Vaticano

Nueva Instrucción. La renovación de la parroquia en sentido misionero

La Congregación para el Clero ha difundido una nueva Instrucción con indicaciones a los obispos para repensar la reestructuración de las comunidades parroquiales en un espíritu misionero y evangelizador. 

Giovanni Tridente·30 de julio de 2020·Tiempo de lectura: 5 minutos

Un instrumento teológico-pastoral y canónico, que se inscribe en el dinamismo de los cambios que desde hace años interrogan la conformación de las parroquias (comunidades de fieles), su (re)organización y desarrollo para responder mejor a las exigencias de un mundo que evoluciona velozmente pero que –precisamente por eso– no dejar de interrogar y exigir la responsabilidad evangelizadora de todos los bautizados.

Nace sobre estas bases la recentísima Instrucción emanada de la Congregación para el Clero y titulada La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Este documento se sitúa en la senda abierta por la Instrucción interdicasterial Ecclesia de misterio, del 15 de agosto de 1997, relativa a la colaboración de los fieles laicos con el ministerio de los sacerdotes, y por la Instrucción El presbítero pastor y guía de la comunidad, publicada el 4 de agosto de 2002 por la misma Congregación para el Clero. 

En un contexto eclesial totalmente cambiado, como se decía –teniendo presente la importancia de la misión evangelizadora fuertemente reclamada en los últimos años y plásticamente resumida en las palabras “Iglesia en salida” propuestas por el magisterio del Papa Francisco–, las nuevas indicaciones apuntan a reafirmar la convicción de que todos pueden encontrar su lugar en la Iglesia, según su propia vocación y carisma, intentando superar derivas extremistas que en muchos casos terminan por “clericalizar” a los laico o por “laicizar” a los clérigos, como ha denunciado muchas veces el Papa. Abusos y derivas que el documento procura, por tanto, evitar.

Indicaciones prácticas

No se introduce ninguna novedad legislativa, como es por lo demás típico de las Instrucciones, sino que se ofrecen indicaciones prácticas, sobre todo a los obispos, para poder discernir con la necesaria pericia las multíplices opciones pastorales que se imponen en realidades y territorios muy diversos, en función de las circunstancias, siempre ligadas a las diversas formas de participación de todos los bautizados en el proceso evangelizador. Es el caso, por ejemplo, de la oportunidad de verificar una pastoral de cercanía y de cooperación entre diversas comunidades parroquiales (erección de zonas o unidades pastorales, unión o supresión de parroquias, restructuraciones diocesanas…), pero también de repensar y profundizar, eventualmente, decisiones ya tomadas pero que no han dado los frutos esperados.

El objetivo –como ha explicado Mons. Andrea Ripa, Subsecretario de la Congregación para el Clero– es alcanzar siempre “una acción genuinamente eclesial, donde derecho y profecía se puedan conjugar para el mayor bien de la comunidad”. Dicho en otros términos, con base en la experiencia adquirida a partir de las señalaciones llegadas al dicasterio vaticano, se quieren evitar decisiones demasiado subjetivas, a discreción de un determinado obispo o grupo, que puedan llevar -y han llevado- a interpretaciones impropias de la vida de una comunidad o del ministerio episcopal.

Puede suceder, en efecto, que se conciba la parroquia por ejemplo como una “empresa” (donde hay una distribución “democrática” de las tareas entre pastores y laicos, que se convierten inevitablemente en funcionarios) o como un “absoluto” del párroco, que decide autónomamente cada cosa y deja a los laicos solamente papeles marginales, eventualmente como simples ejecutores.

Mirar la historia de la comunidad

La línea maestra propuesta por la Instrucción es tener en cuenta, para introducir cualquier cambio o reestructuración, la historia y las tradiciones de cada comunidad particular, para no erradicar la pertenencia a un recorrido de vida comunitaria que se alimenta del pasado, evitando dejar caer los proyectos desde lo alto, como ha aclarado oportunamente el mismo Papa Francisco en varias ocasiones. Al mismo tiempo, hay que ejercitar la virtud de la paciencia, proceder gradualmente, multiplicar las consultas, hacer estudios profundos y fases experimentales antes de cualquier decisión definitiva, que debe ser probada sobre el terreno, y si conviene, debe ser también rectificada.

Desde este momento, por tanto, los obispos tienen un instrumento más para verificar la viabilidad de los diversos proyectos de reforma de las comunidades parroquiales o de las reestructuraciones diocesanas que se están llevando a cabo o que están programadas, de modo que respondan fielmente al soplo del Espíritu que reclama este tipo de consideración, para contribuir mejor a la misión evangelizadora de la Iglesia en nuestro tiempo. Y esto, después de todo, es el eje inevitable e impostergable de la vocación de todo bautizado, parámetro de unidad en medio de las innumerables gradaciones de unicidad y diferencias personales.

Pero también se reitera el papel del párroco como “pastor propio” de las comunidades, además de destacarse el servicio pastoral ofrecido en cada una de las realidades por los diáconos, los consagrados y los laicos, llamados a participar activamente, según su propia vocación y su propio ministerio, en la única misión evangelizadora de la Iglesia, como se decía.

El documento ha sido aprobado por el Papa Francisco el 27 de junio pasado y ha sido firmado por el Prefecto de la Congregación para el Clero, Beniamino Stella, junto con los Secretarios Mercier y Patrón Wong, y el Subsecretario Ripa, dos días después en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo. Está compuesto por 124 puntos y está subdividido en 11 partes, más la introducción y la conclusión. 

Como premisa se subraya la invitación a las comunidades parroquiales “a salir de sí mismas”, pensando en una reforma “orientada a un estilo de comunión y de colaboración, de encuentro y de cercanía, de misericordia y de solicitud por el anuncio del Evangelio”.

La primera parte reitera la “conversión pastoral” como tema fundamental del recorrido evangelizador de la Iglesia en este tiempo, como ha dicho el Papa Francisco, para evitar que la difusión de la novedad del Evangelio hasta los confines del mundo pueda debilitarse o incluso disolverse.

El criterio es la misión

En este contexto, por lo tanto, el papel de la parroquia es central, llamada hoy a confrontarse con “la creciente movilidad y la cultura digital” que en el mundo contemporáneo “han dilatado los confines de la existencia”. De aquí la urgencia de “involucrar a todo el Pueblo de Dios en el esfuerzo de acoger la invitación del Espíritu, para llevar a cabo procesos de ‘rejuvenecimiento’ del rostro de la Iglesia”. La instrucción propone por eso “generar nuevos signos”, buscando otras modalidades de búsqueda y de proximidad con respecto a las actividades actuales: “un desafío para ser acogido con entusiasmo”.

El criterio rector para la renovación es por eso la misión -se explica en la cuarta parte de la Instrucción-, que ya debe entenderse como un “territorio existencial” más que como un espacio geográfico delimitado (aunque a nivel canónico el principio territorial de la parroquia permanece en vigor) y debe incidir “en la vida de las personas concretas”, incrementando “una red de relaciones fraternas, proyectadas hacia las nuevas formas de pobreza”. El documento reconoce, en efecto, que en el período actual, a menudo marcado por el cierre, el rechazo y la indiferencia, “el redescubrimiento de la fraternidad es fundamental, ya que la evangelización está estrechamente vinculada a la calidad de las relaciones humanas”. Lo mismo ocurre con la compasión por la “carne herida” de los hermanos.

Antes de toda conversión estructural se debe implementar “un cambio de mentalidad y una renovación interior” de las guías, destaca el Documento en la sexta parte, invitando a superar tanto concepciones autorreferenciales como clericalizaciones pastorales, asegurándose de que cada bautizado “se convierte en protagonista activo de la evangelización”.

Proceso de renovación gradual

La séptima parte entra en los detalles del proceso gradual de renovación de las estructuras para reavivar la evangelización y hacer que la atención pastoral de los fieles sea más efectiva –“en el cual el ‘factor clave’ solo puede ser la proximidad”-, dando indicaciones específicas sobre cómo reagrupar por ejemplo las parroquias, sobre las responsabilidades del vicario foráneo, sobre las unidades y áreas pastorales, etc. También se repasan las formas ordinarias y extraordinarias de confiar el cuidado pastoral de cada comunidad parroquial (párroco, administrador parroquial, encomienda in solido a varios sacerdotes, vicario parroquial, diáconos, consagrados, laicos, etc.).

Las últimas tres partes del documento brindan indicaciones útiles sobre la designación de los diferentes encargos y “ministerios” que sean confiados también a diáconos, personas consagradas y laicos; sobre los diversos organismos de “corresponsabilidad eclesial” (asuntos económicos, consejo pastoral, etc.) y sobre las “ofrendas por la celebración de los Sacramentos”, un acto que por su naturaleza debe ser libre, dejado a la conciencia y responsabilidad eclesial del oferente. Aquí se señala cómo la conciencia de los fieles para contribuir a la gestión de la “casa común” se verá beneficiada por ejemplos “virtuosos” en el uso del dinero por parte de los sacerdotes (estilo de vida sobrio y sin excesos, gestión transparente de los bienes parroquiales, proyectos compartidos y vinculados a las necesidades reales de la comunidad …).

A través de estas “pinceladas operativas”, la Congregación, por lo tanto, ha querido colocar una vez más en el centro el papel de la parroquia como lugar principal del anuncio evangélico.

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