Vocaciones

Mi viaje del sufismo al cristianismo

Mi camino espiritual comenzó en el sufismo, con su amor incondicional y su anhelo de unión con Dios. Sin embargo, fue en Cristo donde encontré la plenitud de ese amor que todo lo transforma.

Cyrus Azad·12 de febrero de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
sufismo

Quiero contaros una historia. La historia de un viaje en busca de la luz, esa luz que calma el corazón inquieto y que desde hace siglos ha guiado a místicos y sabios. Un viaje que comenzó con una chispa de curiosidad y que terminó con un descubrimiento que lo cambió todo. Un camino de transformación espiritual, en el que el sufismo me reveló su profunda conexión con el cristianismo.

Desde mi infancia, el sufismo formó parte de mi vida. Esta corriente mística del islam, basada en el amor y la búsqueda de la unión con Dios, siempre me pareció distinta al islam ortodoxo. Su espíritu de entrega, su constante anhelo por la verdad y su insistencia en la anulación del ego me recordaban profundamente a la vida de Cristo y sus enseñanzas.

No es casualidad que muchos historiadores rastreen las raíces del sufismo hasta las primeras comunidades cristianas en Siria y Egipto, e incluso hasta los esenios. La palabra «sufí» comparte la misma raíz que «sophia», la sabiduría, un término que resuena con la tradición cristiana primitiva. Y no solo en la etimología encontramos esta relación, sino también en el modo en que los sufíes buscan la verdad: a través del amor, el desprendimiento y la contemplación de la divinidad.

El sufismo enseña que el camino hacia Dios es el amor absoluto y la aniquilación del yo para renacer en Él. Este concepto encuentra su paralelo en la idea cristiana de «morir a uno mismo» para vivir en Cristo. Poetas sufíes como Rumi y Attar describieron este proceso como un viaje a través de distintas etapas de purificación, similares a las experiencias de los místicos cristianos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila.

El gran poeta sufí Farid al-Din Attar habló de las «Siete Ciudades del Amor», un camino espiritual que comienza con la búsqueda y culmina en la aniquilación del yo. Cada etapa, desde el deseo de Dios hasta la pobreza y la renuncia, resuena con el viaje espiritual de los santos cristianos.

Las etapas

  1. «Talab» – Deseo, Buscar: El inicio del camino, donde el buscador trasciende los deseos mundanos y comienza su búsqueda de la verdad.
  2. «Eshgh» – Amor: La etapa más grande y temible, donde el amor por Dios consume al buscador y lo transforma.
  3. «Ma’arefat» – Conocimiento: El conocimiento de Dios y de la verdad, que aleja al buscador de la inmoralidad y lo acerca a la contemplación divina.
  4. «Bi Niazi» – No Necesitar: La renuncia a los deseos mundanos sin esperar recompensa alguna, buscando solo la cercanía de Dios.
  5. «Tawhid» – La Unicidad: La comprensión profunda de la unicidad de Dios y la entrega total a Él.
  6. «Heirat» – Sorpresa: Un estado de asombro y contemplación en el que el buscador se enfrenta a la grandeza divina.
  7. «Faghr y Fana» – Necesidad y Aniquilación: La culminación del viaje, donde el buscador renuncia completamente a sí mismo y se funde en el amor de Dios.

En mi propia búsqueda, hubo un momento en que sentía que algo me faltaba. Sabía que el sufismo me acercaba a la verdad, pero una pregunta seguía latente: ¿dónde encontrar la fuente definitiva de ese Amor que todo lo transforma? Como si el destino lo hubiese dispuesto, mis estudios me llevaron a Jesús de Nazaret, y ahí encontré la respuesta. El sufismo me había preparado el corazón, pero en Cristo encontré la plenitud de ese amor que había estado buscando.

La renuncia de Benedicto XVI fue la expresión de un acto de profunda humildad, demostrando que, pese a su inmensa autoridad sobre millones de personas, su mayor compromiso era con el ejemplo de Jesús. En un mundo donde pocos están dispuestos a ceder poder, él, revestido de la máxima autoridad espiritual como Papa, decidió dar un paso al costado. Este gesto me llevó a una reflexión profunda: comprendí que mi amor por Él debía traducirse en acción y compromiso. Fue entonces cuando tuve claridad absoluta: debía bautizarme en su nombre y convertirme en hijo de Dios, aceptando el regalo de su sacrificio con gratitud y fe.

El sufismo, con su búsqueda incansable de Dios a través del amor, es la expresión del islam que más se acerca al corazón del cristianismo. Y en mi caso, fue el puente que me llevó hasta Él.

El autorCyrus Azad

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