellos en Mi Corazón. A los sacerdotes que proclamen y alaben Mi misericordia, les daré una fuerza prodigiosa y ungiré sus palabras y sacudiré los corazones a los cuales hablen”.

El autorIgnacy Soler

Cracovia

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Actualidad

La Misericordia, viga maestra de la Iglesia

El cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, reflexiona sobre las palabras del Papa Francisco en el número 14 de Misericordiae Vultus: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”.

Cardenal Mauro Piacenza·3 de abril de 2016·Tiempo de lectura: 10 minutos

Deseo detenerme en estas palabras con las que el Santo Padre ha señalado el nexo esencial entre la Misericordia y la vida de la Iglesia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (n. 10 de la Bula de convocación del Año Santo).

La viga maestra es un elemento absolutamente “esencial” en cualquier edificio, junto a otros elementos arquitectónicos, sin los cuales no tendría razón de ser.

Ante todo, presupone por sí misma la existencia de un edificio, y nos invita a considerar la Iglesia, que confesamos como Católica y Apostólica, y por tanto misionera y estructuralmente “en salida”, también en sus dimensiones de Unidad y de Santidad: aparece como la “Domus aurea”, la Casa de oro, el Edificio espiritual, en cuya construcción somos utilizados como piedras vivas (cfr. 1Pt 2, 5), y que tiene como único fundamento a Cristo mismo (cfr. 1Cor 3, 11).

Podremos detenernos con atención en la estructura de la viga maestra en la medida en que estemos interesados en atravesar el umbral de este edificio y habitarlo como nuestra definitiva Casa. Este es el Templo destruido por los hombres y reconstruido al tercer día (Jn 2, 19), no hecho por manos de hombre. Se nos ha abierto en el Bautismo, por obra del Espíritu Santo. En esta Casa, la humana existencia alcanza y abraza su propio significado de manera integral, presentando en el altar aquella oblatio rationabilis, aquel culto espiritual, que ofrece, en unión con Cristo Señor, el sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cfr. Rom 12,1).

Virgen de la Misericordia, por el Maestro de Marradi.
Virgen de la Misericordia, por el Maestro de Marradi.

De esta “Domus aurea”, en este edificio espiritual e histórico que es la Iglesia, Cristo mismo es la Puerta, el Camino. En él, la vida está continuamente iluminada por la luz de “Cristo-Verdad”, que entra libremente y lo ilumina todo a través de la ininterrumpida enseñanza de los Apóstoles y de sus sucesores, en comunión con Pedro. En su interior, la Vida de Cristo es comunicada a la multitud de los hermanos, renacidos de la única fuente, el seno de la Santa Madre Iglesia. Ellos son habitantes de la Domus, pero también piedras vivas empleadas en la construcción del Edificio. Esta Vida se comunica de modo eminente en el banquete y en el sacrificio eucarístico-sacramental, prenda real del escatológico, que une a todos y los eleva a la presencia del Padre, en virtud de la única Cruz de Cristo.

Por consiguiente, es una la Iglesia que Cristo, Crucificado y Resucitado, ha generado y genera desde hace más de dos mil años; el lugar de la vida verdadera, nueva y eterna que hemos recibido, de la comunión salvífica con el Hijo de Dios hecho Hombre; comunión salvífica que representa la única y verdadera meta de toda la misión de la Iglesia.

Mirando a la realidad de la Iglesia en la perspectiva teológico-sacramental, consideremos la riqueza de la imagen utilizada por el Santo Padre en una triple perspectiva.

Visibilidad y esplendor

En primer lugar, la viga maestra se presenta como un elemento arquitectónico estructural, esencial para todo el edificio y cada una de sus partes. Con los límites propios de toda analogía, podemos afirmar que la misericordia es, y ha sido siempre, bien “visible” como viga maestra, en toda la historia de la Iglesia.

Abandonando la metáfora, no ha habido nunca una época en la cual la Iglesia no haya anunciado con convicción el Evangelio de la misericordia, desde el día de Pentecostés, cuando San Pedro, al salir del cenáculo, respondía a la muchedumbre que con el corazón traspasado preguntaba qué debía hacer: “Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare a sí el Señor Dios Nuestro” (Hch 2, 38-39).

Ahora bien, este anuncio de la divina misericordia, a diferencia de las vigas maestras de este mundo, decoradas para encontrar el gusto en el observador, no tiene necesidad de ornamentos, porque tiene en sí todo su esplendor. Como afirma el Apóstol: “Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, este crucificado” (1Cor 2,1-2).

Si es verdad que la Iglesia ha debido afrontar varias veces a lo largo de los siglos la perenne tentación del hombre de salvarse autónomamente, siempre ha respondido, defendido y reafirmado frente a todos la absoluta gratuidad de la Misericordia, la cual exige, ciertamente, un sincero arrepentimiento, pero sigue siendo infinitamente más grande que cualquier fealdad humana.

Así, la Iglesia, al donatismo del siglo IV, que quería la exclusión de los lapsi de la comunión, respondió con la readmisión de los hermanos arrepentidos y con la fundamental verdad doctrinal del ex opere operato. Al pelagianismo del siglo V, respondió con la profundización agustiniana de la doctrina de la Gracia. A la herejía cátaro-albigense de los siglos XII y XIII, respondió, en la predicación de las órdenes mendicantes, con la bondad y unidad de la creación, integralmente asumida y salvada por Cristo.

Francisco recibe el sacramento de la Confesión, el 13 de marzo de 2015.
Francisco recibe el sacramento de la Confesión, el 13 de marzo de 2015.

Al luteranismo del siglo XVI, respondió reafirmando la real eficacia de la justificación por la gracia, la verdad de los Sacramentos –de modo especial los de la Eucaristía y la Reconciliación y, por obvia consecuencia, el del Orden Sagrado– y la bondad y la suficiencia de la atrición para obtener el perdón de los pecados. Además, por extraordinaria bendición celeste, la Domus Aurea ha podido mostrar sus frutos más bellos en los santos laicos, religiosos, místicos, pastores y misioneros de aquel tiempo: piénsese sólo, por ejemplo, en san Felipe Neri, en san Ignacio de Loyola, en san Carlos Borromeo, en san Francisco de Sales, en san Camilo de Lelis, en Santa Teresa de de Jesús…, ¡y la relación podría convertirse en un diccionario!

Al legalismo y al rigorismo jansenistas, en los siglos XVII y XVIII la Iglesia respondió con la doctrina moral de la acción preventiva, simultánea y sucesiva de la Gracia, que tiene en san Alfonso María de Ligorio su campeón y en los santos pastores del novecientos, los frutos más preciosos. Al modernismo del siglo pasado, que pretendía elevarse a único real intérprete del hombre, respondió con los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, que han reafirmado a Cristo-Dios como única real plenitud de todo hombre y a la Iglesia como realidad divina y humana al mismo tiempo, en sus irreductibles dimensiones sacramental, litúrgica y misionera.

A la dictadura del relativismo filosófico y religioso de la época contemporánea, la Iglesia responde reafirmando la unicidad salvífica universal de Cristo y Su Verdad cósmica, en la cual se inscriben la historia, la entera creación, la naturaleza y la dignidad del hombre y, finalmente, su irreductible libertad ante el ofrecimiento de la salvación.

Sería miope, por tanto, pretender anclar en la época más reciente de la Iglesia (quizá en los últimos cincuenta años) el anuncio del amor de Dios y de Su misericordia, contraponiéndolo quizá a fantasmagóricos largos siglos de “terror clerical”, en los que se habría hablado demasiado del Juicio de Dios y de los castigos del infierno. Ciertamente, hay que evitar siempre todo peligroso unilateralismo; además, para corregir eventuales exageraciones no se puede recurrir a otras exageraciones. Considero que una atención real también en la predicación a las prerrogativas divinas de la Omnipotencia y del Juicio no puede sino ayudar al anuncio de la Misericordia. Resulta mucho más interesante, en efecto, la elección libre de amor y de misericordia que Dios realiza en Su Omnipotencia, que la idea de un Dios “obligado” a ser misericordioso, sin elegirlo siempre, ante todo hombre, toda circunstancia, todo concreto pecado.

Presupuesto y estructura

Individuada la viga maestra de la Misericordia como elemento arquitectónico bien visible en el edificio de la Iglesia, podemos analizar sus presupuestos y su función. Hablemos primero de los presupuestos, porque toda viga maestra, no es, a nivel arquitectónico, “de empuje” sino “de soporte”. Es un elemento horizontal, que sostiene una parte superior, pero descarga su peso sobre dos brazos verticales distribuyendo también el peso de las estructuras superiores. ¿Cuáles son los dos presupuestos, las dos “columnas portantes” del arquitrabe de la misericordia? ¿Cuáles son aquellos soportes sin los cuales no podría sostenerse? Puede que muchos se queden estupefactos, pero hemos de afirmar ante todo que, teológicamente hablando, la “misericordia” no es un atributo “originario” de Dios.

Me explico. Con san Juan Apóstol, debemos ante todo confesar que “Deus Caritas est – Dios es Amor”. Podemos y debemos afirmar que Dios, enviando a su Hijo hecho Hombre en Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, muerto y resucitado, nos ha hecho conocer que es, en Sí mismo, Amor: Amor de las Tres Personas. Tal Amor intratrinitario, sin embargo, no puede configurarse en Sí mismo como misericordia, porque no conoce “jerarquía ontológica” alguna entre las Tres Divinas Personas, que son iguales en la única y misma Naturaleza. ¡No sería en absoluto aceptable la idea de que el Padre hubiese de “tener misericordia” del Logos o del Espíritu Santo!

¿Cuándo, entonces, podemos comenzar a afirmar, con el Salmo, que “es eterna su misericordia”? (Sal 135). Cuando Dios crea.

Cuando Dios crea el cosmos espiritual y el material y, sobre todo, cuando crea al hombre, partícipe a la vez de uno y otro. Dios, que es comunión de Personas, en Sí mismo relación con Otro distinto de Sí, puede también crear, concebir algo que es “totalmente otro” de Sí. Creando a la persona humana inteligente y libre, ama fuera de Sí. Ama al hombre libre, y llama al hombre al amor. Este Amor de Dios, dirigido a nosotros y reconocido por nosotros, es, en un nivel que podríamos llamar creatural, la “misericordia”. Amor absolutamente gratuito por ser divinamente libre, que se posa sobre lo que es “mísero” porque dista infinitamente de la perfección divina.

La misericordia, por tanto, tiene como doble presupuesto la libertad divina que crea y la existencia misma del hombre creado. Por voluntad de Dios, es irrevocable, tanto que ni siquiera en la condenación eterna, que el hombre se auto-inflinge con su pecado y la impenitencia final, priva Dios a las almas condenadas del don misericordioso del ser y de la existencia. La Trinidad Santísima, Beata y Perfecta en Sí misma, ha querido ligar a Sí la existencia humana, para siempre, y nosotros, entonces, podremos verdaderamente cantar junto a los ángeles: ¡“eterna es su misericordia”!

La imagen que he adoptado presenta, en este punto, todos sus límites, porque la libertad increada y eterna de Dios y la libertad creada y temporal del hombre no pueden concebirse en modo igualitario, y no son ontológicamente coesenciales. La libertad divina es subsistente en sentido absoluto y no está necesitada de nada; la libertad del hombre, en cambio, es creada y depende esencialmente de la libertad divina, y resulta indispensable para el misterio de la misericordia solamente porque, creándola, Dios la quiere.

Pero hay un ulterior nivel de la misericordia, que no sólo hace existir al hombre, sino que entra en relación con el hombre creado. Éste, en efecto, aun estando hecho por Dios y para Dios, decide pecar, es decir, dirigir su libertad contra el Creador, manchándose de ese modo con una culpa infinitamente grave, de la que no podrá levantarse con sus pobres fuerzas.

He aquí entonces que, por Voluntad divina, se desarrolla, dentro del espacio de la creación, la nueva y grande iniciativa del Amor Eterno: “En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 26-27). Después de haberse formado el pueblo de Israel, después de haberle revelado la Ley y de haberle así mostrado su pecado, Dios se dirige a María para salvarnos.

Del encuentro entre la libertad divina increada y la libertad creada e inmaculada de María Santísima, que acoge el Anuncio del ángel, surge una nueva y definitiva misericordia: la Encarnación del Verbo. El Hijo del Eterno Padre toma nuestra carne en Ella y así se liga de modo nuevo e indisoluble a la naturaleza humana y, en el misterio de Su Encarnación, Muerte y resurrección, se convierte para siempre en “la” misericordia. En Cristo se abre definitivamente a nosotros la intimidad divina: se sacrifica a sí mismo sobre la Cruz por nuestro pecado, nos ofrece la salvación y nos hace personalmente partícipes de su misma vida.

Sobre la divina misericordia del Corazón divino-humano de Cristo se edifica la Iglesia, sacramento universal de salvación y ministra de la misericordia, en cuanto continuación, en el espacio y en el tiempo, de la presencia viva y de la obra salvífica de Cristo.

Luego, dentro de la vida de la Iglesia, por medio del ministerio apostólico, participe del único, eterno y sumo Sacerdocio de Cristo, la viga maestra de la misericordia, en un cierto sentido, se “prolonga” a medida que, por la gracia de la vocación, la libertad creada de un hombre responde al don de la llamada de Cristo y se ofrece a su servicio, en la fascinante aventura del Sacerdocio ministerial. Toda la Iglesia está entonces como “tejida” de esta misericordia, y sobre ella desarrolla toda su vida. El mismo ministerio petrino nace de la misericordia de Cristo, que después de la triple profesión de amor que había seguido a la triple traición, confía a Pedro su propia grey: “El suyo” –nos ha repetido san Juan Pablo II– “es un ministerio de misericordia nacido de un acto de misericordia de Cristo” (Ut Unum Sint, n. 93).

Insustituible e imprescindible función

Nos queda delinear la función del arquitrabe. Sostenida por el misterio de la libertad divina y la respuesta de la libertad humana que acoge la salvación, la misericordia sostiene a su vez toda la vida de la Iglesia; se podría decir que está “en el principio” de la vida de la Iglesia, en un doble sentido.

Primariamente, la vida de la Iglesia se desarrolla por un acto siempre nuevo de la misericordia de Cristo que, a través del ministerio eclesial, consagra al bautizado y le comunica su misma vida. En segundo lugar, tal principio no consiste en un “inicio cronológico” que luego pueda dejarse atrás, sino en un “principio ontológico”: la vida de la Iglesia está sostenida y guiada por la gracia de Cristo, acogida en la escucha de la enseñanza Apostólica y en la oración, nutrida y perfeccionada por la Santísima Eucaristía, restaurada y fortalecida por la reconciliación sacramental.

Considerando precisamente la Reconciliación vemos cómo la misericordia puede “suceder” sacramentalmente sólo en el encuentro entre dos libertades coimplicadas: la divina y la humana. La libertad divina es dada, definitiva, irrevocable, y cada vez que un ministro está dispuesto a ofrecerla se hace sacramentalmente accesible. La libertad humana, en cambio, se expresa en el arrepentimiento, en el dolor del pecado cometido unido al propósito de no cometerlo más en el futuro, y en la acusación que abre el corazón del pecador a la verdad salvífica de Cristo. En el tiempo de esta peregrinación, la libertad humana conserva siempre el poder tremendum de acoger el misterio de la divina misericordia y dejarse renovar interiormente por ella, o de rechazarlo, mostrando así cómo la Omnipotencia misma de Dios ama por encima de todo precisamente nuestra libertad, hasta el punto de verter en ella todas las riquezas de Su Corazón apenas ella hace ademán de abrirse; y respeta la elección humana que trágicamente decidiese no dejarse amar o, lo que es lo mismo, no se decidiese de ningún modo. ¡Dios no hace nunca violencia a nadie!

La misericordia que obra en la Confesión sacramental no hará sino liberar y difundir la gracia del sacramento del Bautismo, primera fuente y perenne principio de la misericordia que edifica la Iglesia.

Considero que sólo este realismo integral en relación con la divina misericordia podrá suscitar y sostener la tan esperada nueva evangelización, anunciando sin miedos ni complejos la verdad de Cristo Salvador. Hoy es más necesario que nunca “provocar” la libertad del hombre, que se encontrará así, finalmente, ante al hecho más inaudito y grande de la historia: Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que vive en medio de nosotros.

En esta obra de evangelización nos sostenga la Santísima Virgen María Inmaculada, ¡obra perfecta y reflejo purísimo de la divina misericordia ante praevisa merita! Que Ella nos enseñe la total y siempre nueva disponibilidad a la voluntad de Cristo; así aparecerá siempre más, a los ojos de nuestro corazón, la verdad que María Santísima contempla en la eternidad bienaventurada: ¡Dios, en la creación y en la redención, es misericordia, es todo misericordia, es sólo misericordia! n

El autorCardenal Mauro Piacenza

Penitenciario Mayor

Cine

Cine: Risen (relato novelado de la Resurrección)

La trama sirve fundamentalmente al claro propósito del guión, que no es otro que narrar la historia sobre la resurrección de Cristo. Pero el guión tiene la virtualidad “apologética” de contar esa verdad cristiana fundamental desde los ojos de un no creyente.

Diego Pacheco·13 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Resucitado (Risen)
Dirección: Kevin Reynolds
Guión: Kevin Reynolds
EE.UU., 2016

Esta película, que los actores protagonistas Joseph Fiennes y María Botto presentaron a mediados de febrero en la Filmoteca Vaticana, se estrenará en España el próximo 23 de marzo, en plena Semana Santa. Ciertamente se ha escogido un momento muy oportuno, porque el film, escrito y dirigido por el estadounidense Kevin Reynolds (Waterworld y Robin Hood, príncipe de los ladrones), relata de forma novelada los acontecimientos subsiguientes a la muerte y resurrección de Cristo; en concreto, las enormes dificultades que, como es lógico, afronta el centurión Clavius, interpretado por Fiennes, para cumplir con el encargo imposible que ha recibido de sus superiores: averiguar dónde se encuentra el cuerpo desaparecido de Jesús y recuperarlo.

La trama sirve fundamentalmente al claro propósito del guión, que no es otro que narrar la historia sobre la resurrección de Cristo. Pero el guión tiene la virtualidad “apologética” de contar esa verdad cristiana fundamental desde los ojos de un no creyente, Clavius, que va comprobando progresivamente cómo la no aparición del cuerpo de Cristo, a pesar de su intensa búsqueda, no tiene otra explicación más razonable que el testimonio unánime de los testigos de la resurrección.

Clavius emprende su tarea convencido de que la llevará a buen término, pero luego van aumentando sus dudas, hasta el punto de replantearse completamente no sólo la orden que ha recibido, sino sus convicciones más profundas. Aunque por su condición de militar se siente inclinado a obedecer el mandato de sus superiores, sin cuestionarlo, luego, con ocasión de sus averiguaciones, la película irá mostrando acertadamente la transformación personal que experimenta el personaje principal, al no tener más remedio que enfrentarse a la evidencia de la resurrección, y como consecuencia a la persona de Cristo y su doctrina de salvación. Clavius se sentirá interpelado a un profundo cambio de convicciones. El momento culminante de esa transformación personal acontece en la película cuando el oficial romano que ha llevado a la muerte a Jesús se encuentra con el mismo resucitado cuatro días después de su muerte.

Resulta interesante también el personaje de María Magdalena, interpretado por la actriz argentina María Botto, por la seguridad del testimonio que ofrece sobre la resurrección de Jesús y la sensación de paz que transmite.

La película, que se ha rodado en parte en Almería, prácticamente no utiliza efectos especiales, salvo en algún que otro momento.

El autorDiego Pacheco

TribunaGuillermo Hurtado Pérez

El mensaje del Papa en México

En México, Francisco ha dejado un mensaje: es posible cambiar, trabajar juntos para conseguir una realidad mejor; un mensaje que no vale sólo para México. Y queda una imagen perdurable: la del Papa rezando en silencio frente a la Virgen de Guadalupe.

7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El Papa Francisco estuvo en México sólo cinco días. Pero si examináramos todo lo que dijo durante su visita, quedaríamos asombrados por la diversidad y riqueza de su mensaje. De todos los viajes de Francisco, el de México ha sido, sin duda, el más rotundo: una especie de compendio de los temas de los que se ha ocupado en su pontificado. El Papa tuvo la oportunidad de hablar sobre cada uno de los asuntos que han estado en el centro de su agenda: exclusión,  ecología, migración, familia. Pero en esta ocasión añadió otros a la lista y ofreció una visión interconectada de todos ellos a la luz del Evangelio.

Quienes esperaban un beneficio político de su viaje quedaron decepcionados. Con mucha habilidad, el Papa logró escabullirse de quienes querían aprovechar su visita para llevar agua a su molino; me refiero a ciertos individuos y grupos dentro del gobierno federal, los gobiernos locales, los partidos políticos, los grupos de oposición, los medios de comunicación, las grandes corporaciones. Lo más importante de su visita pastoral no estuvo en el orden político sino en el orden moral y, sobre todo, espiritual.

El Papa no dijo nada que no supiéramos sobre los problemas de México: sus males saltan a la vista. México es una nación agobiada por la pobreza, la corrupción y la violencia. En consecuencia, muchos mexicanos –afortunadamente, no todos, sería injusto generalizar– han caído en el letargo, la indiferencia y el fatalismo. Pero quizá el peor de nuestros vicios sea el cinismo. En los auditorios abarrotados en los que Francisco ofrecía este grave diagnóstico, la gente que debería sentirse aludida, cantaba y aplaudía, como si el Papa hablara de otro país, de otro planeta.

Ante este escenario desalentador, Francisco ofreció el mensaje imperecedero de Jesucristo: pon a Dios en el centro de tu vida, ama a tu prójimo, aprende a perdonar, no negocies con el mal. México es un país mayoritariamente católico. Se esperaría que estas reglas de vida fuesen conocidas por todos o por casi todos. Sin embargo, la triste verdad es que México está lejos de Jesucristo. ¿Quiénes son los responsables? Se podría señalar a malos elementos dentro del gobierno, la oligarquía, las élites intelectuales e incluso la jerarquía eclesiástica. Pero no creo que sirva de mucho buscar culpables. De alguna manera, todos los mexicanos compartimos, en mayor o menos medida, la responsabilidad de nuestras miserias. En vez de lamentarnos de nuestras desgracias tendríamos que mirar hacia el porvenir. Esto es lo que nos invitó a hacer el Papa Francisco: a dejar atrás el conformismo, a creer en la posibilidad del cambio, a trabajar juntos para construir una mejor realidad. Hay mexicanos que ya están entregados a ese proyecto. Ojalá que el mensaje del Papa motive a otros para caminar en esa ruta de esperanza.

No sería fácil elegir el momento más importante del viaje del Papa Francisco. Las misas en San Cristóbal de las Casas –dedicada a los pueblos indígenas– y en Ciudad Juárez –dedicada a la migración– fueron muy emotivas y de un poderoso contenido social. Las dos ciudades son extremos geográficos de México que simbolizan, también, el carácter extremo de la realidad de la nación. Desde antes de su llegada, Francisco subrayó la importancia que tendría su peregrinaje a la Basílica de Guadalupe. Quizá la imagen más perdurable de su estancia sea la del Papa orando en silencio frente a la Virgen. México es un pueblo afortunado por la presencia permanente de la Virgen María de Guadalupe. En los momentos más duros de nuestra historia, ella ha ofrecido consuelo a los más necesitados. También ha sido un agente unificador de la nacionalidad. No se entiende a México sin la Guadalupana. Pero entonces surge una pregunta perturbadora: ¿por qué si los mexicanos somos tan guadalupanos nos hemos distanciado de Jesucristo? ¿Acaso hemos sido malos hijos de la Virgen? ¿Acaso hemos abusado de su misericordia? Es difícil no suponer que hay algo de verdad en estas conjeturas. Sin embargo, también sería injusto no reconocer las difíciles condiciones históricas en las cuales los mexicanos hemos tenido que luchar contra todo tipo de adversidades. Como dijo Francisco, México es un país muy sufrido.

México es el segundo país del mundo con más católicos. Más allá de los incidentes particulares del viaje del Papa Francisco a esa nación, una evaluación completa de su visita tendrá que tomar en cuenta el contexto integral de su pontificado. Mientras tanto, no perdamos de vista que lo que dijo el Papa Francisco en México no sólo vale para México: es un mensaje universal que deberá ser escuchado por toda humanidad. México le dio al Papa la oportunidad única de formular un discurso que debe servir de guía a un mundo como el nuestro hundido en la incertidumbre y la desesperanza.

El autorGuillermo Hurtado Pérez

Filósofo, Universidad Nacional Autónoma de México.

Teología del siglo XX

Tras el Concilio. Los dos frentes de la crítica a la Iglesia

A mediados del siglo XX la Iglesia vivía acompañada de dos persistentes críticas. La primera era la vieja crítica liberal, que provenía de la Ilustración. La segunda era la crítica marxista, originada cincuenta años antes.

Juan Luis Lorda·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos

Hasta la época del Concilio, las dos líneas de crítica habían permanecido externas a la Iglesia, pero cuando la Iglesia quiso abrirse más al mundo para evangelizarlo, en cierto modo se interiorizaron y tuvieron un efecto importante en algunas derivas posconciliares.

El frente occidental

La crítica liberal era una crítica ya muy cuajada, incesantemente repetida y centrada en los tópicos que fijó el anticlericalismo francés, desde Voltaire. Veían y querían ver en la Iglesia un resto del Antiguo Régimen, una institución “reaccionaria”, atrasada y oscurantista, antimoderna y antidemocrática, defensora de la superstición, opresora de las conciencias y opuesta al progreso de las ciencias y de las libertades. Y lo repetían sin cesar, generando el característico odio anticlerical de la izquierda radical, que también recogió después el marxismo. Ese anticlericalismo había tenido expresiones muy duras, persecuciones abiertas, cierre de instituciones católicas y expropiaciones masivas, durante todo el siglo XIX y se renovó en el primer tercio de siglo, con las leyes laicistas en Francia (1905), México (1924) y la República española (1931). A esto se añadía, la persecución religiosa abierta tras la revolución rusa (1917).

Después de la segunda guerra mundial, el clima general mejoró, pero en los países más avanzados de Europa –Suiza, Alemania, Países Bajos– la crítica persistía por parte de los sectores intelectuales más laicistas, desde medios científicos radicales y materialistas hasta medios liberales de carácter más o menos masónico. Repetían constantemente los mismos tópicos ya consagrados: el caso Galileo, las guerras de religión, la intolerancia de la Inquisición y la censura eclesiástica (el Índice), hasta troquelar en las conciencias una imagen que todavía dura.

Todo esto provocaba una incómoda sensación de enfrentamiento entre la cultura moderna y la fe cristiana. Y ponía a la Iglesia en cierto modo a la defensiva: a la defensiva política, donde podía parecer que se añoraban y reivindicaban los privilegios perdidos del Antiguo Régimen, y a la defensiva intelectual, donde podía parecer que el crecimiento de las ciencias y del saber generaban necesariamente el retroceso de la fe cristiana: el cristianismo sólo podía permanecer entre los ignorantes. Era la acusación clásica del oscurantismo.

Se sabía que la crítica era, en muchos casos, injusta. Pero generaba incomodidad y malestar. Y a los cristianos más sensibles culturalmente les hacía ver más claramente las insuficiencias propias, y mirarlas con impaciencia y, a veces, incomprensión: la pobreza intelectual de muchos estudios eclesiásticos, la escasa formación científica del clero, el sabor a rancio de algunos usos heredados que tenían poco que ver con el Evangelio: beneficios y canonjías, pompas eclesiásticas, barroquismos, manifestaciones grotescas de la piedad popular, privilegios de los poderes civiles o de la vieja nobleza, etcétera.

La Iglesia ha realizado en todas partes un inmenso trabajo cultural y contado siempre con mentes privilegiadas, y por eso dolía más la crítica despectiva de los que se tenían por representantes del progreso. Con el deseo de la renovación conciliar, creció la sensibilidad hacia los propios defectos para lograr una evangelización más eficaz y también para lograr una nueva dignidad cultural e intelectual, ser aceptables a las élites intelectuales occidentales y hacerse un sitio en la cultura moderna. Esto afectaba de manera particular a los episcopados más intelectuales: Holanda, Alemania y Suiza; y, en menor medida, Bélgica y Francia, que llevarán la voz cantante en el Concilio Vaticano II. Era legítimo, pero necesitaba un discernimiento.

El frente oriental

Hay otro frente, que podemos llamar el frente oriental, porque nos recuerda geográficamente la situación de Rusia en el Oriente de Europa. En realidad no era un frente geográfico, sino mental, y los problemas no eran directamente con la inmensa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas; era, en realidad, interno, en cada país. Es la presencia del comunismo. Berdiaev, pensador ruso huido a París tras la revolución rusa, vio con acierto que el comunismo era un tipo de herejía cristiana, una transformación de la esperanza: un intento de hacer paraíso en la tierra, de llegar a la sociedad perfecta por medios puramente humanos.

El comunismo es el más importante de los movimientos socialistas revolucionarios, aunque no hay que olvidar que el fascismo y el nazismo también fueron socialistas y revolucionarios. Se había difundido al final del siglo XIX como consecuencia de la masificación y maltrato que sufría la población trabajadora después de la revolución industrial. El crecimiento de un sector pobre, de trabajadores desarraigados de sus lugares de origen y de su cultura, y agrupados en los cinturones de las grandes ciudades industriales, había sido caldo de cultivo para todas las utopías socialistas desde mediados del siglo XIX. El marxismo fue una de ellas.

El encanto marxista

Consiguió hacerse más sitio porque tenía detrás una teoría general, simple pero aparentemente compacta, sobre la historia y la estructura de la sociedad. Captó a muchos intelectuales y encendió un misticismo revolucionario. Primero, llegó a sectores radicalizados; después, también a intelectuales que quisieron situarse en la vanguardia del porvenir; y, finalmente, supuso una gran tentación para los movimientos cristianos, que se sintieron interpelados por esa corriente que iba a cambiar la historia. Eso parecía.

El marxismo es, en su origen, una filosofía; o mejor, una ideología. Un intento de comprensión de la realidad histórica y social, recurriendo –hay que decirlo– a unas explicaciones bastante elementales sobre la formación de la sociedad y a una especie de vocación de utopía por un mundo mejor. Los principios de la economía marxista, de puro simples, no podían dar cuenta de la realidad, y resultaron incapaces de construirla cuando se quisieron llevar a la práctica, pero sus ideales sociales prendieron en los movimientos revolucionarios y consiguieron mover a un sector idealista, que logró triunfar en algunos países, sobre todo en Rusia. Allí, con todo el peso económico y político de una enorme sociedad, se convirtió en comunismo y se expandió por todo el mundo, por medios políticos y propagandísticos.

Sangrantes paradojas

La verdad es que con la perspectiva que da el tiempo se puede juzgar lo trágicamente ridículo de casi todo: de la doctrina, de las expectativas, etcétera. Y las realizaciones llaman la atención por su mezcla de megalomanía e inhumanidad gris, aparte de una historia inagotable de tropelías. Pero no se le pueden negar dos cosas. La primera, que tuvo un enorme éxito político. La segunda, que tenía la aureola mística de ponerse de parte de los más desfavorecidos. Era la voz que hablaba en nombre de los pobres. O, por lo menos, eso parecía y querían que pareciera.

Lo sangrante del asunto era que, al mismo tiempo, el movimiento era férreamente dirigido por el aparato policial y propagandístico de personajes tan poco místicos como Stalin, con un régimen dictatorial y totalitario sin comparaciones en la historia, y con unas arbitrariedades de gobierno y depuraciones y atrocidades sin cuento. Increíbles paradojas. La realidad, como se suele repetir, supera a la ficción.

Impacto eclesial

El caso es que la Iglesia se veía, por una parte, interpelada al ver unos sectores de población proletaria que, por haberse desarraigado de sus lugares de origen, habían perdido la fe, y a los que se llegaba mal. Y, por otra parte, sentía una especie de tentación, que fue creciendo a lo largo del siglo XX hasta la crisis del sistema. Los cristianos más sensibles socialmente se sentían admirados por el compromiso marxista (“estos sí que dan la vida por los pobres”). Hay que decir que esto también se debía a una constante propaganda que deformaba la situación y ocultaba sus aspectos siniestros, persiguiendo y denigrando ferozmente a todo disidente o crítico.

El hecho es que el ala marxista criticaba a la Iglesia como aliada de los ricos y cómplice del sistema burgués que quería hacer saltar. Y, al mismo tiempo, tentaba a los que tenían mayor conciencia social. Esto produjo un enorme y creciente impacto en la vida de la Iglesia a lo largo del siglo XX. Especialmente, en los sectores más comprometidos: las organizaciones laicales cristianas y algunas órdenes religiosas.

En los años sesenta, llegó a ser una epidemia que afectó a las bases cristianas de todo el mundo civilizado. Y tendría un largo epígono en algunos aspectos de la teología de la liberación, hasta que se resolvió con la caída del comunismo (1989) y el discernimiento que hizo la Congregación para la Doctrina de la fe, presidida entonces por Joseph Ratzinger.

Incomodidad y ambigüedad del mundo

En resumen, era una situación incómoda en los dos frentes, aunque sólo incomodaba a mentes sensibles. Y tenía esa doble dimensión: sensación de una actitud puramente defensiva, y sentimiento de las carencias de una evangelización. Había, ciertamente, una cuestión de honestidad intelectual y cristiana, si se quería evangelizar al mundo moderno. No era posible evangelizar sin escuchar, enmendar errores propios y reconocer lo bueno y lo justo de los demás.

Pero no es posible usar la palabra “mundo” sin enfrentarse con los profundos ecos que esa palabra despierta en el lenguaje cristiano. Porque, por una parte el “mundo” es la creación de Dios, donde trabajan honradamente los seres humanos; pero también representa, en el lenguaje de san Juan, todo lo que en los hombres hay de oposición a Dios. Las dos cosas no son en realidad separables, porque no existe lo puramente natural: por su origen todo proviene de Dios y está ordenado a Dios, y después del pecado, no hay nada naturalmente bueno e inocente si Dios no lo salva del pecado. Sólo salva Dios: no salva ni la inteligencia crítica ni la utopía.

Necesidad de discernimiento

Es verdad que había muchas cosas que arreglar en la Iglesia, y la crítica externa hacía ver lo que, a veces, no se quería ver. Pero había que discernir. Al mundo (ilustrado-masónico) le irritaban, con razón, el clericalismo, la pereza y la pomposidad eclesiástica, pero también le irritaban el amor de Dios y los diez mandamientos.

Por su parte, el mundo marxista acusaba a la Iglesia de preocuparse poco por los pobres. Y tenía razón, porque todo es poco, aunque ninguna institución humana se ha preocupado tanto por los pobres como la Iglesia en toda su historia. Y también había que discernir, porque la mística marxista tenía un punto de romanticismo idealista, pero estaba alentada por una descarada propaganda y dirigida por una inmensa maquinaria de poder, que sólo pretendía imponer una dictadura mundial, desde luego con la buena intención de que todo mejorase.

Querían crear un mundo ideal, un paraíso, donde, como en la Unión Soviética, la Iglesia no tendría ningún sitio. Además, estaban dispuestos a pasar por encima de cualquier cosa, porque, para ellos, el fin justificaba los medios. La historia se encargaría de mostrar, una vez más, que la cruda realidad no se deja cambiar por cualquier utopía, aunque quizá ninguna otra hizo en la historia tan violenta presión para cambiarla.  Entretanto, muchos cristianos cambiaron de esperanza. Prefirieron la esperanza que les transmitía la propaganda marxista, que prometía el cielo en la tierra, a la esperanza que transmitía la Iglesia, que sólo prometía el cielo en el cielo, aunque también pedía compromiso con la tierra.

El recuerdo de Benedicto XVI

En su primera y famosa alocución a la Curia en diciembre del 2005, Benedicto XVI consideraba “Quienes esperaban que con este ‘sí’ fundamental a la edad moderna todas las tensiones desaparecerían y la ‘apertura al mundo’ así realizada lo transformaría todo en pura armonía, habían subestimado las tensiones interiores y también las contradicciones de la misma edad moderna; habían subestimado la peligrosa fragilidad de la naturaleza humana, que en todos los períodos de la historia y en toda situación histórica es una amenaza para el camino del hombre. […] El Concilio no podía tener la intención de abolir esta contradicción del Evangelio con respecto a los peligros y los errores del hombre. En cambio, no cabe duda de que quería eliminar contradicciones erróneas o superfluas, para presentar al mundo actual la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y pureza. […] Ahora, este diálogo se debe desarrollar con gran apertura mental, pero también con la claridad en el discernimiento de espíritus que el mundo, con razón, espera de nosotros precisamente en este momento. Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al concilio Vaticano II:  si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia”.


Para seguir leyendo

mar16-teol1

El marxismo. Teoría y práctica de una revolución
Fernando Ocáriz.
220 páginas.
Ed. Palabra, 1975

mar16-teol2

Marxismo y cristianismo
Alasdair McIntyre.
144 páginas.
Ed. Nuevo Inicio, 2007

mar16-teol3

Marxismo y cristianismo
José Miguel Ibáñez Langlois.
Ed. Palabra, 1974

Leer más
FirmasAndrea Tornielli

Los ojos de Madre

Veinte millones de persones acuden cada año a rezar ante la Virgen de Guadalupe. También Francisco quiso visitar a la Reina de América y detenerse para hablar con Ella como lo hace un hijo con su madre.

7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

El reciente viaje del Papa Francisco a México centra la atención del mundo en el acontecimiento de Guadalupe. La imagen más sugestiva del viaje fue, por cierto, la larga oración silenciosa del Papa frente a la imagen mariana más venerada en el mundo, que se formó misteriosamente en la pobre tilma de ayate del indio Juan Diego.

Mirar a María, Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella: esto es lo que hizo el Papa. Inclinarse sobre su pueblo, al que esa imagen mestiza custodia en su regazo: esto invitó a hacer a los obispo del país, preocupándose por todos, pero sobre todo por los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, por las víctimas de la pobreza y de la violencia.

Lo había dicho el mismo Francisco ante de su salida: el viaje a México era para él, en primer lugar, la posibilidad de rezar frente a la Virgen de Guadalupe, la Virgen a la que veinte millones de personas cada año visitan, acudir a su regazo, el hogar, la “casita” de todos los mexicanos (y latinoamericanos). Con ella, Francisco, primer Papa de este continente, quiso detenerse para mirarla y dejarse mirar, para hablar como un hijo con su madre. La imagen del Pontífice sentado en el camarín, la pequeña habitación en la que es posible contemplar desde cerca la imagen que se formó misteriosamente en la tilma del indio Juan Diego, es el icono del viaje. La fe es cuestión de miradas, de ver y de tocar. Es la mirada de María sobre un Papa que reconoce hasta el fondo el “olfato” infalible del santo pueblo de Dios y que saca de esa mirada la fuerza de la ternura hacia las llagas de este pueblo. Llagas que hay que tocar para poder tocar la “carne de Cristo”.

Al final del viaje, en la rueda de prensa en el avión, el Papa nos invitó a estudiar el hecho guadalupano. Nos dijo que la fe y la vitalidad del pueblo mexicano se explica solamente porque se fundamenta en este acontecimiento. La Virgen de Guadalupe llega así a ser una llave interpretativa, una hermenéutica para comprender las raíces de la fe del pueblo, que no se entiende sin el regazo de la Madre.

En la homilía de la misa celebrada en el santuario de Guadalupe el domingo 14 febrero, Francisco explicó: María “nos dice que tiene el ‘honor’ de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores”.

El autorAndrea Tornielli

Vaticano

“Es Cristo quien acoge, quien escucha. Es Cristo quien perdona”

Han sido enviados los Misioneros de la Misericordia, sacerdotes de todo el mundo que en el curso del Año Santo han recibido del Papa el mandato de perdonar todos los pecados.

Giovanni Tridente·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Son 1.07, y provienen de todos los continentes, incluidas las lejanas Iglesias de Birmania, de Timor Este, de Zimbabwe, de China y de Vietnam. Estamos hablando de los “Misioneros de la Misericordia”, sacerdotes que el Miércoles de Ceniza, en una concurrida celebración en la basílica vaticana, han recibido del Papa Francisco el mandato y la autoridad, durante todo el Año Jubilar, de perdonar también los pecados que suelen estar reservados a la Sede Apostólica.

Una novedad absoluta de este Jubileo, prevista en la Bula de convocación Misericordiae vultus, donde el Santo Padre los describe como “signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe”.

A estos Misioneros se les confía la tarea de ser “artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del Bautismo”.

Su número reducido –el 0,25 % del número total de sacerdotes en todo el mundo– ha sido querido precisamente para mantener “el valor de este signo peculiar que expresa el sentido extraordinario del evento”, ha explicado el obispo Mons. Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que se encarga de la organización del Jubileo.

Entre los pecados que podrán absolver están, como decíamos, los normalmente reservados a la Sede Apostólica. El Código de Derecho Canónico señala cinco: la profanación de las especies consagradas, la violencia física contra el Santo Padre, la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento, la violación directa del secreto de la confesión, la ordenación episcopal sin el mandato pontificio. Sin embargo, del “mandato” de los Misioneros resulta claramente –y lo ha destacado también Mons. Fisichella– que no tienen la facultad de absolver de este último pecado, en el que han incurrido por ejemplo en la Fraternidad de San Pío X (los llamados “lefebvrianos”, a los cuales, por lo demás, el Papa ha dado la posibilidad de confesar válidamente a los fieles), pero sobre todo en la Iglesia en China y los obispos que en estos años han sido elegidos sin mandato pontificio o que han participado voluntariamente en ordenaciones episcopales ilícitas. Estas peticiones se dirigirán siempre directamente al Papa, después del reconocimiento y arrepentimiento por el pecado cometido.

A eso ha de añadirse otro pecado (que conlleva una pena de excomunión reservada al obispo) que el Papa Francisco ha concedido la posibilidad de absolver a todos los sacerdotes, también sólo en el Año Jubilar, que es el del aborto, para “cuantos lo han procurado y arrepentidos de corazón piden que les sea perdonado”. En este caso se invita a los sacerdotes a saber conjugar “palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un recorrido de conversión auténtica”.

En el encuentro que ha tenido en el Aula Paolo VI con una representación de alrededor de  700 Misioneros de la Misericordia el día antes de confiarles el mandato, el Papa Francesco ha querido subrayar la “responsabilidad que se os confía”, a saber, la de ser testigos, no solamente de la cercanía, sino también de la “forma de amar” de Dios. Y ha indicado tres peculiaridades: “expresar la maternidad de la Iglesia”, que “siempre genera nuevos hijos en la fe”, los nutre y a través del perdón de Dios los regenera a una nueva vida; “saber ver el deseo de perdón presente en el corazón del penitente”; “cubrir al pecador con la manta de la misericordia, para que ya no se avergüence y para que pueda recobrar la alegría de su dignidad filial y pueda saber dónde se encuentra”.

“Al entrar en el confesonario”, ha añadido el Papa, “recordemos siempre que es Cristo quien acoge, es Cristo quien escucha, es Cristo quien perdona, es Cristo quien da paz”. Por tanto,  “concedamos gran espacio a este deseo de Dios y de su perdón; hagamos que emerja como una verdadera expresión de la gracia del Espíritu que mueve a la conversión del corazón”. En suma, ha explicado Francisco, no es “con el mazo del juicio como lograremos llevar a la oveja perdida al redil sino con la santidad de vida que es principio de renovación y de reforma en la Iglesia”.

En la Santa Misa del Miércoles de Ceniza, entregando el mandato misionero, el Papa les ha animado nuevamente a “ayudar a abrir las puertas del corazón, a superar la vergüenza, a no huir de la luz. Que vuestras manos bendigan y vuelvan a levantar a los hermanos y a las hermanas con paternidad; que a través de vosotros la mirada y las manos del Padre se posen sobre los hijos y curen sus heridas”.

Finalmente, les ha indicado como ejemplo los “ministros del perdón de Dios” san Leopoldo Mandić y san Pío de Pietrelcina, cuyos restos mortales estaban expuestos en la basílica de San Pedro para la veneración de los fieles precisamente en esos días: “Cuando sintáis el peso de los pecados que os confiesan, y la limitación de vuestra persona y de vuestras palabras, confiad en la fuerza de la misericordia que sale al encuentro de todos como amor y que no conoce fronteras”.

Vaticano

San Pío y San Leopoldo, ‘ministros de la Misericordia’

Las urnas que contienen los restos mortales de San Pío de Pietrelcina y San Leopoldo Mandić han sido trasladadas a Roma con ocasión del Jubileo; medio millón de fieles les han rendido homenaje. Entretanto, hay novedades en la reforma de la Curia Romana y del Sínodo.

Giovanni Tridente·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

Alrededor de medio millón de personas han llenado Roma a rebosar durante una semana, para lo que ha sido definido como el primer gran evento jubilar, a saber, la traslación desde sus respectivas tierras de los restos mortales de San Pío de Pietrelcina y de San Leopoldo Mandić, los dos frailes capuchinos que han transcurrido prácticamente todas su vida sacerdotal en el confesonario y por eso han sido elegidos por el Papa Francisco como ejemplos de los “ministros de la Misericordia” en este año jubilar.

Los fieles congregados, en su mayor parte devotos de estos dos santos, provenían de todo el mundo, y los han venerado primero en la basílica de San Lorenzo Extramuros, donde han permanecido dos días, y después en la basílica de San Salvatore in Lauro, iglesias ambas integradas en el recorrido jubilar. La oración ha sido constante y se ha prolongado durante todas las horas del día, signo de “una espiritualidad tan participada y espontánea que ha impresionado a toda la ciudad”, ha declarado Mons. Rino Fisichella.

Muy impresionante ha sido también la multitudinaria procesión de las urnas con las reliquias de los dos “santos de la Misericordia” hacia la basílica de San Pedro, donde han permanecido varios días más para la veneración de los fieles, antes de retornar a los respectivos lugares de origen.

Grupos de oración del Padre Pío

Aprovechando esta etapa jubilar romana, una numerosa representación de los miembros de los llamados “Grupos de oración del Padre Pío” –movimiento espiritual laical ligado al Santo y difundido por todo el mundo– han sido recibidos en audiencia en la plaza de San Pedro por el Papa Francisco. Con ellos se encontraban también los dependientes de la Casa Alivio del Sufrimiento, el hospital fundado por el propio fraile e inaugurado en 1956. Estas dos obras, nacidas en paralelo, fueron queridas “en favor de los enfermos, de sus familiares, de los ancianos, de los necesitados en general”, como “lugar de oración y de ciencia donde el género humano se reúna en Cristo Crucificado como un solo rebaño con un solo pastor”, dijo el Padre Pío el día de su inauguración.

Estuvieron presentes en la audiencia los fieles de la archidiócesis de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo, en cuyo territorio al sur de Italia se encuentran el monasterio que acogió al fraile de Pietrelcina, el hospital Casa Alivio del Sufrimiento y el santuario erigido después de la muerte y que conserva sus reliquias, meta de constantes y numerosas peregrinaciones.

En esta ocasión, Francisco ha trazado un perfil del Padre Pío como “servidor de la misericordia”, que ha practicado “a veces hasta el agotamiento, ‘el apostolado de la escucha’”. A través del ministerio de la Confesión, el fraile capuchino se ha convertido en “una caricia viviente del Padre, que sana la heridas del pecado y refresca el corazón con la paz”.

Por estar “siempre unido a la fuente: se aferraba continuamente a Jesús Crucificado”, ha sabido transformarse en un “gran río de misericordia, que ha regado muchos corazones desiertos”.

Los mismos grupos de oración fundados por San Pío se han convertido en “oasis de vida en muchas partes del mundo”: “la oración, de hecho, es una auténtica misión, que trae el fuego del amor a toda la humanidad”.

Dirigiéndose luego a los dependientes de la Casa Alivio del Sufrimiento, que ahora cumple sesenta años, les ha invitado, además de a “tratar la enfermedad”, a “cuidar del enfermo”.

Con los frailes menores capuchinos

En esos mismos días, el Papa Francisco ha celebrado en el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro una Santa Misa con los frailes menores capuchinos de todo el mundo, reunidos con ocasión de la traslación de las reliquias de sus intercesores.

En la homilía, el Pontífice ha centrado sus palabras en la importancia del Sacramento de la confesión, del perdón y de la capacidad de concederlo, que nace de una profunda vida de oración, donde cada uno se descubre como necesitado también él de perdón. “Cuando alguien se olvida de la necesidad que tiene de perdón, lentamente se olvida de Dios, se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar”, ha explicado Francisco. En cambio, “la persona que viene [al confesonario], viene a buscar consuelo, perdón y paz en su alma”. Por eso, es muy importante “que encuentre a un padre que lo abraza, que le dice: ‘Dios te quiere mucho’ y ¡que se lo haga sentir!”, precisamente como testimonian San Pío y San Leopoldo, que en las muchas horas pasadas sentados en el confesonario han hecho “el oficio de Jesús, que perdona dando la vida”.

Reforma de la Curia Romana

Igualmente en el mes de febrero ha tenido lugar la décimo tercera reunión del Consejo de Cardenales en presencia del Santo Padre, y entre los temas afrontados han estado, como es habitual, los aspectos inherentes a la reorganización de los dicasterios de la Curia romana, además de las informaciones sobre cómo avanzan las estructuras creadas ex novo por Francisco, desde la tutela de los menores hasta las reformas en el campo económico y en el proceso canónico sobre la validez del matrimonio.

En particular, han sido aprobadas las propuestas finales para la creación de dos nuevos dicasterios, el referente a “Laicos, familia y vida” y el de “Justicia, paz y migraciones”, y han sido puestas en las manos del Santo Padre para que decida sobre ellas. Ha habido luego un nuevo intercambio de consideraciones sobre la Secretaría de Estado y sobre la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos. El cardenal estadounidense Sean Patrick O’Malley ha informado sobre la actividad de la Comisión para la tutela de los menores, que preside, mientras que en relación con las cuestiones jurídico-disciplinares que afectan a las competencias de los dicasterios de la Curia, se han remitido a un estudio más profundo. Se escuchó también al cardenal Georg Pell, que ha informado sobre el estado y la actuación de las reformas en el ámbito económico. Finalmente, se entregó a los cardenales del Consejo la documentación sobre el llamado “vademécum” preparado por el Tribunal de la Rota romana para la actuación de la reforma del proceso canónico sobre la validez del matrimonio.

Sinodalidad y descentralización

El Consejo había comenzado con el estudio de algunos temas del discurso pronunciado por el Pontífice el pasado 17 de octubre, durante la conmemoración del quincuagésimo aniversario del Sínodo de los Obispos, cuando habló de la “sinodalidad” y de la “necesidad de proceder a una saludable descentralización”. Todas estas indicaciones constituyen una referencia importante para la reforma de la Curia, y que en esos mismos días han sido también el eje central de un seminario de estudio organizado por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos.

En el simposio han participado numerosos docentes de eclesiología y derecho canónico provenientes de universidades y facultades eclesiásticas de todo el mundo, que han coincidido en desear una “mayor escucha e implicación” del Pueblo de Dios en el Sínodo, según se informó en un comunicado. Tal implicación debe ocurrir tanto en la fase preparatoria, previendo “establemente” una consultación a los fieles como sucedió con el cuestionario enviado a las parroquias con ocasión del sínodo extraordinario de 2014, como ofreciendo mayor espacio a la intervención de los auditores durante el desarrollo de la asamblea, aún sin concederles derecho de voto. Los fieles se verían asimismo implicados en la fase sucesiva de la “actuación”, donde deberían ocuparse de “traducir en las diversas situaciones socio-culturales las decisiones asumidas a nivel central”.

Estas indicaciones podrían confluir en “una revisión de la normativa sobre el Sínodo de los Obispos” y de las tareas del Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos”, “en el cual se pueda proyectar en cierto modo el carácter permanente del organismo sinodal”, como sucede con las Iglesias católicas de Oriente “para una evolución del Sínodo que pase de ‘evento’ a ‘proceso’”.

 

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Experiencias

Benedicto XV: el Papa de la paz, ante la Gran Guerra

Hace un siglo Europa se encontraba inmersa en plena I Guerra Mundial. ¿Cómo reaccionó entonces la Santa Sede ante el estallido de ese conflicto? ¿Fracasó Benedicto XV, elegido papa al mes de iniciadas las hostilidades, en su intento de alcanzar la paz, o más bien habría que considerarle el auténtico vencedor moral de la contienda?

Pablo Zaldívar Miquelarena·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 12 minutos

Estamos conmemorando, en este periodo de tiempo que abarca los años 2014 a 2018, el centenario de la I Guerra Mundial, llamada en su momento la Gran Guerra o Guerra Europea, denominación que luego pareció inapropiada al entrar en el conflicto naciones de otros continentes, tales como Estados Unidos y numerosos países asiáticos o latinoamericanos. Aquella trágica contienda se desencadenó –casi de forma inesperada– por la coincidencia de una serie de factores de diversa índole, que prendieron en el contexto de aquel momento histórico. Pero ¿cuál era la estructura geopolítica y estratégica de Europa?

Sistema de equilibrios

En 1914, la seguridad de Europa reposaba sobre un frágil entramado de alianzas defensivas, trazado por el canciller alemán Otto von Bismarck. Era la llamada “paz armada”, fruto de la hegemonía del Imperio alemán, surgido después de la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana de 1870. En el mapa geopolítico del continente se alzaban dos bloques antagónicos: la Triple Entente, formada por Francia, Inglaterra y Rusia; y la Triple Alianza, o Tríplice, que ligaba a los Imperios centrales, Alemania y Austria-Hungría, y a Italia. Este sistema de equilibrios era solamente garantía de una paz precaria, pues requería un rearme continuo a fin de estar preparados para una guerra que se consideraba posible en cualquier momento.

Con todo, esta sensación de desconfianza pre-bélica, alimentada por los sectores nacionalistas y por los estados mayores de las grandes potencias, no llegaba a empañar el ansia de paz y de goce de progreso material que caracterizó a aquellos años de finales del XIX y principios del XX, conocidos como la “belle époque”. Se vivía en la “inconsciencia” de la realidad, pues Europa estaba experimentando una transformación socio-política con la industrialización, el movimiento obrero y el nacionalismo. Prueba de este estado de ánimo mayoritario es el comentario que, pocos meses antes de que estallara el conflicto, hizo el embajador de Francia en Berlín, Jules Cambon: “La mayoría de los franceses y de los alemanes desea vivir en paz, pero en los dos países hay una minoría que solo sueña con batallas, conquistas y revancha. Ahí está el peligro, junto al que debemos vivir como al lado de un barril de pólvora, que puede hacer explosión a  la menor imprudencia”.

Y la chispa saltó el 28 de junio de 1914, en Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina, donde el heredero del imperio austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando, fue asesinado junto con su esposa por un terrorista eslavo. El gobierno de Viena culpó a Serbia –nación eslava y ortodoxa– de haber planeado este atentado para herir al Imperio germánico y católico de los Habsburgo, y le declaró la guerra el 28 de julio.

Aunque se pensó inicialmente que las hostilidades iban a tener un carácter limitado, lo cierto es que el vigente sistema de alianzas se puso en funcionamiento: Berlín tuvo que apoyar a Viena, mientras Rusia, protectora de la ortodoxia y del eslavismo, entró en guerra contra los Imperios centrales. En la Europa occidental, no se hizo esperar la declaración de guerra de Alemania a Francia. Por otro lado, la invasión de Bélgica por el ejército alemán, violando la neutralidad de ese país, provocó la inmediata respuesta de Londres. Así, antes de terminar el mes de agosto, las potencias de la Triple Entente (Francia, Inglaterra y Rusia) habían entrado en guerra contra Alemania y Austria-Hungría, a las que luego se adherirá el Imperio Otomano, secular adversario de los rusos. Solamente Italia, pese a formar parte de la Tríplice, permaneció de  momento neutral, lo que no agradó en Viena y en Berlín.

Benedicto XV.

Pío X… y Benedicto XV

¿Cómo reaccionó la Santa Sede ante esta convulsión? San Pío X había seguido con preocupación y dolor la cadena de acontecimientos que determinaron el estallido del conflicto. “Yo bendigo la paz, no la guerra”, exclamó cuando el emperador de Austria le rogó que bendijera a sus ejércitos. Le llenaba de amargura ver a las naciones católicas enfrentadas a muerte. Su salud había ido declinando al paso de estos sucesos. Abrumado por las trágicas consecuencias que preveía, falleció el 21 de agosto.

El 3 de septiembre era elegido su sucesor, el cardenal Giacomo della Chiesa, arzobispo de Bolonia, quien tomó el nombre de Benedicto XV. El nuevo Papa era un genovés que había aprendido la diplomacia junto al cardenal Rampolla, el gran Secretario de  Estado de León XIII. Giacomo della Chiesa, sólidamente formado en las aulas universitarias civiles y eclesiásticas, había acompañado a Rampolla cuando este fue nuncio en Madrid, entre 1885 y 1887. Durante su estancia en Madrid, tuvo la oportunidad de trabajar en el arbitraje que España y Alemania pidieron a León XIII para dirimir la disputa sobre la propiedad de las Islas Carolinas. Luego, ocupó importantes puestos en la Curia romana antes de ser nombrado arzobispo de Bolonia. Era un diplomático avezado y un buen conocedor de la política europea.

Imparcialidad

Recién elegido, Benedicto XV apeló con urgencia a un cese inmediato de las hostilidades y expresó su rechazo al “espectáculo monstruoso” de una guerra fratricida, causante de que una parte de Europa estuviera “regada por sangre cristiana”. Y ya desde aquel momento, estableció la posición de la Santa Sede: imparcialidad.

Es decir, la Santa Sede no se sitúa al margen de la tragedia bélica como una potencia neutral, sino que se considera moralmente implicada debido a la paternidad universal del Papa. Pero implicada en un sentido propio, en la medida, dice el Pontífice, “en que… hemos recibido de Jesucristo, Buen Pastor, el deber de abrazar con amor paternal a todas las ovejas y corderos de su rebaño”. La crueldad de la lucha avivó el apasionamiento nacionalista: los franceses y belgas se sintieron decepcionados al no escuchar del Papa una condena explícita de Alemania por la invasión de Bélgica o el  bombardeo de la catedral de Reims. En realidad, el Papa había condenado públicamente “todas las violaciones del derecho dondequiera se hayan cometido”, en alusión indirecta, pero clara, a la campaña alemana en el frente occidental, y estuvo en contacto estrecho con el cardenal Mercier, Primado de Bélgica; pero ello no pareció suficiente a quienes deseaban que la Santa Sede tomase partido. Por su parte, el gabinete imperial de Viena se mostró dolido por no contar con un respaldo explícito del Papa ante lo que consideraba una conspiración eslava, protegida por Rusia y alentada por Francia e Inglaterra, para terminar con el imperio católico de Austria-Hungría.

En su primera encíclica, publicada en noviembre de 1914 con el título de Ad Beatissimi, el Papa analiza la trágica situación europea desde el plano sobrenatural de la teología de la historia. Su interpretación de tintes escatológicos –pues veía en la guerra un castigo divino–, o sus alusiones a la “refinada crueldad” del moderno armamento no podían sonar bien en los oídos de un nacionalismo exacerbado por un odio que se venía represando durante décadas. Tampoco su queja ante la vista de los países cristianos enfrentados: “¿Quién diría que los que así se combaten tienen un mismo origen? ¿Quién les reconocería como hermanos, hijos de un mismo Padre, que está en los cielos?”. Tampoco duda en definir como causa principal de esta guerra la negación del sentido cristiano de la vida: olvido de la caridad, desprecio de la autoridad, e injusticia de las luchas sociales, deslegitimadas cuando se recurre a la violencia. Y como raíz de todo ello, subraya el Papa, la codicia de los bienes temporales generada por el materialismo. El Papa, se ha escrito, “veía en la guerra el efecto monstruoso de la crisis moral de la Europa moderna”. 

Convencido de que el objetivo más urgente era detener la lucha armada,  el Pontífice apelaba a la responsabilidad de los gobiernos: “Que nos escuchen, rogamos, aquellos en cuyas manos están los destinos de los pueblos. Otros medios existen, y otros procedimientos para reivindicar los propios derechos… Acudan a ellos, depuestas en tanto las armas”.

Intenso esfuerzo humanitario

Cuando se acercaba la Navidad de 1914, la perspectiva de un conflicto largo iba tomando fuerza. El Papa propuso entonces una tregua en los combates, por tiempo breve y determinado, durante los días navideños. La idea, acogida en principio por Londres, Berlín y Viena, fue rechazada por París y San Petersburgo con diversos pretextos. Benedicto XV manifestaría su dolor en el Consistorio de cardenales, lamentando que  hubiese fracasado “la esperanza que habíamos concebido de consolar a tantas madres y esposas por la certeza de que, durante algunas horas consagradas a la memoria de la Divina Natividad, sus seres queridos no caerían bajo el plomo enemigo”.

Los esfuerzos diplomáticos de la Santa Sede se desarrollaban en paralelo a una eficiente y extensa labor humanitaria. Un equipo coordinado con la Cruz Roja operaba en Roma y en Suiza a las órdenes de monseñor Tedeschini, con el ingente cometido de informar sobre el paradero de los prisioneros de guerra. Al finalizar la contienda, se habían tramitado 600.000 peticiones de información y 40.000 peticiones de repatriación de prisioneros enfermos, y se habían transmitido 50.000 cartas de correspondencia entre los prisioneros y sus familias. También logró el Papa la liberación de prisioneros que habían quedado inhábiles para combatir, y transmitió al emperador Guillermo II numerosas peticiones de conmutación de penas de muerte contra civiles, dictadas por los tribunales alemanes en la Bélgica ocupada.

Asimismo, la Santa Sede obtuvo, con la colaboración del gobierno helvético, que 26.000 prisioneros de guerra y 3.000 detenidos civiles fueran autorizados a pasar la convalecencia en hospitales y sanatorios suizos. Benedicto XV cuidó especialmente de aliviar los sufrimientos de los niños y asistir a la población civil de los países en guerra. Las operaciones de ayuda alimentaria organizadas por la Santa Sede se sucedían sin distinción de razas, religión o bando: Lituania, Montenegro, Polonia, los refugiados rusos, Siria y Líbano recibieron, entre otras naciones y comunidades, protección papal.

De manera particular se ocupó el Pontífice de la suerte de los armenios, cuya persecución y exterminio bajo el poder otomano le indujeron a interceder ante el Sultán de Turquía. Terminada la guerra, el Papa defendió las aspiraciones nacionales de los armenios, y en tal sentido escribió al presidente Wilson. Los esfuerzos de Benedicto XV fueron recordados recientemente por el Papa Francisco, con motivo del centenario de lo que el actual Pontífice ha calificado de “primer genocidio del siglo XX”. La gratitud de los pueblos de Oriente ha quedado manifiesta en la estatua de bronce que representa a Benedicto XV y se alza delante de la catedral católica de Estambul. El monumento fue costeado por las comunidades religiosas de Oriente Medio (musulmanes, judíos, ortodoxos y protestantes).

Incomprensión

La labor diplomática y humanitaria del Papa fue reconocida sin discusión en la escena internacional. Así lo declaraba el canciller alemán von Bülow: “Benedicto XV trabajaba por la paz con sabiduría y firmeza”.

Sin embargo, la entrada de Italia en la guerra al lado de los aliados occidentales, en mayo de 1915, alejó la esperanza de que la contienda se abreviara. La situación de la Santa Sede era especialmente delicada: el Papa carecía de soberanía territorial desde la toma de Roma en 1870 y la pérdida de los Estados Pontificios. A pesar de las amplias garantías recibidas, en cualquier momento podía quedar rehén de un gobierno italiano revolucionario. Ante la beligerancia de Italia, Benedicto XV adoptó una política de máximo cuidado para evitar que la jerarquía y los católicos italianos se dejasen llevar de apasionamientos nacionalistas, comprometiendo así la imparcialidad de la Santa Sede. No dudó en recordar, incluso a algunos pastores de la Iglesia, que por encima de los intereses nacionales, prima el interés de la Iglesia y de la Humanidad: “Los lirismos, incluso los patrióticos, no deben ser secundados”; y les exhortó a observar “una reserva digna o una adhesión reservada”.

Esta prudente actitud no fue comprendida tampoco, pues algunos sectores tacharon al Pontífice de derrotista, a pesar de que el Vaticano cooperó con el gobierno italiano para paliar las terribles consecuencias de la lucha en el frente ítalo-austríaco del Isonzo. El Papa, por otro lado, no respaldaba conductas que incumplieran los deberes cívicos de la defensa nacional. Así, obligó a los seminaristas a respetar sus deberes militares y no permitió la anticipación de ordenaciones sacerdotales antes de la edad canónica (25 años) para eludir el reclutamiento.

Impulsos a la paz

En julio de 1915, con motivo del primer aniversario del comienzo de la guerra, Benedicto XV dirige un solemne llamamiento a los pueblos beligerantes y a sus gobiernos. El lenguaje y el tono reflejan su visión de una Europa ensangrentada: “En el Nombre santísimo de Dios, por la Sangre preciosa de Jesús… os conjuramos a vosotros, a quienes la Divina Providencia ha puesto en el gobierno de las naciones beligerantes, a poner un término a esta horrible carnicería que deshonra a Europa”. Y señala valientemente otro aspecto de la guerra, la riqueza de los contendientes, que les permite continuar la lucha con armamento cada vez más sofisticado: “¡Pero a qué precio! Que respondan los millares de existencias jóvenes que se extinguen cada día sobre los campos de batalla…”. Como remedio a la inutilidad del odio y la violencia, Benedicto XV propone negociar la paz “en condiciones razonables” y afirma que “el equilibrio del mundo, la tranquilidad… de las naciones reposan sobre la benevolencia mutua y sobre el respeto de los derechos y dignidad del otro…”.

La exhortación fue recibida con incomprensiones por ambas partes, pues ninguna deseaba negociar, sabedoras de que ello implicaría ceder en reivindicaciones y renunciar al aplastamiento del adversario. Benedicto XV, pese a todo, se mantuvo firme en trabajar por una paz “sin vencedores ni vencidos”. El apoyo personal que recibía del nuevo emperador austríaco, el beato Carlos I, y de su esposa, la emperatriz Zita de Borbón-Parma, fue de escasa utilidad, ya que Alemania había resuelto ir hasta el final. Los ofrecimientos de Berlín de examinar una posible negociación revestían poca credibilidad a ojos de los aliados, por cuanto no se precisaban medidas concretas, y la primera condición “sine qua non” para Londres y París era la evacuación de Bélgica.

Al principiar 1917, Estados Unidos tomó la decisión de entrar en la guerra junto a los aliados. Ello, unido a la revolución rusa y a la nueva guerra submarina emprendida por el estado mayor alemán, hizo ver al Papa que el alcance de la paz se alejaba aún más. Con todo, se podían percibir algunos síntomas de “fatiga bélica” que Benedicto XV decidió aprovechar. Y a estos efectos, consciente de que no había tiempo que perder, encomendó a monseñor Eugenio Pacelli (el futuro Pío XII), nuncio en el reino de Baviera, una aproximación al emperador Guillermo y al gobierno de Berlín.

Una propuesta concreta

Pacelli actuó con rapidez y persuasión, y logró la aquiescencia inicial del canciller alemán, Bethmann-Hollweg, a unos puntos esenciales que incluían la limitación de armamentos, la independencia de Bélgica y el arreglo de disputas en tribunales internacionales. Pacelli urgía a la Santa Sede a dar un paso adelante presentando propuestas concretas sobre las que negociar. Insistía también en la necesidad de impedir que la cúpula militar en Berlín lograse convencer al emperador de que la única solución era la de llevar la lucha armada hasta el final, confiando todavía en una victoria.

El Papa fue de la misma opinión que Pacelli, y el 1 de agosto hizo llegar a los gobernantes de las naciones beligerantes una Nota que recogía puntos concretos, tales como el desarme, el arbitraje, la libertad de navegación de los mares, la restitución de los territorios ocupados, que eran básicos para negociar una paz justa y duradera, así como para detener definitivamente la “matanza inútil” que sufría Europa. Benedicto XV propugna un nuevo orden internacional fundado sobre principios morales. Como afirma Pollard, “era la primera vez en el curso de la guerra que una persona o una potencia habían formulado un esquema práctico y detallado para negociar la paz”.

Portazo al arreglo pacífico

Las reacciones de los aliados fueron muy poco alentadoras: desde el rechazo de Francia e Italia, a la tibieza británica. Sin embargo, la última palabra la tuvo el Presidente americano, Wilson, quien dio el portazo definitivo a los intentos papales de negociar un arreglo pacífico, sin vencedores ni vencidos, que permitiera el cese de la lucha y la restauración del statu quo anterior como paso previo a una solución acordada de las diferencias.

Claramente, los aliados no querían ninguna salida que no fuera la derrota de Alemania y del imperio de los Habsburgo. Por parte de Berlín y Viena, las respuestas respectivas expresaban simpatía por la iniciativa, pero sin comprometerse. Al final prevaleció la firme postura del alto mando militar alemán, confiado aún en una victoria sobre un frente occidental exhausto. Los generales prusianos no quisieron darse cuenta de que la intervención de los Estados Unidos había inclinado la balanza inexorablemente. El Papa vio entonces con claridad que sus esfuerzos habían fracasado. Fue entonces cuando confesaría que había pasado por uno de los momentos más amargos de su vida. En todo caso, la Nota papal de 1917 influyó en los negociadores de la Paz de París de 1919. Hay similitudes patentes entre las propuestas de Benedicto XV y los famosos 14 Puntos que Wilson presentó en París para inspirar la construcción del nuevo orden internacional.

¿Fracaso?

¿Fracasó el Papado en su intento de buscar la paz para Europa? Es cierto que Benedicto fue “el profeta no escuchado”, y que sus llamamientos a la conciencia de los poderosos para detener lo que llamó “una matanza inútil” fueron no solo desoídos, sino que muchos los calificaron de derrotistas e imposibles de obedecer. Pero, pese a las “semillas de discordia” que encerraba el Tratado de Paz (y que trajeron la II Guerra Mundial), lo cual el Papa había advertido a los vencedores de 1919, el nuevo orden internacional fue fruto de una nueva visión de la convivencia entre los pueblos.

En efecto, se reconocía, por primera vez, “la primacía del derecho sobre la fuerza”, de acuerdo con la enseñanza de Benedicto XV, cuya voz fue la única en denunciar desde el principio el mal de la guerra y cuya labor de caridad incansable no distinguió entre fronteras, credos y nacionalidades. A este nuevo concepto de la diplomacia moderna aludía el Beato Pablo VI al definirla como “el arte de crear y mantener el orden internacional, esto es, la paz”.

Y a este cambio de perspectiva el Papado, una vez más en la Historia, había cooperado con sabiduría y coraje. Con razón bien fundada, se ha llamado a Benedicto XV “el único vencedor moral de la Guerra”.


Otros protagonistas

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San Pío X, papa
El Papa san Pío X siguió con preocupación y dolor los acontecimientos que determinaron el estallido del conflicto. “Yo bendigo la paz, no la guerra”, exclamó cuando el emperador de Austria le rogó que bendijera sus ejércitos. Le llenaba de amargura ver a naciones católicas enfrentadas a muerte. Abrumado por las trágicas consecuencias que preveía, falleció el 21 de agosto.

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Federico Tedeschini, cardenal
Un equipo coordinado con la Cruz Roja operaba en Roma y Suiza a las órdenes del entonces monseñor Federico Tedeschini. Al final de la contienda había tramitado 600.000 peticiones de información y 40.000 peticiones de repatriación de prisioneros, se logró la liberación de los que habían quedado inhábiles para combatir y 29.000 fueron autorizados a pasar la convalecencia en hospitales suizos.

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Thomas Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos
Benedicto XV influyó en los negociadores de la Paz de París de 1919. Hay similitudes patentes entre las propuestas de Benedicto XV y los famosos 14 Puntos que el presidente norteamericano Wilson presentó en París para inspirar la construcción del nuevo orden internacional.

El autorPablo Zaldívar Miquelarena

Diplomático, ex-embajador de España en Etiopía y Eslovenia, y autor de la reciente monografía “Benedicto XV. Un pontificado marcado por la Gran Guerra”

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Mundo

JMJ 2016 en Cracovia: tras la senda de san Juan Pablo II en Polonia

El 26 de julio comienza en Cracovia la Jornada Mundial de la Juventud. Miles de jóvenes de todo el mundo compartirán unos días de oración y celebración de la fe cristiana junto al Papa Francisco. Repasamos algunos de los lugares que el peregrino podrá recorrer en esos días.

Ignacy Soler·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 12 minutos

Es bueno que el joven peregrino que quiera participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se celebrará en Cracovia en julio tenga una idea básica de lo que es la JMJ: una experiencia conjunta de oración, encuentro personal con Cristo, explosión de fiesta y alegría en la comunicación de la fe cristiana en unión con el sucesor de Pedro que tiene como misión confirmarnos en nuestra fe. El peregrino encontrará en la JMJ la ocasión para conocer el país y profundizar en su fe.

El bautismo de Polonia

La JMJ no es un espectáculo de fuegos de artificio, sino que busca profundizar en la responsabilidad del bautismo. Por este motivo no es casualidad que se encuadre en la celebración del 1050 aniversario del bautismo de Polonia en la persona de su primer rey, Mieszko I, en el año 966.

La JMJ da comienzo el lunes 26 de julio con una misa solemne celebrada por el cardenal Stanisław Dziwisz en las Błonia (campo) de Cracovia, una gran explanada en el centro de la ciudad donde san Juan Pablo II celebró la Santa Misa en casi todos los viajes apostólicos a su patria. También allí tendrá lugar el primer saludo al Papa Francisco y el Via Crucis en la tarde noche del viernes 29. Los jóvenes se trasladarán desde las Błonia hasta la localidad de Brzeg, en los contornos de Cracovia, muy cerca de Wieliczka. Allí, el sábado por la tarde y noche, se tendrá la vela con el Papa, y el domingo la santa Misa de clausura de la JMJ.

Dulces típicos en una calle del barrio judío de Kazimierz, en Cracovia.
Dulces típicos en una calle del barrio judío de Kazimierz, en Cracovia.

Más de cien mil peregrinos inscritos en la JMJ han expresado su deseo de visitar el santuario de Jasna Góra en Częstochowa, a 150 kilómetros de Cracovia. Sin lugar a dudas la Czarna Madonna (Virgen Negra) de Częstochowa, con su imagen icono de la Señora de ojos misericordiosos, fue el lugar más visitado por Karol Wojtyła. Allí está el corazón y el centro de la espiritualidad polaca. Es un lugar casi obligatorio para el peregrino mariano de la JMJ. Además de Częstochowa, hay otros lugares de interés en relación con el Papa polaco.

El Santuario de la Divina Misericordia

Łagiewniki es un distrito de Cracovia situado al sur de la ciudad. Es un lugar obligado para todos lo que vayan a la JMJ porque allí está situado el Santuario de la Divina Misericordia, donde vivió y murió santa Faustina Kowalska. En el año de la misericordia parece especialmente indicada la visita de este lugar. El diario de Faustina Kowalska fue un texto especialmente querido por Karol Wojtyła. Siguiendo una indicación precisa escrita en ese diario, estableció Juan Pablo II el domingo de la Misericordia.

Durante la segunda guerra mundial, el joven Karol Wojtyła trabajó en la fábrica de productos químicos Solvay, en el barrio de Borek Fałęcki, muy cerca de Łagiewniki. Como sacerdote y obispo estuvo muchas veces en Łagiewniki. Como Papa, san Juan Pablo II visitó dos veces el santuario de la Divina Misericordia. La primera vez fue el 7 de junio de 1997, durante su sexto viaje a Polonia. Entonces dijo que venía a este santuario movido por una imperiosa necesidad de su corazón: “Desde este lugar salió el anuncio de la misericordia de Dios que el mismo Jesucristo quiso entregar a nuestra generación a través de la beata Faustina. Es un mensaje claro e inteligible para todos. Cada hombre puede venir aquí, mirar al cuadro de Cristo misericordioso, a su Corazón que irradia gracias, y escuchar lo que oyó Faustina: ‘No tengas miedo de nada, Yo estoy siempre contigo’ (Diario, 613)”.

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Interior del santuario de la Divina Misericordia en Łagiewniki.

En su última peregrinación a Polonia, en agosto de 2002, consagró el nuevo templo de la Misericordia erigido en basílica menor. Las dimensiones de la nueva edificación permiten la acogida de miles de peregrinos. La antigua iglesia, o capilla, aunque de capacidad reducida, sigue siendo el centro del Santuario: allí se encuentra el cuadro original de Jesús Misericordioso, pintado según las indicaciones de santa Faustina, y las reliquias de ésta. Desde este lugar, el Papa Juan Pablo consagró el mundo a la Divina Misericordia el 19 de agosto de 2002.

El santuario de san Juan Pablo II

Desde el Santuario de la Divina Misericordia se puede acceder andando, en diez minutos, al santuario de Juan Pablo II, dentro del Centro Juan Pablo II “No tengáis miedo”. Es un complejo de parques y edificios que tienen como finalidad el estudio de la vida y obras del Papa polaco, junto con la difusión de su devoción. Todos los edificios construidos son un ejemplo de que la arquitectura polaca religiosa puede ser hermosa.

La iglesia santuario posee con una cripta en cuyo altar se encuentra un relicario con sangre del santo y una serie de capillas de gran interés. Por ejemplo, en la capilla sacerdotal tenemos una replica de la capilla de san Leonardo, donde Karol Wojtyła celebró su primera misa solemne, y también se encuentra la losa original que cubrió la tumba de Juan Pablo II en las grutas vaticanas antes de que fuera proclamado beato y depositaran sus reliquias en la basílica de San Pedro.

El santuario de la Divina Misericordia en Częstochowa, el de la cruz Mogiła, el campo de concentración de Auschwiz y otros lugares vinculados a santa Faustina Kowalska y a san Juan Pablo II tendrán un peso especial en el desarrollo de la JMJ.

La iglesia principal está decorada con grandes mosaicos, llenos de luz y color, de innegable valor artístico y simbólico. Son obra del padre Marko Ivan Rupnik SJ, autor que ha realizado otras obras importantes, como la decoración de la cripta de san Giovanni Rotondo. En una de las capillas, la de la Virgen de Fátima, podemos ver la sotana que llevaba Juan Pablo II el día en que sufrió un atentado, el 13 de mayo de 1981, cuando presidía la audiencia general de los miércoles en la plaza de San Pedro. Las manchas de sangre impregnan el tejido blanco en muchas zonas.

Kalwaria Zebrzydowska

Kalwaria Zebrzydowska es un santuario mariano fundado a comienzos del siglo XVII por el noble Mikolaj Zebrzydowski, según el modelo de la iglesia de la Crucifixión, en Jerusalén. Su fundador quiso recordar el misterio de la pasión y muerte de Cristo junto a los misterios dolorosos de María, por lo que las diferentes capillas están como entrelazadas uniendo la pasión de Cristo a la de su Madre. Está regido por los padres bernardinos, y todo el complejo pertenece al Patrimonio Mundial de la UNESCO.

Quien haya visto la película “De un país lejano” (dirigida en 1981 por el polaco Krzysztof Zanussi), en la que se relata la vida de Karol Wojtyła desde el año 1926 hasta su nombramiento como Papa, recordará cómo empieza. Karol Wojtyła de niño participa en el Vía Crucis durante la Semana Santa en Kalwaria Zebrzydowska, a 15 kilómetros de Wadowice. Al acabar, va con su padre a comer en la posada del peregrino, donde ven al joven actor que escenificaba al Señor que está bebiendo una cerveza. Eso se le quedó muy grabado. Lo mismo que las palabras de su padre al morir su madre. Le señaló a la Virgen Kalwariska y le dijo: “desde ahora Ella será tu Madre”.

El 18 de agosto del 2002, Juan Pablo II se despidió de María en este Santuario con una conmovedora oración en silencio. Fue el único viaje apostólico en el que no estuvo en Częstochowa. Después de más de una hora de activo silencio tomó la palabra: “Vengo hoy a este santuario como peregrino, como venía cuando era niño y en edad juvenil. ¡Cuántas veces he experimentado que la Madre del Hijo de Dios dirige sus ojos misericordiosos a las preocupaciones del hombre afligido y le obtiene la gracia de resolver problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra por la fuerza y la sabiduría de la Providencia divina! Cuando visité este santuario en 1979, os pedí que orarais por mí mientras viva y después de mi muerte. Hoy os doy las gracias a vosotros y a todos los peregrinos de Kalwaria por estas oraciones, por el apoyo espiritual que recibo continuamente. Y sigo pidiéndoos: no dejéis de orar –lo repito una vez más– mientras viva y después de mi muerte. Y yo, como siempre, os pagaré vuestra benevolencia encomendándoos a todos a Cristo misericordioso y a su Madre”.

Wadowice. Iglesia y casa

Wadowice, es el pueblo natal del Papa polaco. También es lugar obligado de visita para seguir sus pasos. Conocer a una persona es ir a sus raíces, conocer el ambiente donde nació y donde vivió su infancia. El 16 de junio del año 1999 tuvo un encuentro con un grupo de fieles en la plaza de la iglesia, y allí abrió su corazón, refiriéndose a sus recuerdos, sin leer ningún texto escrito, al hilo de su gran memoria.

Un grupo de fieles celebra la canonización de Juan Pablo II en el exterior de la iglesia parroquial de Wadowice.
Un grupo de fieles celebra la canonización de Juan Pablo II en el exterior de la iglesia parroquial de Wadowice.

La muy cuidada iglesia parroquial de la Presentación de Santa María está renovada, pero tiene el aire de los años jóvenes de Wojtyła. En ella podemos ver la pila bautismal donde el pequeño Karol fue bautizado, así como el acta de bautismo. También se puede visitar una capilla dedicada a Juan Pablo II y el renovado museo de la casa donde vivió la familia Wojtyła. Desde la ventana de la cocina de la Casa-museo se puede ver un reloj de sol en la pared de la iglesia que Lolek veía cada día al salir de su casa, y que lleva una expresión en polaco: “Czas ucieka wieczność czeka” (el tiempo pasa, la eternidad espera).

Santuario de la cruz Mogiła

En los confines de Nowa Huta se encuentra la localidad de Mogiła, con el monasterio cisterciense de la Santa Cruz, erigido en el siglo XIII. El Cristo crucificado de Mogiła goza desde hace siglos de una gran devoción popular. Allí acudió muchas veces Karol Wojtyła atraído por su gran amor a la Cruz. En este santuario pronunció su última homilía como ordinario de Cracovia el 17 de septiembre de 1978 con ocasión de la solemnidad de la exaltación de la Santa Cruz. Decía: “De modo particular vengo a este lugar para encomendar a Nuestro Señor y a su santa Madre al nuevo Papa, elegido hace unas semanas, el sucesor de Pedro, el Papa Juan Pablo I”.

Ya como Papa regresó a este santuario de la Cruz el 9 de junio de 1979, y en aquella ocasión utilizó por primera vez la expresión “nueva evangelización”: “Nuestro padres en épocas pasadas elevaban la cruz en diferentes lugares de la tierra polaca como signo de que había llegado allí el Evangelio, que se empezaba la evangelización, que continuaba sin pausa. Con esta idea se levantó también la primera cruz en Mogiła […]. Ahora, en los umbrales del nuevo milenio, hemos recibido una nueva señal: para unos tiempos nuevos y unas nuevas circunstancias viene de nuevo el Evangelio. Ha comenzado una nueva evangelización, una segunda, que es la misma que la primera”.

La cruz de la JMJ que transportan los jóvenes entre sus manos de un país a otro es el signo de la transmisión de la fe cristiana. La cruz girando alrededor del orbe da sentido a la historia de los días.

Auschwitz

Este campo de concentración y de exterminio nazi me parece también un lugar de visita obligada. Me he encontrado con muchos polacos que nunca han estado en este lugar, ni piensan hacerlo. Lo entiendo. Pero en mi opinión todos deberíamos conocerlo, ya que no tenemos ningún vestigio tan dramático y tan espeluznante de la locura y del horror de las guerras del siglo XX como Auschwitz.

En Auschwitz, nombre alemán de la ciudad polaca Oświęcim (ninguna de las dos palabras son fáciles de pronunciar para el hispanoparlante), había tres campos de concentración. Se han conservado los dos primeros. “Auschwitz 1” es un museo donde se visitan los cuarteles construidos en ladrillo de buena factura y de fabricación austríaca de finales del siglo XIX (cabe recordar que esa parte de Polonia, la Galitzia, pertenecía en aquella época al imperio Austro-Húngaro). El segundo campo es Auschwitz-Birkenau. Edificado durante la guerra, se encuentra a cuatro kilómetros de distancia del primero. A uno y otro hay que ir. En un y otro estuvieron san Juan Pablo II (el 7 de junio de 1979) y Benedicto XVI (el 28 de mayo de 2006). Ambos Papas pasaron también por la puerta con la inscripción: Arbeit macht frei, que suena a burla blasfema sobre la dignidad del hombre y del trabajo.

Acceso al campo de concentración de Auschwitz.
Acceso al campo de concentración de Auschwitz.

Los dos Papas –uno polaco y otro alemán– valoraron su visita a Auschwitz casi con las mismas palabras: “No podía no venir a este lugar”. Unas palabras que expresan la obligación de hacer justicia a la memoria de las víctimas del exterminio nazi. Los dos Papas rezaron en la celda en donde murió mártir san Maximiliano Kolbe. En numerosas ocasiones me he acercado desde Cracovia a Auschwitz-Birkenau para pasear al atardecer por las grandes explanadas del campo, atravesadas por raíles, y hacer la oración con los textos de la homilía que Juan Pablo II pronunció en aquel mismo lugar: “‘Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe’ (1 Jn 5, 4). En este lugar del terrible estrago, que supuso la muerte para cuatro millones de hombres de diversas naciones, el padre Maximiliano, ofreciéndose voluntariamente a sí mismo a la muerte, en el búnker del hambre, por un hermano, consiguió una victoria espiritual similar a la del mismo Cristo. Este hermano vive todavía hoy en esta tierra polaca. Pero el padre Maximiliano Kolbe, ¿fue el único? Ciertamente, él consiguió una victoria que tuvo repercusión inmediata sobre sus compañeros de prisión y que tiene repercusión aún hoy en la Iglesia y en el mundo. Pero seguramente se consiguieron otras muchas victorias. Pienso, por ejemplo, en la muerte, en el horno crematorio del campo de concentración, de la carmelita sor Benedicta de la Cruz (conocida en el mundo como Edith Stein) alumna ilustre de Husserl que se ha convertido en honra de la filosofía alemana contemporánea y que descendía de una familia hebrea habitante en Wroclaw”.

Y el Papa Benedicto XVI, en el mismo escenario que su predecesor pero 27 años más tarde, gritó dramáticamente: “En un lugar como este se queda uno sin palabras. En el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?”. Justo después de que Benedicto XVI pronunciara esas palabras, un arco iris lleno de color se dibujó en el cielo. Todos lo pudimos ver. Era como una respuesta divina, visible, clara, silenciosa…

Cracovia

A algunos peregrinos se les puede hacer algo pesado la omnipresencia de Juan Pablo II en muchos ámbitos de la vida religiosa y social de Polonia. Esa gran presencia es algo natural, sí. Pero también es cierto que lo bueno hay que darlo en pequeñas dosis, ya que repetido de forma rutinaria cansa y molesta. Por eso hay que recordar que en Cracovia, lo mismo que en todo el país, hay una gran variedad de lugares y espacios dignos de visitar que no están en relación estrecha con el Papa polaco. Hay otros muchos santos relacionados con esta ciudad que es obligado citar, empezando por el obispo mártir san Estanislao y terminando por santa Faustina y su mensaje de la Misericordia: las reinas Kinga y Jadwiga Andegaweńska, los frailes Alberto Chmielowski, Simon de Lipnicy o a Rafael Kalinowski; los profesores de la Universidad Jaguelónica Juan Kanty y Mons. José Sebastian Pelchar; y la sirvienta Aniela Salawa. Sin embargo, debido a lo que Juan Pablo II ha significado para Polonia y para la historia reciente de la Iglesia, los lugares vinculados a su biografía son los que más destacan.

En Cracovia es digno de admirar su casco viejo, en especial la plaza del mercado, la colina de Wawel con la catedral y el castillo, y el barrio judío de Kazimierz. Hay muchos sitios que están en relación con la vida de Karol Wojtyła: la casa de la calle Tyniecka 10, donde vivió durante su primer año de universidad y la guerra, y donde murió su padre; la iglesia parroquial de san Florián, donde empezó sus métodos juveniles pastorales y que dio como fruto su libro “Amor y responsabilidad”; o la calle de los Canónigos, donde vivió en dos de sus casas –ahora museos– desde el 1953 hasta el 1964. Destaquemos cuatro lugares que merece la pena visitar:

1) El palacio del Obispo. Se encuentra en la calle Franciszkańska 3, pues enfrente está el convento de los franciscanos. En ese palacio Karol Wotyła entró de seminarista durante la guerra. En su capilla fue ordenado sacerdote –él sólo– por el cardenal Sapieha. Ya como obispo titular de Cracovia (entre 1964 y 1978) todos los días de 9.00 a 11.00 trabajaba en ese lugar sacro mirando al Sagrario. Habló muchas veces desde la ventana central de ese palacio en las serenatas nocturnas para jóvenes organizadas durante sus viajes apostólicos a Cracovia.

2) La catedral de Wawel. Esta catedral es un resumen de la historia de Polonia. Allí se encuentran, en su altar central, las reliquias de san Estanislao. Allí también se coronaban los reyes. En sus criptas se encuentran enterrados los prohombres de la vida religiosa, política y cultural de Polonia. En la capilla más antigua, la cripta románica de San Leonardo, Karol Wojtyła celebró el 2 de noviembre del año 1946 su primera –sus tres primeras– misas solemnes. Con ocasión de sus bodas de oro sacerdotales quiso volver a celebrar la santa Misa en esa capilla. Su acción de gracias duró dos horas. Era el 9 de junio de 1997.

Exterior de la catedral de Wawel (Cracovia), de gran importancia para Polonia.
Exterior de la catedral de Wawel (Cracovia), de gran importancia para Polonia.

3) La iglesia de Santa María. Esta iglesia, situada en la plaza del mercado, ofrece la mejor obra artística y religiosa de todo el patrimonio polaco: el retablo de la Asunción de Santa María. Es obra del escultor Wit Stwosz que en 1477 se trasladó con su familia de Núremberg a Cracovia. En esta ciudad trabajó y realizó esta obra maestra. Solamente los costos (todo el presupuesto de la ciudad de un año) dan idea de la grandeza del proyecto. El retablo se articula entorno a una trilogía mariana que ayuda a rezar. En una primera escena vemos a María dormida en torno a los apóstoles. A continuación, María en cuerpo y alma es elevada al cielo. Finalmente, la Virgen es coronada por la Trinidad. Durante sus primero años de sacerdote, Juan Pablo II solía confesar en esta iglesia. Aún hoy se puede ver el confesionario. La doctora Wanda Półtawska recuerda en su libro de memorias “Diario de una amistad” la ocasión en que acudió a esta iglesia de Santa María para confesarse. Durante la confesión, el joven sacerdote Wojtyła le dijo: “¡Ven a la Santa Misa de la mañana, y ven cada día!”. Esas palabras fueron para ella como un “trallazo”: “No le pedí que fuera el director espiritual de mi alma, no le dije nada de eso. Todo salió con naturalidad cuando al final me dijo lo que antes ningún sacerdote me había dicho: ¡Ven a la Santa Misa de la mañana, y ven cada día! Más de una vez he pensado que a decir verdad cada confesor debería dar ese consejo tan sencillo”.

4) La universidad Jaguelónica. Es la universidad más antigua de Polonia. Fundada en el año 1360 por el rey Casimiro III el Grande, fue renovada e impulsada por el rey Jagellon y su esposa santa Jadwiga (Eduviges). Karol fue estudiante de esa Universidad y recibió el doctorado honoris causa en 1983.

El autorIgnacy Soler

Cracovia

Mundo

Francisco y Kiril, en La Habana, un encuentro y una declaración históricos

El encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca de Moscú Kiril ha abierto una nueva vía en las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas. Mons. Romà Casanova, obispo de Vic, analiza el encuentro.

Romà Casanova·7 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

El Concilio Vaticano II en el decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, afirma: “Este sagrado Concilio espera que, derrocado el muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará, por fin, una sola morada asentada en la piedra angular, Cristo Jesús, que hará de los dos una sol a cosa” (n. 18). Y entre las condiciones para que esto sea posible, el mismo concilio afirma su deseo de que se hagan “todos los esfuerzos, sobre todo con la oración y el diálogo fraterno acerca de la doctrina y de las necesidades más urgentes de la función  pastoral en nuestros días” (ibídem). Ya antes del Vaticano II, pero después con nuevas fuerzas, la Iglesia católica se ha lanzado a la tarea de conseguir la unidad tan deseada y pedida por el Señor en la oración sacerdotal de Jn 17.

En este camino ecuménico para ir trenzando la unidad plena de la Iglesia, una y única, de Cristo, hay hitos realmente significativos, como el encuentro del Papa Pablo VI con el Patriarca Atenágoras en 1964, los encuentros de san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco con los patriarcas ecuménicos de Constantinopla, así como con otros patriarcas ortodoxos. Sin olvidar, tampoco, tantos encuentros a diferentes niveles que contribuyen a abrir caminos de mayor conocimiento y amistad, que son la antesala de la unidad plena de las Iglesias orientales y occidentales.

La relación al máximo nivel de los representantes de la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa rusa era una asignatura pendiente. No es que de parte del obispo de Roma no hubiera interés, ya que las tentativas de Juan Pablo II y Benedicto XVI por una u otra razón no llegaron nunca a hacerse realidad. Sí que ya se vio un avance en el momento en que el Patriarca Kiril envió al arzobispo Hilarión de Volokolamsk a visitar al Papa Benedicto XVI en septiembre de 2009.

El mismo hecho de encontrarse juntos el Papa Francisco y el Patriarca Kiril en La Habana el pasado 12 de febrero ya es una muy buena noticia. Los gestos hablan por sí solos. El abrazo fraternal, el sentarse juntos para hablar, intercambiar regalos significativos; todo ello ya es de por sí anuncio de Cristo. Han pasado siglos desde la ruptura de oriente y occidente, y ha pasado medio siglo desde los primeros encuentros del Papa con jerarcas de las Iglesias ortodoxas. El encuentro vivido en La Habana tiene toda la categoría de acontecimiento histórico que abrirá, ciertamente, nuevos cauces de diálogos y de encuentros mutuos entre Iglesias hermanas.

A nadie se le esconde el papel de la Iglesia ortodoxa rusa entre las Iglesias ortodoxas, al ser aquella la más numerosa del orbe. Así mismo, este hito se da ante el horizonte de otro gran acontecimiento histórico previsto para este mismo año: el Sínodo panortodoxo. Pero también la declaración conjunta está llena de riquezas para el diálogo ecuménico. Dada la brevedad de este texto hacemos tan solo unos subrayados, sin pretender ser exhaustivos.

La Declaración se ubica en la perspectiva que comprende el ecumenismo como un don de Dios. De ahí que a Él se agradezca este nuevo paso dado en La Habana (n. 1 de la Declaración) y la petición de este don sea una constante en todo el documento. Dada la fragilidad de la condición humana este don requiere una tarea por parte de los hombres.

Asimismo, desde el inicio de la Declaración (3), se explicita que el ecumenismo y la plena unidad son un imperativo derivado de la misión de la Iglesia ante el mundo. La Tradición común heredada del primer milenio (4) se expresa de manera eminente en la celebración de la misma Eucaristía. Sin embargo, ésta también evidencia la falta de unidad en la concepción y la explicación de la fe, fruto de la debilidad humana, como expresada en la privación de la comunicación Eucarística entre ambas Iglesias (5).

El encuentro del Papa Francisco y el Patriarca Kiril quieren ser un eslabón hacia la plena unidad (6) en un momento crucial de cambio de época de la historia en el que estamos sumergidos: “La conciencia cristiana y la responsabilidad pastoral no nos permiten que permanezcamos indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta conjunta” (7).

Nudo gordiano del ecumenismo es el testimonio martirial de cristianos procedentes de distintas iglesias en las regiones del mundo donde los cristianos son perseguidos (8). La exterminación de familias, pueblos y ciudades de hermanos y hermanas en Siria, Irak y el Oriente Medio, con presencia desde época apostólica, reclama medidas inmediatas por parte de la comunidad internacional y ayuda humanitaria (9, 10), así como la oración de ambas iglesias para que Cristo conceda la paz fruto de la justicia y la convivencia fraterna (11).

La declaración conjunta concluye la mirada a Oriente Medio afirmando que, de un modo misterioso, estos hermanos martirizados unidos en la confesión de una misma fe en Jesucristo, “son la clave para la unidad de los cristianos” (12). El diálogo interreligioso reclama una educación para el respeto a las creencias de otras tradiciones religiosas y repudia cualquier intento de justificar actos criminales en nombre de Dios (13).

La unidad se comprende en perspectiva pastoral. Así, la declaración indica con gran decisión nuevos desafíos misioneros que deben ser abordados de forma común. Son amplios campos de acción evangelizadora y pastoral que deben ser afrontados: el vacío dejado por regímenes ateos que auguran un renacimiento de la fe cristiana en Rusia y Europa del Este (14); el secularismo que socava el derecho humano fundamental de la libertad religiosa (15); el reto de la integración europea, cuyas raíces cristianas han forjado su historia milenaria (16); la pobreza y la desigualdad, que reclama justicia social, respeto a las tradiciones nacionales y solidaridad efectiva (17 y 18); la situación de la familia (19) y el matrimonio (20); el derecho a la vida, con especial atención a la manipulación de la vida humana (21).

En esta tarea ingente los jóvenes tienen un lugar destacado; a ellos se pide un nuevo estilo de vida que se aparte del pensamiento dominante (22), siendo discípulos y apóstoles, capaces de tomar la cruz cuando sea necesario (23).

El documento, por tanto, sugiere un vasto horizonte evangelizador que reclama una respuesta común de ambas Iglesias, un ecumenismo de la acción y el testimonio común.

Con este objetivo la declaración afronta con valentía puntos que han sido foco de tensión y que impiden predicar el Evangelio al mundo contemporáneo (24): se excluye el proselitismo y se propone como piedra basilar el hecho de que somos hermanos; se apuesta por buscar nuevas formas de convivencia entre greco-católicos y ortodoxos, fomentando la reconciliación entre ambos (25); se explicita la necesidad de que cesen las hostilidades en Ucrania, para dar paso a una armonía social; se apela al testimonio moral y social de los cristianos ante un mundo en el que se socavan los fundamentos morales de la existencia humana (26).

La Declaración, por tanto, da cumplimiento de los objetivos del Concilio Vaticano II, citados en el inicio de estas palabras. Nos encomienda la tarea de pedir el don de la unidad y la tarea de ahondar en la realidad de la fraternidad para reconciliarnos y amar la legítima diversidad.

El autorRomà Casanova

Obispo de Vic

Mundo

Concilio pan-ortodoxo: superando desacuerdos para volver a un rumbo común

Las Iglesias ortodoxas están a punto de reunirse en un concilio (el primero en más de mil años) que pretende convertirse en instrumento de unidad entre ellas. Tendrá lugar del 16 al 27 de junio de 2016 en la isla de Creta.

Bryan P. Bradley·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

Han sido necesarias cinco décadas de intensas negociaciones sobre los temas a tratar y el formato de toma de decisiones antes de llegar al acuerdo de convocatoria del Sagrado y Gran Concilio, cuya convocatoria acordaron por fin en Suiza en los últimos días de enero los líderes de todas las Iglesias ortodoxas autocéfalas (reconocidas como autónomas).

En el caso de que la reunión se llegue a celebrar –aún quedan discordancias que podrían cambiar los planes o hacer que no todos los convocados acudan– el concilio pan-ortodoxo será un gran evento histórico, quizás no tanto por sus eventuales contenidos, como por el mero hecho de haberse celebrado. Quien convoca la reunión de forma oficial es el Patriarca Ecuménico Bartolomé de Constantinopla, que se ha destacado por ser un incansable promotor del concilio. El objetivo es que las Iglesias ortodoxas vuelvan a funcionar no como una mera confederación de Iglesias independientes, sino como un único organismo eclesial, capaz de hablar con una voz. Esto facilitaría tanto su testimonio cristiano en el mundo como las posibilidades de diálogo ecuménico, también con la Iglesia católica.  “El advenimiento del Sagrado y Gran Concilio servirá como testimonio de la unidad de la Iglesia ortodoxa”, dijo Bartolomé durante la reunión de primados ortodoxos en Ginebra (Suiza) en enero. “No es un simple evento, sino que debe entenderse como un proceso global que se desarrolla”.

Entre las 14 Iglesias autocéfalas convocadas al concilio están los patriarcados históricos de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén; los patriarcados modernos Moscú, Belgrado, de Rumania, Bulgaria y Georgia; y las Iglesias arzobispales Chipre, Grecia, Albania, Polonia y de Chequia y Eslovaquia. Formando parte de las delegaciones de estas Iglesias podrán participar representantes de otras Iglesias ortodoxas que dependientes de ellas, así como observadores no ortodoxos, que podrán asistir solamente a las sesiones de apertura y cierre.

Se ha elegido para su celebración los días cercanos a la fiesta de Pentecostés que, según el calendario oriental, este año será el domingo 19 de junio. La reunión tendrá lugar en Creta. La sede será la Academia Ortodoxa, ubicada a 24 kilómetros de la ciudad costera de La Canea. En un principio, se había previsto celebrarla en la iglesia de Santa Irene, en Estambul, pero a causa de las grandes tensiones diplomáticas entre Turquía y Rusia, el Patriarcado de Moscú pidió que cambiara el lugar.

Agenda

La reunión de los primados en Ginebra (que tuvo lugar en el Centro Ortodoxo de Chambésy), además de fijar las fechas y el lugar, aprobó de forma oficial los temas a discutir y el reglamento para los 12 días que durará el concilio.

Los representantes de las Iglesias ortodoxas han intentado elaborar desde los años sesenta una serie de documentos de base sobre diez temas que se deberían trabajar en el concilio. Acerca de algunos de ellos, en su mayoría relacionados con la jerarquía interna de la Iglesia ortodoxa, todavía no hay acuerdo.

De esos diez temas, los primados aprobaron seis que se tratarán en el concilio: la misión de la Iglesia ortodoxa en el mundo contemporáneo, la diáspora ortodoxa, la autonomía y la manera de proclamarla, el sacramento del matrimonio y las dificultades con que se encuentra, el significado del ayuno y su observancia en la actualidad, y las relaciones de las Iglesias ortodoxas con el resto del mundo cristiano. En cambio, no acordaron tratar el asunto de la fijación de un calendario común para la Pascua.

“Algunos temas se han retirado de la agenda, no porque se hayan solucionado, sino porque no era posible llegar a una solución”, ha comentado en una rueda de prensa el metropolita Hilarión de Volokolamsk, jefe del Departamento de Relaciones Externas del Patriarcado de Moscú. El metropolita Hilarión ha subrayado que el concilio debe mostrar unidad, y no airear conflictos. Asimismo, expresó su satisfacción por que los primados, ante la insistencia del primado ruso, aceptaran requerir un acuerdo unánime en el concilio para que la aprobación de cualquier decisión.

Riesgos

La exigencia de unanimidad, que supone que cada Iglesia tiene poder de veto, puede complicar el desarrollo del concilio. Sin embargo, en opinión del Patriarcado de Moscú, el concilio perdería su autoridad pan-ortodoxa si en las decisiones no participaran todas las Iglesias convocadas. “Si cualquiera de las Iglesias, por cualquiera razón, no pudiera o no quisiera participar, entonces ya no sería un concilio pan-ortodoxo. Como mucho sería un sínodo inter-ortodoxo”, dijo Hilarión.

Uno de los principales conflictos dentro de la Ortodoxia es la rivalidad entre la Iglesia ortodoxa rusa y el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. La primera es la más grande de las Iglesias ortodoxas con más de cien millones de fieles. El segundo, por su parte, aunque tiene en la actualidad muchos menos fieles, goza de un primado de honor sobre todo el mundo ortodoxo. Además, mientras el Patriarcado de Constantinopla siempre ha promovido la idea del concilio, el de Moscú generalmente ha tratado de complicar su organización o de quitarle importancia.

También hay otras diferencias relevantes. El Patriarcado de Antioquía, por ejemplo, está enfrentado con el Patriarcado de Jerusalén acerca del nombramiento de un metropolitano en Catar. Como consecuencia, ha amenazado con no participar en el concilio de junio si antes no se resuelve tal desacuerdo.

Esperanzas

Bartolomé ha dicho repetidamente que un nuevo retraso del concilio comprometería la imagen de la Iglesia ortodoxa en el mundo y entre sus mismos fieles. A la vez, sugiere que reunirse en un concilio es el mejor modo de avanzar en unidad. “El único camino para evitar las tentaciones de aislamiento confesional pasa a través del diálogo”, afirmó el Patriarca Ecuménico en enero. En un discurso a los obispos de su jurisdicción, varios meses antes de la reunión de Ginebra, explicó su pensamiento con más detalle: “A los que dicen, con buena voluntad, que el concilio necesita más preparación y que debe incluir en su agenda más cuestiones apremiantes, la respuesta es que es todavía más importante la misma convocatoria del concilio, como un comienzo para otros concilios, que a su vez resolverán más cuestiones ardientes.

Una cuestión en que todos parecen estar de acuerdo es que el esperado Sagrado y Gran Concilio de los ortodoxos no debe llamarse “ecuménico”. Para unos, como el Patriarca de Constantinopla, porque no participarán las Iglesias de occidente, que sí participaron en los concilios antiguos anteriores al “gran cisma” de 1054; para otros, como el Patriarcado de Moscú, porque sólo después de celebrarlo, si de hecho hay aceptación universal de sus enseñanzas, se podría reconocer un concilio como ecuménico.

En cualquier caso, como escribió recientemente el teólogo ortodoxo John Chryssavgis, archidiácono y asesor del Patriarca Bartolomé, en la revista americana First Things: “Ciertamente algo se está moviendo dentro de la Iglesia Ortodoxa. Y el rumor será más fuerte y más claro en las semanas y meses venideros”. A pesar de las incertidumbres, el mismo Chryssavgis aguarda posibles resultados históricos, con la ayuda del Espíritu Santo, tanto para la vida de los mismos ortodoxos como para sus relaciones con los demás cristianos. De hecho, ve en las actuales tensiones entre grupos y personas dentro del mundo ortodoxo ecos de las luchas que se produjeron en los concilios del primer milenio. “La Historia rara vez la hacen personas de carácter débil, y la historia eclesiástica no es una excepción”, asegura.

El autorBryan P. Bradley

Vilnius

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Cine

Nathan Douglas: Evangelizar con el cine

Nathan Douglas es un guionista y director de cine canadiense de 26 años que, a pesar de su juventud, ha conseguido competir en uno de los festivales de cine más prestigiosos.

Fernando Mignone·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Creado en 1979, el Festival Internacional de Clermont-Ferrand (Francia) es el festival de cortometrajes más importante del mundo. Nathan Douglas consiguió que su corto (de aproximadamente siete minutos de duración) fuera uno de los 70 films seleccionados para participar de entre más de 8.000 cintas procedentes de diversos países. Para él es un sueño hecho realidad. Su película, titulada “Son in the Barbershop” (Hijo en la peluquería), trata de un joven que escucha de forma fortuita, en la peluquería en la que le están cortando el pelo, una conversación telefónica entre un padre divorciado y su hijo. Este joven cineasta mostró su corto por primera vez en marzo del 2015, en el congreso Univ de Roma. Después lo hizo en varios festivales norteamericanos antes de llegar al festival de Clermont-Ferrand. Fue una experiencia única, aunque le chocó un poco la parte comercial del evento.

Nathan Douglas nació en la provincia canadiense de Ontario y reside en la de Columbia Británica. Estudió Cine en la Simon Fraser University, donde le conocí. Trabaja en su alma mater haciendo documentales educativos. Además, produce cortometrajes por su cuenta. Al fin y al cabo, algunos en Vancouver nos preciamos de vivir en el Hollywood North por la cantidad de rodajes que aquí se realizan. Nathan recibió el bautismo en una comunidad protestante poco después de nacer. Tras diez años buscando a Dios entró a formar parte de la Iglesia católica en la vigilia pascual de 2013. Hubo cuatro factores que influyeron mucho en su conversión: “Mi trabajo, que me hizo más sensible al arte y a la belleza como maneras de experimentar el amor de Dios; la adoración eucarística; un amigo católico que cariñosa y persistentemente me desafió; y una semana que pasé en un monasterio benedictino (cerca de Vancouver) que me abrió el corazón a la belleza de la liturgia”.

“¿Cuál es el fin principal del cine?”, le pregunto. Según Nathan, es el mismo que el de todo arte verdadero: “Reflejar la belleza de Cristo de manera que se pueda comprender a través de los sentidos. Hay cosas que las palabras no pueden decir. Pienso que el cine puede guiarte a una experiencia de amor. El cine puede vencer nuestra resistencia recordándonos cuánto valemos como hijos de Dios”.

Explica Nathan que el influyente crítico de cine y teórico cinematográfico (además de católico) André Bazin (quien vivió entre 1918 y 1958), escribió que el cine, más que cualquier otro arte, está inextricablemente unido al amor. Para André Bazin “la cámara es como un ojo universal omnisciente que nos da una idea de cómo ve Dios. Nos prepara para aceptar la comprensión inmerecida de Dios mismo. Un cine verdaderamente católico debería abrazar al espectador con el misterioso amor de Dios y del hombre, no martillearlo con mensajes”.

Afirma que el cine es un regalo de Dios, un raro fruto de la modernidad, y que los católicos deberíamos dialogar con el cine de vanguardia. “Con frecuencia, el arte de vanguardia trastorna las nociones de belleza y de orden. Pero esas obras suelen representar una búsqueda. En la vida moderna hay abstracción y movimiento constantes, y muchos de estos films luchan con este desafío. El cine no es sólo para entretener; eso es una trampa de la sociedad consumista. Las películas que se ven por ahí no suelen cambiar la vida de la gente; están producidas para las masas. Muchos artistas de vanguardia entienden esto, aunque también se opongan a instituciones como la Iglesia. Podemos trabajar codo con codo con ellos en su trabajo en contra de la injusticia”.

Nathan ve en la belleza del arte y en el testimonio de los santos los dos pilares de la conversión: “Creo que santidad y arte son las dos mayores voces evangelizadoras que posee la Iglesia. Y el cine une estas dos voces cuando nos muestra vidas que buscan la verdad y el amor”.

El autorFernando Mignone

Montreal

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España

Primer Congreso nacional sobre la misericordia, el 22-23 de octubre

La Conferencia Episcopal Española, que acaba de cumplir 50 años de vida, prepara el I Congreso Nacional Divina Misericordia.

Enrique Carlier·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: < 1 minuto

Los obispos españoles han encargado a Mons. Ginés García Beltrán, obispo de Guadix-Baza, que coordine los múltiples grupos, realidades eclesiales y el movimiento surgido en nuestro país en torno a la espiritualidad y al mensaje sobre la Divina Misericordia. Por este motivo –y también porque la Iglesia vive en este Año jubilar dedicado a la Misericordia–, está ya muy avanzada la preparación del I Congreso Nacional Divina Misericordia que, bajo el lema “Confiamos en tu misericordia”, se celebrará en Madrid el 22 y 23 de octubre. Los organizadores calculan unos dos mil participantes.

El primer objetivo del congreso es mostrar el mensaje de la Divina Misericordia en toda su profundidad, más allá de lo devocional. Un segundo objetivo será hacer visible, por primera vez en España, el movimiento de espiritualidad –muy atomizado por ahora– que bebe del mensaje de la Divina Misericordia. En el extranjero, ese “carisma” se ha institucionalizado y se difunde sobre todo a través de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia y de la Asociación “Faustinum”, con sede en el Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia-Lagiewniki.

El I Congreso Internacional Divina Misericordia, idea de Juan Pablo II, tuvo lugar en Roma en 2008. Luego se han celebrado otros dos. El próximo, en Manila, se celebrará en 2017. En otros países, como por ejemplo Irlanda, se vienen organizando congresos nacionales desde hace 14 años.

Aunque en un primer momento se plantearon ciertas reservas al mensaje sobre la Divina Misericordia, luego recibió el respaldo de Juan Pablo II mediante la beatificación y canonización de Faustina Kowalska y la institución de la fiesta de la Divina Misericordia.

El autorEnrique Carlier

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España

Manos Unidas inicia un trienio contra el hambre

El 14 de febrero comenzó la LVII campaña de Manos Unidas para 2016, en su lucha por terminar con la lacra que padecen 800 millones de personas.

Enrique Carlier·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Manos Unidas ha comenzado este año un trienio de lucha contra el hambre, que culminará en 2018, justo cuando esté próxima la celebración de los 60 años de existencia de esta ONG de la Iglesia católica especializada en fomento del desarrollo. En estos tres años centrará sus esfuerzos en combatir las principales causas del hambre: el mal uso de los recursos alimentarios y energéticos; un sistema económico internacional que prima el beneficio; y unos estilos de vida que aumentan la vulnerabilidad y la exclusión.

Soledad Suárez, presidenta de Manos Unidas, señaló en la presentación de la campaña que “es inadmisible que el hambre pueda permitirse en pleno siglo XXI, en un mundo de abundancia como el nuestro”, y que “es contrario a la lógica, a la ética y a la moral que una de cada nueve personas en la tierra pase hambre, mientras que cada año se pierden y se desperdician 1/3 de los alimentos que se producen”. Aludía al dato facilitado por la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) según el cual 795 millones de personas pasan hambre en el mundo, y a una cifra publicada recientemente por el ministerio español de Agricultura, Alimentación y Medioambiente español: cada año se tiran a la basura 1.300 millones de kilos de comida.

Este año pusieron rostro y nombre a la campaña de Manos Unidas Victoria Braquehais, religiosa española de la Pureza de María que dirige un instituto en el poblado de Kancence, al suroeste de la República Democrática del Congo, y el doctor Carlos Arriola, que trabaja en el centro de recuperación nutricional infantil de Jocotán, en Guatemala.

En su encrucijada contra el hambre, Manos Unidas considera que el esquema Norte-Sur, en el que los países ricos señalan a los pobres el camino a seguir, ha dejado de ser válido. Además, como sugiere el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’, se hace necesario relacionar el desarrollo con el medio ambiente y la sostenibilidad.

En esa dirección, entre finales de 2015 y primeros de 2016, Manos Unidas ha apoyado diversas emergencias en Etiopía y Zimbabue, donde la falta de lluvias hace pensar en una gran tragedia humanitaria; en contraste con el fenómeno de El Niño que ha obligado a atender llamadas de emergencia por inundaciones en Paraguay, Congo e India.

En el capítulo de ayuda a refugiados, Manos Unidas ha apoyado en Jordania proyectos de acogida a refugiados sirios e iraquíes y de refugiados que huyen del conflicto en Sudan del Sur. Y ha contribuido a mejorar las condiciones de vida de los desplazados en Tailandia, Colombia, República Centroafricana y Congo.

Toda esta labor no sería posible, lógicamente, sin el apoyo de los casi 79.000 socios y colaboradores de Manos Unidas, así como de las aportaciones de instituciones públicas y privadas. Los ingresos de Manos Unidas en 2015 se incrementaron en un 4,7 % y alcanzaron la cifra de 45,1 millones de euros. Un aumento que se debe a las donaciones privadas, que crecieron un 5,4 % respecto a 2014.

Con estos ingresos ha sido posible aprobar cerca de 600 proyectos de desarrollo en beneficio, de manera directa, de 2,8 millones de personas. En 2016, y sólo para la ejecución de proyectos de seguridad alimentaria, Manos Unidas destinará 11 millones de euros; un 10 % más que en 2014 y que en 2015..

El autorEnrique Carlier

España

Aplicación, sin más, del protocolo de identidad de género

Tras Luken, el niño guipuzcoano que pidió ser reconocido niña, ahora ha aparecido en Sevilla un adolescente al que, siguiendo el protocolo andaluz sobre identidad de género, se le llamará Ana.

Rafael Ruiz Morales·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El timbre rompe violentamente la quietud de los pasillos de un instituto público de Sevilla anunciando la hora del recreo. En segundos, son asaltados por centenares de jóvenes que buscan, aliviados, un descanso. Entre los docentes, sin embargo, reina un clima de incertidumbre. Han sido convocados de forma urgente –con menos de veinticuatro horas de antelación– a un claustro extraordinario.

En cuestión de minutos, la práctica totalidad de ellos ha copado el amplio espacio de la sala de profesores, presidida por el rostro serio del director del centro. Un murmullo general resuena en la estancia, y las miradas sugieren más dudas que certezas. El máximo responsable del instituto, pausado, toma la palabra: un chico, que no supera los catorce años, manifestó a la dirección el día anterior, su voluntad de ser conocido como Ana. De la mano de una asociación –que, curiosamente, está presente en la promoción y gestión de todos estos casos– y sin anuncio previo, se personó en el instituto, exigiendo el cumplimiento del “Protocolo de Actuación sobre Identidad de Género en el Sistema Educativo Andaluz”, que antes de comenzar el curso 2014-2015 puso en marcha la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía.

Ninguno de los reunidos sabía de qué le estaban hablando. “Pero, ¿tenemos que llamarle Ana justo al acabar el recreo?”, preguntó uno de los asistentes. “Así tiene que ser”, contestaba con poca seguridad el director. “Al menos, habrá algún informe médico, o psicológico, o algún dictamen judicial que respalde su postura, ¿no?”, se cuestionaba otro. “Nada, y según el Protocolo, tampoco es obligatorio que exista”.

Reinaba la perplejidad en el ambiente y el director añadió: “De hecho, en un breve espacio de tiempo, desde la Consejería enviarán a un miembro del CEP [Centro del Profesorado, dependiente de la Consejería de Educación] para impartir los cursos correspondientes de prevención de la violencia de género al cuerpo docente, al alumnado, e incluso a los padres y madres de los alumnos del centro”. Acabó el encuentro con más interrogantes de los que existían a su inicio.

Este es uno de los casos que últimamente se han sucedido en el territorio nacional. En febrero se conoció el de Luken, residente en Guipúzcoa, quien, con sólo cuatro años, ha sido reconocido por una juez de Tolosa como una niña. Quizá no sepa atarse con suficiente destreza los cordones de los zapatos, y con toda seguridad no lea de corrido una hoja de su cartilla. Pero le han abierto la puerta a que pase por encima de su propio sexo.

Ni al chico que ahora quiere ser Ana han propuesto un tiempo de reflexión, ni al pequeño Luken esperar a que tenga uso de razón. Hasta cumplidos dieciocho años no podrán votar, ni conducir, ni firmar un contrato sustancioso o abrir una cuenta en el banco. Pero en el complejo mundo de la auto-aceptación, de las emociones y de los afectos, los han dejado solos.

Precisamente cuando el viento de la confusión más arrecia; en el momento en que la noche de la duda se ha hecho más oscura; justo cuando más necesitaban una luz nítida y un refugio seguro, los han abandonado a su suerte. Toda la propuesta que han recibido ha sido: “No luches; ríndete. Que estoy a tu lado para verte entregar las armas”.

No hace mucho el sacerdote y periodista Santiago Martín aludía a los padecimientos de Cristo cuando pendía de la Cruz. Se refería a aquellos que le increpaban en su agonía. No lo hacían con palabras malsonantes; repetían simplemente lo que el demonio había pretendido tiempo atrás: “¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!”, decían. “¡Rechaza el plan de Dios! ¡Obra según tu voluntad! ¡Ríndete!”. Pero en el Calvario Jesús encontró en su Madre la mirada que lo sostenía: “Hágase en ti la Voluntad del Padre, ¡Hijo mío!”.

También en la hora de la tempestad, estos chicos, como tantos otros, no necesitan de asociaciones ni de protocolos que instrumentalicen su dolor para lograr sus fines ideológicos. Hemos de animarles a permanecer firmes en la esperanza. Y así , comprenderán que “la aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común” (Encíclica Laudato si’).

 

El autorRafael Ruiz Morales

La fe sin complejos

Resulta doloroso, por injusto, el nulo respeto de algunos por las convicciones, sentimientos y símbolos cristianos. Pero también constituye una oportunidad para testimoniar la fe con paz, amor y sin complejos.

6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Con los últimos acontecimientos político-sociales me he encontrado a algunas personas en Twitter defendiendo que la religión debe reducirse al ámbito privado. Los casos de irrespeto como los titiriteros de Madrid, el “madrenuestra” de Barcelona y el juicio de Rita Maestre, llevan a algunos a justificar esos irrespetos basándose en la idea de que España es un “estado laico” y que esto no se cumple en la práctica.

Aclaremos para empezar que el Estado español no es laico ni laicista, sino aconfesional. Y no es lo mismo. El artículo 16.3 de la Constitución establece que “ninguna confesión tendrá el carácter estatal, los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la iglesia católica y demás confesiones”. 

Por otro lado, el artículo 16 de la Constitución “garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades…”. A su vez, la Ley Orgánica 7/1980 desarrolla este punto y habla de facilitar la asistencia religiosa en lugares públicos, así como el derecho de recibir formación religiosa en centros educativos sostenidos por el estado.

En España, por tanto, la libertad de expresión religiosa no es solo un derecho fundamental en el ámbito privado, sino también público. Pero es que, además, a nosotros el mismo Jesús nos pidió: “Id y anunciad a todas las gentes la buena noticia”. Por tanto, se puede y se debe expresar la fe públicamente. En Oriente Medio donde los cristianos arriesgan su vida por Cristo, no tienen miedos ni complejos. Tal vez tengamos que aprender de ellos. La situación de intolerancia religiosa que estamos viviendo en España me parece una oportunidad para hacer respetar nuestros derechos fundamentales religiosos, aunque no de cualquier manera, sino desde la paz y la coherencia con el Evangelio. Es hora de una vivencia y expresión de la fe sin complejos.

El autorOmnes

España

¿Será necesaria en el futuro una redistribución del clero? Algunas propuestas

La solemnidad de san José y la celebración del día del seminario son ocasión propicia para analizar cómo evolucionan las vocaciones sacerdotales en España y ver cuál es, en definitiva, la situación y el futuro de nuestro clero.

Santiago Bohigues Fernández·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 4 minutos

La Iglesia en España cuenta, según las últimas estadísticas publicadas, con 18.813 sacerdotes, para un total de 23.071 parroquias. Y la media de edad de los presbíteros españoles es de 65 años, lo cual viene siendo motivo de preocupación para los obispos y para toda la Iglesia, ya que las nuevas promociones de sacerdotes (hay 1.357 seminaristas) no garantizan hoy por hoy el relevo generacional. Si no se adoptan medidas urgentes, en diez años habrá diócesis que no podrán atender las necesidades de sus fieles. Por eso la Conferencia Episcopal trabaja en un documento que incluye criterios y propuestas sobre una futura y eventual redistribución del clero. De esos criterios y propuestas trata en estas páginas el secretario de la Comisión del Clero de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Santiago Bohigues Fernández.

La escasez del clero, que se nota más en las zonas rurales (muy despobladas) que en las urbanas, nos está haciendo afrontar urgencias cuyas consecuencias no se pueden ignorar. Se están planteando nuevas formas de evangelizar, pero la realidad es que en algunos lugares se pondrá en peligro la conservación de la misma fe. La comunidad cristiana necesita de la presencia de los sacerdotes, porque es en la acción litúrgica donde se constituye el centro de la comunidad de los fieles. Y como señala el Concilio Vaticano II, el ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los apóstoles.

Ante la falta de sacerdotes, existen diferentes posturas: rendirse y resignarse pasivamente ante lo que viene, ir a lo inmediato sin más, llenarse de miedo al futuro… o cambiar la mente y el corazón para afrontar con amplitud de miras los signos de los tiempos.

La escasez de clero nos tiene que preocupar pero no angustiar; el Señor no nos dejará nunca abandonados y siempre atiende a los que se dirigen a Él. Para los obispos, obligados a tener solicitud por toda la Iglesia, es urgente el fomento de las vocaciones. Por ejemplo, será oportuno poner en marcha en las parroquias un grupo vocacional y distintas iniciativas: los jueves vocacionales, grupos de oración por las vocaciones, petición vocacional en las preces de cada domingo, una cadena de oración por las vocaciones, actividades y encuentros de oración en el seminario abiertos a los alumnos de las escuelas católicas, vigilias mensuales, semanas vocacionales, secundar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y el Día del Buen Pastor. También incorporando la catequesis vocacional en la catequesis ordinaria, trabajando con los monaguillos y a través del Centro diocesano de pastoral vocacional…

Los obispos tienen que liderar ese impulso evangelizador de la mano de los sacerdotes, sus primeros colaboradores. No se debe mirar a tiempos pasados que ya no volverán, sino afrontar los actuales con la disposición interior adecuada.

Y para acertar en una eventual distribución del clero es necesario tener en cuenta muchos factores. La Congregación para el Clero ya indicó que no es sólo cuestión de números; es necesario conocer la evolución histórica y las condiciones específicas de las Iglesias particulares más desarrolladas, que requieren un mayor número de ministros.

Criterios a considerar

Entre los criterios orientadores, podemos señalar, a nivel general:

  • Es muy importante conocer la realidad de cada diócesis y de cada lugar a evangelizar, para hacer una planificación o programación que vaya más allá de las circunstancias temporales o personales.
  • No se puede enviar sacerdotes sólo para conservar lo que hay, sin afrontar las causas de la escasez de vocaciones sacerdotales que impiden desarrollarse a aquella Iglesia local.
    Conviene llevar a cabo una preparación del sacerdote que está dispuesto a ayudar en otra diócesis necesitada.
  • La santidad del sacerdote se da en el propio ejercicio ministerial, y el modo de vivir del sacerdote católico ha de ser atrayente. Lo será si lo externo es expresión auténtica de lo que se vive interiormente. Todos tenemos que hacer hoy una revisión sincera, siguiendo el paradigma de Zaqueo. Hay necesidad de una conversión personal para llegar a una conversión pastoral. Pero, ¿cuántos sacerdotes hacen anualmente ejercicios espirituales? Se necesita ministros enamorados de su sacerdocio, no funcionarios.
  • Es necesaria una pastoral de crecimiento, no de conservación. A veces “quemamos” a los sacerdotes. Existen situaciones nuevas que no debemos afrontar con esquemas antiguos, sino con formas y métodos nuevos: crear, por ejemplo, equipos sacerdotales y fraternos que faciliten la experiencia comunitaria y superen el individualismo imperante. Y posiblemente se haya acabado el tiempo del servicio a domicilio, buscando lo fácil.
  • ¿Es adecuada la formación actual en los seminarios? Porque puede que se esté preparando a los sacerdotes para un mundo que ya no existe. ¿Conviene bajar el listón para que entren más jóvenes al seminario, o en tiempo de escasez hay que elevarlo un poco más?
  • Quizá sea oportuno buscar algunos sacerdotes con fuste de diferentes diócesis para dar retiros y atender la formación permanente del clero (sacerdotes de la misericordia).
  • No es solución a la falta de sacerdotes el diaconado permanente, pero es una ayuda.
  • Hace falta también una íntima colaboración entre el clero diocesano y la vida consagrada.
  • También son importantes los laicos, aunque hay que darles la formación y el acompañamiento espiritual que necesitan para que puedan ser portadores del amor de Dios en una Iglesia misionera y en “salida”.

Fórmulas

A nivel particular se podría acudir a varias fórmulas:

  • Sacerdotes extranjeros con cura pastoral ordinaria. Las peticiones se realizarían de obispo a obispo, que enviaría a algunos de sus sacerdotes por un tiempo determinado y bajo unas condiciones establecidas previamente.
  • Sacerdotes con becas de estudio y con compromiso pastoral limitado. Vienen a una diócesis con la misión de estudiar una licenciatura o un doctorado en ciencias eclesiásticas.  Tendrían la obligación de celebrar la misa diaria y dedicar dos horas a la parroquia en la que estarían adscritos.
  • Seminaristas de otras diócesis enviados por su obispo. Se forman en el Seminario de acogida bajo unas condiciones establecidas. Esta opción está teniendo muchos problemas en diferentes seminarios.
  • Sacerdotes de diócesis españolas que se ofrecen a ir a otras diócesis necesitadas. Estos sacerdotes ayudarían a potenciar la pastoral vocacional en las diferentes diócesis con un plan establecido para un tiempo concreto.
  • Unidades pastorales con un sacerdote y un grupo de religiosos y laicos que atendería un territorio donde hay varias parroquias. En algunas diócesis también incorporan a un diácono permanente.
  • Reestructuración de la diócesis y eliminación de parroquias innecesarias. En pueblos donde hay varias parroquias, se están agrupando en una con varios centros de culto. También parroquias muy pequeñas se están incorporando a otras más grandes.

Nueva mentalidad

Ante la eventual escasez de clero es necesario, por tanto, cambiar de mentalidad: dejar a un lado el activismo funcionarial, el individualismo o la falta de espíritu sacerdotal, que incapacitan para los nuevos retos, y ser auténticos mediadores entre Dios y su Pueblo.

 

El autorSantiago Bohigues Fernández

Secretario de la Comisión Episcopal del Clero.

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Entrando en el corazón del Año santo de la Misericordia

El Papa en la Audiencia jubilar comenzaba de esta manera: “Entramos día tras día en el corazón del Año santo de la Misericordia”.

6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Concluía el mes de enero cuando el Papa en la Audiencia jubilar de los sábados comenzaba sus palabras con esta constatación: “Entramos día tras día en el corazón del Año santo de la Misericordia”. El día anterior, dirigiéndose a los participantes en la plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, volvía a recordar el objetivo de este Año: “Espero que en este Jubileo todos los miembros de la Iglesia renueven su fe en Jesucristo que es el rostro de la misericordia del Padre, el camino que une a Dios y al hombre”.

Hemos asistido en el último mes a la clausura del Año de la vida consagrada, al comienzo del tiempo litúrgico de Cuaresma y al viaje apostólico del Santo Padre a México. Las intervenciones del Papa han girado en torno a estos acontecimientos, teniendo como hilo conductor la invitación reiterada a experimentar la misericordia divina para ser testigos de la misma en el mundo.

En el Jubileo de la Vida Consagrada, Francisco ha propuesto fortalecer tres pilares sobre los que se apoya la vida de los hombres y mujeres consagrados al servicio del Señor en la Iglesia: la profecía, la proximidad y la esperanza. Las personas consagradas están llamadas a ser personas del encuentro, custodios del estupor, que viven la alegría de la gratitud. El año de la vida consagrada ha sido como el río que “confluye ahora en el mar de la misericordia, en este inmenso misterio de amor que estamos experimentando con el Jubileo extraordinario”. Palabras parecidas ha dirigido en el Jubileo de la Curia, donde ha invitado a los colaboradores más cercano del Papa a convertirse en modelo para todos, de modo que “en nuestros lugares de trabajo… nadie se sienta descuidado o maltratado, sino que cada uno pueda experimentar, antes de nada, el amoroso cuidadoso del Buen Pastor”.

En la Bula de convocatoria del Año Santo de la misericordia, el Papa Francisco pidió que la cuaresma de este año fuera vivida con mayor intensidad, “como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios”. Propuso entonces tres tareas concretas: volver a meditar pasajes de la Escritura donde resplandece el rostro misericordioso del Padre, cuidar más el sacramento de la Reconciliación con confesores que sean signo del primado de la misericordia y acoger a los misioneros de la misericordia como expresión de la solicitud materna de la Iglesia por el pueblo de Dios.

La meditación de la Palabra de Dios bajo la perspectiva de la misericordia divina está siendo desarrollada en las Audiencias generales de los miércoles, en las meditaciones del Ángelus y en las predicaciones al ritmo de la liturgia. Ahí se nos presentan hitos de la Historia de la salvación que contienen enseñanzas para el tiempo presente, como la figura de Moisés, convertido en mediador de la misericordia, o la relación entre justicia y misericordia, o el sentido bíblico del “jubileo”, que para ser verdadero debe tocar el bolsillo. En las Audiencias jubilares de los sábados continua el Papa profundizando en la riqueza de la misericordia divina. Recogiendo enseñanzas de san Juan Pablo II, Francisco nos ha mostrado la relación entre misericordia y misión: “Vivir de misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite crecer cada vez más en la misericordia de Dios”. No faltan referencias continuas a los confesores y a los misioneros de la misericordia, quienes deben ejercer su ministerio haciendo visible la maternidad de la Iglesia, buscando en el corazón del penitente el deseo del perdón y ayudándole a vencer la vergüenza en el reconocimiento de la culpa.

Como misionero de la misericordia se ha encontrado con el Patriarca de Moscú en La Habana y ha viajado a México, donde el Sucesor de Pedro ha vivido una “experiencia de transfiguración”, con un baricentro espiritual en el santuario de la Virgen de Guadalupe, madre de la misericordia.


En breve

Jubileos
El jubileo de la vida consagrada tuvo lugar el día 1 de febrero, y el 22 de febrero se celebró el de los que trabajan en la Curia

Audiencias especiales
Además de la audiencia de los miércoles, un sábado al mes hay una audiencia especial por el Jubileo: hasta ahora han sido los días 30 de enero y 20 de febrero

Cuaresma
Los Misioneros de la misericordia fueron “enviados” el Miércoles de Ceniza. Ese mismo día el Papa estuvo con los Hermanos Capuchinos

Viaje a México
Francisco estuvo en México en un intenso viaje pastoral del que se trata en otro lugar de este número

El autorRamiro Pellitero

Licenciado en Medicina y cirugía por la Universidad de Santiago de Compostela. Profesor de Eclesiología y de Teología pastoral en el departamento de Teología sistemática de la Universidad de Navarra.

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Francisco en México, ante la Virgen de Guadalupe

La visita del Papa a México fue histórica, destacando su encuentro con la Virgen de Guadalupe. Además, en Cuba, Francisco y el Patriarca de Moscú lograron un importante paso en el diálogo católico-ortodoxo.

6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

El cariño y la espontaneidad de los mexicanos han hecho de la visita del Papa a su país algo inolvidable, y se entiende que Francisco lo haya descrito a su regreso como  una “experiencia de transfiguración”. Quien haya seguido de cerca el viaje no podrá decir fácilmente qué acto ha sido más significativo o conmovedor. Como meta de las etapas se habían elegido seis “periferias”, seis lugares y seis temas, como explica nuestro enviado Gonzalo Meza en su artículo: en Ciudad de México, el diálogo con las autoridades; en Ecatepec, la pobreza y la marginación; en San Cristóbal de las Casas y Tuxtla Gutiérrez, los pueblos indígenas y las familias; en Morelia el narcotráfico y los jóvenes; y en Ciudad Juárez, la violencia, la migración, el narcotráfico, los jóvenes y las mujeres. Pero el Papa ha señalado que su principal propósito era “permanecer en silencio ante la imagen de la Madre” en Guadalupe.

Efectivamente pudo rezar a solas delante de la figura impresa en la tilma de san Juan Diego, quizá menos tiempo del que hubiera deseado. En este número coinciden en indicar ese momento como la clave del viaje tanto el periodista Andrea Tornielli como el reconocido filósofo mexicano Guillermo Hurtado, y no sólo como cumplimiento de un deseo del pontífice, sino también desde su propia perspectiva de análisis. El segundo piensa que el Papa ha aportado fortaleza a una sociedad desilusionada, necesitada de esperanza, tanto en México como en otros lugares. Sobre el viaje papal, el lector encontrará además la crónica de nuestros corresponsales.

De camino hacia México, se hizo realidad en Cuba un sueño: el abrazo fraternal entre Francisco, Papa y obispo de Roma, y Cirilo, Patriarca de Moscú y de toda Rusia, con una larga la conversación privada y la firma de un documento. El encuentro, tan deseado por Francisco como por sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, este encuentro abre una perspectiva nueva en las relaciones entre los católicos y los ortodoxos, rotas hace mil años. Obviamente no es un paso definitivo en la recomposición de la unidad, pero sí es, sencillamente, un acontecimiento histórico, un don muy particular. La declaración conjunta, en cuyas afirmaciones se percibe un cuidadoso equilibrio, y con independencia de valoraciones de detalle, “está llena de riquezas para el diálogo ecuménico”, a las que apunta Monseñor Romà Casanova, miembro de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales en la Conferencia Episcopal Española, en la colaboración que publica en estas páginas.

Entretanto, continúa dando sus frutos en todas partes la gracia del Año Jubilar de la Misericordia, con multitud de iniciativas y propuestas. Y en el horizonte de las fechas cercanas se alza la figura de san José, pues en su solemnidad se concentra anualmente la petición de la Iglesia por las vocaciones sacerdotales y por las familias. Si se cumplen las previsiones en cuanto a la fecha de publicación de la exhortación apostólica que se espera tras el sínodo de la familia, en este año la Iglesia le estará confiando como intercesor y apoyo su servicio a las familias.

El autorOmnes

Argumentos

Entrar en el misterio pascual

Mientras recorremos la Cuaresma nos preparamos para el Triduo pascual que “es el ápice de todo el año litúrgico.

Juan José Silvestre·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

Mientras recorremos la Cuaresma nos vamos preparando para el Triduo pascual que, como recordaba el Papa Francisco “es el ápice de todo el año litúrgico y también el ápice de nuestra vida cristiana”. Por eso “el centro y la esencia del anuncio evangélico es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado” (Evangelii Gaudium, n. 11). Sin embargo con frecuencia el contenido del Misterio pascual, el misterio de la Pasión, muerte y resurrección de Jesús, y su relación con nuestras celebraciones litúrgicas resulta lejano al cristiano de hoy. ¿Por qué esto es así?

El núcleo del problema lo señalaba el entonces cardenal Ratzinger en su libro Un canto nuevo para el Señor. Allí recordaba que la situación de la fe y de la teología en Europa se caracteriza hoy, sobre todo, por una desmoralización eclesial. La antítesis “Jesús sí, Iglesia no” parece típica del pensamiento de una generación. Detrás de esa difundida contraposición entre Jesús y la Iglesia late un problema cristológico. La verdadera antítesis se expresa con la fórmula: “Jesús sí, Cristo no”, o “Jesús sí, Hijo de Dios no”. Estamos por lo tanto ante una cuestión cristológica esencial.

Para muchas personas Jesús aparece como uno de los hombres decisivos que existieron en la humanidad. Se acercan a Jesús, por decirlo así, desde fuera. Grandes estudiosos reconocen su talla espiritual y moral y su influjo en la historia de la humanidad, comparándolo a Buda, Confucio, Sócrates, y a otros sabios y “grandes” personajes de la historia. Pero no llegan a reconocerlo en su unicidad. En realidad, como afirmaba con fuerza Benedicto XVI, “si los hombres se olvidan de Dios es también porque con frecuencia se reduce la persona de Jesús a un hombre sabio y se debilita, cuando no se niega, su divinidad. Esta manera de pensar impide captar la novedad radical del cristianismo, pues si Jesús no es el Hijo único del Padre, entonces tampoco Dios ha venido a visitar la historia del hombre, tenemos sólo ideas humanas de Dios. Por el contrario, ¡la encarnación forma parte del corazón mismo del Evangelio!”.

Olvido de Dios

Nos podemos preguntar entonces: ¿a qué se debe este olvido de Dios? Lógicamente las causas son varias: la reducción del mundo a lo empíricamente demostrable, la reducción de la vida humana a lo existencial, etcétera. Ahora nos centramos en una que nos parece fundamental: la pérdida de la imagen de Dios, del Dios vivo y verdadero, que desde la época de la Ilustración avanza sin cesar.

El deísmo se ha impuesto prácticamente en la conciencia general. No es posible ya concebir a un Dios que se preocupa de los individuos y que actúa en el mundo. Dios pudo haber originado el estallido inicial del universo, si es que lo hubo, pero en un mundo ilustrado no le queda nada más que hacer. No se acepta que Dios entre tan vivo dentro de mi vida. Dios puede ser una idea espiritual, un complemento edificante de mi vida, pero es algo más bien indefinido en la esfera subjetiva. Parece casi ridículo imaginar que nuestras acciones buenas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la grandeza del universo. Parece mitológico atribuirle unas acciones en el mundo. Puede haber fenómenos sin aclarar, pero han de buscarse otras causas. La superstición parece más fundamentada que la fe; los dioses –es decir los poderes inexplicados en el curso de nuestra vida, y con los que hay que acabar– son más creíbles que Dios.

¿Por qué la Cruz?

Ahora bien, si Dios nada tiene que ver con nosotros, prescribe también la idea de pecado. De este modo, que un acto humano pueda ofender a Dios es ya inimaginable para muchos. No queda margen para la redención en el sentido clásico de la doctrina católica, porque apenas se le ocurre a nadie buscar la causa de los males del mundo y de la propia existencia en el pecado.

En este sentido resultan iluminantes unas palabras del Pontífice emérito: “Si nos preguntamos: ¿Por qué la cruz?, la respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra ‘pecado’, pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras –la sombra sólo aparece cuando hay sol–, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado –que no es lo mismo que el ‘sentido de culpa’, como lo entiende la psicología–, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: ‘Contra ti –dice David, dirigiéndose a Dios–, contra ti sólo pequé’ (Sal 51, 6)”.

En un modo de pensar en el que el concepto de pecado y de redención no encuentra lugar, tampoco puede haber espacio para un Hijo de Dios que venga al mundo a redimirnos del pecado y que muera en la cruz por esta causa. “Así se explica el cambio radical producido en la idea de culto y de liturgia, y que tras larga gestación se está imponiendo: su primer sujeto no es Dios ni Cristo, sino el nosotros de los celebrantes. Y tampoco puede tener como sentido primario la adoración, para la que no hay razón alguna en un esquema deísta. Ni cabe pensar en la expiación, en el sacrificio, en el perdón de los pecados. Lo que importa es que los celebrantes de la comunidad se reconozcan y confirmen entre sí y salgan del aislamiento en que sume al individuo la existencia moderna. Se trata de expresar las vivencias de la liberación, la alegría, la reconciliación, denunciar lo negativo y animar a la acción. Por eso, la comunidad tiene que hacer su propia liturgia y no recibirla de tradiciones ininteligibles; ella se representa y se celebra a sí misma” (Joseph Ratzinger).

Liturgia: redescubrir el Misterio pascual

La lectura detenida de este diagnóstico puede ser un buen estímulo para un fecundo examen de conciencia sobre las celebraciones litúrgicas, sobre nuestro sentir litúrgico. Al mismo tiempo, probablemente se entiende ahora un poco mejor por qué, en muchas ocasiones, el Misterio pascual y su celebración-actualización no constituyen el centro ni de la celebración litúrgica, ni de la vida de la comunidad y de cada uno de los cristianos.

La respuesta a este planteamiento deísta pasa por redescubrir el Misterio pascual. Se entiende, en toda su fuerza, que san Juan Pablo II afirmase en la carta apostólica Vicesimus Quintus Annus: “Ya que la muerte de Cristo en la Cruz y su Resurrección constituyen el centro de la vida diaria de la Iglesia y la prenda de su Pascua eterna, la Liturgia tiene como primera función conducirnos constantemente a través del camino pascual inaugurado por Cristo, en el cual se acepta morir para entrar en la vida”. Domingo a domingo la comunidad convocada por el Señor, crece, o al menos trata de hacerlo, en la toma de conciencia de esta realidad que llena de asombro.

Y cuando estamos por comenzar los días más santos del año que nos conducen a celebrar la resurrección del Señor, no recorramos el camino demasiado deprisa. “No dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos unimos a su Pasión y a su muerte” (san Josemaría). Sigamos por tanto el consejo del Papa Francisco: “En estos días del Triduo santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor, sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: ‘Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús’ (Flp 2, 5). Entonces nuestra Pascua será una ‘feliz Pascua’”.

Iniciativas

Comedor y albergue social en Vallecas

La zona del Puente de Vallecas, en Madrid, sigue conservando gran parte del ambiente de hace algunas décadas. Es verdad que los cambios sociales son ya perceptibles; por ejemplo, la madrileña avenida de circunvalación M-30 prácticamente linda con la pared de la parroquia de San Ramón Nonato.

Juan Portela·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 4 minutos

El templo parroquial, ubicado en el distrito Puente de Vallecas de Madrid, tiene poco más de cien años. De edificación sencilla y tamaño modesto, responde al carácter de una parroquia del extrarradio –en esto, sí ha habido cambios desde su construcción, por lo mucho que se ha extendido la ciudad– y situada en una zona urbana poco favorecida: característica que, en cambio, no ha desaparecido. El desempleo es frecuente, la tasa de población inmigrante es alta. A la parroquia acuden personas de 27 nacionalidades diferentes, aunque la mayoría proceden de Latinoamérica.

Reparto de comidas

Visitamos la parroquia a última hora de la mañana, y en ese momento un grupo de mujeres anima con su conversación la placita rectangular que hay delante de la iglesia. Se están congregando enfrente del templo, al otro lado de la plaza, delante de un edificio sencillo que pertenece a una institución religiosa que lo pone a disposición de la parroquia para su actividad social. Se advierte con claridad que también esas mujeres son inmigrantes, y de condición modesta. Cuando les preguntamos, nos explican que están esperando a recibir las raciones de comida que los voluntarios les entregan cada día y con las que ayudan a salir adelante a sus familias. “Junto a los pobres y las familias” dice la página de inicio de la página web de la parroquia, como definiéndola, y se comprueba que no hay nada más real ni menos “demagógico” que esa afirmación. “Soy de Perú”, “Yo de Bolivia”…, nos dicen las mujeres, y añaden que tienen tres, cuatro hijos, y que su marido está en paro, o que hace algunas chapuzas, o que… “no tengo marido”.

Los que ayudan, y a los que se ayuda

Dentro de la sala principal del edificio, situada en la planta baja, los voluntarios y voluntarias están cocinando y empezando ya a servir la comida a varias decenas de personas, incluidas algunas familias completas. Aunque la instalación tiene la simplicidad de un comedor social, el ambiente es alegre y digno, y a nadie le importa conversar con los visitantes. En los pisos superiores del mismo edificio, la parroquia ha instalado también un albergue donde ofrece techo a personas sin casa, mientas procura ayudarles a resolver los problemas más graves y les gestiona un trabajo o alguna solución más duradera.

Algunos de estos detalles nos los explica, por ejemplo, un señor de nombre Ángel, ilusionado con la perspectiva de un próximo empleo. Vivía en la calle hasta que fue acogido en el albergue parroquial, y ahora es, además, orgulloso voluntario en el comedor social. Haciendo de “gerente” y organizadora está allí la Hermana María Sara, una peruana (virgen consagrada), el principal apoyo de la parroquia en esta actividad; pero se cuenta con la ayuda de otras personas, muy comprometidas.
Vemos que un grupo de chicos con uniforme de colegio y de (obvia) diferente extracción social están ayudando a servir las comidas: vienen por turnos varios días a la semana para echar una mano, y a cambio aprenden y maduran. El párroco nos indica que “aquí todos son voluntarios, porque intentamos que cada persona se sienta responsable con esta obra social, para que no vengan sólo a recibir sino que lo sientan como suyo”. Se trata de un empeño que determina todas las actividades: que no se note la diferencia entre los que necesitan ayuda y los que vienen a ayudar, para que nadie se sienta humillado. De esta forma, cada persona que viene en busca de ayuda se siente muy a gusto y está como en familia.

Desde lo material hasta lo espiritual

La parroquia ha englobado estas iniciativas en el concepto “Obra social Álvaro del Portillo”, poniéndolas bajo la intercesión del beato Álvaro, el primer sucesor de San Josemaría en el Opus Dei, que en 1934 acudía a este lugar para participar como catequista en las actividades de la parroquia. En el templo, un altorrelieve explica gráficamente esta vinculación, que se ha traducido en un esfuerzo por la promoción social y cristiana del barrio.
Tan sorprendente –¿o habría que decir más bien “tan poco sorprendente”? – como la actividad en el comedor y el albergue social es el hecho de que el impulso de esta iniciativas proviene del Santísimo Sacramento. El Señor está expuesto en al altar de la iglesia todas las mañanas, y tres días a la semana durante todo el día. No está solo; hay grupos de personas del barrio haciendo una visita o rezando por más tiempo. También en un piso alto del albergue hemos visto una pequeña capilla, con el Señor en el Sagrario; hablando francamente, en este contexto la presencia de la Eucaristía conmueve.

Diversos grupos y proyectos

Posiblemente sea ésa la causa de que en esta parroquia no se vea nada parecido a falta de actividad, resignación o preocupación por el futuro, a pesar de las dificultades de los habitantes del barrio. Hay grupos de Marías de los Sagrarios, de Renovación Carismática, de Acción Católica. Se ofrecen Cursos Alpha para grupos de alejados de la fe; hay “centinelas” que se ocupa de la actividad “Luz en la noche”, invitando a los viandantes a un rato de oración, con música y ambientación adecuadas; el Centro de Orientación Familiar “Nazaret” con actividades para matrimonio y para los hijos; actividades de Caritas; convivencias, ejercicios espirituales y, naturalmente, catequesis y suficiente disponibilidad para oír confesiones y recibir los demás sacramentos.

El párroco, don José Manuel Horcajo, nos explica que están en marcha “hasta treinta proyectos que intentan abarcar todo el bien de cada persona, desde sus necesidades materiales, pasando por las dificultades familiares y llegando a lo espiritual. Cuando una persona viene pidiendo comida, comenzamos por darle un plato en el comedor, pero le haremos un seguimiento personalizado para ayudarle en su situación laboral, familiar y espiritual. Queremos hacer de ese pobre, una persona feliz, un santo”.

Por eso, cuando se visita la página de San Ramón Nonato en internet, tras la presentación de la parroquia y la expresión de la disponibilidad del párroco, lo primero que se encuentra es una petición de ayuda y de personas voluntarios: jóvenes para la evangelización; alguien que se ocupe de la página web; una furgoneta para transportar ropa y alimentos; interesados en ayudar a niños discapacitados. Sin duda, es una magnífica señal. Según nos indica el párroco: “Cuantos más voluntarios mejor, así podemos llegar a más, mejorar el servicio y ampliar otros proyectos que todavía están esperando”.

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FirmasCesar Mauricio Velásquez

Abrazos históricos y polémicas

El Papa Francisco sorprendió al cambiar el rumbo del avión que, antes de llevarlo a México, lo condujo nuevamente a Cuba.

6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Una vez más, el Papa Francisco sorprendió al cambiar el rumbo del avión que, antes de llevarlo a México, lo condujo nuevamente –en menos de seis meses–, a Cuba. Esta vez para cumplir una cita histórica con el Patriarca de la Iglesia rusa.

El cálido ambiente cubano abrió puertas que estuvieron cerradas mil años. El abrazo de Francisco y Kiril demostró que la unidad es posible. Así quedó plasmado en la declaración conjunta que suscribieron. En 30 puntos los líderes religiosos pidieron el cese de la guerra en Ucrania y destacaron la importancia de las raíces del cristianismo y sus enseñanzas en la paz mundial, la defensa de la vida humana y la convivencia.

Pero la expectativa mundial del encuentro desinfló el interés de algunos en Europa que, al conocer la declaración, se quedaron en anécdotas: esperaban un texto político en contra de Rusia, de la Unión Europea, de Estados Unidos o de los tres. Importantes medios de comunicación no se atrevieron a reseñar, por ejemplo, el numeral 21 que advierte de los millones de abortos y otros ataques a la vida humana como la eutanasia. Tampoco se conoció el 8 sobre libertad religiosa, ni el 19 sobre la familia, o el 20 sobre el matrimonio. Luego, en México y en el avión de regreso a Roma, Francisco aprovechó para insistir en estos temas.

Francisco reclamó alternativas a la crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos. Sin hacer directa referencia al pre candidato Donald Trump, el Papa expresó que “una persona que piensa sólo en hacer muros, sea donde sea, y no hacer puentes, no es cristiano”. Una declaración que despertó la polémica en plena campaña presidencial. Francisco recordó la naturaleza política del ser humano, que bien define Aristóteles, pero que tampoco convenció a los implicados, tal vez los mismos que desconocieron las conclusiones del encuentro de La Habana.

El autorCesar Mauricio Velásquez

Ex-embajador de Colombia ante la Santa Sede.

América Latina

Francisco en México. Mensajero de esperanza

El Papa sabía que antes de su visita los mexicanos esperaban un mensaje de esperanza. Y eso fue lo que llevó y lo que recibió.

Gonzalo Meza·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

“Mensajero de esperanza”. Así se llamaba el Boeing 737-800 de Aeroméxico que transportó al Pontífice dentro de México y de regreso a Roma. Ha sido una de las visitas más intensas de su pontificado. En seis días, del 12 al 17 de febrero, más de diez millones de personas vieron al Papa en alguna de las más de 50 actividades que desarrolló en los 320 kilómetros que recorrió por vía terrestre.

El viaje a México sólo se entiende a la luz de las periferias existenciales de las que tanto ha hablado. Todos los temas que trató tienen una especial sensibilidad en la agenda religiosa, social y política de México. En Ecatepec, denunció la riqueza, la vanidad y el orgullo. En San Cristóbal de las Casas pidió perdón a los indígenas por el robo de sus tierras y el desprecio milenario. En Morelia urgió a no resignarse ante el ambiente cargado de violencia. En Ciudad Juárez rezó por los muertos y las víctimas de la violencia. El Papa abordó todos esos temas directamente y muy a su estilo, con palabras propias de su vocabulario: “primerear”, “escuchoterapia” y “cariñoterapia”. El viaje tuvo como baricentro su visita a la basílica de Guadalupe: “Permanecer en silencio ante la imagen de la Madre era aquello que me propuse ante todo. He contemplado, y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos, y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en perjuicio de tanta gente pobre, de tantas mujeres”.

En la catedral de México el Papa se reunió con los obispos del país y les dirigió un mensaje fuerte: en la Iglesia no se necesitan príncipes, sino testigos del Señor: “No pierdan tiempo y energías en las cosas secundarias, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, o en los infecundos clubs de intereses”. Francisco urgió a conservar siempre la unidad y cuando hubiese diferencias, “a decirse las cosas a la cara”, como hombres de Dios.

El 14 de febrero Francisco acudió a Ecatepec a denunciar la riqueza de unos, a costa del pan de otros. Ecatepec fue en el 2010 el municipio con mayor número de personas en pobreza.

En Chiapas, el Papa pidió perdón a las comunidades indígenas por la indiferencia milenaria que han sufrido. Chiapas se encuentra al Sur de México, es un Estado fronterizo con Guatemala. En 1994 saltó al mundo por el levantamiento guerrillero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, liderado por el “subcomandante Marcos” que reivindicaba el reconocimiento de los derechos de los indígenas. En la Misa del 15 de febrero del 2016 en San Cristóbal, Francisco revaloró y enfatizó la dignidad de los pueblos indígenas. No solo con palabras, sino con los hechos. La ceremonia se llevó a cabo en tzeltal, tzotzil, chol y español. Al final de la ceremonia, Francisco expidió el decreto para el uso de lenguas indígenas en la Misa. Igualmente entregó la primera Biblia traducida al tzeltal y tzotzil.

En Morelia, Francisco advirtió contra la tentación de la resignación ante el ambiente de violencia. Hay que recordar que el 4 de enero del 2015 el Papa nombró cardenal al arzobispo de dicha demarcación, Mons. Alberto Suárez Inda. Dicha circunscripción nunca había recibido la dignidad cardenalicia. El Papa quiso expresar de esta forma su cercanía y afecto con una de las ciudades que más ha sufrido la violencia del narcotráfico. Un mal que ha devorado especialmente a los más jóvenes. Por ello, el obispo de Roma exhortó a los morelenses a no dejarse vencer por la resignación ante la violencia, la corrupción y el tráfico de drogas. Más tarde, ante miles de jóvenes reunidos en el estadio José María Morelos y Pavón, el Papa advirtió: “Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven, es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte… Es Jesucristo el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas”.

En Ciudad Juárez el Papa realizó uno de los gestos más significativos de la visita: rezar ante una cruz gigante y presidir una Misa “transfronteriza” a unos metros de la frontera con Estados Unidos. Fue una Misa para y con los migrantes y las víctimas de la violencia. En ese lugar el pontífice exclamó: “No más muertes, no más violencia”.

El Papa pudo palpar que México se ha visto oprimido por la violencia, pero que, a pesar de todo, mantiene viva la llama de la esperanza. Por ello, todos sus encuentros en el país estuvieron “llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros y aclara el camino”. Este viaje a México fue para el Papa una sorpresa y una experiencia de transfiguración.

El autorGonzalo Meza

Ciudad Juárez

América Latina

Tras las huellas del pastor. El Papa Francisco visita México

Resulta difícil narrar en pocas líneas la visita pastoral del Papa Francisco a México realizada entre el 12 y el 17 de febrero.

Ada Irma Cruz Davalillo, Gonzalo Meza·6 de marzo de 2016·Tiempo de lectura: 6 minutos

Resulta difícil narrar en pocas líneas la visita pastoral del Papa Francisco a México realizada entre el 12 y el 17 de febrero. La gran cantidad de anécdotas y vivencias experimentadas en el antes, el durante y el después del viaje exigirían un mayor espacio para resumirlos. Los mensajes del “peregrino de la Misericordia”, como muchos llaman al Papa, han calado hondo en los asistentes. Pero lo que mayor impacto produjo, incluso en Francisco, fue escuchar los testimonios de algunos fieles sobre la realidad que se vive en México. Se trata de una realidad que el Papa conoce muy bien: “No quiero tapar nada de eso”, dijo antes de emprender el viaje, al referirse a los males que sufre el país.

Esta visita ha sido la primera del Papa Francisco a México. Durante seis días el Pontífice mantuvo diversos encuentros públicos a lo largo del país y se reunió con diferentes sectores de la sociedad mexicana.

Ciudad de México

El Papa Francisco arribó al hangar presidencial del aeropuerto internacional de la Ciudad de México el viernes 12 de febrero de 2016 a las 19,30 horas. Antes hizo una escala en Cuba, donde sostuvo un histórico encuentro con el Patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa Kirill. En Ciudad de México, a pie de pista, le esperaban el presidente de la república Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera de Peña; además del nuncio apostólico en México, Mons. Cristoph Pierre, y el arzobispo anfitrión, el cardenal Norberto Rivera Carrera.

Unas cinco mil personas recibieron al primer Papa latinoamericano. La desbordante alegría de los jóvenes, que agitaban pañuelos amarillos y coreaban con entusiasmo cantos y lemas, era contagiosa: “¡Francisco, amigo, seas bienvenido! ¡Francisco, ya eres mexicano!…”.

Cuatro niños con trajes regionales se acercaron al Papa Francisco para entregarle un cofre que contenía tierra de México. El Papa agradeció el gesto y lo bendijo. A continuación, el ballet de Amalia Hernández y el mariachi de la Secretaría de Marina ofrecieron un gran espectáculo con las tradicionales “Son de la negra” y “Jarabe tapatío”. Posteriormente, la comitiva salió en dirección a la nunciatura apostólica. Miles de persona le esperaban en el trayecto portando luces que iluminaron el camino. Al llegar a la nunciatura, un numeroso grupo de personas pedían a gritos al Papa que saliera a saludarles. Éste respondió saliendo a la calle para dirigirles un mensaje y orar junto a ellos.

Francisco reza ante una gran cruz situada en la frontera entre México y Estados Unidos.
Francisco reza ante una gran cruz situada en la frontera entre México y Estados Unidos.

El sábado 13 de febrero el presidente Peña Nieto recibió a Francisco con una ceremonia de bienvenida en el Palacio Nacional. En una parte de su discurso, el Santo Padre afirmó que “la experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficios de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia, e incluso, el tráfico de personas”.

Luego, tras abandonar el recinto presidencial, recibió en las puertas de la catedral metropolitana las llaves de la Ciudad de México de parte del jefe del gobierno, Miguel Ángel Mancera. Después se reunió con los obispos del país. Ante 165 obispos titulares y 15 auxiliares hizo un discurso en el contexto de la inseguridad y la violencia que azota a los mexicanos. También realizó un llamado a los prelados mexicanos para no corromperse con las riquezas.

Francisco no quiso abandonar la Ciudad de México sin visitar la basílica de Guadalupe; de hecho, afirmó que este era el momento principal de su viaje. Allí celebró una Misa a la que asistieron cincuenta mil personas. Algunos asistentes tuvieron que seguir la liturgia desde el exterior del recinto. En la homilía, el Papa hizo referencia a las víctimas de los secuestros y del abandono de jóvenes y ancianos. “Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”, señaló.

Estado de México

Durante la multitudinaria Misa celebrada el domingo 14 de febrero en un predio de 45 hectáreas conocido como El Caracol, en el municipio de Ecatepec (Estado de México), el Papa Francisco llamó a los mexicanos a resistir las tentaciones de la riqueza y de la corrupción. Ecatepec es una localidad afectada por la violencia y el crimen.

El pontífice dijo que sabe que no es fácil evitar la seducción del “dinero, la fama y el poder” que pone frente a ellos el demonio. Sin embargo, les advirtió que sólo pueden hacerle frente con la fuerza que da Dios. “Metámoslo en la cabeza: con el demonio no se dialoga. No se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre”, dijo el Papa. “Solamente la fuerza de la palabra de Dios lo puede derrotar”, aseguró. Habló también de las tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio; tentaciones que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado: la riqueza, la vanidad y el orgullo.

Chiapas

El lunes 15, en su cuarta jornada en el país, Francisco arribó a San Cristóbal de las Casas (Chiapas). Tras la recepción oficial en el aeropuerto (en la que la comunidad zoque le entregó el bastón de mando, un collar y una corona), el Papa se trasladó a la localidad. En esta ciudad, el obispo de Roma ofició una Misa en el Centro Deportivo Municipal en la que participaron comunidades indígenas. Durante su homilía afirmó que “muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder y el dinero, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita a ustedes”.

Posteriormente, en Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas, el Papa Francisco presidió un multitudinario encuentro con las familias y pidió a los mexicanos que le “echen ganas” a la familia para mantenerla unida, porque es el núcleo más importante de la sociedad.

El martes 16 presidió una Misa con sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en Morelia (Michoacán), y el miércoles 17 se trasladó a Ciudad Juárez.

Ciudad Juárez

En Ciudad Juárez (Chihuahua) el Papa Francisco quiso para palpar de cerca el drama de la migración y la violencia. Juárez es una ciudad del Norte de México –colindante con El Paso (Texas)–, y tristemente célebre por los feminicidios que, entre 1993 y 2012, costaron la vida a 700 mujeres. Además de ese flagelo, Juárez se ha visto azotada por una espiral de violencia ocasionada por el narcotráfico y las disputas entre los distintos cárteles de las drogas. Un tercer flagelo que azota Juárez es la muerte de cientos de personas en su intento de llegar sin documentos a Estados Unidos.

En este lugar, además de visitar una prisión y de reunirse con el mundo del trabajo, el Papa celebró una Misa con migrantes y víctimas de la violencia. El altar se construyó a tan sólo ochenta metros de la valla fronteriza. En la ceremonia se dieron cita más de 200.000 personas. Entre ellas se encontraban diversos grupos y familiares de víctimas de la violencia, no sólo de Juárez sino de todo México.

Francisco ofrece una vacuna a un niño.
Francisco ofrece una vacuna a un niño.

En la Misa también participaron obispos y sacerdotes de México y de Estados Unidos. Fue una ceremonia “transfronteriza” ya que, además de la presencia binacional de clérigos, se congregaron al otro lado de la frontera 50.000 católicos que siguieron la ceremonia en el estadio de la Universidad de El Paso, a unos metros del altar. Así, en Juárez y en El Paso se formó una sola familia unida por la fe, separada −como miles de familias− por una valla metálica.

Antes de la Misa, el Papa Francisco acudió a rezar ante una cruz gigante que se erigie a treinta metros de la red metálica. En ese lugar el Pontífice dejó un ramo de flores y rezó por los migrantes que han muerto en su intento por llegar a Estados Unidos.

Ya en su homilía el Papa se refirió a la migración indocumentada como una crisis humanitaria, una tragedia humana. Los migrantes “son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza sino que además tienen que sufrir todas estas formas de violencia”. Ante ello el pontífice exclamó: “¡No más muerte ni explotación! Siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una salida y siempre hay una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del Padre”.

Al final de la Misa, el Papa acudió al aeropuerto de Ciudad Juárez para concluir su visita con la ceremonia oficial de despedida. Al acto acudieron autoridades civiles, religiosas, y más de 5.000 personas que al son de mariachi despidieron al Papa Francisco.

El autorAda Irma Cruz Davalillo, Gonzalo Meza

México DF y Ciudad Juárez

Mundo

Los cuchillos y el fin de los acuerdos de Oslo. ¿Hacia dónde van sus actores?

Los Acuerdos de Oslo no han logrado frenar la tensión entre árabes y judíos en Israel y Palestina, agravada por la "crisis de los cuchillos".

Miguel Pérez Pichel·27 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

La tensión entre las comunidades árabe y judía tanto en Israel como en los territorios palestinos ocupados es constante. Periódicamente experimenta picos de violencia en forma de intifadas, actos de terrorismo o guerras abiertas con los grupos armados palestinos.La llamada “crisis de los cuchillos” lleva meses conmocionando a judíos y árabes de Palestina e Israel. Las agresiones con cuchillos, no siempre espontáneas, de ciudadanos árabes musulmanes contra policías o ciudadanos judíos y las posteriores venganzas de radicales israelíes hacen temer el estallido de una nueva ola de violencia.

La crisis de los cuchillos comenzó a finales del mes de septiembre en los barrios de Jerusalén cercanos a la explanada de las mezquitas, donde se encuentra la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar más sagrado para los musulmanes tras la Meca y Medina. Los ataques se extendieron a ciudades palestinas donde existen colonias israelíes cercanas. Las causas son varias: la sensación de que cualquier negociación con Israel está condenada al fracaso, el sentimiento de humillación de muchos jóvenes palestinos que carecen por completo de oportunidades, la precaria situación económica que atraviesan los territorios ocupados de Cisjordania o los enfrentamientos con los colonos israelíes.

Todos estos factores han abonado el terreno para la violencia, pero, como suele ocurrir en estos casos, ha sido una sola chispa la que ha prendido la mecha. El detonante fue el rumor de que Israel se disponía a modificar el status quo de la explanada de las mezquitas para permitir el rezo de los judíos en el lugar donde se alzaba el templo de Jerusalén. El rumor provocó una fuerte protesta en el interior de

¿Hay avances en las conversaciones sobre el acuerdo entre la Santa Sede e Israel?

—El acuerdo con Israel, que aún está en vías de completarse, es el tercero que firmarán la Santa Sede e Israel. En su mayor parte se refiere a asuntos de naturaleza fiscal y económica. A día de hoy no se puede decir cuándo se completará el acuerdo. Hay algunas cuestiones pendientes sobre las que deberá establecerse de mutuo acuerdo una línea de conducta. La esperanza de la Santa Sede es que eso ocurra pronto.

¿Hay alguna novedad en relación a la titularidad del Cenáculo?

—Los Santos Lugares se administran en virtud de una serie de provisiones y de reglas tradicionales conocidas como Status quo. Es importante que todas las partes interesadas se comprometan a respetar las disposiciones para que todo el mundo pueda acceder de forma tranquila y pacífica a los Santos Lugares. En cuanto al Cenáculo, no hay ninguna novedad y no se esperan futuros cambios a corto plazo.

¿Podría explicar la situación de los colegios cristianos en Israel?

—Durante mucho tiempo, el Estado de Israel ha reconocido e incluso financiado de forma parcial las escuelas católicas. Más recientemente, la financiación gubernamental se redujo de forma gradual hasta llegar a niveles que no podían garantizar el funcionamiento de los colegios y, la reducción ha afectado gravemente a todos los colegios católicos en el país. Tras largas discusiones y negociaciones fue posible alcanzar un compromiso que permitía a los colegios llevar a cabo sus actividades académicas habituales. Mientras tanto, las negociaciones continúan con el objetivo de encontrar una definitiva solución a la disputa. Los colegios católicos en Israel son apreciados por su alto nivel académico y por el importante papel que juegan en la educación de las generaciones más jóvenes de las diferentes comunidades.

¿Puede la Santa Sede ayudar a poner fin a la ola de violencia entre palestinos e israelíes?

—La única “arma” que tiene la Iglesia contra la violencia y toda clase de conflictos sociales y religiosos es la educación. Es un proceso a largo plazo, pero educar la mente y los corazones de la gente es la única forma efectiva para construir una sociedad pacífica basada en los valores de la tolerancia y respeto mutuo.

El autorMiguel Pérez Pichel

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Un reto: la inmigración

De todos los temas que trate Francisco en México, el de la inmigración será, sin duda, el que más interés despierte en Estados Unidos.

13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Uno de los asuntos más calientes de la política estadounidense es la inmigración, principalmente la procedente de México y, en general, de América Latina. Es el tema más vibrante de la retórica a la que asistimos en los debates entre los candidatos presidenciales, y que está causando una cruda división tanto entre los demócratas como entre los republicanos. El arzobispo de Los Ángeles, Mons, José Gomez, él mismo de origen mexicano, dijo que el debate sobre inmigración realmente es un debate sobre la “renovación del alma de América” y lo denominó “el test de nuestra generación sobre los derechos humanos”, a pesar de lo cual ni siquiera todos los católicos están de acuerdo con él.

Es en medio de esta tempestad cuando el Papa Francisco visita México (entre el 12 y el 18 de febrero). A lo largo de su viaje a la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, se espera que el Papa aborde el problema de la inmigración, incluso de forma más directa que cuando lo hizo en Estados Unidos en septiembre. Mientras que su audiencia mexicana escuchará con atención sus palabras, éstas podrían causar un gran impacto político en Estados Unidos. Esto se debe, principalmente, a que la carrera de las primarias para las elecciones presidenciales estadounidenses de 2106 tendrá lugar en febrero.

Juárez está junto a la ciudad estadounidense de El Paso, y en una reciente entrevista al Our Sunday Visitor el obispo de El Paso, Mons. Mark Seitz, ha dicho que, en realidad, las dos ciudades son una, salvo por la frontera que las divide. En Juárez, la más grande de las dos, la violencia ha atemorizado a muchos de sus residentes. El obispo Seitz ha afirmado que los obispos de la frontera entre Estados Unidos y México tienen lazos comunes. “La iglesia no está separada por límites nacionales”, ha dicho. “Todos somos hermanos y hermanas”, un mensaje que espera que el Papa también comunique.

Con la segunda mayor población católica del mundo, México es un destino lógico para el Papa. En el plan del viaje pontificio de 2015 a Estados Unidos, se sugirió que el Papa podría entrar a Estados Unidos a través de México, o celebrar la Misa en la frontera, pero se consideró que era logísticamente inviable. Ahora, aquella Misa en la frontera se celebrará el 17 de febrero a las 16,00 en Juárez, y ahí será donde el Papa podría hablar de la inmigración. Con varios candidatos republicanos identificados como católicos, las implicaciones políticas de las palabras del Santo Padre llegarán mucho más allá de la frontera.

El autorGreg Erlandson

Periodista, autor y editor. Director de Catholic News Service (CNS)

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América Latina

México y visita papal. Elecciones, narco y guerrilla

El Papa Francisco visitará México del 12 al 18 de febrero. ¿Cuáles son los retos de este viaje a un país afectado por la violencia, el narcotráfico y la pobreza?

Ada Irma Cruz Davalillo·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Hace exactamente un año, en enero del 2015, a bordo del avión que lo llevaba de regreso a Roma tras una visita a Filipinas, el Papa Francisco no tenía en su agenda el viajar a México; en todo caso, según explicó, de hacerlo sería en un viaje que incluyera la capital de dicho país, pues esto le permitiría asistir a la basílica de Guadalupe.

En alguna medida, las declaraciones que él mismo formuló posteriormente en marzo del mismo 2015, hacían comprensible pensar que definitivamente no estaría en posibilidad de trasladarse a México, dado que “tengo la sensación de que mi pontificado será breve… Cuatro o cinco años, no lo sé, o dos o tres. Bueno, ya han pasado dos”. Finalmente, en diciembre de 2015, el propio Francisco anunció y detalló su visita a México, lo que permitió al columnista mexicano Raymundo Riva Palacio asegurar que “el Papa se ‘autoinvitó’ a México”.

En efecto, se asegura que se trata de “un viaje que tomó por sorpresa al gobierno mexicano”, dado que no formaba parte de la agenda diplomática entre la Santa Sede y el gobierno de Enrique Peña Nieto, el presidente de México que más obsequioso se ha mostrado hacia la Iglesia y el papado.

Para sustentar la afirmación de la “autoinvitación” papal, se recurre a discrepancias de carácter político, pero también a la intervención directa de sacerdotes jesuitas mexicanos que expresamente se entrevistaron de forma privada con el Papa durante su estancia en Cuba, para insistirle en la conveniencia de planear una visita a México.

De ahí que para los analistas políticos del país no haya pasado desapercibida la inclusión expresa de la localidad de San Cristóbal las Casas en el recorrido de Francisco por México, así como los intensos esfuerzos para que acuda a la tumba del obispo Mons. Samuel Ruiz y le rinda una especie de homenaje.

La figura del obispo estuvo envuelta en la polémica a partir de que el primer día de enero de 1994, un grupo guerrillero adiestrado en Chiapas declaró la guerra al gobierno mexicano e inició una serie de ataques armados. Se le vinculó directamente con los promotores de esos hechos violentos.

También es cierto que en la diócesis, tanto durante la época de Mons. Ruiz, como posteriormente, se han realizado experimentos pastorales que en su momento fueron oficialmente suspendidos por la Santa Sede, por sus inexactitudes doctrinales.

San Cristóbal de las Casas se encuentra en el Estado de Chiapas, uno de los más pobres de México. Y, al igual que las otras ciudades que tiene enlistadas el Papa Francisco en su agenda, presenta el rostro de la falta de desarrollo y de la pobreza extendida, sobre todo en comunidades donde la carencia de agroindustrias no ha permitido que los habitantes alcancen mayores niveles de bienestar.

El Papa Francisco, en efecto, visitará San Cristóbal de las Casas, el Distrito Federal, Morelia y Ciudad Juárez. Morelia, con un mayor grado de industrialización, se ha visto afectada por la violencia desatada entre las bandas o cárteles de la droga que crecieron al amparo de la corrupción y de la connivencia de políticos y empresarios de la zona. Es una localidad con elevado fervor religioso, a pesar de los embates de los gobiernos revolucionarios que acosaron a la Iglesia durante décadas.

En cuanto a Ciudad Juárez, es una localidad atractiva por el gran número de plantas ensambladoras que dan empleo a hombres y mujeres que llegan desde todos los puntos de la República en busca de un ingreso superior. La violencia se ha destacado ahí tanto por el narcotráfico, como también por las muertes de mujeres, muchas de la cuales eran madres solteras que habían ido a laborar en las “maquiladoras” instaladas ahí por parte de consorcios extranjeros interesados en abastecer con regularidad y precisión a las firmas estadounidenses.

En cuanto al Distrito Federal, una de las ciudades más pobladas del mundo, mantiene contrastes evidentes y profundos. A pesar de todos los problemas y dificultades, todas ellas, como el grueso de México, y a diferencia de lo que se presenta en Europa, registran una significativa religiosidad que explica en gran medida la esperanza bajo la cual se vive aún en las áreas más desprotegidas.

El panorama de México no es distinto del que conocieron Juan Pablo ll o Benedicto XVl, pero lo que sí llama la atención es que por primera ocasión llegue un Papa en un año electoral.

En efecto, todos los actores políticos del país habían coincidido en todas las visitas papales de mantenerlas al margen de los comicios, con el propósito manifiesto de que no fueran tratadas de aprovechar por ninguno de los partidos o candidatos, en beneficio propio. Ahora, sin embargo, se vivirá lo contrario. ¿Qué sucederá? Habrá que esperar.

El autorAda Irma Cruz Davalillo

México DF

América Latina

Virgen de Suyapa: una devoción cada vez mayor

Cerca de Tegucigalpa, en Honduras, se encuentra uno de los principales santuarios marianos de América Latina: el de Nuestra Señora de Suyapa. Recientemente reconocido como basílica menor, se ha convertido en un foco de conversión y misericordia.

Eddy Palacios·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 5 minutos

El culto que el pueblo hondureño tributa a su Patrona, la Virgen María Nuestra Señora de Suyapa, con el paso del tiempo ha experimentado un incremento en extensión y profundidad. Desde el hallazgo de la milagrosa imagen en 1747, hasta la reciente elevación del santuario de Suyapa al rango de basílica menor, el católico hondureño se ha ido sintiendo cada vez más cercano a su Morenita.

Las palabras de san Juan Pablo II el 8 de marzo de 1983, día en que coronó a esta imagen con ocasión de su viaje pastoral a Honduras, expresan bien esta devoción: “Un mismo nombre, María, modulado con diversas advocaciones, invocado con las mismas oraciones, pronunciado con idéntico amor […]. Aquí, el nombre de la Virgen de Suyapa tiene sabor de misericordia por parte de María y de reconocimiento de sus favores por parte del pueblo”. 

Sus orígenes

De acuerdo con la tradición más extendida, el surgimiento de esta advocación mariana se remonta al día en que un joven labrador, Alejandro Colindres, acompañado por un niño de ocho años llamado Jorge Martínez, se dirigía a la aldea de Suyapa, al noroeste de Tegucigalpa, después de un arduo día de trabajo en la cosecha de maíz. Les sorprendió la noche y encontraron en la quebrada del Piliguín un buen sitio para dormir. En la oscuridad de la noche Alejandro sintió que un objeto, aparentemente una piedra, le impedía acomodar la espalda, por lo que la tomó y la arrojó lejos. Al recostarse de nuevo volvió a sentir la presencia del mismo objeto, pero esta vez, intrigado, decidió guardarlo en su mochila. Con la luz del amanecer pudo descubrir que se trataba de una imagen de la Virgen María, y decidió llevarla al altar de su familia, donde fue venerada hasta que, veinte años después, tras el primer milagro acreditado por la intercesión de la Virgen bajo esta advocación, se reunieron fondos para construir una capilla que fue terminada en 1777.

Apenas seis centímetros y medio de alto mide la pequeña escultura, de madera de cedro. De tez morena, su rostro es agraciado, oval, de mejillas redondas; fina y recta nariz, y la boca pequeña; en los ojos se adivina algo de la raza indígena. La cabellera lacia le cae, partida en dos, a ambos lados de la frente, hasta los hombros. Las manos diminutas, sin entrelazarse, se juntan suavemente sobre el pecho, en actitud de oración. El ropaje pintado en la propia efigie es una túnica de color rosado que apenas asoma por el pecho, pues está cubierta con un manto oscuro adornado con estrellas doradas. En ocasiones es cubierta con otras vestiduras. Lleva corona sobre la cabeza, está enmarcada por un resplandor de plata sobredorada en forma de número ocho, rematado con doce estrellas.

En 1943, el administrador apostólico de la arquidiócesis de Tegucigalpa, Monseñor Emilio Morales Roque, decidió la construcción de un nuevo templo para la Virgen de Suyapa. La familia Zúñiga-Inestroza donó el terreno para tal proyecto. Fue el tercer arzobispo de Tegucigalpa, Mons. José de la Cruz Turcios y Barahona, quien dio inicio a la construcción del santuario, en el año de 1954 cuando se celebraba un año mariano en la Iglesia por el centenario del dogma de la Inmaculada Concepción.

Es digno de reconocer que Mons. Turcios y Barahona fue un visionario ya que quiso que las dimensiones del templo fueran adecuadas para contener una gran cantidad de peregrinos, algo muy ambicioso para aquellos años. La labor fue continuada por el cuarto arzobispo de Tegucigalpa, Monseñor Héctor Enrique Santos, y concluida por el cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, actual arzobispo de Tegucigalpa, que ofició la solemne dedicación de la iglesia el 8 de diciembre de 2004.

El diseño de la nave es de cruz latina, tiene 93 metros de longitud, 23 metros de altura y la anchura de la nave central es de 31,50 metros. Su diseño es de cruz latina. Sus hermosos vitrales representan escenas de la vida de Cristo y de la Virgen. La capacidad de la nave es de 4.360 personas sentadas y 2.000 personas de pie.

El lugar donde fue erigido es una zona donde habitan personas de escasos recursos, lo que realza la cercanía de la Santísima Virgen hacia sus hijos más necesitados. Todo se realizó con la ayuda de los fieles y el impulso de los tres últimos arzobispos para que sea, como desea el actual, una casa del consuelo de Dios para el pueblo hondureño, que sufre tanto las consecuencias de la violencia.

Mayor sintonía con el Papa

En 1954 la Conferencia Episcopal de Honduras declaró el templo de Suyapa como un Santuario Nacional. Teniendo en cuenta la trayectoria de este lugar como destino de peregrinación y foco de irradiación de la fe, contando con el trabajo del párroco anterior, Hermes Sorto, y del párroco actual, Carlo Magno Núñez, se solicitó en 2013 al Papa Francisco que fuera reconocido como Basílica Menor. El 9 de septiembre de 2015 el cardenal Rodríguez Maradiaga tuvo la inmensa alegría de anunciar al pueblo hondureño que, con fecha 28 de agosto, se había firmado el correspondiente decreto. El 28 de octubre se celebró una solemne Eucaristía para dar a gracias a Dios por este reconocimiento papal, que coloca a esta iglesia en el conjunto de templos que a lo largo del mundo muestran los signos pontificios y representan un testimonio de unión con el Romano Pontífice.

Signos de vitalidad

Es masiva la afluencia de peregrinos para visitar a la Virgen de Suyapa el 3 de febrero, día de su fiesta. Los festejos dan inicio desde la noche anterior con una majestuosa alborada que se prolonga hasta la madrugada. Aunque Suyapa es el centro de la devoción, la Reina de Honduras es celebrada no solo en su Santuario sino en todos los rincones del país, donde abundan las reproducciones de la imagen.

También en el extranjero se le aclama a la Virgen en celebraciones organizadas por hondureños radicados en Estados Unidos y en España con motivo de la festividad de Nuestra Señora de Suyapa. Hay una reproducción de la Virgen de Suyapa en el santuario de Torreciudad, donde se le venera con diversos actos en el domingo más cercano al 3 de febrero, y desde 2013 también hay una, realizada en bronce, en los Jardines Vaticanos.

Varios himnos cantan con fervor a esta advocación de la Madre de Dios. Vale la pena mencionar que el nombre de Suyapa es frecuente entre las mujeres hondureñas.

Para la mejor atención de los fieles, el cardenal Rodríguez Maradiaga estimó conveniente erigir dos parroquias y desligarlas de lo que hasta ese momento comprendía la parroquia de Nuestra Señora de Suyapa. La actividad pastoral realizada es intensa en cuanto al culto divino, la celebración de los sacramentos y la formación de los fieles en los ámbitos bíblico, teológico, litúrgico y moral, de tal modo que piedad popular y evangelización van de la mano. La ermita donde fue venerada la imagen durante más de doscientos años continúa siendo utilizada como parte del complejo de la basílica, y se celebran en ella eucaristías dominicales.

Asistencia a los necesitados

La Fundación Suyapa gestiona ayudas para el mantenimiento y decoración del recinto, y Cáritas Suyapa se enfoca en la asistencia a las personas más necesitadas.

Recientemente se han añadido en el interior del templo trece nuevos altares laterales, que corresponden a diversas devociones del pueblo hondureño, como san Miguel Arcángel y san Judas Tadeo. En la capilla del Santísimo hay ahora dos cuadros de devoción popular; el primero es un lienzo de María bajo la advocación tan querida del Papa Francisco, Nuestra Señora Desatanudos. En el otro cuadro está una imagen de la basílica con la Virgen de Suyapa, custodiada por los santos latinoamericanos, entre ellos Mons. Óscar Arnulfo Romero.

Finalmente se cuenta con amplios confesionarios donde se ofrece con generosidad la posibilidad de acudir al sacramento de la penitencia. Con toda seguridad, durante el Jubileo Extraordinario de la Misericordia muchos fieles encontrarán la paz de Reconciliación, y se hará más patente la verdad de los sentimientos expresados por el santo papa polaco: “El nombre de la Virgen de Suyapa tiene sabor de misericordia”.

 

El autorEddy Palacios

San Pedro Sula

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Argumentos

Los nuevos cielos y la nueva tierra

Paul O´Callaghan·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 4 minutos

Como cristianos, hablamos mucho de la Resurrección de Cristo. La consideramos como signo tangible, material e innegable del amor de Dios que salva a los hombres. Hablamos también de la resurrección de los muertos, o resurrección de la carne, al final de los tiempos. La consideramos como la quintaesencia de la esperanza cristiana, y vemos en ella una afirmación del valor de la materia.

Pero hay que preguntarse ulteriormente: ¿dónde estarán los hombres resucitados? ¿Qué tipo de entorno material tendrán? No son ángeles, no son espíritus puros: tendrán que pisar en alguna parte, tendrán que relacionarse con otras personas, tendrán que relacionarse con un “mundo”.

¿“Término” o finalidad?

En el siglo VII, Julián de Toledo escribía: “El mundo, renovado ya para lo mejor, será adaptado según los hombres, que a su vez serán renovados también en la carne para lo mejor” (Prognosticon 2, 46). Santo Tomás decía que en la vida futura “la entera creación corporal será modificada en un modo apropiado para estar en armonía con el estado de los que lo habitan” (IV C. Gent., 97). Y el escritor francés Charles Péguy lo decía muy convencido: “En mi cielo habrá cosas”.

Pero, en realidad, lo que llama la atención en el Nuevo Testamento son las afirmaciones sobre la futura destrucción del mundo. “Habrá entonces una gran tribulación, como no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mt 24, 21). Gráficamente los evangelios describen una amplia gama de signos que indican el acercarse del fin: el colapso de la sociedad humana, el triunfo de la idolatría y la irreligión, la difusión de la guerra, grandes calamidades cósmicas.

Sin embargo, no se trata de una destrucción definitiva, del apagarse del mundo gradual o repentinamente, como pensaban los filósofos Michel Foucault y Jacques Monod. Para la fe cristiana, hay que decir que el mundo tiene un fin, en el sentido de una finalidad, pero no un fin en el sentido del momento en el que dejará de existir.

Por esta razón, la Escritura habla en diversos modos de “los nuevos cielos y la nueva tierra”: ya en el Antiguo Testamento (Is 65, 17), pero sobre todo en el Nuevo. Particularmente importantes son dos citas, una de san Pablo y la otra de san Pedro. Textos semejantes se encuentran en el libro del Apocalipsis (21, 1-4).

Redención renovadora

A los Romanos, Pablo escribe: “La espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación se ve sujeta a la vanidad, no por su voluntad, sino por quien la sometió, con la esperanza de que también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom 8, 19-21). Así como el pecado introdujo la muerte y la destrucción en el mundo, nos dice Pablo, la redención que Cristo ganó y con la que nos hizo hijos de Dios renovará el mundo para siempre, llenándolo de gloria divina.
Y en la segunda Carta de san Pedro (3, 10-13) leemos: “Como un ladrón llegará el día del Señor.

Entonces los cielos se desharán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados, y lo mismo la tierra con lo que hay en ella” (v. 10, cfr. v. 12). Por esta razón exhorta a los creyentes que sean vigilantes: “Si todas estas cosas se van a destruir de ese modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y apresuráis la venida del día de Dios!” (vv. 11-12).
A pesar de ello, continúa el texto, “nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habita la justicia” (v. 13). Y se vuelve a exhortar a los fieles: “Por lo tanto, queridísimos, a la espera de estos acontecimientos, esmeraos para que él os encuentre en paz, inmaculados e intachables” (v. 14).

¿Qué permanece?

El mensaje de Pedro es espiritual y ético, ciertamente, pero se basa en la promesa divina de una renovación cósmica. Habrá destrucción y renovación, habrá discontinuidad y continuidad entre este mundo y “los nuevos cielos y la nueva tierra”. Pero nos podemos preguntar: de todo lo que los hombres hacen y construyen aquí en la tierra, ¿qué es lo que quedará para siempre? ¿Se trata meramente de la continuidad de las virtudes que los hombres hayan vivido y retendrán para siempre en el cielo, en particular la caridad? ¿O se encontrará además en el más allá algo de las grandes obras que los hombres hayan plasmado junto con los demás: obras de ciencia, de arte, de arquitectura, de legislación, de literatura, etc.? La constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II lo explica así: “Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios” (n. 39).

Con todo, los nuevos cielos y la nueva tierra serán obra de Dios. Lo que encontramos en ellos no lo hacemos nosotros. Aun así, parece lógico que algo de lo que hemos hecho con Dios y para Dios nos acompañe de algún modo para siempre. Pero solo Dios sabe cómo.

El autorPaul O´Callaghan

Profesor Ordinario de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma

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Dialogar: una necesidad, una ocasión

13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

Dialogar con los otros es una necesidad humana, una condición del ser de las personas. Las humaniza y las enriquece; y les permite desarrollar acciones en común. En ese sentido es necesario para la convivencia en sociedad, pues no hay otro modo de articular proyectos comunes y de sumar las aportaciones de todos. Si hay heridas o recelos podrá resultar difícil, pero abrirá el paso a una reconciliación. Como parece obvio, presupone el reconocimiento de una dignidad común a todos, por encima de diferencias de cualquier tipo, y la fidelidad de cada uno a sus propias convicciones personales. Ésta enriquece a todos, más que impedirles escuchar o colaborar.

Hay momentos en que las actitudes de diálogo y respeto se descubren como deseables y beneficiosas. Es el caso de algunas situaciones actuales, en esferas dispares. En el ámbito religioso, acabamos de celebrar la semana anual de oración por la unidad de los cristianos, con muestras de comprensión y afecto que, sin ocultar las diferencias, muestran un real acercamiento de los creyentes en Cristo, todo ello en la perspectiva del quinto aniversario de la reforma luterana el año próximo. En la relación entre las diversas religiones, hay que destacar la cálida acogida al Santo Padre en la sinagoga de Roma, en medio del alentador contexto creado por los documentos publicados de manera casi simultánea en diciembre por la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones con el Judaísmo y por un elevado número de rabinos, incluyendo un novedoso planteamiento de las consideración mutua. También en las relaciones con los musulmanes son claros los beneficios del diálogo y la necesidad de fomentar la reconciliación. El mismo principio debería acompañar el esfuerzo, necesario, de integración en Europa de emigrantes y refugiados.

Volviendo la mirada a otro contexto, la actual situación política española reclama igualmente, según la interpretación unánime, una nueva disposición de diálogo. El Compendio de Doctrina Social recuerda que la promoción del diálogo debe inspirar la acción política de los cristianos laicos (n. 565). Es necesario que se encuentren los modos de favorecerlo en los diversos niveles en que se plantean los problemas, muchos de ellos graves y en situación aparente de bloqueo: políticos, laborales, económicos, territoriales, ideológicos… Pero la sociedad también necesita que el diálogo no se reduzca a un elemento táctico, a un recurso a corto plazo para encontrar fórmulas que sólo resuelvan dificultades coyunturales. Ha de traducirse en una nueva disponibilidad para servir a proyectos comunes de convivencia. Podría ser una ocasión para fortalecer la democracia y renovar la cultura política.

El autorOmnes

La voz de la paz y el calor de la misericordia

El Papa llama a la paz, la misericordia y la unidad, destacando la acogida a migrantes, el diálogo interreligioso y el valor del trabajo.

13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Con el año que se estrena llega el balance de lo vivido y la apertura a lo que está por venir. La Navidad ofrece el marco que permite leer el paso del tiempo con la luz inextinguible que trae el Salvador. Las enseñanzas de Francisco en el último mes se ocupan de este marco, arrojan luz sobre lo pasado y proyectan esperanza sobre el futuro. Con ellas desea el Papa hacer resonar la voz de la paz y avivar el calor de la misericordia.

Atendiendo al marco litúrgico, las meditaciones del Ángelus y las Homilías de las grandes celebraciones navideñas nos han dejado orientaciones sobre la paz que el Padre desea sembrar en el mundo, no sólo para que la cultivemos, sino para que la conquistemos.

Los pastores y los Magos nos enseñan que debemos levantar la mirada hacia el cielo, es decir, tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, para conducirnos con esperanza en este mundo. La Palabra de Dios que proclama la llegada de la plenitud de los tiempos con la encarnación del Hijo de Dios parece contradecir lo que percibimos a nuestro alrededor. “¿Cómo puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar sus vidas con tal de que se respeten sus derechos fundamentales? Un río de miseria, alimentado por el pecado, parece contradecir la plenitud de los tiempos realizada por Cristo. Sin embargo, este río en crecida nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo”. En este océano nos sumergimos de la mano de la Virgen María, Madre de misericordia: “Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús”.

Un balance del último año encontramos en el discurso dirigido al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Ahí el Papa ha afirmado que “la misericordia ha sido el ‘hilo conductor’ que ha guiado mis viajes apostólicos durante el año pasado”, y ha llamado la atención sobre la grave emergencia migratoria que vivimos en nuestros días. “El fenómeno migratorio plantea un importante desafío cultural que no se puede dejar sin responder”. De cara al futuro, el principal reto que nos espera es vencer la indiferencia para construir juntos la paz. Francisco ha vuelto a hablar del drama de los desempleados al dirigirse al Movimiento cristiano de trabajadores. A ellos les ha recordado que el trabajo es una vocación a la que podemos responder bien si cuidamos la educación, el compartir y el testimonio.

Al visitar por primera vez la Sinagoga de Roma, el Papa ha hecho memoria de la visita de sus predecesores, ha evocado la aportación del documento conciliar Nostra Aetate y se ha felicitado por los importantes avances en la reflexión teológica y práctica que llevan a cabo católicos y judíos. El mundo de hoy nos plantea retos, como el de una ecología integral, que deberíamos afrontar juntos. A la Delegación de la comunidad luterana de Finlandia, Francisco ha pedido seguir avanzando en el diálogo a favor de una mayor unidad, a pesar de las diferencias todavía existentes, reconociendo que nos une el compromiso por dar testimonio de Jesucristo.

De un futuro marcado por la misericordia habla el Papa en la nueva serie de catequesis de las Audiencias de los miércoles, así como en los encuentros propios del Jubileo, con emigrantes, rectores de santuarios o personal de la seguridad pública del Vaticano. Al futuro también se ha referido, cuando se ha dirigido a los padres que presentaban sus hijos para ser bautizados, recordándoles que la mejor herencia que les pueden dejar es la fe. Futuro, en fin, estamos llamados a construir en la Semana de Oración por la unidad de los cristianos pidiendo que “todos los discípulos de Cristo encontremos el modo de colaborar juntos para llevar la misericordia del Padre a cada rincón de la tierra”.

 

El autorRamiro Pellitero

Licenciado en Medicina y cirugía por la Universidad de Santiago de Compostela. Profesor de Eclesiología y de Teología pastoral en el departamento de Teología sistemática de la Universidad de Navarra.

España

El número de peregrinos a Santiago aumentó un 10% en 2015

A pesar de que 2015 no fue Año jubilar compostelano, el Camino de Santiago experimentó un aumento de peregrinos de más del diez por ciento.

Diego Pacheco·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: < 1 minuto

Un total de 262.515 personas peregrinaron el año pasado a Santiago de Compostela, lo que supone 24.532 personas más que en 2014 (un 10,31 % de incremento), ha confirmado recientemente la Xunta de Galicia en base a los datos facilitados por la Oficina del peregrino.

Según esta oficina, que depende de la archidiócesis compostelana –y que entrega la famosa “compostelana” que acredita a quienes han recorrido al menos cien kilómetros a pie o doscientos en bicicleta o a caballo a lo largo del camino–, más de la mitad de los peregrinos que hicieron el Camino de Santiago en 2015 eran extranjeros, concretamente el 53,38 %, un total de 140.138 peregrinos. Los de nacionalidad española fueron un total de 122.377, el 46,62 % restante.

Tras los españoles, siguen los italianos, alemanes, estadounidenses, portugueses, franceses, británicos, irlandeses, canadienses, coreanos y brasileños.

El conjunto de peregrinos provenían de un total de 178 países, 39 más que en 2014, lo que demuestra el tirón del Camino para atraer visitantes de todo el mundo. El denominado Camino Francés fue el que mayor número de peregrinos atrajo: más de 379.000 viajeros.

A tenor de estas cifras y de este importante incremento de peregrinos, parece claro, como han subrayado también fuentes civiles y eclesiales, que el Camino de Santiago sigue estando en auge.

El autorDiego Pacheco

España

El Constitucional avala el concierto para la educación diferenciada

Un reciente fallo del Tribunal Constitucional recuerda que elegir una educación diferenciada por sexos no puede implicar desventajas al suscribir conciertos.

Enrique Carlier·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

El Tribunal Constitucional (TC) ha rechazado por medio de varias sentencias el recurso que había interpuesto, a instancias del gobierno andaluz, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) contra los Presupuestos Generales del Estado de 2013, que incluían una partida de fondos públicos para los diez centros de educación diferenciada de esa Comunidad Autónoma.

La sentencia del Alto Tribunal no ha resuelto todavía el fondo de la cuestión –ni ha entrado siquiera en ella–, lo que sería pronunciarse de una vez sobre si es inconstitucional o no establecer conciertos con los colegios que adoptan el modelo educativo diferenciado de no mezclar en sus aulas a niños de ambos sexos. El TC simplemente ha dictaminado que, a tenor de la legislación vigente –lo que señala la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) en su artículo 84.3– “en ningún caso la elección de la educación diferenciada por sexos podrá implicar para las familias, alumnos y centros correspondientes un trato menos favorable, ni una desventaja a la hora de suscribir conciertos con las administraciones educativas”.

La LOMCE está siendo, por tanto, aliada de esos diez colegios frente a la intención manifiesta de la Junta de Adalucía –un tanto obsesiva y exagerada para sólo diez colegios, diría– de no concertar ningún centro de enseñanza diferenciada. Porque, aunque en 2012 el TS había permitido que el gobierno andaluz no renovara el concierto a los doce centros de ese modelo educativo que existían entonces en la región, la aprobación de la LOMCE –y concretamente de la disposición 84.3 de la denominada Ley Wert– modificó sustancialmente la situación legal. El gobierno de España, teniendo en cuenta entonces ese precepto, fijó en los Presupuestos Generales del Estado las partidas correspondientes a esos colegios de enseñanza diferenciada, incluidas en el módulo económico de distribución de fondos públicos para el sostenimiento de centros educativos concertados.

La Junta de Andalucía reaccionó entonces instando al TSJA a presentar una cuestión de inconstitucionalidad ante el TC, cuyo pronunciamiento es el que ahora hemos conocido.

El fallo no entra valorar si es constitucional o no; simplemente establece que en el momento en el que el TSJA presentó la cuestión, ya estaba en vigor la LOMCE, que prohíbe discriminar a los centros de este tipo de enseñanza.

A la luz de este fallo, el TSJA deberá resolver los recursos de sindicatos, padres y centros contra la orden de 2013 de la Junta que denegaba el concierto a los diez centros. Mientras se resolvía el recurso, el TSJA ha otorgado en estos años diversas medidas cautelares a esos colegios para que pudieran mantener el concierto. La Junta de Andalucía, sin embargo, recurrió estas medidas cautelares ante el Supremo, que de nuevo dio la razón a los centros diferenciados con un fallo en el que estima que la financiación de este modelo pedagógico no es contraria a los principios de la UNESCO y viene amparada por la LOMCE.

Los colegios son Ángela Guerrero, Ribamar, Altair, Albaydar, Nuestra Señora de Lourdes, Elcható y Molino Azul (los siete de Sevilla); y Zalima, Torrealba y Yucatal (en Córdoba).

El autorEnrique Carlier

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FirmasÁlvaro Sánchez León

Segregadores anónimos

La reciente sentencia del Tribunal Constitucional avalando el concierto económico para centros de educación diferenciada en Andalucía desmiente que sean socialmente nocivos.

13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

—¡Bienvenidos a Segregadores Anónimos! Juan, cuéntenos su historia. Desnude sus traumas en esta percha.

—Muchas gracias. Hola. Me llamo Juan y he estudiado en un colegio de educación diferenciada. Lo siento.

Somos siete hermanos y todos hemos heredado ropa y hemos comido empanadillas congeladas. La Coca-Cola era símbolo de las fiestas. El pan duro de hoy era el pan rallado de mañana. Y en nuestros cumpleaños había globos, palomitas de maíz y patatas. Nunca fuimos de happy meal.

Tres hermanas. Tres hermanos. Encargos. Friegaplatos. Escobas. Imaginación. Una casa modesta, pero muy casa. Sudada con la ilusión de dos frentes.

Siete colegios públicos hubieran aflojado el nudo de la corbata. Pero mis padres decidieron complicarse la vida porque les daba la gana. Yo iba a un colegio sólo de chicos. Todos uniformados. Con corbata. Mis hermanas iban a un colegio sólo de chicas. Todas uniformadas. Con faldas de cuadros. Iban al colegio vecino, al que guiñábamos el ojo cuando hacíamos campo a través.

Ningún recuerdo de aquel colegio es de diván, de pastilla, de terapia grupal. De verdad. Diría más, y ustedes perdonarán mi osadía. Recuerdo con mucho cariño aquellos años estupendos. No sentí que me estuvieran convirtiendo en un maltratador de mujeres encubierto, ni en marciano, ni en un segregador compulsivo, ni en una tensión sexual no resuelta, ni en un martillo de herejes, ni un generador de fobias, ni en una provocación.

Nunca jamás en la vida, lo prometo por el régimen, me sentí un niño entrenado para ser antisocial, machista, clasista, católico radical, intolerante, violador, pepero a ciegas, engominado mental… Se ríen ustedes por lo bajini. Lo entiendo. Pero aquí, en confianza, sin señoritas Rottenmeier que vigilen con webcam el pensamiento único, me siento como libre… En el colegio aprendí cosas, y en casa las mamé todas. En los dos sitios aprendí a respetar a las personas. Estaba en el ambiente.

Mi trauma, digamos, es más bien un cabreo controlado. La Junta de Andalucía está empeñada en convertirme en presunto o futuro maltratador de mujeres, hombres, o viceversa. En un peligro. En culpable. Y otras Juntas que no son de Andalucía, porque es nueva política convertir en segregadores sociales a los que creen que otros modelos educativos son mejores. Y los pagan.

A mí me ofende esa inquina. Porque es una mentira de diseño así de grande: como el Palacio de San Telmo.

Segregadores de bilis: pueden dejar de señalarme con el puntero láser. Venga. Gracias.

El autorÁlvaro Sánchez León

Periodista

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Cine

El puente de los espías

La película 'El puente de los espías' es una cinta visualmente majestuosa, en donde la fotografía y los planos están muy bien pensados y ejecutados, al mejor estilo Spielberg. Además, constituye un gran tratado sobre el desarrollo de los personajes.

Jairo Velásquez·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 2 minutos

La película

Dirección: Steven Spielberg
Guión: Matt Charman, Ethan Coen
País: EE.UU.
Año: 2015
Reparto: Tom Hanks (James Donovan) Mark Rylance (Rudolf Abel), Amy Ryan (Mary Donovan), Alan Alda (Thomas Watters)

Steven Spielberg sigue siendo un maestro en el arte de hacer cine. Y su pasión por el cine histórico nos ofrece una nueva gran película. Bridge of Spies no resulta vertiginosa, como Saving Private Ryan o Munich, ni excesivamente política, como Amistad o Lincoln. Es una historia humana, donde la ambición por la justicia y por hacer lo correcto es la guía sobre la que se construye la narración.

El cambio de ambientación que se opera de Nueva York a Berlín es realmente genial. De un momento a otro la cinta pasa de ser un thriller de abogados americanos a una inquietante aventura de espías, en donde el personaje de James Donovan, un abogado de seguros brillantemente personificado por Tom Hanks, se sitúa en el centro de la acción y se convierte, sin pretenderlo, en el héroe de la historia.

Es una cinta visualmente majestuosa, en donde la fotografía y los planos están muy bien pensados y ejecutados, al mejor estilo Spielberg. Además, constituye un gran tratado sobre el desarrollo de los personajes. Resulta interesante también advertir la manera en la que el director logra entrelazar las historias de los sujetos y familias que se ven envueltos en la trama.

Puente de Espías se centra en la historia con fundamento en la realidad, aunque lógicamente un tanto versionada, del intercambio llevado a cabo en plena Guerra Fría entre un espía soviético capturado en Estados Unidos y un piloto militar norteamericano derribado en territorio ruso.

El director comienza la narración mucho antes de que se plantee el intercambio. Lo hace durante el proceso legal del supuesto espía de la Unión Soviética en una corte judicial de Nueva York. Es aquí donde se establecen las cualidades morales del personaje de Hanks y donde se plantean las primeras consecuencias humanas de lo que este abogado consideraba que en justicia debe hacer.

Una vez que la historia cambia de continente y llega a Europa, la narración se hace apasionante. El decorado se convierte en un protagonista más, mientras la acción se acelera y logra mantener en suspense al espectador, porque no se acaba de tener la certeza hasta el último momento de que las cosas vayan a salir bien.

Con esta cinta Spielberg relata momentos históricos. Aborda de lleno los argumentos presentes en la primera parte de la Guerra Fría. La tensión nuclear, el trabajo de los espías y las posiciones políticas claramente establecidas en cada uno de los bloques.

Puente de Espías es una película, en definitiva, en la que director y actor están en su mejor momento artístico y que termina por resultar una de las mejores historias del año.

El autorJairo Velásquez

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España

Un decálogo para la promoción de la natalidad

Ante el sombrío panorama demográfico español, las autoridades no pueden permanecer por más tiempo impasibles: han de promover la natalidad.

Roberto Esteban Duque·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El profesor Contreras Peláez, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, mantiene que sólo en los años 1918 y 1939, por cuestiones de “gripe española” y las bajas de nuestra contienda civil, España perdió población. Algo que volvió a suceder en 2012 y 2013, período en el que disminuyó en 2,6 millones de habitantes, no ya por asuntos coyunturales como entonces, sino como algo estructural y permanente. Y Alejandro Macarrón, sobre la natalidad, añade que una fertilidad de 1,26 hijos por mujer en el año 2013 nos sitúa en un 40 % por debajo del “índice de reposición”, (2,1). Por otra parte, las españolas no tienen su primer hijo hasta los 31,8 años y la edad media de los españoles es hoy bastante elevada: 41,8 años.

El descenso del nivel de la población proseguirá durante el próximo decenio. Así se desprende incluso del informe de Naciones Unidas “Perspectivas de la Población Mundial 2015”, donde se advierte de los efectos negativos de semejante transformación demográfica para el crecimiento económico. Existe una fuerte retroalimentación entre crisis económica y crisis demográfica: cuanto peor vaya la economía, menos estímulos para la maternidad; y cuanto más eclipsada se encuentre la maternidad, peor irá la economía.

Pero también es necesario constatar la correlación entre estabilidad familiar y natalidad. Y a la inversa, entre crisis de la familia e invierno demográfico. El matrimonio es el ecosistema ideal para la procreación y educación de los hijos. En Estados Unidos los investigadores chino-americanos J. Zhang y X. Song demostraron que las parejas casadas tienen una tasa de fertilidad cuatro veces más alta que las parejas de hecho. El compromiso y la estabilidad característicos del matrimonio influyen en su conducta reproductiva, casi ausente en la volatilidad amorosa de una pareja de hecho, que hace mucho más inverosímil la inversión en “bienes duraderos” como los hijos. Una sociedad con pocos matrimonios estables será una sociedad con pocos niños.

Resulta frecuente escuchar que la baja natalidad y el aumento de los nacimientos extramatrimoniales, la devaluación del matrimonio y las altas cuotas de divorcio son meras tendencias sociales que el Estado sólo puede confirmar. Sin embargo, el Derecho no es neutral. El legislador no puede permanecer impasible, ni tampoco contribuir, a la degradación progresiva de la familia, sino incentivar el matrimonio y evitar en la medida de lo posible las rupturas, sobre todo porque en España parece como si se considerara un capricho privado el tener hijos. Las medidas económicas para estimular la natalidad pasarán, en primer lugar, por premiar –a través de ventajas fiscales, salariales o de pensiones– la fecundidad, por su aportación al futuro de España.

Es insuficiente creer que una intensificación de los flujos de inmigración constituya la solución al drama de la pirámide demográfica invertida.

Por otro lado, hay que llamar con apremio a la responsabilidad individual: no podemos esperar que el Estado resuelva nuestras necesidades básicas.

Sugiero un decálogo para fortalecer el matrimonio y la familia, de manera que siente las bases de una correcta promoción de la natalidad en España:

1. Una nueva regulación del aborto, próxima a la ley polaca, cuya implantación en 1993 trajo consigo la disminución de los abortos desde más de 100.000 a principios de los años 80 a menos de 1.000 a mediados de los 90. El Tribunal Constitucional ha ratificado en una reciente sentencia que el concebido es un miembro más de la familia. El mundo es extraño para Dios si no somos receptivos al don y la transmisión de la vida.

2. Derogación de la ley del “divorcio-exprés” en orden a crear un consenso de ambos cónyuges y ofrecer un tiempo suficiente de reflexión sobre la valoración del impacto negativo del divorcio sobre los hijos.

3. Creación de una red pública de Centros de Orientación Familiar, cuya motivación fundamental será promocionar la familia en lugar de disolverla.

4. Oferta de una asignatura de preparación a la vida familiar en la enseñanza media, capaz de concienciar sobre la importancia social de la familia y la natalidad, así como de contrarrestar los efectos nocivos de una ideología de género muy difundida.

5. Creación de un Ministerio de la Familia que visibilice de modo institucional el compromiso estatal en la potenciación de la familia. Existen ministerios de este tipo en numerosos países europeos.

6. Implantación de coeficientes correctores en el cómputo de la pensión contributiva según el principio “a más hijos, más pensión”, un principio de justicia por cuanto los padres proporcionan a la sociedad los futuros cotizantes.

7. Pago por parte del Estado, durante un tiempo a determinar, de la cotización de la Seguridad Social por cada hijo que se tenga, para las mujeres que dejen de trabajar tras ser madres.

8. Deducción fiscal del coste de los cuidadores familiares, guarderías y otros gastos asociados a los hijos, así como la asunción por parte de las empresas de horarios flexibles conforme a las necesidades de los trabajadores con niños.

9. Incremento de las desgravaciones en el IRPF por hijos menores de edad y reducción del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales para las familias con hijos menores de edad y del Impuesto de Bienes Inmuebles para las familias con hijos.

10. Elaboración de un plan integral de apoyo a la conciliación de la vida laboral y familiar, así como un plan integral de ayuda a la maternidad que incluya ayuda económica y asistencial para las mujeres embarazadas en apuros.

El autorRoberto Esteban Duque

España

Demografía en España: un problema real y grave que requiere medidas urgentes

La alarma por el declive de la población en España ha saltado a los medios tras la publicación de los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Sobre este problema hablamos con el experto demógrafo canadiense Alban D’Entremont.

Rafael Hernández Urigüen·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 6 minutos

Por vez primera desde 1999 se registran en España más muertes que nacimientos. Según el INE, en el primer trimestre de 2015 hubo 206.656 alumbramientos y 225.924 fallecimientos, lo que arroja un saldo negativo de 19.268 personas menos.

En el País Vasco la crisis demográfica resulta aún más grave, ya que las cifras hablan de sólo 8,8 hijos por cada 1.000 habitantes, frente a los 9,1 de la media nacional y los 10 de la Unión Europea. En Euskadi han aumentado notablemente las personas mayores de 65 años (son actualmente 458.396), mientras los menores de 20 años sólo suman 202.082. Además, según el INE, los vascos entre 30 y 40 años, que ahora son 372.000, apenas llegarán a 207.000 en 2023.

Sin embargo, esta preocupante anemia demográfica apenas ha sido objeto de atención en el debate político estatal o vasco, con sólo tibias o nulas propuestas a favor de la familia y la natalidad en los programas electorales. Aunque sí conviene reseñar los llamamientos de los últimos arartekos (Defensores del Pueblo vasco) en sede parlamentaria. El primero en advertir sobre la gravedad del problema fue el socialista Íñigo Lamarca, quien ya planteó en 2008 la necesidad de adecuar las políticas de ayuda a las familias teniendo en cuenta las ya implantadas en el resto de Europa, por ejemplo en Finlandia y en otros países. El País Vasco invierte en políticas familiares un tercio menos que el conjunto de la UE. El actual ararteko, Manu Lezertua (propuesto por el PNV), completó a mediados de diciembre las propuestas de Lamarca acentuando la necesidad de fomentar políticas que favorezcan una conciliación familiar efectiva y pidiendo que la inversión económica a favor de las familias crezca hasta el 2 % del Producto Interior Bruto.

El escritor Pedro Ugarte, por su parte, ha denunciado recientemente el miedo de los partidos a plantear decididamente políticas familiares que favorezcan la natalidad, al estar condicionadas por grupos de presión ecologistas, feministas radicales y animalistas. Así las cosas, los partidos, según Ugarte, “no sienten ninguna inquietud ante este desastre demográfico”. No se sienten concernidos por el problema. Ugarte alude también al pragmatismo y a la sostenibilidad del estado de bienestar que debería al menos hacer reaccionar a los políticos.

El plan del gobierno vasco para fomentar la natalidad se desarrollará a partir de este año, señaló el Consejero de Empleo, Ángel Toña. A lo largo de estos primeros meses se estudiarán fórmulas eficaces. El anterior plan 2011-2014 invirtió 233,4 millones de euros en ayudas por nacimiento y adopción, y en favorecer la conciliación familiar. Pero a pesar de este esfuerzo las mujeres vascas no tienen su primer hijo hasta los 32,4 años de media, más tarde que en la década de los noventa (a los 30 años) y que en 1975 (a los 28,6). El retraso en la maternidad  ha supuesto una constante tanto en años de bonanza económica como de crisis.

Para Ángel Toña la clave que puede abrir un nuevo ciclo demográfico son las políticas de conciliación, además de aumentar las ayudas económicas. Y se exige sobre todo un cambio de mentalidad y de cultura que supere las constantes antinatalistas impuestas desde las ideologías.

Sin duda, tanto en el ámbito vasco como en el estatal los responsables públicos tendrán que plantearse nuevas y decididas políticas a favor de la natalidad. Sobre estas cuestiones hemos consultado la opinión del experto demógrafo canadiense Alban D ’Entremont.

¿Cuál es la evolución de los principales indicadores demográficos en el País Vasco?

—Todos los indicadores demográficos –natalidad, fecundidad, mortalidad, crecimiento, nupcialidad, distribución por edad y sexo– reflejan una situación altamente atípica y alarmante.

Los datos en el País Vasco corren parejos con los de otras comunidades autónomas españolas, con el agravante de que aquí, sin excepción, los índices revelan una situación aún más crítica. Según el INE, el País Vasco pierde población –unas 2.800 personas en el último trimestre del año pasado– y los índices de natalidad (8,9 por mil) no sólo son inferiores a los de España en su conjunto (9,2 por mil), sino también a los índices de mortalidad en Euskadi (9,3 por mil). La mortalidad está aumentando por el envejecimiento de la población vasca (casi un 20 % es mayor de 65 años). Esto da un crecimiento vegetativo o natural negativo, a lo que se añade la población que sale al extranjero.

Las mujeres vascas tienen una media de 1,4 hijos, por debajo de la media española y muy lejos de los 2,1 hijos necesarios para renovar las generaciones. Y la nupcialidad también se encuentra en niveles muy bajos (3,4 por mil) y cada vez más retrasada: a los 34 años en 2015.

¿Cuáles son las causas del declive demográfico?

—Al margen de los procesos estrictamente demográficos, hay otras causas de fondo, de índole social, cultural y religiosa que explican esta situación. Tal vez sean las causas más importantes del hundimiento de la natalidad en España y en los países del entorno. Encuentran sus raíces en cuestiones éticas y psicológicas: el grave deterioro de estos valores ha generado la aparición y generalización de contravalores relacionados con la procreación humana, lo que conlleva la aprobación social y la sanción legal para estructuras alternativas a las familiares tradicionales, y la generación de una mentalidad antinatalista.

Esto, unido a las nuevas tendencias que apuntan hacia la manipulación genética, la eutanasia y la ampliación del aborto, viene a dibujar un panorama de desintegración personal y colectiva muy preocupante.

¿Era previsible este vuelco demográfico? ¿Estaban advertidos los responsables políticos?

—Sí. Aunque la demografía es una ciencia social, que analiza comportamientos de personas libres, se basa en el análisis estadístico. Y las proyecciones sobre población, cuanto más atrás en el tiempo señalan una determinada tendencia, mayor probabilidad hay de que ese sesgo siga en el futuro a corto y medio plazo. Hace cuarenta años ya se estaba produciendo en España la quiebra de la fecundidad: desde hace una generación no se alcanzan los 2 hijos por mujer. También había claros indicios de envejeciendo de la población, se preveía una disminución de la población y un aumento de la mortalidad. El único factor que no se pudo tener en cuenta es la inmigración, cuyos efectos se sintieron hace diez años, pero no han sido duraderos.

El proceso, en sí, no ha sido una sorpresa. La sorpresa ha sido la rapidez y la dimensión de los cambios demográficos, de mentalidad y de comportamiento. Pero las autoridades políticas estaban más que sobradamente advertidas acerca de esta profunda crisis demográfica, pero por razones de conveniencia política no están actuando con convicción y determinación: la izquierda, por su propia ideología y adherencias a ideas supuestamente progresistas a favor del divorcio, el aborto, la eutanasia y lo demás; y la derecha, por un cierto complejo. En ambos casos, se trata de una grave irresponsabilidad.

¿Por qué algunos consideran de derechas las políticas natalistas?

—Esta percepción se da en España, pero no en los países de nuestro entorno. La famosa “política del tercer hijo”, que ha dado buenos resultados en Francia, fue impulsada por un gobierno socialista: el de Mitterrand. Y los países nórdicos promueven políticas pronatalistas y de protección a la maternidad muy ambiciosas y sin complejos. Se trata también de gobiernos socialdemócratas. Está claro que promover la natalidad y la familia no es algo de derechas o de izquierdas. Pero en España se suele considerar de derechas porque también defienden la vida y el matrimonio, y suelen provenir de sectores que muchas veces se identifican con creencias católicas.

¿Y por qué los partidos políticos conservadores no han desarrollado políticas de incremento de la natalidad? ¿El alto número de abortos es un factor relevante en el descenso de la natalidad?

—Por la razón anteriormente referida de ser tildados de “derechas” o próximos a la Iglesia. Y esto en la percepción de esos partidos se traduciría en pérdida de votos. Nos hallamos ante el viejo dilema de elegir entre el bien a corto plazo y a largo plazo. Aunque mi opinión es que un partido que defienda la familia y el bien que suponen los hijos, y lo explique adecuadamente, ganará votos. El partido que ha estado en el poder estos años ha tenido la pretensión –en temas como el aborto, por ejemplo– de “contemporizar” con la opinión pública para no espantar a algunos y agradar a otros. El resultado ha sido que no ha agradado a muchos y, en cambio, ha espantado a no pocos.

En cuanto al número de abortos en España (94.796 en 2014), no ha sido el factor decisivo en el descenso de la natalidad, aunque sí tiene su relevancia, pues toda pérdida de natalidad viene a sumarse al gran déficit de fecundidad actual.

¿Qué medidas concretas se deberían adoptar y cómo habrían de presentarse ante la opinión pública?

—Hay que implementar políticas coherentes, generosas y eficaces a largo plazo. Y no me refiero sólo al área concreta de la reproducción o la formación de familias, sino a políticas comprensivas y contundentes en áreas como empleo, vivienda, salud y educación, que permitirían que los jóvenes pudieran casarse y tener hijos sin tener que realizar los enormes sacrificios actuales.

Hoy día esto es tremendamente difícil, por cuanto que las ayudas destinadas a tales fines son en extremo exiguas e insuficientes a todos los efectos –entre las más bajas en la Unión Europea– y ningún partido político ha asumido afrontar con seriedad este asunto, con consecuencias desastrosas como la posible quiebra de la Seguridad Social.

Al gobierno español le recomendaría que colocara la crisis demográfica al mismo nivel que la crisis económica, llevara a cabo un programa de concienciación ciudadana y destinara una dotación sustancialmente superior a la actual al fomento de la natalidad y de la familia. Hasta ahora las políticas se han enfocado sobre todo en la cúspide de la pirámide (ancianos y pensionistas); esto ha sido un error: hay que mirar a la base (niños y jóvenes), que es de dónde va a venir la solución.

El autorRafael Hernández Urigüen

Vocaciones

Myriam Yeshua: “Todos decidimos quedarnos”

La hermana Myriam Yeshua nació en San Juan (Argentina) en 1983 y es religiosa de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, la rama femenina del Instituto del Verbo Encarnado. Durante cuatro años ha vivido en Siria sirviendo a universitarias cristianas entre las dificultades de la guerra.

Miguel Pérez Pichel·13 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

Es una casa sencilla en el madrileño barrio de Carabanchel. La hermana Myriam Yeshua me da la bienvenida y, tras cruzar un pequeño jardín, me invita al interior de la casa de su congregación, donde vive desde hace casi un año. Me siento en una butaca de la sala de estar. Ella se sienta frente a mí a la espera de que comience la entrevista. Saco la grabadora y le pido permiso para grabar la conversación. “Es sólo para que no se me escape nada al transcribirla”. Sonríe y me da su autorización. Myriam Yeshua (nombre que adoptó al hacer los votos) ha vivido cuatro años y medio en Siria. Allí ha sido testigo del sufrimiento del pueblo sirio en Alepo, una de las ciudades más duramente golpeadas por la guerra.

“Tengo nueve hermanos y las cuatro más pequeñas somos religiosas”, señala cuando le pregunto por su vocación. Myriam Yeshua quiso entrar en el “aspirantado” cuando tenía 11 años. Entonces tenía dos hermanas religiosas. “A mi padre le parecía que era muy chica y me dijo que primero terminara el bachillerato y que, si realmente el llamado era de Dios, entrara en el convento después. Pero justo llegué a esa edad tan difícil de la adolescencia, empecé a conocer gente, a tener amistades…, y la idea se me fue”. Cuando terminó el bachillerato empezó a estudiar Historia. “Entonces mi hermana, la que es justo mayor que yo, me dijo que también se iba al convento. Para mí fue un impacto tremendo”. Explica que a partir de ese momento comenzó a replantearse lo que había sentido de pequeña. Como es lógico fue una decisión difícil, “pero así con todo me animé a darle ese sí a Dios”.

Tras el noviciado y los años de formación la destinaron a Egipto. Vivió dos años en Alejandría donde estudió árabe. Luego “el obispo de rito latino de Alepo nos pidió que fuéramos a fundar a Siria”. Así, en el año 2008, con 24 años, se trasladó a Alepo junto con otras dos hermanas egipcias. Allí comenzaron su apostolado. Las tres religiosas se hicieron cargo de la catedral y de una residencia de universitarias “algunas de las cuales tenían mi edad”. Las chicas eran todas cristianas (la mayoría ortodoxas), pues la idea del obispo era empezar a hacer la caridad primero por “casa”.  “El apostolado con ellas era bellísimo. Hacíamos excursiones, las invitábamos a misa dominical y, aunque eran ortodoxas, muchas de ellas acudían; todas las noches quien quería rezaba el rosario con nosotras, conversábamos con ellas… Había que ayudarles en esos primeros años difíciles lejos de sus familias”.

En 2011 comenzó la guerra. Yeshua nunca pensó que algo así pudiera ocurrir en Siria. “Siria era un país muy tranquilo. Los musulmanes respetaban mucho a los cristianos. Había un respeto que muchas veces no encuentro en Europa”, asegura. Cuando la violencia empezó a generalizarse, los superiores de la orden les preguntaron si querían permanecer en el lugar: “Todos decidimos quedarnos”.

En medio de esas dificultades, las religiosas trataban de seguir con el apostolado. “Antes de comenzar la guerra lo normal es que a misa diaria fueran dos personas, a veces alguna más. Cinco como mucho. Pero cuando empezaron los enfrentamientos fue increíble cómo empezó a crecer el número de fieles que iba a misa diaria, a rezar el rosario, a la adoración al Santísimo…”. Cuenta la hermana Yeshua que la gente sufría muchísimo, “pero también vi una confianza en Dios impresionante”.

Yeshua lamenta la precariedad de la situación que se vive en Alepo: alimentos prácticamente inaccesibles, cortes en el suministro de electricidad, dificultades para conseguir gas… “Ahora que es invierno y no hay calefacción porque no hay gas, la gente hace fuego dentro de sus casas con lo que encuentran. En las plazas ya no hay árboles porque la gente los ha cortado para poder hacer fuego para calentarse o para cocinar. Incluso de los bancos de los parques han quedado sólo las estructuras de hierro, porque la gente también ha arrancado las tablas de madera para utilizarlas de leña”.

Pero lo que más llama la atención a Yeshua es cómo, a pesar de las dificultades, los jóvenes luchan por terminar sus carreras o por asistir a Misa, “a veces en situaciones muy difíciles, pues los bombardeos y los tiroteos son continuos. Muchas veces ponen su vida en peligro. No tienen miedo. Más bien al contrario. Porque saben que están en un riesgo permanente, y que en cualquier momento pueden llegar a morir, están continuamente preparados: van a misa a diaria, se confiesa con frecuencia, rezan el rosario…”.

El autorMiguel Pérez Pichel

Mundo

Musulmanes y cristianos. Cuando se arriesga la vida por salvar la de tu hermano

Hace algo más de un mes, un grupo de musulmanes kenianos salvó la vida de sus compatriotas cristianos. El ejemplo nos sirve para reflexionar sobre la relación entre musulmanes y cristianos.

Martyn Drakard·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 3 minutos

El lunes 21 de diciembre de 2015 era un día caluroso. El autobús que iba hacia Mandera, en el norte de Kenia, viajaban más personas de lo habitual, ya que de camino tuvo que recoger a los pasajeros de otro vehículo que se había estropeado en la misma ruta. En un momento dado, el conductor tuvo que reducir considerablemente la marcha del transporte debido al mal estado en que se encontraba la carretera (en realidad una vía de tierra). El trazado había sufrido numerosos desperfectos debido a las lluvias torrenciales sufridas en la región poco antes.

Mezclados

En ese momento el conductor vio a tres hombres armados que le daban el alto de pie en medio de la carretera. Pensó que serían algunos soldados del ejército, pero pronto se dio cuenta de su error. Los hombres abrieron fuego contra ellos y le hirieron en una pierna. Inmediatamente detuvo la marcha del autobús.

Al darse cuenta que estas personas seguramente eran miembros de Al-Shabaab (un grupo terrorista originario de Somalia vinculado a Estado Islámico, que lleva años realizando ataques terroristas en Kenia), el conductor y su acompañante alertaron a los pasajeros, entre los que viajaban numerosos cristianos. En un ataque el 28 de diciembre de 2014 en un sitio parecido habían matado a 28 personas, todos cristianos, que no fueron capaces de recitar de memoria textos del Corán como les pedían los terroristas para salvar la vida. Ahora se temían lo peor.

Inmediatamente los pasajeros empezaron a entremezclarse en el autobús para disimular la condición religiosa de cada uno. Las mujeres musulmanas dieron algunos de sus velos u otras prendas a las mujeres cristianas para que no se las pudiese reconocer fácilmente.

Los terroristas, ante la dificultad de distinguir entre los fieles de una religión y otra ordenaron que quienes fueran cristianos se bajaran del autobús. Pero ninguno de los pasajeros se levantó. Los cristianos y los musulmanes estaban juntos, mezclados, codo con codo. Los terroristas empezaron a ponerse nerviosos porque es habitual que estos autobuses lleven una escolta de policías. En este caso, el coche de policía había sufrido una avería y por eso se había retrasado. En cualquier caso, era evidente que la patrulla de la policía que escoltaba al vehículo no tardaría en llegar. Efectivamente, poco después del asalto se escuchó en la lejanía el ruido de un motor que se acercaba. Entonces los terroristas decidieron marcharse, no sin antes asesinar a un pobre hombre que, presa del miedo, había intentado huir solo.

Un acto de patriotismo

Al día siguiente el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, alabó el patriotismo de nuestros hermanos musulmanes que arriesgaron su propia vida para proteger la de otros kenianos. Sheikh Khalifa, el jefe de los imanes de Kenia, dijo que este valiente acto mostraba las verdaderas enseñanzas del islam: todos tenemos la obligación de cuidar a nuestro prójimo.

Esto nos recuerda lo que el Papa Francisco dijo el 26 de noviembre en una reunión interreligiosa en Nairobi: “Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia. Sé que está aún vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades. Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo. Que el Todopoderoso toque el corazón de los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a nuestras comunidades”.

En este caso en concreto nuestros hermanos musulmanes nos han dado una bonita lección. Que lo tengamos presente al recibir a refugiados o a otras personas desplazadas o en necesidad en este año de la misericordia.

El autorMartyn Drakard

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No es sólo cosa de curas

La teología nos afecta a todos los hombre por igual. No es algo que deba interesar sólo a los sacerdotes, sino que obliga también a los laicos. El estudio de la teología debe llevarnos a entregarnos al prójimo, a escuchar a quien está solo.

9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: < 1 minuto

El 7 de enero, en Santa Marta, el Papa Francisco ha dicho que “yo puedo sentir muchas cosas dentro, también cosas buenas, ideas buenas. Pero si estas ideas buenas, estos sentimientos, no me llevan a Dios que se ha hecho carne, no me llevan al prójimo, al hermano, no son de Dios”.

El único criterio para saber teología, para estudiar teología, es el criterio de la Encarnación. Si la estudio, no debo llegar sólo hasta el examen final, sino hasta mi prójimo. Parto de una lección, de un libro, pero si es teología debo llegar a escuchar a quien está solo, a preguntar a mi prójimo qué necesita. Debo aprender que el único libro que hay que leer es el rostro de un pobre, la piel de un hombre a quien hay que dar vestido, una boca a la que alimentar. No un hombre lejano al que hay que apoyar con dinero, sino uno del que me hago cercano y debo sostener con mi carne.

La teología no es sólo cosa de curas: es cosa de Dios y, por tanto, del hombre.

Un ejemplo de estos días es la experiencia de Proactiva Open Arms. Son socorristas de la Costa Brava –y no sólo de ella– que comenzaron paseando por la playa y han llegado, con la muerte en el corazón, a salvar prófugos. Sabían ser socorristas, y lo han hecho: socorristas para prófugos en aguas agitadas. Los primeros socorristas en llegar eran cuatro.

Las primeras “armas”, neopreno y chalecos. Ahora son muchos, gente de todo tipo. Tienen barcas con motor fueraborda. Y el dinero es el que han reunido. Les queda hasta marzo. No tienen ningún plan económico, pero las manos que han recogido del agua a 115.000 personas no tiene miedo de no saber recolectar dinero.

El autorMauro Leonardi

Sacerdote y escritor.

Mundo

La columna de la Inmaculada Concepción se vuelve a abrir paso en la plaza vieja de Praga

La capital de la República Checa repondrá en su lugar el monumento a la Inmaculada Concepción de la Plaza Vieja, donde se levantaba desde 1650 hasta su derrumbe por parte de incontrolados en 1918.

Omnes·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 4 minutos

Una laicidad mal entendida ha llevado a muchos países de tradición cristiana de Europa occidental a retirar símbolos religiosos de colegios, calles y hasta del nombre de sus fiestas, como es el caso del monumento a la Inmaculada Concepción en Praga, donde se levantaba desde 1650 hasta su derrumbe por parte de incontrolados en 1918; Mientras que en Europa oriental, salida hace veinticinco años de sus dictaduras comunistas, esos símbolos vuelven a los espacios públicos.

El pulmón oriental de Europa, como se refería san Juan Pablo II a los países que cayeron bajo la órbita soviética de Moscú, dirige ahora su mirada hacia los elementos de la cultura común judeocristiana.

En la República Checa, las restituciones de los bienes incautados a la Iglesia católica y otras confesiones religiosas durante el régimen comunista (1948-1989), han entrado también en su recta final.

La última ley de restitución, aprobada en 2012, resuelve así la deseada independencia económica de las diócesis y entes religiosos para que puedan dirigir sus asuntos sin interferencias, a diferencia de lo que venía sucediendo hasta ahora, con un sistema de financiación heredado del pasado totalitario.

Eso no quita que el Estado siga hoy dedicando muchos recursos a la conservación del patrimonio, que es en buena parte de carácter religioso y supone a las arcas públicas pingües ingresos del turismo.

Pero también se dan situaciones curiosas, como iniciativas ciudadanas que carecen de apoyo institucional de la Iglesia o del Estado, y se sostienen sólo a base de celo popular, tratando de devolver a su lugar original monumentos religiosos que fueron desplazados o destruidos por el odio sectario.

La idea es que, con la devolución de esos monumentos al sitio para el fueron concebidos, los espacios públicos recuperen el sabor original, atendiendo a criterios arquitectónicos, estéticos, históricos y culturales.

Columna de la Inmaculada

Entre estas iniciativas destaca el regreso de la columna de la Inmaculada Concepción a la Plaza Vieja de Praga, donde estaba desde 1650, es decir, desde poco después de la firma del Tratado de Westfalia que puso fin a la guerra de los Treinta Años.

Según Jan Royt, historiador del arte y pro-rector de la Universidad Carolina de Praga, la columna era símbolo de esa paz europea y, además, con ella la parte de la ciudad situada en el margen derecho del río quiso mostrar su agradecimiento a la Virgen por haber salido incólume de esa guerra.

La imagen, realizada por J.J. Bendl, fue en su momento la primera escultura barroca en piedra arenisca, y “abrió paso a un gran desarrollo del arte escultórico”, explica Jan Bradna, escultor académico y restaurador.

La estatua fue derrumbada el 3 de noviembre de 1918, a los pocos días de la proclamación de la República Checoslovaca. Desde entonces ha habido cuatro intentos para reponerla y el último, abanderado por la Sociedad para la Renovación de la Columna Mariana creada en 1990, tiene visos de alcanzar su objetivo. Si bien después de la revolución de terciopelo, que abrió la puerta a la democracia en Checoslovaquia, esto parecía un imposible, ha ido adquiriendo perfiles de realidad.

La cuenta atrás para el regreso de esa estatua a la memorable plaza, que forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO, no ha hecho sino comenzar. Y lo hace sin ninguna contribución estatal, ya que la Sociedad para Renovación de la Columna Mariana ha conseguido suficientes donativos.

Praga es específica

Con el retorno de las libertades en el país centroeuropeo ya han vuelto a su lugar columnas de la Inmaculada en ciudades importantes como Ostrava y Česke Budejovice, y en otras más pequeñas como Kyjov, Turnov, Sokolov y Chodov.

Praga es un caso específico, ya que el derribo de la columna por un grupo incontrolado en 1918 pasó a considerarse símbolo de la emancipación checoslovaca frente la monarquía de los Habsburgo, asociada íntimamente a la Iglesia católica.

Por ese motivo, la Iglesia romana no era bien vista por los artífices del nuevo Estado, con el político y filósofo T.G. Masaryk a la cabeza, y que fomentó la creación de una iglesia nacional checoslovaca de orientación protestante.

Ha pasado casi un siglo del dramático incidente y, tras muchas vicisitudes, todo parece indicar que una réplica exacta de la estatua volverá a dar equilibrio a la plaza.

En uno de sus extremos fue erigido en 1915 un conjunto arquitectónico en honor al reformador Jan Hus (1369-1415), muy devoto –por cierto– de la Virgen, y hay consenso entre los expertos en que falta el contrapunto original en el otro extremo.

“Prefiero expresar moderación, para evitar un contraataque, pero el día ‘D’ está a la vuelta de la esquina. No hay ningún factor político que pueda impedirlo y ahora es una cuestión administrativa que concierne a la Oficina de Construcción”, dijo a PALABRA Jan Wolf, consejero del ayuntamiento responsable de Cultura, Preservación del Patrimonio y Turismo.

Wolf se expresó así tras los resultados del último sondeo arqueológico, realizado en diciembre, que concluyó que el lugar es apto para soportar el peso del conjunto escultórico.

Con ello se salva el último escollo planteado por la Oficina del Patrimonio Histórico, y ahora el expediente pasa a la Oficina de Construcción del ayuntamiento del distrito 1 de la ciudad.

Si sus palabras se cumplen, la sombra de la columna coincidirá al mediodía –con un retraso de cinco minutos– con el meridiano de Praga: éste era, desde los días de su instalación en 1650, el sistema para medir el tiempo en Praga.

Razones

Además de razones arquitectónicas y estéticas, hay otras de más calado que pueden servir de recordatorio de la identidad de los pueblos.

“La columna de la Inmaculada es una referente moral del que nació Europa”, señaló Wolf, para quien el monumento remite a las raíces judeocristianas de una civilización.

La columna tiene a una mujer judía, María, en el centro de la escena, rodeada por una cohorte de ángeles que reflejan escenas del Apocalipsis, el último libro de la Biblia en la que Dios se revela al hombre y que constituye uno de los depósitos de la fe cristiana, junto a la Tradición apostólica.

Para Wolf, en los días de su construcción la columna reflejaba también “la unidad de Europa”, pues Praga era “una encrucijada internacional” con gentes venidas de muchos rincones para reconstruir un país devastado tras la guerra de los Treinta Años.

Desde una perspectiva más actual, el consejero praguense destacó que la columna sirve de contrapunto frente al mundo musulmán, en un contexto actual de violencia y terrorismo abanderado por el Estado Islámico. “Algo de lo que podemos sentirnos orgullosos”, concluye el político democristiano al referirse a ese modelo materno y acogedor que representa la Virgen.

Y añadió que puede servir como “una resistencia contra el ateísmo y algo que ayude a convertirse a lo bueno, en lo que Europa se basó”.

Esto no siempre ha sido entendido por los opositores al proyecto, que lo consideran, en palabras de Wolf, como “una confirmación de la supremacía católica, como otra muestra de mero orgullo”.

Este escollo parece superado recientemente tras un acuerdo entre el arzobispo de Praga, Dominik Duka, y los representantes husitas y evangélicos, en el marco del VI centenario de la muerte del reformador Jan Hus.

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Artículos

Avances en robótica: ¿una nueva versión de la torre de Babel?

Sistemas robóticos integrados en el sistema nervioso humano, mejoras extremas del cuerpo u ordenadores capaces de tomar decisiones autónomas… ¿no estará el hombre actual sucumbiendo a la tentación de una nueva Babel? ¿Son inhumanos esos adelantos tecnológicos, o forman parte del mandato divino de dominar la tierra? Una nueva ciencia, la tecnoética, responde hoy a esos interrogantes.

José María Galván·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 10 minutos

Si hasta ahora la tecnología se había mantenido en cierto modo como algo externo al hombre, en nuestros días ya no es así; la tenemos dentro de nosotros. Nano y biotecnologías, sistemas de robótica están integrados en el sistema nervioso por interfaz neuronal, se han introducido en los mecanismos más íntimos de la persona y están cambiando profundamente nuestra forma de vivir en el mundo y de estar con los demás y con nosotros mismos.

Incluso aunque la máquina permanezca externa a la persona, su desarrollo actual está siendo capaz de determinar la vida de los hombres más profundamente de cuanto lo había hecho antes: basta pensar en la presencia de máquinas semejantes a nosotros, sea por su aspecto (robótica humanoide), sea por su capacidad de tomar decisiones de forma autónoma, o bien por los cambios socioeconómicos que conllevará, por ejemplo, la introducción masiva de la impresión 3D (en tres dimensiones). Y la pregunta clave es: ¿todo esto es algo negativo, antihumano, o podemos vivir la era de la técnica en clave de esperanza?

En este entorno global cada vez más condicionado por las máquinas parece lógico que se planteen muchos y nuevos interrogantes de no fácil respuesta, y que se empiece a  hablar de “tecnoética” como vía para alcanzar una respuesta en clave de esperanza. De hecho, diversas instancias del mundo de la tecnología, de la cultura, de la política, están empujando cada vez más hacia un redescubrimiento de la dimensión ética de la tecnología.

Prototipo de pierna biónica implantada en el Instituto de ehabilitación de Chicago.

Nace una nueva ciencia

El término “tecnoética” nació hace mucho tiempo, en el mes de diciembre de 1974, durante el “International Symposium on Ethics in an Age of Pervasive Technology”, que tuvo lugar en el prestigioso Israel Institute of Technology (Technion) de Haifa. En ese encuentro Mario Bunge, filosofo argentino que enseñaba en la McGill University de Montreal (Canadá), utilizó por primera vez el término en una intervención titulada “Toward a Technoethics”, que fue posteriormente publicada en “The Monist” en 1977.

La palabra nació, por lo tanto, solo cuatro años después que la palabra “bioética”, pero no tuvo el mismo éxito; prácticamente desapareció del mapa cultural hasta que volvió a surgir al inicio del siglo XXI.

Quizás la culpa de ello la tuvo el mismo autor. En aquella conferencia Bunge hizo afirmaciones que en aquel tiempo suponían grandes avances, como declarar que el ingeniero o el tecnólogo tiene la obligación de afrontar en primera persona los interrogantes éticos que sus acciones comportan, sin pretender trasladarlos a los managers (gestores) o a los políticos. En aquel tiempo ve veía al ingeniero como una especie de “obrero especializado”, capaz de realizar lo que le pedía la empresa o la política, pero sin ser él quien decidía qué hacer o qué no hacer, o si era bueno hacerlo.

Pero la fórmula que Bunge encontró para dar ese valor ético al obrar técnico lo estropeó todo. Como pensador imbuido en la modernidad, con tendencias materialistas y buen conocedor de la técnica emergente, probablemente pensaba que desde el punto de vista ético uno se podía fiar mucho más de la máquina, guiada por la ciencia y los algoritmos de la informática, que de la persona humana (para un moderno, desde el punto de vista funcional, la persona es decepcionante). Por eso Bunge concluyó su intervención recalcando que una conducta recta y eficiente requiere una revisión, un reacondicionamiento de la ética, porque tiene que depender de la técnica y no de una libertad humana poco fiable.

La posición de Bunge recuerda a la de los médicos asclepiadeos prehipocráticos: su ciencia dependía solamente de los libros sagrados; lo que estaba escrito en ellos era lo que seguían; las consecuencias éticas de sus actos no recaían sobre los médicos, sino sobre los dioses, los únicos responsables de la vida o de la muerte del paciente. En la tecnoética de la modernidad los dioses antiguos han sido sustituidos por la ciencia, que guía todas las conciencias. El único problema es que hoy la guía de todas las ciencias es, a su vez, la economía; por lo tanto, si algo es bueno para la economía, es bueno moralmente, y viceversa. Obviamente, se trata aquí de una economía centrada en la producción de riqueza, no en la persona, como sugiere en realidad el origen semántico de la palabra y ha recordado Francisco en la Laudato si.

Al servicio de la persona

Hipócrates rompe con la tradición asclepiadea y hace de la medicina una verdadera ciencia: destruye los libros sagrados y empieza a estudiar los síntomas y a experimentar la eficacia de los fármacos. Desde Hipócrates, curar o matar depende de la ciencia y de la capacidad técnica del médico que, por tanto, está involucrado éticamente en primera persona: por eso el médico jura que usará su ciencia sólo para el bien de la humanidad. La ciencia y la técnica de Hipócrates están al servicio de la persona.

Considero que tener esperanza en la actual civilización tecnológica pasa por descubrir nuevamente el verdadero sentido de la ciencia y su orientación hacia el bien global de la persona, y no sólo de sus funciones. En este sentido se debe concebir la tecnoética en una clave opuesta a la de Bunge: la tecnoética tiene que ser un ámbito de dialogo interdisciplinar entre tecnólogos y éticos, que lleve a un conjunto de conocimientos y a un sistema ético de referencia que permita a los logros de la técnica convertirse en un elemento central para alcanzar la perfección teleológica del ser humano. Esto presupone no sólo afirmar el carácter antropológico positivo de la técnica, sino también poner el fin de la persona en algo que vaya más allá de la técnica misma.

Babel versus Pentecostés

El ejemplo más clásico del finalismo inmanente de la técnica es la bíblica torre de Babel. En ese episodio los hombres piensan  que alcanzar el cielo es construir una torre muy alta, sin darse cuenta que su intento les llevaría a estar poniendo ladrillos uno encima de otro por toda la eternidad: una especie de mito de Sísifo en versión de albañilería. Babel es el símbolo de la técnica de la modernidad: no es casualidad que en la película Metropolis, de Fritz Lang (1927), la ciudad donde se pretende alcanzar la felicidad técnica gira en torno a una torre que se llama “Nueva Babel”.

El hombre de Babel pierde la capacidad simbólica: autorreduciéndose a una finalidad inmanente, es capaz de comunicar muy bien, pero pierde el lenguaje humano, es incapaz de diálogo. Su castigo, la confusión de lenguas, no es arbitrario: es lo que le corresponde por lo que ha hecho. Sólo cuando le sea dado de nuevo el Espíritu del Logos (Pentecostés) será capaz de un verdadero diálogo con todos los hombres, por encima de la diversidad de lenguas. El paralelismo opuesto entre Babel y Pentecostés es la clave de la esperanza de la tecnología contemporánea.

El hombre moderno, que es el hombre de la Neo-Babel, o el Sísifo feliz de Camus, o la hormiga infatigable de Leonardo Polo…, no puede alcanzar la felicidad. La modernidad ha muerto, dejando el paso a la posmodernidad, entre otras cosas porque es ya certeza común –y no sólo previsión de los grandes profetas de la crisis de la modernidad: Dostojevsky, Nietzsche, Musil…– que el desarrollo tecnocientífico no conseguirá jamás responder a los grandes misterios del ser humano: el dolor, la culpa, la muerte… Nunca se llegará a una existencia humana plena añadiendo más tiempo. Recuérdese que, para Santo Tomás, el infierno no es verdadera eternidad, sino sólo más tiempo, tiempo indefinido, un tic-tac que nunca se acaba (cfr. Summa Theologiae, I q. 10, a. 4 ad 2um).

La técnica ganó la batalla

Por eso el fin de la modernidad ha coincidido con una enorme desconfianza hacia la técnica, a la que se la ve como enemiga. Contra ella se ha combatido en una gran guerra cultural: filósofos como Heidegger o Husserl, el movimiento hippy, la New Age, gran parte del arte (¡increíble!: “arte” en griego se dice “tekné”; técnica en latín se dice “ars”) y de la literatura han combatido a la técnica…, y han perdido.

Curiosamente, la técnica ha vencido la batalla cultural. Como se decía al inicio, ocupa ahora un lugar central no sólo en la sociedad, sino dentro mismo de la persona. Y la ha vencido no sólo porque se ha impuesto con sus logros, sino por otro motivo más radical: la reducción de la razón humana a la racionalidad científica experimental ha limitado el acceso a la realidad al conocimiento de sus leyes de comportamiento físico, químico, biológico, psíquico…

Al final, el modelo fundamental viene dado por la física, que es la moderna “medida de todas las cosas”, como lo era el hombre vitruviano en el Renacimiento florentino: entonces todo se entendía desde la antropología, y en la modernidad todo se entiende desde la física (¿cómo no pensar en los a priori kantianos de la razón pura?).

El problema es que todo esto tiende a un paradigma de dominio: conocer las leyes de la realidad para poder someterla. Así la modernidad ha originado una crisis ecológica: la destrucción de tantos recursos, el aumento del gap entre países pobres y ricos…

En el fondo, el problema es que la modernidad, como decía Scheffczcyk, ha sustituido a Dios por la ciencia y la religión por la técnica. En el paradigma moderno, la técnica acaba por ser el instrumento de la ciencia, invirtiendo una relación que siempre había sido la contraria. Y el hombre postmoderno se ha rebelado contra esto. ¿Quién sabe más de una rosa: un botánico o un poeta? Por eso la técnica ha vencido la batalla, e incluso los que siguen atacando la tecnología lo hacen empleando una infinidad de artificios tecnológicos, y difunden sus ideas a través del más sofisticado logro de la técnica de la comunicación: internet.

Identificación con la máquina

¿Qué hacer ante esta paradoja? ¿La técnica que ha vencido la batalla cultural es la técnica sometida y violenta de la modernidad, o es la técnica de la cultura clásica y del Renacimiento italiano centrada en el hombre?

La respuesta a esta cuestión no la puede dar la técnica misma, porque ella por sí sola no se determina a ningún fin, es siempre progreso hacia nuevos logros. La ordenación al fin es dada por la persona. En cierto modo, la persona moderna ha preferido renunciar al fin (que es como renunciar a la libertad), para identificarse con la máquina y participar así de sus muchas ventajas funcionales. Ante la crisis de la modernidad, quien no quiere renunciar a esta forma de ver las cosas no tiene más salida que la fuga hacia adelante, reduciendo todavía más la persona a la máquina: esta es la vía de los transhumanistas o posthumanistas, que no son postmodernos sino “tardomodernos” (es la terminología que usa Pierpaolo Donati, muy acertada). Para ellos la clave del ser humano está en la recuperación de la radical dicotomía cartesiana entre res cogitans (la mente, la inteligencia) y res extensa (cuerpos, materia), de forma que la res cogitans puede subsistir en cualquier res extensa, tanto biológica como artificial.

Los posthumanistas consideran el cuerpo humano como algo de lo que, si fuera necesario o conveniente, se puede prescindir o someter a modificaciones extremas y arbitrarias. Esta posición no es muy diferente a la que encontramos en muchos aspectos de la cultura tardomoderna, que ve al cuerpo como un mero instrumento que podemos modificar para mejorar sus prestaciones: prótesis y modificaciones que lo hacen más capaz de atraer sexualmente, o más idóneo para alcanzar determinadas prestaciones profesionales o deportivas, o que podrían hacer del cuerpo humano un cuerpo de marca, un “branded body” (Campbell). Es curioso que en el mismo año en el que Pistorius consiguió el permiso para competir en las Olimpíadas “normales”, una de las revistas internacionales más conocidas de bioética publicó un artículo que afirmaba que no hay razones morales para impedir las mutilaciones voluntarias o las modificaciones extremas del cuerpo (Scharmme en Bioethics, 2008); si una pierna prostética robótica me puede llevar a la gloria deportiva mejor que una mía natural, ¿por qué no sustituirla? Entonces, en las finales de las Olimpiadas de 2022 participarían sólo amputados.

Principales principios tecnoéticos

Se puede pensar que no vale la pena un progreso que permite semejantes cosas. En cambio, conviene afirmar que no se puede renunciar a este progreso tecnológico, que es una verdadera conquista del espíritu humano.

Está claro, de todas formas, que algo tiene que cambiar. La propuesta de la nueva tecnoética es que hay que cambiar el paradigma moderno que afirma el primado de la ciencia sobre la técnica y que la desvincula de la libertad por un nuevo modelo en el que la técnica vuelva a ser una actividad espiritual, producto eminente del espíritu en su relación con la materia. En el fondo, se trata de volver a descubrir el valor antropológico del cuerpo que somos.

La clave del verdadero sentido de la técnica está en descubrir su papel en el ser relacional de la persona, ya descrito por Aristóteles como el elemento teleológico de la felicidad humana (“nadie querría vivir sin amigos”). Esto se pone en evidencia en nuestros días postmodernos por la necesidad de superar el paradigma del dominio con un nuevo paradigma relacional. La persona, que se realiza en la relación interpersonal compartiendo los fines intencionales del intelecto y de la voluntad, sabe que la unidad sustancial de alma y cuerpo no puede llevar a cabo esta tarea sin aceptar su dimensión material. Interactuar con la materia (trabajo humano) para insertarla plenamente en el dialogo interpersonal es la razón última de la técnica.

Hay que sustituir la tecnociencia objetivante y dominadora, que subordina la técnica a un papel secundario, por un nuevo concepto de ciencia abierta a la verdad auténtica del hombre y consciente de no poder llegar a esa verdad, pero capaz de ponerse a su servicio a través de la tecnología. Por eso se puede decir, como primer teorema de la tecnoética, que la tecnología tiene como objeto propio el incremento de la capacidad relacional de la persona. De aquí se deduce el segundo teorema: la ciencia experimental se humaniza o espiritualiza cuando se convierte en técnica, porque llega a la persona. Y si se cumplen estos dos teoremas, es posible postular un tercero: el desarrollo auténtico de la técnica lleva a la exaltación de la persona, por lo que el artificio tecnológico, la máquina, que cuando nace suele tener una presencia aparatosa, acaba por integrarse y por darse por supuesta. Cuanto más perfecta es una máquina, más se esconde la persona humana detrás de ella, de su tarea y de su verdadera finalidad.

Un hombre camina en paralelo a un prototipo de vehículo eléctrico autónomo en Buenos Aires.

Naturalmente artificiales

La crisis de la cultura moderna nos ha llevado a establecer una especie de axioma por el cual lo que es natural es bueno, y lo que es artificial es malo. La verdad es exactamente la contraria. No hay oposición en la naturaleza humana entre natural y artificial: somos “naturalmente artificiales”. ¿Quién se atreve a decir que un miope es menos natural con gafas que sin ellas? Una visión adecuada de la técnica debería llevar a ver el elemento artificial como el producto de la interacción libre de la persona con la realidad material y, por lo tanto, como algo creador de diálogo. Por un lado estarían los artificios (máquinas) que son meros utensilios, o mecanismos evolucionados de asistencia a la vida humana (prótesis robóticas, neuroprótesis…), y, por otro, los artificios que incrementan la capacidad simbólica de la persona (tecnologías de la comunicación y la información).

Estos principios generales que he enunciado, pero no desarrollados suficientemente por la lógica falta de espacio, pueden servir de guía para juzgar desde el punto de vista ético cuándo una nueva tecnología sirve a la persona o no. Los más evolucionados sistemas robóticos pueden ya ser conectados al sistema nervioso de los seres vivos, creando una sinergia entre máquina y persona que puede llevar no sólo a reparar funciones perdidas, sino también a incrementar otras hasta límites impensables. Lo mismo se puede decir de las neuroprótesis.

La robótica humanoide puede permitir manifestaciones simbólicas que el arte hasta hace poco no podía soñar. Las nuevas tecnologías sirven a la libertad. Eso quiere decir que también pueden ir contra la humanidad: un sistema robótico puede condicionar la acción física de una persona contra su voluntad, una neuroprótesis puede esclavizar a un ser personal. De aquí la importancia de volver a la clave ética de la creación técnica, que permitirá descubrir siempre a la persona detrás de la máquina. Cuando contemplamos la Capilla Sixtina, la materia del fresco nos pone en diálogo con Miguel Ángel; cuando entremos en contacto con un humanoide, estaremos en diálogo con el ingeniero que lo ha creado.

El autorJosé María Galván

Profesor de Teología Moral de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz y experto en tecnoética

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Experiencias

Mauro Piacenza: “Estar disponible para oír confesiones es una prioridad”

El Papa Francisco nombró al cardenal Mauro Piacenza (Génova, 1944) Penitenciario Mayor de la Santa Sede en 2013. Fue antes subsecretario, secretario y prefecto de la Congregación del Clero. Es, por tanto, persona indicada para hablar de cómo potenciar la práctica de la confesión sacramental en este Año de la misericordia.

Enrique Carlier·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 8 minutos

Lo ha recordado el Papa Francisco en su reciente libro-entrevista El nombre de Dios es misericordia: la experiencia más importante que un creyente debe vivir en este Año jubilar de la Misericordia es “permitir a Jesús que le salga al encuentro, acercándose con confianza al confesonario”. Sobre cómo contribuir, sacerdotes y seglares, a la práctica de la confesión conversamos con el actual Penitenciario Mayor de la Santa Sede.

En el Año de la Misericordia será central que los fieles acudan al sacramento específico de la Misericordia de Dios, la confesión. Pero, ¿no habría que profundizar en la idea del perdón, la realidad del pecado y la necesaria reconciliación con los hermanos?

—Ciertamente, la cuestión fundamental en un jubileo es siempre la “conversión” y, por lo tanto, la protagonista es la confesión sacramental. Para nosotros, peregrinos en este mundo y pecadores, el discurso sobre la misericordia sería vano si no llevase a la confesión, a través de la cual discurren las frescas y regenerantes aguas de la divina misericordia.

Todos nosotros, pastores, hemos de mostrar la caridad pastoral eminentemente con nuestra disponibilidad generosa para escuchar confesiones, favoreciendo la acogida de los fieles y siendo nosotros mismos penitentes asiduos. La educación para una buena confesión comienza con la formación de la conciencia de los niños en orden a  su primera sagrada comunión.

Allí donde se da una crisis en la frecuencia de este sacramento fundamental se ha de decir que la crisis está “in capite”, en la cabeza; es una crisis de fe. Para confesarse es necesario tener sentido del pecado, porque la primera manera de resistir al mal es saberlo reconocer, y llamarlo por su nombre: “pecado”.

Mirando al crucifijo se percibe qué es el pecado y qué es el amor. Pero para una mirada así se requiere silencio interior, sinceridad con uno mismo, eliminar esquemas prefijados y prejuicios, lugares comunes que, por respirarlos en el aire, por ósmosis se han incrustado progresivamente en nosotros.

Confesionarios en el Paseo de Coches del Retiro durante la JMJ de Madrid.

El cruzar la Puerta Santa, término de un recorrido o peregrinación, tiene su término “lógico” en la reconciliación. Y ésta es condición para lucrar la indulgencia jubilar.

—Normalmente se llega a cruzar el umbral de la Puerta Santa después de una peregrinación, larga o corta. Ella dispone el ánimo durante el camino, en el que se recuerda la índole peregrinante de la Iglesia en el tiempo, y nos hace comprender el sentido de nuestra misma vida. Durante la peregrinación se medita, se reza, se dialoga con el Señor de la misericordia, se hace examen de conciencia, se pide la gracia de la conversión. Entre otras cosas, de este modo se toma conciencia también de la ineludible dimensión comunitaria y se comprende que la reconciliación con Dios implica asimismo la reconciliación con los hermanos, que constituye la consecuencia de la primera.

Y se cruza la Puerta que simboliza al Salvador mismo, que es la verdadera puerta por la cual se entra en el redil santo de Dios. Porque no se trata de cumplir simplemente un rito, una ceremonia; se exige la contrición de corazón, el apartamiento del pecado, también del venial, la profesión de la fe, la oración por las intenciones del Sumo Pontífice, y acceder después a la confesión sacramental y a la comunión eucarística.

¿Cuáles son las principales causas de que la práctica de la confesión haya descendido en las últimas décadas?

—Ante todo debemos considerar el contexto general de la sociedad y los llamados “desafíos”, a los cuales no siempre hemos sabido dar la respuesta justa y oportuna.

Otras causas relevantes hunden sus raíces, a mi juicio, en una crisis de fe que, a su vez, es debida en buena parte a una acción pastoral teológicamente débil. De ahí la progresiva pérdida del sentido de pecado y del horizonte de la vida eterna. Quizá se ha hecho demasiada pastoral a base de eslógans y de intelectualismos, y así se ha alejado a los confesores y a los penitentes del confesonario.

¿Cómo se podría recuperar la práctica de la confesión?

—Es cuestión del marco general de la pastoral. Conviene recordar que la pastoral es la más noble de las atenciones que procura la Iglesia, pero si quiere ser realista y eficaz debe dejar manos libres al Espíritu Santo, por medio del cual ha de realizarse la traducción práctica de la doctrina auténtica. Sólo así se garantiza que el actuar sea el del Buen Pastor.

Cuando hay esta garantía, entonces puede darse la más fecunda y sana creatividad, teniendo presentes los lugares, ambientes, culturas, edades, categorías, sesibilidades, etcétera, pero todo siempre sobre la base de la unidad de la fe.

Desde Roma, Usted tendrá una visión de conjunto muy enriquecedora. ¿Considera que es suficiente el tiempo dedicado por los sacerdotes al confesonario?

—En general, el tiempo que se dedica es ciertamente escaso. Se tiende demasiado a hacer miles de cosas, miles de actividades. Pero lo sustancial es, sin embargo, reconciliar a las personas con Dios y con su prójimo; favorecer la paz de las conciencias y, por tanto, la paz familiar y social; combatir la corrupción; favorecer la recepción frecuente de la santa Comunión con las debidas –y por tanto fructuosas– disposiciones.

En muchos lugares los sacerdotes son escasos numéricamente con respecto a las necesidades de evangelización, pero, por eso mismo, es necesario elegir bien las prioridades; y entre estas ocupa un lugar privilegiado la disponibilidad para escuchar confesiones.

Los sacerdotes, ¿cómo pueden ser mejores confesores? ¿Qué esfuerzo y disposición se les pide en este Año?

—A este respecto, querría señalar que la vida espiritual y pastoral del sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su cualidad y fervor, de la práctica personal asidua y consciente del sacramento de la penitencia. En un sacerdote que se confiesa raramente o mal, su ser sacerdote y su hacer de sacerdote se resentirían muy pronto, y lo advertiría también la comunidad de la cual es pastor.

En el dejarse perdonar se aprende también a perdonar a los otros. Este Año de la Misericordia puede ser providencial también para conducir a los seminaritas a convertirse en buenos confesores, y para promover programas pastorales: poniendo en práctica en las diócesis sabias iniciativas como dar a conocer los horarios de confesiones; colaborando en cada zonas pastoral; potenciando, sobre todo en Cuaresma  y en Adviento, las celebraciones penitenciales comunitarias con confesión y absolución personales; poniendo atención para que existan horarios más adaptados a las diversas categorías de personas.

Durante este Año, el Papa ha concedido a todos los sacerdotes la facultad de absolver la censura de excomunión por el pecado de aborto. ¿Cómo debe actuar el sacerdote en esos casos especiales?

—Sobre este punto conviene aclarar las ideas, porque hay gran confusión en la opinión pública.

La absolución del pecado de aborto no está reservada al Papa, sino al obispo (cfr. canon 134§ 1), que puede delegarla a otros sujetos y al penitenciario diocesano (cfr. canon 508 § 1), a los capellanes en los lugares que atiende, en las cárceles y en los viajes por mar (cfr. canon 566 § 2). Gozan de tal facultad también los sacerdotes pertenecientes a las Órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, etc.). Están habilitados para ello también  todos los sacerdotes, indistintamente en los casos de peligro de muerte (cf. can. 976). En muchas diócesis se confiere esta facultad a todos los párrocos; en otras, a todos los sacerdotes en los tiempos de Adviento y de Cuaresma; y en otras, a todos si aprecian un grave incomodo en el que se confiesa, en caso de que no se le absolviera.

Como quiera que sea, es bueno saber también que el penitente no está incurso en la excomunión si el delito de aborto ha sido cometido antes de los 18 años, si no sabía que a tal pecado iba aneja una pena, si no tenía la mente plenamente lúcida o si la voluntad no era plenamente libre (piénsese en un temor grave o un escaso uso de razón).

En todo caso, está claro que el confesor sabrá acoger con bondad, sabrá escuchar, sabrá consolar, sabrá dirigir hacia el respeto a la vida, sabrá abrir horizontes de arrepentimiento, de propósitos para el futuro y de alegría en gustar el perdón, la misericordia de Dios. Sobre este horizonte aflorará espontáneamente el deseo de reparación, y después el mismo sacerdote sabrá completar, con su oración y penitencia, la respuesta de amor al Dios de la misericordia.

Cuando acuden a la confesión personas que viven en una situación matrimonial irregular, ¿cómo han de atenderlos? En algunos casos no podrán absolverles…

—Subrayo siempre que en la acogida y escucha se debe procurar la máxima delicadeza y atención. El hecho mismo de que estas personas acudan al confesonario se revela como algo positivo.

No es posible en estas pocas líneas dar una respuesta exhaustiva. Sería necesario distinguir entre quien se encuentra en una situación matrimonial “irregular” (divorciados vueltos a casar, los que conviven sin estar casados, o los casados sólo civilmente) de quienes se encuentran en una situación matrimonial “difícil” (separados y divorciados). La diferencia es esencial, en cuanto que los que se encuentran en situaciones matrimoniales difíciles sólo están en peligro de caer en un estado objetivamente contrario a la ley de la Iglesia.

Ciertamente, cuando el confesor no pueda impartir la absolución, deberá ofrecer comprensión, actuar de manera que no se rompan los puentes, garantizar su oración a estas personas, manifestarse siempre disponible a escuchar, animar a la oración, hacer comprender la preciosidad de participar en la Santa Misa festiva, hacer comprender la maravilla de leer la Palabra de Dios, así como de la visita al Santísimo Sacramento para un diálogo corazón a corazón con Jesús; abrir la posibilidad de participar en grupos de oración o dedicados a obras de misericordia.

Deberá después ser claro en decir que no se deben sentir fuera de la Iglesia; ellos no han sido jamás excomulgados. Tal vez hay un equívoco sobre esto, que es bueno aclarar, e igualmente conviene hacer comprender con claridad el motivo de su exclusión de la recepción de la Eucaristía. Por experiencia de confesor –y confieso asiduamente–, nunca me ha pasado que personas pertenecientes a las categorías arriba señaladas no me lo hayan agradecido y pedido poder volver.

En cuanto al modo de vivir hoy los aspectos litúrgicos particulares de este sacramento, ¿cuáles se podrían cuidar, conocer o valorar más?

—Existe un Ritual de este sacramento, cuyo uso se ha convertido en obligatorio a partir del 21 de abril de 1974, que se debe respetar, valorar y encontrar también el modo de ilustrarlo a los fieles. Al usarlo y al hacerlo objeto de catequesis se debería tener presente tanto el aspecto individual como el comunitario.

Al no ser un ceremonial rígido, se debe actuar en un modo sagrado, sabiendo que se está administrando la preciosísima Sangre del Redentor, que aquí el protagonista no es el sacerdote que confiesa, sino Jesús, el Buen Pastor, y que el sacerdote, por tanto, debe ser sólo el reflejo del Buen Pastor, el canal de transmisión de las aguas frescas y regeneradoras del Amor misericordioso. También el vestido del confesor deberá estar en consonancia con quien administra un sacramento. Normalmente se usará el confesonario ubicado en la iglesia y dotado de una rejilla que asegura el respeto máximo del fiel. Todo esto está regulado por el canon 964 del Código de Derecho Canónico.

Naturalmente puede haber otros casos particulares, por ejemplo con ocasión de un campamento para los jóvenes, etc. Me ha ocurrido recientemente que tuve que confesar durante un vuelo y también en un aeropuerto; son ambas óptimas ocasiones que no habría tenido si no llevase siempre el vestido eclesiástico, que me sitúa en condición permanente de servicio.

¿Cómo se vivirá en Roma la iniciativa del Papa “24 horas para el Señor”, del 4 al 5 de marzo? ¿En qué consistirá? ¿Cómo se puede preparar esa cita con la misericordia de Dios en todo el mundo?

—En Roma se iniciará en la basílica de San Pedro con una celebración penitencial comunitaria (Liturgia de la Palabra, homilía, silencio para la meditación y examen de conciencia, confesión individual de los presentes en varios confesonarios, y agradecimiento común al Padre de la misericordia). Después en todas las iglesias elegidas, se expondrá el Santísimo Sacramento. Se podrá acudir a los confesores a cualquier hora del día durante esas 24 horas.

La iniciativa está siendo muy bien aceptada, sobre todo por los jóvenes. El hecho de que todas las diócesis respondan a tal invitación educa también en un profundo sentido de eclesialidad. Será también una ocasión privilegiada para ilustrar la belleza de la comunión de los santos.

Un problema frecuente para los confesores es la falta de preparación de los penitentes, causa de que algunas confesiones se alarguen innecesariamente. ¿Qué recomendaría al confesor para acoger a los fieles, pero sin alargarse demasiado y desanimar a otros que esperan su turno?

—Conviene llevar a los fieles a una buena confesión desde el momento de la primera Comunión; después se debe explicar la diferencia entre una conversación, la dirección espiritual y la confesión sacramental. Es útil disponer con antelación de folletos o impresos con esquemas de examen de conciencia, y si es posible diferenciados por edades, etc.

El mismo confesor deberá esforzarse en no parlotear, sino en hablar con sobriedad, claridad y dulzura, e ir a lo esencial y ayudar al penitente a ir también a lo esencial, sin hacerle sentirse a disgusto. Conviene buscar el equilibrio y la prudencia, y si se ha formado una cola, decir al penitente que más tarde o también una vez termine la cola le podrá escuchar más ampliamente.

El autorEnrique Carlier

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Recursos

Algunas tareas actuales para la teología moral

¿Qué papel corresponde hoy en la Iglesia y en el mundo a la teología moral? No voy a hacer un cuadro completo para responder a esta pregunta.

Ángel Rodríguez Luño ·9 de febrero de 2016·Tiempo de lectura: 10 minutos

¿Qué papel corresponde hoy –en la Iglesia y en el mundo– a la teología moral? No voy a hacer en estas páginas un cuadro completo para responder a esta pregunta. Quisiera fijarme solamente en algunas cuestiones más fundamentales, ateniéndome a las preocupaciones manifestadas por el Papa Francisco. ¿Cuáles son las tareas más urgentes?

Para dar respuesta a esta pregunta, quizá haya que plantearse primero en qué estado se halla nuestro mundo. Sin necesidad de repasar los diferentes diagnósticos que se han propuesto, se puede afirmar que está muy extendida una actitud de indiferencia o desinterés hacia la verdad. Tras la pretensión de verdad se ha querido ver una lucha por el poder (Foucault), y se ha sustituido la búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza por el actuar espontáneo. Algunos autores han descrito nuestra sociedad como una sociedad líquida (Bauman); otros prefieren llamarla sociedad del rendimiento (Byung-Chul Han). Todos estos diagnósticos señalan el final de la sociedad disciplinaria, basada en la existencia de una autoridad. Ahora, en cambio, el obrar tiene la prioridad, y no hay otro bien ni otro mal que los que cada uno –o la mayoría– decide. Se cumple así la máxima de Nietzsche, para quien la salvación no se encuentra en el conocimiento, sino en la creación. Creación de un lenguaje y, a partir de él, de una moral: términos como “interrupción del embarazo”, “muerte digna” o “relaciones de pareja” configuran los contornos de la nueva moral, en la que es la voluntad del hombre la que decide qué le conviene y qué no.

Ante este panorama, cuando han desaparecido las bases mismas de un discurso racional sobre lo bueno, ¿qué puede hacer la teología moral? ¿Qué cabe esperar?

En primer lugar, urge recordar que Dios existe y es un Dios activo y comprometido con el mundo. Hay una afirmación de Romano Guardini, escrita hace setenta años en El ocaso de la época moderna y que hoy parece cumplirse: “El mundo meramente profano no existe; ahora bien, cuando una voluntad obstinada consigue elaborar algo hasta cierto punto semejante a este tipo de mundo, esa construcción no funciona”; ¿qué sucede entonces?: “Sin el elemento religioso, la vida se convierte en algo parecido a un motor sin lubrificante: se calienta. A cada instante se quema algo” (III.5). La sociedad “quemada” (The Burnout Society) es precisamente el título de uno de los libros de pensamiento más vendidos en el último año. En síntesis, una sociedad contraria a la verdad del hombre y de su libertad no es satisfactoria. Como tampoco puede serlo una situación de ceguera para el ser humano. Lo ha recordado recientemente el Papa Francisco: “No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle” (Laudato si’, 205). Una de las tareas que se abre para la teología moral consiste, pues, en recordar a cada persona su dignidad. Ahora bien, eso le exige encontrar de nuevo su lugar en la vida de la Iglesia –y en la de los fieles.

La misión de la teología moral

En la mente de muchos, sigue presente la idea de la moral como una instancia autorizada –a menudo percibida como autoritaria– que señala lo que está permitido y lo que no lo está, lo que es pecado y lo que no lo es. Esta concepción tiende a contraponer autoridad y libertad, o ley y libertad, y a colocar la moral en el primer miembro de estos binomios. Su tarea consistiría sólo en señalar los límites (negativos) del actuar humano.

Ahora bien, ¿es eso una concepción adecuada de la teología moral? Tal vez podía –y debía– lanzarse una crítica de este estilo a ciertas morales que habían caído en el extremo de una casuística minuciosa y dispersa, y no ofrecían una visión orgánica y positiva del actuar humano. Sin embargo, me parece del todo injusto hacer ahora esa misma crítica, después de la renovación que ha tenido lugar. En las últimas décadas han visto la luz numerosos tratados que presentan el mensaje moral de Cristo como una propuesta eminentemente positiva y orgánica. Los intentos han sido variados, como variados han sido los enfoques en que se ha comprendido la vida cristiana: como una vida filial, como el seguimiento de Cristo, como un caminar a la luz del Amor, como una respuesta a la llamada a ser santos, etc. En todos estos casos, la moral no se presenta ya como una lista de prohibiciones, sino como una invitación: una propuesta de vida que mira a la felicidad humana, en la tierra y en el Cielo.
Así entendida, tarea de la teología moral es recordar a las mujeres y a los hombres de hoy que Dios tiene un proyecto para cada uno. Que Dios nos ha amado y nos ha llamado singularmente –desde antes de crear el mundo (cfr. Ef 1, 4)– a ser felices viviendo en plenitud nuestra propia condición humana redimida por Cristo. Una presentación de este tipo se encuentra con desafíos, entre los que señalo algunos a continuación.

Redescubrir la belleza de Cristo

El Papa Francisco se ha hecho eco de una vieja acusación al recordar a los cristianos que no pueden tener habitualmente “cara de funeral”, que no sería correcto vivir un cristianismo “de Cuaresma sin Pascua” (Evangelii Gaudium, 6, 10). Es la vieja tentación del hijo mayor de la parábola, que consiste en vivir una fe triste, apagada, y que mira en el fondo con envidia el comportamiento inmoral de quienes llevan una vida lejos de Dios –o, al menos, lejos de la Iglesia. Una fe que ve en Dios a un patrón para el que hay que trabajar como siervo, esperando al final una justa recompensa. Una fe que ve en la voluntad de Dios una limitación de la propia libertad (cfr. Lc 15, 25 ss.).

Frente a esta tentación, se alza una de las verdades más ciertas del Cristianismo: que no somos siervos, sino hijos, “y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8,17). El Papa recuerda constantemente que “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, 1), pues en Él reconocemos a un Dios que nos ama incondicionadamente, que no se cansa de perdonarnos y acogernos en su abrazo paterno, y que “se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos” (Misericordiae vultus, 9).
Corresponde a la teología moral presentar de modo orgánico esa invitación de Dios, que alcanza todos los aspectos de la vida humana. San Juan Pablo II amaba recordar aquella enseñanza del Concilio: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”, hasta tal punto que Cristo “revela plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 22). Jesucristo es la Luz del mundo, que ilumina los problemas y las inquietudes de los hombres. Su misterio es para nosotros a la vez llamada y respuesta, y, de ese modo, es el Camino hacia el Padre. Un camino tan exigente como atractivo. En él descubre el hombre el esplendor de la verdad sobre sí mismo y sobre aquello que más le importa: la vida y la muerte, el matrimonio y la amistad, el trabajo y el sufrimiento.

Despertar las conciencias

Con todo lo que viene dicho, queda aún por plantear una cuestión fundamental: ¿cómo despertar el sentido de Dios en un mundo que parece indiferente ante el sufrimiento ajeno?
El testimonio de los cristianos es, sin duda, una parte importante de la respuesta: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). Junto a eso es necesario despertar la presencia ignorada de Dios que se halla en el corazón de cada mujer y de cada hombre. Hay un deseo de Dios –que hay que ayudar a reconocer– en la búsqueda de felicidad, de plenitud, de un amor duradero, tal como recordaba la encíclica Spe salvi.

Y hay también una presencia real de Dios en la conciencia moral. Es conocido lo que escribió el beato John Henry Newman en su Carta al Duque de Norfolk: “La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de los vicarios de Cristo” (n. 5). La conciencia es la luz, la chispa que Dios ha puesto en el hombre para alcanzar la felicidad por el camino de la verdad y del bien. En un mundo centrado en el individuo, pero al mismo tiempo sediento de felicidad y con una cierta nostalgia del absoluto, la vía de la conciencia es otra de las que la teología moral está llamada a explorar.

El Papa Francisco lo ha hecho recientemente a partir de la conciencia ecológica. El problema del medio ambiente es moralmente relevante para el mundo contemporáneo, está en la mente de todos, y en él sí se reconoce un espacio a la verdad y el bien. A partir de la preocupación por el ambiente, y la inaplazable necesidad de un cuidado real de la Creación, el Papa señala un complemento fundamental a la ecología ambiental: la ecología humana. Esta implica “algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una ‘ecología del hombre’, porque ‘también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo’” (Laudato si’, 155).

Pues bien, la conciencia es precisamente la instancia donde se manifiesta a cada uno esa verdad sobre sí mismo y sobre el mundo, sobre lo que es bueno hacer y sobre cómo comportarse en relación con el ambiente y con los demás. “En lo profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón” (Gaudium et spes, 16).

El grito de la conciencia puede ser capaz de despertar a un mundo dormido e indiferente, con tal de que no se la quiera neutralizar concibiéndola como el reducto de la subjetividad, lo que en realidad no es, porque la conciencia también remuerde. En efecto, “la dignidad de la conciencia deriva siempre de la verdad: en el caso de la conciencia recta, se trata de la verdad objetiva, acogida por el hombre; en el de la conciencia errónea, se trata de lo que el hombre, equivocándose, considera subjetivamente verdadero” (Veritatis splendor, 63).

El camino de la Misericordia

Llegados a este punto, es posible volver a lo que veíamos antes. En efecto, la respuesta real a ese grito de la conciencia es Jesucristo. El mal que un hombre ha cometido puede ser grande, el mal en el mundo puede hacerse insoportable: el siglo XX ha sido testigo de ello. Sin embargo, los cristianos sabemos que esa no es la última palabra. Dios ha hablado. Como escribió san Juan Pablo II en su último libro: “El límite impuesto al mal, cuyo causante y víctima resulta ser el hombre, es en definitiva la Divina Misericordia” (Memoria e identidad, 73).

El Papa Francisco nos lo recuerda ahora con particular urgencia, animándonos a redescubrir el amor incondicional de Dios por el hombre para ponerlo en primer plano en la misión de la Iglesia. La misericordia es la principal manifestación de la omnipotencia de Dios, y debe ser también el primer mensaje de la Esposa de Cristo, hasta tal punto que, según escribe en la bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia: “La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (n. 10).

Ahora bien, ¿en qué consiste la misericordia? ¿Cómo se vive? ¿Cuál es su relación con la verdad y la justicia? Se trata de cuestiones inaplazables, pues presentan consecuencias prácticas en la pastoral ordinaria de la Iglesia. Conviene notar en todo caso que, aunque los hombres podamos plantearnos conflictos entre Misericordia y Verdad, entre Misericordia y Justicia, no podemos olvidar que en Dios se identifican. Sería un error caer en el banal antropomorfismo que asume contradicciones que no pueden existir en Dios. Con todo, la cuestión sigue abierta: en la vida de la Iglesia, ¿qué significa concretamente recorrer ese “camino del amor misericordioso y compasivo”? A esta pregunta, como a las anteriores, debe dar una respuesta la teología moral.

Ciertamente, parte de la misma se encuentra ya en la llamada a rechazar la indiferencia, y en las actitudes de com-pasión, de apertura y acogida que tantas veces ha señalado –de palabra y con infinidad de gestos– el Papa Francisco. Sin embargo, quien acoge al pecador arrepentido no se encuentra en la meta, sino en el inicio del camino. El modelo divino, tal como se revela en la historia de la salvación, es otro. Basta pensar en la historia del Éxodo, que la Iglesia relee cada año durante la Cuaresma: la acogida y el perdón continúan después en un camino de acompañamiento. Una y mil veces el Señor perdona a su pueblo, acoge sus deseos de renovación y le recuerda cuál es su vocación más profunda y cuál es el camino que le lleva a vivir como hijo suyo querido. Es la historia del Dios fiel, compasivo y misericordioso. Precisamente uno de los nombres de la misericordia en el Antiguo Testamento, hesed, tiene mucho que ver con la fidelidad divina.

La misma idea se encuentra en el Nuevo Testamento. Jesús acoge a pecadores y enfermos, perdona sus pecados, cuida sus dolencias, y deja después que, como Bartimeo, le sigan por el camino (cfr. Mc 10, 52). “Anda, y en adelante no peques más”, dice a la adúltera después de perdonarla (Jn 8, 11). Así pues, misericordia es acoger, y misericordia es también acompañar, esto es, dar cada vez más espacio a la luz de Cristo en las almas, ayudar a las almas a “caminar en la verdad” (cfr. 2 y 3Jn). Podría decirse que el perdón es la puerta de entrada a la vida renovada que Cristo ofrece a cada uno; el inicio, tantas veces repetido en la existencia de una persona, de la vida según el Espíritu que Cristo entregó.

Del sentimiento, a la actitud virtuosa

Para entender que no hay contradicción entre misericordia y verdad, habría que distinguir la misericordia como mero sentimiento de la misericordia como actitud virtuosa de caridad. En mi experiencia pastoral siempre me ha sucedido que, ante quien me manifestaba su estado de sufrimiento interior, surgía en mí un espontáneo sentimiento de compasión y un intenso deseo de decir o hacer algo que aliviase el dolor ajeno. Pero cuando se quiere pasar de ese sentimiento inicial a la acción que ayuda y trata de resolver el problema, se hace necesario aplicar la inteligencia, y entonces hay que preguntarse: ¿cuáles son las causas de esa triste situación?, ¿cuáles podrían ser los remedios? Mi experiencia de 40 años de sacerdote es que nunca he conseguido arreglar nada apoyándome sobre datos falsos u ocultando la realidad. Es como si ante una persona que se presenta con una herida profunda y de muy mal aspecto le dijéramos: “No te preocupes, no es nada, no es necesario proceder a una desinfección dolorosa, se curará sola”. Esa ligereza bonachona se suele pagar muy caro.

La desinfección es a veces molesta. Por eso en ocasiones también el mensaje de Cristo es costoso. Significa tomar decisiones difíciles, y sobrellevar situaciones dolorosas. No hay que olvidar que la vida de Jesús pasa por el árbol de la Cruz, que, como señalaron los Padres, es la contrapartida del árbol que fue testigo del primer pecado. Así, la misericordia, que tiene en el sacrificio de Cristo su más alta manifestación, es también una puerta abierta a la humildad. Exige aprender a dejarse amar por Dios, y reconocer que la propia existencia no es solamente una tarea que llevar a cabo, sino sobre todo un don que hay que recibir.

Tal vez sea esta precisamente la parte más difícil para el mundo actual, tan marcado por el engreimiento superficial y la autosuficiencia infantil. Es algo que el Papa Francisco parece tener muy presente: “No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que está bien o lo que está mal” (Laudato si’, 224). Encontrar la misericordia es también dejarse encontrar por ella; dejarse sorprender y conducir por el mismo que nos dice: “Ven y sígueme”. Eso requiere una actitud de humildad y apertura, que significa no querer ya determinar lo que está bien y lo que está mal, sino justamente dejar que sean el Bien, la Verdad y la Belleza los que determinen nuestra actuación.

Todo esto exige a la teología moral un esfuerzo de proponer siempre de modo renovado el camino del perdón y del seguimiento, de modo que, en la conciencia y en la vida de los cristianos, la luz de Cristo brille cada vez más intensamente. Así, lo que comenzó como un encuentro –tal vez inesperado– con el abrazo del Padre, culminará en la vida del hijo al que mueve solamente el amor.

El autorÁngel Rodríguez Luño 

Profesor ordinario de teología moral fundamental
Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma)