¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra? (Job, 7, 1). Probablemente la frase del libro de Job no suene nueva. Más aún para quien ha dedicado su vida al servicio de los demás a través de las Fuerzas Armadas y fue precisamente en medio de este mundo en el que el comandante José Ramón Rapallo vió que Dios le llamaba a su servicio en el ministerio sacerdotal y lo ha contado a Omnes en una extensa entrevista.
Aunque el ordinariato castrense es conocido, su historia tiene la peculiaridad de haber visto su vocación en el ejercicio de su carrera militar en el que continúa su tarea. ¿Cómo fue el descubrimiento de su llamada al sacerdocio?
-Entré en el ejército como voluntario con 17 años. Ya llevo 35 años de servicio. Durante un tiempo, además fui agregado del Opus Dei, una vocación de servicio en medio de las ocupaciones diarias, en el trabajo profesional. En mi caso, mi profesión es un trabajo vocacional como es la milicia, en el que aprendes a renunciar a muchas cosas y a entregar la vida por los demás, si es preciso.
Durante muchos años, además, fui voluntario de noche en la casa de Madre Teresa y asistía a enfermos de SIDA cuando aquella enfermedad mataba de forma fulminante. Más de una vez, aquellos enfermos nos decían que ir a morir a casa de las Hermanas de la Caridad era aprender a amar con mayúscula. Quizá fue en este sitio, en las noches de vela en la pequeña capilla que tienen donde ví que el Señor me pedía más.
Quizá fue en este sitio, en las noches de vela en la pequeña capilla que tienen donde ví que el Señor me pedía más.
Comte. José Ramón Rapallo
¿Cuál fue la reacción de las personas de su entorno: familia, amistades, y, también, en su propia unidad militar?
-La reacción de mi entorno la he vivido con la naturalidad con que el agua mana de una fuente. Sabían de mis convicciones religiosas y, de hecho, en muchos casos no les ha sorprendido.
En el curso de operaciones especiales todos tenemos un nombre de guerra, en mi caso, decidieron fuera Templario. De momento, me siguen llamando Templario y confio que no tenga que oír lo de: “Jefe de compañía llamando a cuervo”.
Durante años tuve la inquietud de estudiar Teología y lo hice de una forma no reglada. Hace siete años, cuando me planteaba más en serio el tema de la vocación sacerdotal, estando destinado en Alicante, el actual páter del Mando Operaciones Especiales, José Antonio Barriel, me explicó la existencia de un seminario castrense y la posibilidad de seguir estudiando.
Me fui destinado a Madrid. Mi decisión era dejar el ejército, pero el rector del seminario castrense en aquel momento y el recientemente fallecido Arzobispo Castrense, Mons. Juan del Río, me explicaron la posibilidad de compaginar la atención pastoral con mi destino una vez terminara mi formación sacerdotal y que, en ningún caso, abandonara mi condición de militar. Así lo hice y, tras cinco años de seminario y trabajo, el 25 de julio del año pasado, fiesta de Santiago Apóstol recibía la ordenación sacerdotal.
En su caso, con una vida completamente «hecha» ¿Cómo ha vivido su etapa de formación al sacerdocio?, ¿y su ordenación?
-El hombre propone y Dios dispone. Uno puede hacer muchos planes y pensar que “lo ha hecho todo en la vida”, sin embargo, la realidad supera la ficción. Recuerdo un camino de Santiago en el que, éramos un grupo numeroso y los monjes del convento cisterciense de Santa María de Sobrado ofrecieron alguna de sus celdas para dormir. Uno de nosotros se fijó en lo pequeñas que eran y que no tenían armario y preguntó al monje que le respondió “nosotros no necesitamos armario porque estamos de paso”.
Los cristianos siempre estamos de paso. Lo que nos debería diferenciar es que sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Las hermanas de la Madre Teresa cuando cambian de comunidad sólo pueden tener como efectos personales aquello que quepa en una caja de zapatos. El militar un poco más, lo que entra en un coche, normalmente familiar, porque acumulas equipo que luego debes utilizar.
Mi etapa de formación en el seminario la he vivido como etapa de crecimiento interior, de discernimiento, como el muelle se encoge a la espera de que Dios haga de las suyas. «Yo sé de quién me he fiado». Nadie tiene vocación de seminarista y la ordenación parece no va llegar nunca, es cuestión de confianza. La procesión se lleva por dentro y uno piensa, si Dios está conmigo ¿quién contra mí? Dios sabe más.
¿Cómo entiende usted su vida, de cristiano y ahora de sacerdote, en el ejército?
-Aceptar las exigencias de la vida militar, como son la obediencia debida, estar seis o más meses lejos de tu familia de misión, muchas veces en situaciones de riesgo y fatiga, los constantes cambios de destino… podemos decir que es algo más que una profesión.
La milicia forja carácter, es “religión de hombres honrados” como diría Calderón de la Barca. Una manera de entender la vida basada en unos valores que hoy en día no están precisamente de moda, como el espíritu compañerismo, la lealtad, el sacrificio y, especialmente un valor transcendental, como es el dar la vida por los demás. Para esto hay que saber qué significa la muerte: el militar lo resume en la muerte no es el final del camino que tantas veces rezamos y cantamos en el acto a los caídos en las unidades militares.
Ser líder espiritual es lo que significa ser capellán en una unidad militar. Saber dar razones de lo que hacemos y por qué lo hacemos.
Comte. José Ramón Rapallo
El ejército, por otra parte, es una escuela de líderes donde la máxima es servir a España. Hoy en día hablamos muchos tipos de liderazgo: liderazgo ético, tóxico, liderazgo en valores… Pero cuando hablamos de dar la vida entramos en otra dimensión. Ahí entra a jugar un liderazgo espiritual, que no te dan ni las estrellas ni los galones.
Ser líder espiritual es lo que significa ser capellán en una unidad militar. Saber dar razones de lo que hacemos y por qué lo hacemos. Es hablar del valor transcendental de la vida que estás dispuesta a entregar y que tanto cuesta aceptar, pero que en el ejército es absolutamente necesario. Sin olvidar que el capellán esta para servir a los que sirven.
Actualmente usted continúa con su tarea dentro del Ejército y ejerce de sacerdote. ¿Cómo es su día a día? ¿Cómo acogen sus compañeros la presencia de un sacerdote entre las filas?
-El año pasado, después de la ordenación, fui asignado como vicario parroquial a una parroquia de Alcalá de Henares y colaborador en la prisión militar de Alcalá-Meco y otras unidades. En estos destinos ejercí el ministerio sacerdotal hasta finales de septiembre de 2020. En octubre de ese año fui comisionado a Irak, donde he permanecido prácticamente hasta mayo de 2021. En la actualidad he sido destinado a Alicante; allí se encuentra actualmente un capellán, me incorporo en unos días y ganas de trabajar no van a faltar.
Mi experiencia como sacerdote castrense desplegado en misión se ha desarrollado en estos últimos siete meses. Una tarea que considero la razón fundamental de la existencia del servicio de asistencia religiosa, hoy en día, en el ejército, sin tener en cuenta la Guardia Civil o Policía.
En el destacamento Bagdad donde estaba destinado no había páter católico. Cada dos o tres meses venía unos días el páter americano, que estaba en Erbil. La Capilla era multi-confesional, aunque para el culto católico se reserva una parte, donde se promovió la construcción de un Sagrario, con motivo el inicio de la Adoración al Santísimo que teníamos todos los jueves y a la que asistían de toda la base y, especialmente, una comunidad de trabajadores filipinos.
Un momento muy especial fue la visita del Papa que supuso un motivo para rezar especialmente por el país. Tuvimos la suerte de contar con el obispo auxiliar de Bagdad que celebró la Misa de Santo Tomás en arameo. Celebramos además varias Patronas: la Inmaculada, Santa Bárbara, la Navidad. Durante Semana Santa, los españoles construyeron una cruz con la que se realizó el Vía Crucis. Se organizó un coro y catequesis de confirmación, donde se confirmaron 11 españoles.
La Santa Misa era generalmente en español e inglés. Pero también en francés o italiano, dependiendo del número de asistentes de cada país. Desde octubre, además de acompañar espiritualmente a todos los que se han acercado a la capilla, estar disponible para confesiones e intenciones particulares de la Misa, he celebrado varias misas de difuntos de familiares fallecidos de diferentes nacionalidades durante la misión.
Más de una vez militares extranjeros, aquí en Bagdad, me han comentado la inmensa suerte de contar con un sacerdote. Recuerdo un canadiense que me decía que en su ciudad no había sacerdote católico y sólo podía recibir sacramentos de forma poco frecuente. No somos conscientes de la suerte que tenemos en España.
Usted ha participado en diversas misiones internacionales. Como cristiano y militar, ¿cómo se vive la fe, la esperanza, la caridad…. en esos destinos en los que el riesgo, físico al menos, es mayor?
-El Papa habla de una “Iglesia en salida”, de estar en misión permanente. Qué mejor ejemplo de misionero que el ejército, se encuentra preparado permanentemente para salir allí donde lo necesiten. El sacerdote militar, el páter, como cariñosamente se le llama, además de líder espiritual tiene como misión saber acompañar, saber escuchar y saber comprender. Sólo la presencia de un sacerdote en lugares tan lejanos ya es muy importante; la inmensa mayoría lo agradece y lo ve como algo necesario. De hecho, todos los ejércitos desplegados en misiones con un contingente lo suficientemente grande tienen su servicio de asistencia religiosa.
He podido comprobar cómo se vive, de forma muy diferente, la muerte de un familiar al estar lejos y no poder acompañar con la presencia. La asistencia espiritual, en esos casos, hacen mucho bien, acompañando consolando y escuchando.
El sacerdote militar, el páter, como cariñosamente se le llama, además de líder espiritual tiene como misión saber acompañar, saber escuchar y saber comprender.
Comte. José Ramón Rapallo
Los sacerdotes en misión tenemos la suerte de estar disponibles 24 horas al día y conocer, muy de cerca, los problemas e inquietudes de los allí están. Cuando hablas con ellos, por regla general, hay un interés por conocer y profundizar en la vida espiritual.
Se aprende a valorar lo que se tiene cuando falta. Todos los que estamos de misión echamos en falta a la familia, pero te das cuenta que los lazos creados, por las condiciones de vida, la distancia… no se olvidan.