Vicente de Paúl nació en 1581, en el pueblo francés de Pouy, que en la actualidad se llama Saint-Vincent-de Paul.
Su vida
No se sabe mucho sobre su época juvenil. Fue ordenado sacerdote el 23 de setiembre de 1604, habiendo conseguido el Bachillerato en Teología.
Llegó a París en 1608 y durante el periodo entre el 1608 y el 1617 sufrió una profunda trasformación interior, bajo el influjo del cardenal Pierre de Bérulle. En 1617 tuvo lugar su “conversión” a los pobres sin evangelizar y a los más necesitados.
En 1625 fundó una comunidad de sacerdotes dedicados a la evangelización de los campesinos pobres, lo cual respondía a una necesidad concreta, ya que en la Francia de aquella época el 85 % de la población vivía en el campo. Esta comunidad también se dedicaba a la formación del clero. La llamó Congregación de la Misión, y es conocida popularmente como “Misioneros de san Vicente”, “Vicentinos”, o “Lazaristas” (por ser la Casa de san Lázaro, en París, la Casa Madre de la Congregación, hasta la Revolución francesa). La Congregación fue aprobada por el Papa Urbano VIII el 12 de enero de 1633, con la Bula Salvatoris nostri.
También fundó, junto con santa Luisa de Marillac, una comunidad femenina de servicio, llamada Hijas de la Caridad.
San Vicente de Paúl fue un auténtico gigante de la caridad y un genio de capacidad organizativa. Sus obras de caridad fueron concebidas con la estrategia de un plan de batalla. Además tuvo el mérito de saber elegir y formar muy bien a sus colaboradores.
San Vicente de Paúl murió en París, el 27 de setiembre de 1660, y fue canonizado por Clemente XII el 16 de marzo de 1737. Su fiesta se celebra el 27 de setiembre, aniversario de su dies natalis.
Sus obras
Sus obras se recogen en la edición clásica a cargo de P. Coste, Saint Vincent de Paul. Correspondance, entretiens, documents, 14 volúmenes, París 1920-1925. Son casi exclusivamente cartas y apuntes tomados por los asistentes a sus conferencias. Escribió alrededor de 30.000 cartas, de las que nos han llegado solamente 2.500.
Su doctrina espiritual
Se puede afirmar que la espiritualidad de san Vicente de Paúl recibe la influencia tanto del cardenal Pierre de Bérulle como de san Francisco de Sales. Elabora una síntesis muy personal de la doctrina espiritual de estos dos grandes autores.
Su espiritualidad está centrada en Dios, la Iglesia y los pobres, y trata preferentemente de temas ascéticos: la humildad, la caridad, la oración, etc. Su aspiración es conseguir practicar a fondo las virtudes cristianas en las circunstancias de la vida cotidiana.
El Dios que él contempla es el Verbo Encarnado, a quien ve presente en los pobres. Por eso escribe: “Dios ama a los pobres, y por consiguiente ama a los que aman a los pobres; porque cuando se ama mucho a una persona, se siente afecto también por sus amigos y por sus siervos. Así pues, la pequeña compañía de la Misión trata de dedicarse con amor al servicio de los pobres, que son los predilectos de Dios; por ello tenemos motivos para esperar que, por amor a ellos, Dios nos amará. Dediquémonos con renovado amor al servicio de los pobres, es más, busquemos a los más miserables y abandonados, reconozcamos delante de Dios que ellos son nuestros señores y que no somos dignos de prestarles nuestros humildes servicios”.
Para san Vicente, sus hijos espirituales deben ser “cartujos en casa y apóstoles en el campo”. De san Francisco de Sales toma la idea de que la perfección no consiste en los éxtasis, sino en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Según san Vicente, el amor “afectivo” tiene que llegar a ser “amor efectivo”, que consiste en “hacer las cosas que manda y desea la persona amada. De esto es lo que pretende hablar Nuestro Señor cuando dice: Si quis diligit me, sermonem meum servabit, ‘si alguno me ama guardará mi palabra’”.
El amor efectivo es la prueba más segura de todo amor: “Amemos a Dios, hermanos, amemos a Dios, pero a costa de nuestros brazos, con el sudor de nuestra frente. Porque muy frecuentemente tantos actos de amor, de benevolencia, y otros afectos parecidos y prácticas de un corazón tierno, aunque son buenísimos, sin embargo son sospechosos cuando no llegan a la práctica del amor efectivo. Porque muchos, al estar llenos de grandes sentimientos, creen que ya han hecho todo; y cuando se encuentran en la ocasión de obrar se echan hacia atrás. Muchos se contentan con las suaves conversaciones que tienen con Dios en la oración, pero cuando salen de ella, si se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de ayudar a los pobres, de buscar la oveja perdida, de llevar con alegría las privaciones, de aceptar la enfermedad o cualquier otra desgracia, les falta el valor necesario”.
San Vicente quiere que sus hijos e hijas espirituales sean personas capaces de encontrar en el servicio al prójimo lo que habían tenido que abandonar en la oración: “No se deja a Dios por Dios”.
La vocación del Misionero de la Caridad y de las Hijas de la Caridad es amar a Dios y hacerlo amar: “No me basta amar a Dios si mi prójimo no lo ama”.