“Si quieres tener éxito en el trabajo, primero tienes que gestionarte a ti mismo. Para ello se necesita la excelencia interior o la espiritualidad”. Y esto incluye una vida serena, con menos estrés.
Estamos de acuerdo, pero nos preguntarnos: ¿quién lo dijo? ¿Qué es y cómo conseguir esa excelencia interior en el asfixiante trabajo de cada día? ¿Cómo hacerla compatible con una familia: unos hijos pequeños y unos padres que también necesitan cuidados…? ¿Con los anhelos profesionales y deseos de cambiar el mundo? ¿Con la falta de tiempo, la competitividad del entorno y los numerosos compromisos?
Sin pensar demasiado, pues ¡no hay tiempo!, dan ganas de dejar la teórica gestión de uno mismo y la espiritualidad para aquellos que se separan del mundo. Lo que deseamos es resolver lo inmediato, el éxito, la influencia, el poder, el dinero, los bienes concretos… Aunque también anhelamos descansar, tener paz, vivir serenos y relajados.
El mundo empresarial ha comprobado que no solo es posible compatibilizar una vida serena y relajada con el éxito y los buenos negocios, sino que es el mejor camino para lograrlo. Las más grandes empresas ofrecen lugares de esparcimiento para sus empleados, cursos de yoga, mindfulness y otras actividades
para reducir el estrés. Todo repercute en una mejor salud individual, de la familia y de la sociedad.
De las formas tradicionales de descanso a la meditación
Hay muchas formas de descanso y relajación. La lectura de un libro no solo interesante sino entretenido, la reflexión calmada de lo que se ha leído…, un paseo contemplando la naturaleza, disfrutar de las obras de arte, una pieza musical o un cuadro, el turismo que abre a culturas diferentes. Y por supuesto la dedicación a la familia, la conversación con amigos, que facilitan aprovechar los fines de semana para oxigenar la mente y el cuerpo.
Son conocidos los efectos beneficiosos del deporte y del ejercicio, en particular cuando se realizan con serenidad. Están hoy menos de moda los métodos de relajación más fogosos, como deportes extenuantes e intensos, en breves pausas de medio día, que eran el ideal de todo “yuppie“ (acrónimo de joven profesional urbano).
Estirar los músculos y movilizarlos con delicadeza a todas las edades es saludable, previene el riesgo de lesiones, disminuye los dolores articulares y ayuda a recuperar energía, agilidad y fuerza. Disminuye el estrés y la ansiedad, mejora el estado de ánimo, la calidad del sueño y la respuesta inmunológica.
En ocasiones, el ejercicio adquiere formas elegantes o poéticas del cuerpo. Por ejemplo, en el tai chí, adaptado de las artes marciales chinas, que cabe observar en parques de todo el mundo, desde Tokio a Roma: grupos de personas, en coros o aislados, despliegan con suavidad movimientos coordinados, en perfecta sincronización. Incluso personas muy mayores notan el beneficio de estas prácticas, con una mejor calidad de vida y hasta menor riesgo de caídas y fracturas.
Estos datos nos hacen recordar que somos cuerpo y alma, materia y espíritu. Numerosas prácticas, antiguas y recientes, tienen en cuenta esta realidad e intentan satisfacer las necesidades materiales y espirituales. Lo más frecuente son las formas de meditación, que unen la introspección al movimiento corporal y al ritmo de la respiración.
La meditación clásica consistía en reflexionar sobre el sentido de la vida, entrar en relación con lo sagrado y, quizá, dirigirse a un creador o a una divinidad. Hoy muchas personas la practican para reducir el estrés cotidiano, buscando paz y calma interior y exterior, en un fluido intercambio. Lo sagrado queda muchas veces olvidado. En la práctica, se trata de concentrarse en un punto sereno de la mente y del cuerpo, y que esa atención cancele de algún modo los pensamientos que atormentan.
Este parón en los procesos mentales, con o sin lo sagrado, actúa como un “reset“ emocional. Después de unos momentos de relajación física y mental es posible ver con nuevas perspectivas aquello que antes estresaba. Se cambian los modos de afrontar la tensión y aumenta la imaginación y la creatividad. La
mente en cierto sentido reseteada da paso a un “flow“, o flujo positivo y luminoso, que mejora la paciencia y tolerancia.
Diversas prácticas… y su multiplicación
Son muchos los tipos de prácticas que incluyen o son un tipo de meditación. El estado de paz reflexivo puede ser promovido por imágenes visuales, sonidos repetitivos, olores, texturas, el gotear sobre la piel de aceites en el ayurveda, la recitación de un mantra o palabra que ocupa la mente y aleja otros pensamientos, la meditación trascendental que busca la relajación del cuerpo, la consciencia plena o mindfulness, el yoga…
Cada estilo meditativo requiere un entrenamiento para concentrar la atención, y contribuir a liberar la mente de las emociones negativas: miedo, vergüenza, rabia, tristeza, tensión. Todas las formas ponen el acento en una respiración relajada, profunda y uniforme, que use el diafragma para conseguir una mayor expansión pulmonar.
Suelen hacerse en una posición y postura cómoda que no estorbe al flujo de los pensamientos, y un lugar tranquilo con pocas distracciones, incluidas las de los teléfonos celulares. Pero cabe concentrarse y espirar con serenidad caminando, en la sala de espera del dentista o antes de un examen o un discurso público. Cuando se aprende la técnica, los beneficios fisiológicos son claros: la respiración diafragmática, así como diversos ejercicios de relajación muscular profunda, disminuye las pulsaciones y la presión arterial.
Desde los años 80 del siglo XX, las prácticas de meditación se han multiplicado y han entrado a formar parte de las rutinas escolares y de empresas, de clubes deportivos y protocolos médicos.
El conocido libro de auto ayuda de Stephen Covey “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva” (1989) da gran importancia al séptimo hábito, afilar la sierra («sharpening the saw»). Quien corta árboles, dirá con un ejemplo gráfico, tiene que parar de vez en cuando y reparar su instrumento; si no, avanzará más lento en su tarea, hasta que destroce por completo la herramienta.
Quien trabaje y quiera obtener buenos resultados, debe aprender a descansar, a relajarse, a cuidar su salud espiritual y física –¡el cuerpo como instrumento!–, a dedicar tiempo a aprender, a estar con los demás, a meditar.
En ámbitos religiosos, donde la búsqueda de lo sacro no debería quedar relegada, se observa también un creciente interés por formas meditativas orientales. Se puede encontrar propaganda sobre cursos especializados en los anuncios publicitarios de universidades, en el hall de un hospital, en un autobús o en lugares de culto.
Veremos las dos formas de meditación más extendidas en occidente, el yoga y el mindfulness, para comentar después la oración o meditación cristiana.
El yoga con su silencio y abandono
Yoga es una palabra que proviene del sánscrito. Hay huellas de su uso desde unos 3000 años antes de Cristo. La base religiosa es el hinduismo y corresponde a una de sus seis doctrinas. Como otras formas de meditación, se presenta como un método para alcanzar el equilibrio y dejar de lado el sufrimiento. Tiene un fin también moral, el llamado “karma yoga”, que consiste en la autorrealización.
Según la doctrina del yoga, el ser humano es un alma encerrada en un cuerpo, que tiene cuatro partes: el cuerpo físico, la mente, la inteligencia y el ego falso. En la religión hindú, el yoga constituye un camino espiritual para experimentar el contacto con lo divino: la integración del alma individual con Dios (es decir con el “brahman”) o su deidad (que es el “avatar”) y la liberación de las ataduras materiales.
El yoga presenta los ocho pasos de una autorrealización que se apoya en tres bases: suprimir las modificaciones de la mente, con el silencio; no apegarse, o el no-yo o nulidad; abandono para alcanzar el “samadhi”, que es la plena realización de sí mismo, un despertar interior, una fuerza espiritual y la comunicación con lo divino.
Como forma de meditación, usa diversas posturas (de la llamada “asana yoga”) para actuar en el cuerpo y en la mente. Habría una resonancia especial desde distintos puntos energéticos del organismo, a lo largo de la columna. En tiendas deportivas del mundo entero ofrecen cientos de productos de todos los colores para practicar el yoga. Lo fundamental es tener una colchoneta y un cojín, que vienen llamados “sabuton” y “zufu”.
Las claves de la práctica del yoga son: lentitud de movimientos, respiración pausada, consciente y dirigida, y atención mental en estado receptivo a lo que sucede. Las posturas pueden acompañarse de la repetición de un mantra, para concentrarse en inspirar y expirar regular y lentamente.
Los promotores afirman que tiene numerosos efectos positivos en el organismo, especialmente la reducción del estrés y una mayor concentración y claridad mental. En el cuerpo, por ejemplo, los ejercicios de yoga mejoran la flexibilidad, la coordinación y la resistencia.
Muchas personas practican yoga por su beneficio psicofísico, con rechazo o indiferencia al trasfondo religioso. En las escuelas de niños de la India es una disciplina obligatoria. Hay también quienes acuden al yoga como puerta a más experiencias religiosas de oriente, y muchas veces no resulta fácil desligarse del marco doctrinal que lo sustenta.
De la sati budista al mindfulness
El mindfulness es un fenómeno más reciente, que toma del yoga las posturas de meditación. Es la traducción moderna al inglés del término budista “sati”, considerado un tipo de meditación.
El mindfulness se describe en la colección de escritos budistas, recopilados con comentarios en el siglo V, en la “Digha nikaya“ (DN 22). Ahí se recoge a modo de plegaria lo siguiente: “El camino con una única meta, oh monjes, viene de los cuatro pilares para conseguir la purifi cación, superar el llanto y el lamento, alejarse del dolor y sufrimiento: observar el cuerpo, observar la sensación, observar la mente, observar los elementos”. En la Digha nikaya se describe también cómo se realiza la meditación con el mindfulness: con las piernas cruzadas y atención plena, hay que concentrarse en inspirar y espirar, experimentando el cuerpo.
Según los promotores del mindfulness, su práctica aumenta la concentración mental (el “samatha“ o meditación, que obtiene la tranquilidad concentrándose en la respiración o recitando un mantra); agudiza también la visión interior (el “vipassana“ o meditación que se subordina a la “sati“): para esto hay que focalizarse o fijarse en la misma concentración.
Los principales difusores del mindfulness en occidente son el monje budista vietnamita Thích Nhât Hanh (nace en 1926) y su discípulo estadounidense de tradición hebrea, el biólogo John Kabat-Zinn (nace en 1944). Fue presentada como la esencia del budismo.
Thích Nhât Hanh pone un ejemplo de lo que podría ser el mindfulness: “Cuando estás lavando los platos, lavar los platos debe ser la cosa más importante de tu vida, lo mismo si bebes té o si estás en el baño…”. Y añade: “Vivir en el momento presente es el milagro”.
Una pregunta que expresa lo que podría ser esta conciencia plena sería: tu cuerpo está presente, ¿y tu mente está también aquí? Se ha extendido la definición de mindfulness como atención total en el momento, una “particular atención al presente, con una actitud de aceptación”.
Se insiste en la concentración sobre la propia respiración y pensamientos, de un modo no reflexivo y sin juzgarlos. La “sati“, dicen, no busca eliminar los pensamientos o sentimientos, sino no identificarse con ellos. Se trata de considerarlos de un modo impersonal, para no dejar que nos arrastren.
Los promotores afirman que es un estado mental que todos pueden alcanzar, como concentración, conciencia plena y atención plena. La concentración en el cuerpo, los pensamientos y sentimientos permite ver la naturaleza real del odio, la codicia, el sufrimiento y el rencor, distanciarse de ellos y llegar al nirvana. Por la concentración, dirán, te vacías de ti mismo y desaparece el sufrimiento: la “sati“ consigue alejarse del falso yo (“anatta“) y llega al culmen de la ética budista que es la compasión (“karuna“), separarse del egoísmo, unirnos a todos y al universo y cuidar amorosamente la universalidad.
El mindfulness tiene manifestaciones culturales, como la ceremonia del té en Japón, en que se aprecia ese momento social del encuentro con otro, único e irrepetible, compartiendo en el propio hogar una bebida y un espacio de distensión.
Expansión del mindfulness
En occidente se ha insistido en que es una destreza sin matices religiosos. Se introdujo en medicina como técnica de reducción del estrés basada en la atención plena: en inglés, “Mindfulness-Based Stress Reduction“ (MBSR). Se usa en la depresión, la ansiedad, en el trastorno obsesivo-compulsivo y otras patologías. Como en otras formas de meditación aplicadas a la medicina, se han descrito efectos adversos, por exceso de concentración sobre los propios pensamientos. La hiperreflexión puede acentuar algunos trastornos psíquicos.
Se ofrece mindfulness para niños y adultos. Se emplea en las adicciones, para un mejor desempeño sexual, en el embarazo y el pre-parto, en el «burnout», en los negocios y en la vida cotidiana… Existen aplicaciones digitales que mueven millones, asociadas a universidades y empresas, como Harvard y
Google por nombrar algunas.
Se ha transformado en un producto de consumo que se presenta a veces como infalible para dar paz. Por esto, algunos hablan irónicamente de “McMindfulness”. Como el yoga, tampoco es sencillo siempre desligarlo de su fondo religioso.
La mayoría de las academias de yoga y de mindfulness insisten en que no son una religión, sino una disciplina que intenta combinar la armonía del espíritu y el cuerpo y la relajación. Sin embargo, en muchos libros y en los gimnasios se explican conceptos del hinduismo o budismo. En ocasiones, perspectivas de este tipo ven en la cruz de Cristo un simple masoquismo.
El aumento de prácticas de meditación, más o menos unidas a conceptos religiosos, manifiesta una sed de espiritualidad. Pueden contribuir a remediar la dispersión, dan importancia y espacio al cuerpo y sus
energías, y ayudan a controlar y expandir la interioridad.
¿Cómo se sitúa la oración cristiana ante el requerimiento de paz y plenitud, de espiritualidad?
La oración cristiana como forma de meditación
La oración, presente en muchas religiones, es el método más frecuente de meditación. Sus beneficios para la salud han sido comprobados en numerosos ensayos clínicos. Las formas son variadas, desde la repetición de palabras, a veces como un mantra, a la unión silenciosa o en diálogo con un ser superior.
En la oración cristiana, se afirma que se habla con un Dios personal, que escucha y ama al ser humano. Aunque menos presente que en otras religiones, no se excluye el simbolismo psicofísico del cuerpo, y por supuesto se aconseja rezar con serenidad y distensión. “La oración involucra a la persona entera“: se
ora con todo el ser, que incluye el cuerpo y el corazón o mundo afectivo.
De algún modo la meditación, incluso sin el recurso a lo sagrado, hace que uno no se sienta el centro del universo, sino parte de él, lo que contrarresta la tendencia egocéntrica del ser humano. Las enseñanzas cristianas dan más claridad a este aspecto. La meta no es observarse o conseguir solo el equilibrio, sino amar a los demás, que supone esfuerzo y una cierta tensión.
Dirigirse a Dios, sentir su presencia en el silencio del corazón, estimula a salir de uno mismo. Descubrir que hay un Dios que nos ve, nos oye y nos ama es un buen modo de focalizar la conciencia en lo importante. Cabe hacerlo a través de momentos de paz en cada práctica de piedad, especialmente en
la oración, que impregna el pensamiento y la acción.
Es un buen camino para reducir las preocupaciones y pensamientos negativos sobre uno mismo y sobre los demás, y descubrir un sentido nuevo de la vida. Poco a poco, quien hace oración llega a interiorizar a Cristo, en “íntima relación de amistad”, en oración de recogimiento y paz, como escribió santa Teresa.
Jesús fue uno de nosotros, con afectos, actos, deseos y pensamientos. Se trata de observar e imitar su mirada, su rostro y su corazón; y todo con la ayuda directa de Dios mismo: el Espíritu Santo, que ilumina y da descanso a quien acude a Él.
La oración cristiana, que lejos de dejar de lado lo sagrado, es diálogo con Dios, es fuente de optimismo y reduce el estrés de un modo más profundo y permanente que la relajación meditativa de fundamentos orientales. Se abandona el pasado, dándose cuenta de las equivocaciones. Se afronta el presente, esforzándose por mejorar; y se mira el futuro con esperanza, deseando un mundo mejor para todos.
Se aprende a compartir la tierra con hombres y mujeres de toda condición, con los peces, las aves, las plantas… Invitando a cantar “al sol, a la luna y a los más pequeños animales”, se renuncia “a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio”; y se reconoce “la naturaleza como un espléndido
libro”, como escribió el Papa Francisco en la Laudato si’.
Muchos santos ponen el acento en la oración unida a la paz. Termino con un texto de san Basilio, que bien resume la conciencia plena, la meditación o el mindfulness de un cristiano: “Es bonita la oración que hace más presente a Dios en el alma […]. En esto consiste la presencia de Dios: en tener a Dios dentro
de sí mismo, reforzado por la memoria […].
Nos convertimos en templo de Dios: cuando la continuidad del recuerdo no se ve interrumpida por preocupaciones terrenas, cuando la mente no es turbada por sentimientos fugaces, cuando el que ama al Señor está desprendido de todo y se refugia sólo en Dios, cuando rechaza todo lo que incita al mal y gasta su vida en el cumplimiento de obras virtuosas”.
La contemplación de la cruz de Cristo y de su resurrección, de su Humanidad santísima que, llena de amor al Padre, se compadece de todos hasta el extremo de dar su vida por nosotros, nos introduce en el misterio del amor de Dios. Esa contemplación ayuda a enraizar nuestra filiación divina en lo más hondo de nuestro espíritu, conducidos por el Espíritu Santo, y nos lleva a clamar “¡Padre!” en todas las circunstancias de la vida: ante lo bueno y lo malo, ante lo que supone salir de sí mismo y darse a los demás con sacrificio.
La paz interior es propia de quien se sabe de verdad hijo de Dios y esa verdad se afianza y se vive si, dóciles al Espíritu Santo, somos mujeres y hombres de oración, contemplativos en medio de nuestra existencia.
La oración y nuestro obrar calmado generan sentimientos de paz y bienestar. Qué útil resulta el consejo de gestionarse a uno mismo y cuidar la excelencia interior o espiritualidad, citado al inicio. Procede de uno de los mayores empresarios de la India, Grandhi M.R., nacido en un pequeño y pobre pueblo
del Andhra Pradesh.
Diferencias entre las diversas prácticas
Descanso
➔ Descanso tradicional: lectura, paseo, naturaleza, turismo…
➔ Otras prácticas:
- No relegar la búsqueda de lo sacro.
- Técnicas basadas en una respiración relajada.
Yoga
➔ Base religiosa en el hinduismo. El ser humano como alma encerrada en un cuerpo.
➔ Se desea:
- Alcanzar el equilibrio y dejar de lado las ataduras materiales.
- Fin moral: autorrealización.
➔ Técnicas: posturas, atención mental, respiración, repetición de mantras.
➔ No es fácil desligarlo de su trasfondo religioso y doctrinal.
Mindfulness
➔ Base religiosa en el budismo.
➔ Se desea:
- Atender al momento presente.
- Considerar los pensamientos y sensaciones de modo impersonal, sin identificarse con ellos.
- Llegar al nirvana y unirse al universo.
➔ Herramienta médica, pero también producto de consumo.
➔ Puede permanecer ligado a aspectos del hinduismo o del budismo.
Oración cristiana
➔ Se habla con un Dios personal, que escucha y ama al ser humano.
➔ Involucra a la persona entera, lo que incluye el cuerpo y el mundo afectivo.
➔ Estimula a salir de uno mismo:
- Ayuda a focalizar la conciencia en lo importante.
- Conduce a una relación de amistad con Dios y a amar a los demás.
➔ Es fuente de optimismo. Reduce el estrés de modo más profundo que la relajación meditativa de fundamentos orientales.
Médico y sacerdote.