Traducción del artículo al italiano
Entre la caída del Imperio de los Zares, en 1917, y la disolución de la Unión Soviética, en 1991, transcurren setenta y cuatro años de historia. Durante ese largo periodo los destinos de la URSS, extendida desde los Urales hasta las estepas del Asia Central, y los confines de Siberia, fueron decididos por un líder.
Quienes el 11 de marzo de 1985 situaron a Mijail Gorbachov (Privolnoie 1931) en la cúspide del poder no tuvieron conciencia de elegir al último Secretario General del Partido Comunista Soviético. Con 54 años, era el miembro más joven del Politburó y, llegado el momento, candidato natural para suceder al anciano Konstantin Chernienko. Por primera vez en la historia soviética, el matrimonio del Kremlin, Mijail y su esposa Raisa, cuatro años más joven, no superaba en edad al de la Casa Blanca.
La política de Gorbachov
Aunque no doctrinario, Gorbachov fue un comunista convencido de los principios fundamentales de la ideología socialista, y trató de mantener su compromiso. Junto con la política de trasparencia (Glasnost), la Perestroika fue su gran objetivo: la reforma del sistema desde dentro, y desde arriba, sin renunciar al socialismo.
Ya sea por convicción o por necesidad, dada la complicada situación económica y social de la URSS, desde comienzos de su mandato promovió el acercamiento con los Estados Unidos. La cumbre con Reagan en Ginebra, en noviembre de 1985, abrió el camino de la distensión. El nuevo clima internacional hizo posible los acuerdos de reducción de armas nucleares, y un deshielo a nivel internacional. La historia reconoce su papel en la caída del Muro de Berlín, y en las transformaciones no violentas de 1989 en Europa Central y Oriental: podía haber reaccionado al estilo soviético, como en las crisis de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), y optó por dejar que los pueblos siguiesen su camino en libertad.
El papel decisivo de Gorbachov en aquellos acontecimientos no pasó inadvertido a otro gran protagonista de la transformación de Europa: Juan Pablo II. Dediqué la tesis en ciencias políticas al análisis de la influencia del primer papa eslavo en aquellos acontecimientos, y Gorbachov accedió a mi invitación para redactar la presentación del libro. Recientemente he publicado un largo artículo sobre su relación. En aquellos años me entrevisté personalmente con los dos, y comprobé su aprecio mutuo. Gorbachov deja constancia de su admiración por Juan Pablo II en las cartas que me escribió con motivo de la tesis. Documentos para la historia que hace un tiempo doné al archivo general de la Universidad de Navarra.
El nacimiento de una amistad
Desde su primer encuentro en el Vaticano, el 1 de diciembre de 1989, surgió entre ellos una corriente de admiración y aprecio. Dos décadas después el portavoz Navarro-Valls recordaría que, entre todos los encuentros que mantuvo durante los 27 años de pontificado, “uno de los que más gustó al Karol Wojtyla fue el que mantuvo con Mijaíl Gorbachov”. Aquel día el portavoz preguntó a Juan Pablo II su impresión de Gorbachov: es “un hombre de principios”, respondió el Papa, “una persona que cree tanto en sus valores que está dispuesto a aceptar todas las consecuencias que se deriven”.
Tras la muerte de Juan Pablo II, Gorbachov fue entrevistado en Radio Free Europe. La periodista preguntó: “Mijaíl Sergeevich, usted fue el primer líder soviético en reunirse con el Papa Juan Pablo II. ¿Por qué decidió en ese momento solicitar audiencia?”. La respuesta hizo memoria de las circunstancias tan especiales de aquel año extraordinario: “Habían sucedido muchas cosas que no habían ocurrido en las décadas anteriores. Creo que esto está relacionado con el hecho de que, en 1989, ya habíamos avanzado mucho”.
Confianza mutua
¿Qué es lo que facilitó la conexión entre ambas personalidades? Para el último líder soviético la clave estaba en la historia y la geografía: los dos eran eslavos. “Inicialmente –recordó Gorbachov tras la muerte de Juan Pablo II- para mostrar hasta qué punto el Santo Padre era eslavo, y cómo respetaba a la nueva Unión Soviética, propuso que pasáramos los primeros 10 minutos solos juntos y habló en ruso”. Wojtyla se había preparado para la conversación, repasando la lengua rusa: “He ampliado mis conocimientos para la ocasión” dijo al empezar.
La relación entre ambas personalidades es un claro dejemplo de la ‘amistad social’ que el Papa Francisco describe en “Fratelli tutti“: “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo ‘dialogar’” (n. 198). Juan Pablo II y Mijaíl Gorbachov hicieron posible con su actitud la eficacia del encuentro. Mostraron su “capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía” (n. 203).
El recuerdo de Gorbachov
Los dos eslavos quedaron impactados por aquella conversación en la Biblioteca del palacio Apostólico. Les sorprendió la sintonía que surgió de un modo tan natural. “Cuando se celebró la reunión, recordó años después Gorbachov, le dije al Papa que a menudo se encuentran palabras iguales o similares en mis declaraciones y en las suyas”. No era casualidad. Tanta coincidencia era una muestra de que existía “algo en común en la base, en nuestros pensamientos”. El encuentro fue el comienzo de una relación especial entre dos personalidades, en principio muy distantes. “Creo que puedo decir con razón que durante esos años nos hicimos amigos”, escribió Gorbachov en el centenario de Juan Pablo II.
Con el paso del tiempo la amplitud de su revolución será mejor comprendida, y situará a Mijaíl Gorbachov en el lugar que le corresponde en la historia del siglo XX.
Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público