Francisco ha explicado así el objetivo del viaje a la isla griega: atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria.
— Giovanni Tridente, Roma
Es un Papa muy cansado el que habla a los periodistas en el vuelo de regreso desde Lesbos, la isla griega que se ha convertido en puerta de entrada a Europa para tantos inmigrantes y refugiados que escapan del hambre y las guerras en los países que se asoman a las orillas opuestas del Mediterráneo. Allí, en el campo de prófugos de Moria, donde se alojan varios centenares, Francisco –junto a su Santidad Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla, y a Su Beatitud Ieronymos, arzobispo de Atenas y de toda la Grecia–, ha estrechado la mano, una por una, a más de doscientas personas, sobre todo niños. Una jornada que ha sido “para mí demasiado fuerte, demasiado fuerte…”. En el fondo, el Papa había anunciado a la ida que sería “un viaje marcado por la tristeza”: “vamos a conocer la catástrofe humanitaria más grande después de la Segunda Guerra Mundial”, había dicho a los periodistas que le acompañaban.
La finalidad del viaje, de algunas horas de duración y organizado en poquísimos días, la comunica el propio Papa quien a los refugiados: estar con vosotros y deciros que no estáis solos, además de “atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria” e “implorar la solución de la misma”: “Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común”. Les alienta a no perder la esperanza: “El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración”. Una visita entre los “últimos”, para sensibilizar a los potentes, en el signo del ecumenismo
Después de haber estrechado manos, abrazado a personas y besado a niños, el Papa Francisco, el Patriarca Bartolomé y el arzobispo Ieronymos han firmado una declaración conjunta, pidiendo la atención de la opinión pública para esta “colosal crisis humanitaria originada por la propagación de la violencia y del conflicto armado, por la persecución y el desplazamiento de minorías religiosas y étnicas, como también por despojar a familias de sus hogares, violando su dignidad humana, sus libertades y derechos humanos fundamentales”. Si, por una parte, es necesario devolver a estas personas los niveles de seguridad y el retorno a sus casas y comunidades, hay que continuar haciendo todos los esfuerzos necesarios para “asistir y proteger a los refugiados de todas las confesiones religiosas”. Dicho con otras palabras, las prioridades de la comunidad internacional deben ser la protección de vidas humanas y la adopción de políticas inclusivas para todos.