Si hace sólo cincuenta años el más visionario de los científicos se hubiera asomado, por ejemplo, a la última edición del Mobile World Congress y hubiera vuelto a su laboratorio a contarlo a sus compañeros, no serían pocos los que lo hubiera tachado de loco o de haber leído demasiadas novelas de ciencia ficción.
Hoy los avances tecnológicos han llevado al uso de la inteligencia artificial en, prácticamente, todos los ámbitos de la vida: desde las apps de nuestro teléfono móvil a realidades como los vehículos autónomos, la creación de materiales incluso alimentarios o el desarrollo de la industria farmacológica.
Un progreso que ha llevado, por ejemplo, al desarrollo de teorías que defienden un futuro en el que los robots sean no sólo iguales, sino superiores al ser humano, o la desintegración del concepto de ser humano como tal para ser sustituido o “mejorado” de tal manera que realidades como la muerte, la procreación natural o las limitaciones sean simples “recuerdos del pasado”.
La pregunta sobre hasta dónde puede llegar la inteligencia artificial continúa en primer plano, como demostró el animado Encuentro Omnes-CARF celebrado el 22 de noviembre y que contó, como ponente principal, con Javier Sánchez Cañizares, doctor en Física y en Teología, director del Grupo Ciencia, Razón y Fe (CRYF) de la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra e investigador del Grupo Mente-cerebro: biología y subjetividad en la Filosofía y en la Neurociencia contemporáneas junto a Gonzalo Génova, licenciado en Filosofía, doctor en Ingeniería Informática y profesor Titular en el Departamento de Informática de la Universidad Carlos III de Madrid.
En este coloquio, que puede encontrarse en el canal YouTube de Omnes, surgieron muchas de las cuestiones que, a día de hoy, emergen al considerar la infinitud de posibilidades que se abre en el campo de la inteligencia artificial. Ambos profesores,
¿Qué es inteligencia artificial?
En los últimos años, el adjetivo inteligente se ha extendido, quizás de manera demasiado general, a multitud de ámbitos, gadgets y sistemas de la vida diaria.
Tenemos relojes inteligentes, casas inteligentes, robots inteligentes que realizan operaciones cardíacas… Sin embargo, no existe una correlación exacta entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial.
Gonzalo Génova define la inteligencia artificial como “un sistema basado en ordenador que es capaz de recibir y evaluar información de su entorno, y encontrar soluciones no explícitamente programadas a determinados problemas”.
Por otra parte, y también relacionado con esto, se ha extendido un concepto de lo artificial en contraposición a lo natural. Una oposición que matiza Javier Sánchez Cañizares al afirmar que “lo artificial es una manera de determinar lo natural”, dado que los seres humanos somos capaces de utilizar la gravedad para hacer edificios o medicinas a raíz de compuestos naturales. “Lo artificial completa lo natural”, subraya el director del Grupo Ciencia, Razón y Fe, “ya que lo artificial no se crea de la nada”.
Ambas definiciones señalan puntos clave de este tema: la determinación de unos fines concretos, a pesar de la multitud de los procesos que puedan ser creados para ello, y la necesidad de elementos naturales para el desarrollo de los procesos.
Como explica Javier Sánchez Cañizares, habla más de inteligencia artificial en sentido débil para referirnos a máquinas o robots diseñados para resolver problemas concretos: por ejemplo, jugar al ajedrez; mientras que el concepto de inteligencia artificial en sentido fuerte se reserva para aquel programa que simula los procesos del comportamiento humano. Las cuestiones más discutidas de este campo surgem evidentemente de este segundo concepto: ¿puede la inteligencia artificial sustituir la inteligencia humana, tener libertad, ser, por ejemplo, responsable de unas acciones? ¿Cuál es la clave de diferencia entre el ser humano y la máquina?
La creatividad de los fines
Tomando como base la definición de Génova, la inteligencia artificial se dirige a la consecución de unos fines determinados. Esta finalidad concreta es la que hace que cualquier novedad que pueda producir ese sistema en los procesos esté encaminado a la consecución de ese fin.
La creatividad de la máquina está siempre subordinada a uno o más fines predeterminados por un programador. Esto supone que, a pesar de que un sistema de inteligencia artificial puede modificarse a sí mismo, siempre lo hará atendiendo a esos fines.
En un sistema de inteligencia humana el contexto no altera los fines últimos, como sí ocurre en la vida del ser humano.
Entonces, así como en una máquina los fines determinan su creación y lo definen, ¿cuál sería el fin que define al ser humano? Como destaca Sánchez Cañizares, el fin evolutivo del ser humano no es, como en el resto de las especies animales, la mera supervivencia. De ser así, destaca el director del Grupo Ciencia, Razón y Fe, sería un escandaloso fracaso, “puesto que hay sistemas mucho más avanzados… El ser humano no es especialmente exitoso en la supervivencia” y esto es así porque su fin último supera una simple opción física de vivir o continuar la especie. En el caso de los seres humanos entra en juego el plano espiritual. Para los creyentes el fin del ser humano puede ser el responder a la llamada de Dios, para los no creyentes una realización total…, en definitiva, podríamos apuntar que la felicidad es el fin del ser humano. Pero, ante todo, lo que esta realidad muestra es que el ser humano nace con la capacidad de ponerse fines a sí mismo, a diferencia de cualquier máquina.
El fin del hombre no está determinado. Más aún, un mismo fin se concreta de manera diferente en cada una de las personas que viven en el mundo. Javier Sánchez Cañizares apunta que “precisamente, vamos teniendo muchos fines que crean nuevos contextos y crean la historia de nuestra vida. La idea, cierta, de que el fin ultimo del hombre es ser feliz no sirve para tomar una decisión hoy y ahora”. Se va traduciendo en nuevos fines en la medida que la vida de cada persona se desarrolla en nuevos contextos.
Como afirma Sánchez Cañizares “los fines del ser humano son contextuales, que llaman a otros fines y que, al final, se integran en el gran fin”. En el hombre nos encontramos con la creatividad de los fines: ése es el salto con respecto a cualquier sistema de inteligencia artificial, por avanzado que éste sea.
Aún cuando un sistema de inteligencia artificial incluya un elevadísimo porcentaje de cambios en su sistema, como subraya Sánchez Cañizares, “nunca podemos programar la enorme variedad de los contextos que nacen con el ser humano: necesitamos vivir para conocer los contextos. Existen fines que no podemos crear sin vivir y eso sólo es posible por la potencialidad infinita que nos da el espíritu, nuestro conocimiento inmaterial”. En el ser humano, el conocimiento, aunque está ligado a una materia orgánica, no está limitado por ella, por su inmaterialidad va más allá.
No en vano, como recuerdan ambos profesores, el ser humano no es sólo un solucionador de problemas, sino que tiene la capacidad de plantearse esos problemas y de variar ilimitadamente sus contextos. Esto lo hace completamente distintos a una secuencia de programación que, aún considerando millones de variables, siempre tendrá de fondo el “sesgo” del programador.
“The IA evolution”
“El alma es en cierto modo, todas las cosas”. Esta cita de Aristóteles la recoge Javier Sánchez Cañizares para subrayar cómo el ser humano, aunque no puede saberlo todo, sí puede mostrar interés por todo; si bien, en último término, sigue estando limitado, puesto que no puede suplantar la evolución misma del universo. En efecto, las mutaciones naturales siguen siendo un enigma para el ser humano.
“Las variaciones que aparecen en nuestro universo suponen auténticas novedades que introducen nuevos grados de libertad en la naturaleza”, subraya Javier Sánchez Cañizares. Su éxito no está asegurado. Sólo con el desarrollo de estos cambios, con la “vivencia” de ese nuevo escenario, se confirma el progreso o la muerte de ese cambio de patrón, pero la lógica interna de esta mutación sigue estando dentro del terreno de la hipótesis para el ser humano.
El grado de avance tecnológico actual ha llevado a algunos científicos o filósofos a plantear un hipotético momento de “revolución” libertaria de las máquinas: un escenario en el que la simulación de los procesos de conocimiento humano en las máquinas sea tan avanzado que los robots superarían a la propia especie humana, “liberándose” de su determinación y dominio. ¿Serían entonces libres y responsables las máquinas? ¿Existe esta posibilidad o es un capítulo de ciencia ficción?
Ateniéndonos a los conceptos anteriormente explicados, la inteligencia artificial tiene sentido dentro de su finalidad. ¿Para qué quiere una persona una máquina que no sabe para qué sirve? La idea de que si se deja evolucionar “naturalmente” a las máquinas llegarán a superar al ser humano contiene una trampa conceptual clave, ya que de ese modo la inteligencia artificial perdería la especificidad de su calificativo: ser producida para mejorar puntual o contextualmente –según los estándares humanos— los resultados de la evolución biológica. Es decir, dejaría de ser artificial y sería incongruente consigo misma y con su razón de ser: resolver problemas concretos.
Una máquina sin control es un peligro. Un hombre completamente controlado también. Así lo destacan los profesores Sánchez Cañizares y Génova. La dinámica evolutiva natural está fuera del alcance del conocimiento del ser humano. No conocer esta dinámica de la evolución natural imposibilita, por tanto, poner las bases para una evolución similar en el terreno de la inteligencia artificial. Como señala Sánchez Cañizares, “no podemos programar la evolución. Pero sí podemos diseñar ingenios para que resuelvan problemas concretos”. “Es un sueño prometeico pensar que podemos crear una inteligencia artificial general, simplemente porque nosotros no somos dioses; sólo Dios puede hacerlo. Y la buena noticia es que eso no es un fracaso, sino un recordatorio de nuestros límites como criaturas y también de que hemos de agradecer que debemos todo lo que hemos recibido”, apostilla Javier Sánchez Cañizares.
Dimensiones éticas de la IA
El desarrollo de los sistemas de inteligencia artificial y la tecnología biogenética ha puesto sobre la mesa, especialmente en los últimos años, cuestiones variadas en las que entra de lleno la valoración ética de los propios procesos. Desde la lectura de nuestro uso de los dispositivos móviles y el tratamiento de estos datos en patrones de consumo que se venden a la industria del marketing hasta la cuestión del transhumanismo.
No en vano el desarrollo de proyectos de integración “tecnobiológica” como el conocido como proyecto avatar planteaba hace ya años la idea trasladar la mente, la personalidad y la memoria de un ser humano a un ordenador, creando un modelo informático de la conciencia humana.
Más allá de la realización o no de este tipo de experimentos, la idea subyacente en este tipo de pruebas se basa en una concepción completamente materialista del ser humano y plantea además ciertas cuestiones de ámbito moral y ético. ¿Existe la posibilidad de crear la libertad?¿Son moralmente responsables, por ejemplo, los coches autónomos? ¿Podría darse este vacío de responsabilidad en unos “ciborgs” o robots humanoides cuya “mente”, parcial o totalmente, fuera un producto artificial?
La realidad, es que, como explica Gonzalo Génova, “cualquier tecnología se desarrolla para lograr determinados fines. Lo primero que hay que considerar en la valoración ética de una inteligencia artificial es el para qué ha sido diseñada”. A esto hemos de sumarle la programación dada a cada máquina en cuestión, y que se basa en encontrar una estrategia exitosa a partir de su interacción con el entorno.
Pero, en último término, una máquina no es libre, por tanto no puede ser responsable de sus actos. Hablar de “ciborgs”, o seres “humanoides” con intelectos programados se reduce, al final, a la teorización de una nueva especie de esclavos con infinidad de posibilidades pero sin libertad o responsabilidad. Eso sí, con graves reparos morales ya en su diseño primigenio.
En definitiva, como subrayan ambos profesores, “la inteligencia artificial tendrá éxito en la medida en que sirva a los seres humanos”, y este servicio se encamine, como destacaba el Papa Francisco en su video del mes de noviembre de 2020, “al respeto de la dignidad de la persona y de la Creación. Que el progreso de la robótica y de la inteligencia artificial esté siempre al servicio del ser humano… podemos decir ‘sea humano’”.