Licenciado en Derecho, doctor en Teología y director de la revista Annales Theologici, de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, el profesor Vicente Bosch imparte cursos de espiritualidad laical y presbiteral en Roma, y es autor de diversas publicaciones.
Ha tenido la amabilidad de atendernos para abordar esta relevante cuestión teológica –la espiritualidad laical–, que el Concilio Vaticano, más que definirla, la “describió”. De paso conversamos también acerca de su libro, recientemente publicado, que constituye un verdadero y novedoso curso sobre la cuestión de la espiritualidad laical.
Usted ha titulado su libro Santificar el mundo desde dentro. ¿Cuál es la propuesta fundamental que hace en él?
–Todo el contenido del libro podría resumirse en esta idea central: ser laico es un modo de ser cristiano, con toda la riqueza que entraña la vocación cristiana; ser hijo de Dios, estar llamado a la santidad, ser miembro del Cuerpo de Cristo y, por tanto, ser responsable de la misión de la Iglesia. Y el laico se distingue por su carácter secular, es decir, por su inserción en el mundo para santificarlo desde dentro y santificarse en ese empeño.
El Concilio Vaticano II parecía describir al laico más por lo que no es –ni sacerdote ni religioso– que por lo que es. ¿No es esa una manera de minusvalorarlo?
Desde luego, el laico no es un cristiano de segunda categoría: uno que, por no tener “vocación” ni de sacerdote ni de religioso, se queda en el mundo y se casa. ¡No!
La vocación laical lleva igualmente consigo la actitud cristiana de superación del egoísmo, de lucha contra las malas tendencias, del ejercicio del desprendimiento, pero viviéndola en el corazón del mundo y no a través de un alejamiento de él.
Es relativamente común afirmar que lo característico del laico es la secularidad. Pero, en su opinión, ¿qué es exactamente la secularidad?
–La secularidad es una dimensión ineludible de la Iglesia, no solo porque también ella se encuentra en el mundo (algunos autores defienden esto), sino principalmente porque tiene la responsabilidad de llevar el mundo hacia Dios.
El Concilio Vaticano II afirmó que “la misión de la Iglesia no es solo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (decreto Apostolicam actuositatem, 5). Por eso, afirmar que la secularidad es una nota meramente sociológica, un simple dato de hecho, significa no captar el profundo sentido teológico de la secularidad: la santificación del mundo es misión de la Iglesia.
De esa responsabilidad participan todos los cristianos –también sacerdotes y religiosos–, pero el modo de participar de los laicos en esa tarea es algo propio y peculiar de ellos, precisamente por su inserción en todos los ámbitos de la sociedad. Con su vida, los laicos manifiestan la capacidad que tiene el espíritu cristiano de potenciar y vivificar todo lo humano.
Sin embargo, a veces el tipo de seglar modélico es el del que dedica más tiempo a la parroquia o a actividades eclesiales.
–Con Christifideles laici (30.XII.1988) san Juan Pablo II quiso reafirmar y profundizar la doctrina conciliar sobre el laico y, entre otras cosas, puso en guardia ante el riesgo –confirmado con hechos en el posconcilio– de “clericalizar” el laicado, es decir, de suponer que la madurez de un laico se valora en función del tiempo y energías que dedica a la parroquia o a otras estructuras eclesiásticas: se le llena de encargos y ministerios, olvidando que el laico edifica la Iglesia, principalmente, con su acción libre y responsable de evangelización de las realidades temporales.
La mayoría de los laicos llevan una vida ajetreada debido a sus obligaciones profesionales, familiares y sociales. ¿Cómo pueden vivir en el mundo y en la Iglesia sintiéndose cada día más corresponsables de su misión?
–Sorprende que, salvo excepciones, la literatura teológica y pastoral tienda a presentar la “vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo” (subtítulo de la Christifideles laici) canalizada en dos ámbitos o carriles paralelos: el de la Iglesia, por un lado, con su participación en la vida litúrgica, en la comunidad parroquial y en estructuras eclesiásticas; y, por otro, el mundo, marco de sus actividades profesionales y sociales.
La expresión “en la Iglesia y en el mundo” es válida para significar la pertenencia del laico al Pueblo de Dio y a la sociedad civil, pero sería equívoco presentar la Iglesia y el mundo como dos realidades distintas en las que el laico actúa alternativamente.
Insistir en ese dualismo conduce a un doble error teórico y práctico: la fractura de la necesaria unidad de vida del fiel laico; y, sobre todo, la falta de reconocimiento del carácter “eclesial” de la acción de los laicos en el mundo. Iglesia y mundo se entrelazan indivisiblemente: la vida eclesial mira al crecimiento de la caridad y esta se materializa en las relaciones humanas y en el esfuerzo por mejorar el mundo, y –al mismo tiempo– la acción intramundana del laico (familia, trabajo, sociedad) construye el Reino, aquí en la tierra, que es la Iglesia.
Sobre el laicado ha publicado usted recientemente un estudio.
–El libro, aparecido en la colección Subsidia Theologica de la editorial BAC, nace como manual de la asignatura “Espiritualidad laical” del ciclo de Licencia en la especialización de Teología Espiritual, con la experiencia de catorce años de docencia en esa materia.
Aunque su origen es académico, constituye un instrumento adecuado para todos aquellos lectores interesados en conocer la historia, la teología y la espiritualidad del laicado. Es precisamente la espiritualidad el objeto de estudio del volumen –como señala el subtítulo–, pero su correcta comprensión exige un previo contexto histórico y teológico que se desarrolla en seis de los quince capítulos.
¿Qué otros rasgos característicos de la espiritualidad laical señalaría?
–Entiendo que, además de lo dicho hasta ahora, pertenecen a la experiencia espiritual propia del laico algunos otros rasgos característicos.
Por ejemplo, una particular experiencia cristiana de lo humano y una especial sensibilidad hacia lo humano. También añadiría un amor teologal al mundo, es decir, el aprecio y la estima de las realidades terrenas, de sus valores y de la finalidad que tienen.
Además de eso, el laico debe poseer una valoración positiva de la vida ordinaria y saber descubrir el valor sobrenatural presente en las tareas más normales.
Otro punto característico es la competencia profesional y el sentido de responsabilidad, puesto que el cristiano seglar es consciente de que el mundo es el lugar en el que se santifica.
Dos notas más añadiría: la conciencia propia de los laicos de la ordenación a Dios de todas las realidades terrenas –de hecho ahí se sitúa buena parte de su contribución a la misión de la Iglesia– y la acentuación de su sentido de libertad personal, porque es propio de los laicos optar con responsabilidad personal sobre aquellas opciones que quedan a la libre discusión de los hombres.