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Alexandre Goodarzy: «Durante mi cautiverio recordé el retiro ignaciano»

Alexandre Goodarzy fue liberado de su secuestro en Irak en marzo de 2020. Aquella experiencia le ha llevado a escribir un libro, Guerrero de la paz.

Bernard Larraín·5 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
Alexandre Goodarzy

Foto: Alexandre Goodarzy

Hace dos años, la opinión pública francesa seguía con atención la noticia del secuestro de tres miembros de la ONG “SOS Chrétiens d’Orient” en Irak. Como es prudente en este tipo de situaciones, los medios no dieron mayores informaciones para facilitar las negociaciones e intentos de liberar a los rehenes. Dos meses de cautiverio, que para los interesados parecieron años, terminaron gracias a múltiples gestiones diplomáticas y humanitarias. Alexandre Goodarzy, 38 años, casado y padre un niño, fue uno de ellos y decidió escribir su experiencia en un libro-testimonio Guerrero de la paz (“Guerrier de la Paix”). 

¿Cuál es tu historia? 

–Vengo de una familia y ambiente modestos, de una ciudad de inmigrantes. En aquella época, se trataba de una de las ciudades más peligrosas de Francia. Mi padre es iraní y mi madre francesa. Tuve una infancia y juventud complicada, violenta, a veces incluso ideológicamente extrema, como muchos de mis amigos. Además de cierta miseria material y social, mi entorno se caracterizó por una verdadera escasez cultural y espiritual. Durante mucho tiempo sentía un vacío existencial, una falta de “verticalidad” y de trascendencia en mi vida. Mi entorno, bastante marcado por el comunismo, era justamente lo contrario a lo que buscaba: familias monoparentales e inestables. 

En esos barrios, se vive una especie de choque de civilizaciones entre el cristianismo, cada vez más ausente, y el islamismo, cada vez más fuerte y dinámico. La pérdida de la propia identidad y de las raíces de la cultura judeo-cristiana ha provocado un vacío que el islam, y en particular, ciertas corrientes radicales, ha sabido aprovechar. Si este choque comienza apenas a ser visible a nivel más general en Francia y es por eso que algunos movimientos políticos intentan canalizar estas angustias y miedos, es la situación cotidiana de las comunidades cristianas en oriente desde hace muchos años. 

¿Recibiste educación cristiana?

–Mi historia personal está ligada al cristianismo porque fue la religión de mi hogar. De hecho, recibí los sacramentos. Sin embargo, mi fe no era muy fuerte y tampoco el ambiente me ayudaba, por lo que era fácilmente influenciado por ese entorno. El punto de inflexión en mi vida es claro y corresponde al encuentro que tuve con la comunidad de los franciscanos del Bronx que se instalaron en mi ciudad. Ellos me enseñaron que Dios es Amor; esta verdad fundamental no siempre es fácil de asimilar cuando la vida te ha mostrado que hay que pasar por etapas difíciles.

Estuve viviendo nueve meses en un convento, una especie de retiro espiritual para discernir mi vocación y prepararme a recibir la Confirmación. Durante ese retiro, sentí especialmente la presencia de Dios en una confesión donde pienso que incluso el sacerdote tuvo palabras proféticas pues solo las entendí años más tarde en Irak, estando secuestrado. La Confirmación fue para mí también un momento de fe muy fuerte al considerarme un soldado de Cristo. Las palabras que se pronuncian en esa ceremonia “Aquí estoy” me marcaron profundamente. 

En paralelo, realicé mis estudios universitarios y me convertí en profesor de colegio en Angers, aunque todavía sentía que no había encontrado completamente mi camino. Fue en Angers donde escuché por primera vez hablar de la asociación “SOS Chrétiens d’Orient”. 

Alexandre Goodarzy en los restos de una iglesia destruida

¿Qué es para ti SOS Chrétiens d’Orient? 

–Se podría decir de alguna manera que es mi vocación. Ésta se presentó a mí de manera inesperada. Un día, dando clases de geografía en el colegio donde trabajaba, uno de los alumnos comentó algo de unos jóvenes que iban a Siria a celebrar Navidad con comunidades cristianas de ese país. Aquello me llamó mucho la atención y me atrajo desde el primer momento. Así fue como pedí más información sobre esos aventureros que iban a Siria y entré en contacto con ellos. 

SOS Chrétien ha dado unidad a mi vida, a mis aspiraciones, a mi fe y a mi energía interior. Dicho de manera sencilla, nuestro objetivo es tratar que los cristianos de oriente puedan quedarse en sus países, es su derecho. No es una búsqueda parcial, es la búsqueda del bien común porque los cristianos son, en general, un factor de paz y de unidad en esos países. En occidente, hemos ido perdiendo ciertos ritos culturales y religiosos que estructuraban nuestra sociedad, que daban cierto ritmo a nuestra existencia.

En oriente, esos ritos y tradiciones siguen existiendo con el riesgo quizás de que estén siendo utilizados únicamente como símbolos de pertenencia a una comunidad, desvinculados de las razones de su existencia. Paralelamente, en Oriente el mal aparece de manera evidente con la guerra y las persecuciones; en Occidente el mal, al contrario, aparece como disfrazado de bien, de derechos, de tolerancia, por ejemplo el aborto o las persecuciones mediáticas. 

De manera más general e histórica, pero no menos espiritual, Francia tiene un rol importante de protección de los cristianos de Oriente desde la época del Rey San Luis. En este marco se inscribe también nuestro trabajo. Mi misión dentro de SOS Chrétiens d’Orient es el de ser responsable de desarrollo internacional. Enviamos numerosos jóvenes voluntarios a países de Oriente donde existen comunidades cristianas. 

¿Cómo fue tu secuestro? 

–Para saber todos los detalles tienes que leer mi libro que para eso lo escribí (risas). Estábamos en Bagdad con otros dos voluntarios para hacer unos trámites administrativos de nuestra asociación y, esperando en una calle en el coche, unas milicias se acercaron a nosotros, nos subieron a unas camionetas y de ahí no paramos más: cambios de lugares y de circunstancias, sin saber qué pasaba.

Los detalles concretos tienen su importancia pero lo fundamental es sin duda el factor espiritual. Me daba cuenta de que en cualquier momento podíamos morir y yo necesitaba confesarme. Me doy cuenta del valor de poder acudir a este sacramento cuando uno quiere. Recordé durante esos momentos de cautiverio el retiro ignaciano que había hecho y las ideas principales: en su angustia, Dios visita al hombre; el silencio te impone estar frente a ti mismo, no te puedes esconder. Dios estaba ahí y eso cambió para siempre mi vida. 

A fines de marzo de 2020, cuando se decretó el confinamiento y gracias a gestiones diplomáticas, nos liberaron. 

El autorBernard Larraín

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