¿Quién hace posible la labor de la Iglesia? ¿Existe alguna relación entre corresponsabilidad, sostenimiento y vocación? Hace unos días, un amigo —sin fe, pero intelectualmente inquieto— me preguntaba cómo se concreta la aportación de la Iglesia española en favor de la sociedad. Había visto en una publicación datos de su actividad celebrativa, pastoral, evangelizadora y caritativa-asistencial, lo cual le había sorprendido gratamente porque tiende a recibir solo noticias negativas sobre la institución.
Mi respuesta, centrada en las personas y lejos —en un primer momento—de cuestiones económicas, también le interpeló. Y es que los datos hablan por sí solos: más de 15.000 sacerdotes, 83.000 catequistas, 500 diáconos permanentes, 8.000 monjes/as de clausura, 33.000 religiosos, 75.000 voluntarios de Cáritas, millones de laicos/as… ¿Qué sería la Iglesia en España (y en todo el mundo) sin la entrega de cada bautizado desde la vocación específica que Dios le ha regalado?
Descubrir y responder a esa “llamada” resulta transformador tanto para uno mismo como para los demás. Nos los recuerda la campaña Xtantos del Día de la Iglesia Diocesana, que este año nos formula una sugestiva pregunta: “¿Y si lo que buscas está en tu interior?”. Ciertamente, vivimos rodeados de estímulos exteriores y las dosis de dopamina que recibimos sin descanso a través de los teléfonos móviles no consiguen colmar el anhelo de plenitud que habita en nuestros corazones.
España es el país del mundo con mayor consumo de tranquilizantes, según datos de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. El consumo diario de ansiolíticos ha aumentado diez puntos en la última década y son frecuentes los casos de ansiedad y depresión. Tanto, que la salud mental ha dejado de ser un tema tabú y comienza a cobrar protagonismo en el debate público y en las conversaciones cotidianas.
Más allá de la necesaria respuesta médica y de la reflexión colectiva que exige esta realidad, la Iglesia pone sobre la mesa en este Día de la Iglesia Diocesana un aspecto que, antes o después, resulta inevitable en la vida de cualquier persona: la cuestión del “sentido” o, como dicen las nuevas generaciones, del “propósito”, tan presente ya en el ámbito empresarial y en quienes buscan salir de una crisis existencial o de esos sentimientos vitales de vacío que van consumiendo poco a poco el espíritu.
Diferentes vocaciones, misma Iglesia
¿Por qué hago lo que hago? ¿Qué sentido tiene todo esto? La Iglesia nos ofrece un canto a la esperanza con un mensaje que, como muestran los testimonios del Día de la Iglesia Diocesana disponibles en la web ‘www.buscaentuinterior.es’, puede transformar toda una vida. Cada uno desde su propia vocación, sabiendo que todos hemos sido creados por Dios con una misión y que somos únicos e irrepetibles. Descubrir y responder a esa llamada resulta “revolucionario” e invita a vivir con autenticidad, compromiso y plenitud.
Esa sana “revolución”, no exenta de dudas e incertidumbres, la ilustran Pilar, Montse, Litus, Pedro, Diego, Carmen y Alberto en la campaña Xtantos. Ellos respondieron con un sí al plan de Dios para cada uno, abrazando una vida llena de sentido desde sus respectivas vocaciones. Antes, de una u otra forma, experimentaron que lo que da la felicidad a ojos del mundo (un trabajo destacado, dinero, fiestas, una buena posición social, etc.) no acababa de llenarles, como a esos cien exalumnos de la Universidad de Harvard —jóvenes triunfadores en distintos aspectos— que confesaban en una encuesta no ser felices porque su vida carecía de sentido.
Pilar, Montse, Litus… cambiaron de verdad cuando se abrieron a escuchar la voz de Dios y se dejaron guiar por Él. De esta forma, lograron lo que el filósofo Alfonso López Quintás define como “una vida bien orientada”, dirigida hacia su “verdadero ideal”.
En este proceso, resulta de especial importancia adquirir consciencia de que hemos sido creados por Amor con unos talentos —regalo divino— que estamos llamados a cultivar y poner a disposición de los demás.
Este aspecto es trascendente porque la corresponsabilidad surge de la gratitud: la conciencia de lo mucho recibido y el deseo de compartir con otros parte de esos dones. Es participación en el ser y en la misión de la Iglesia, con un impacto directo en la sociedad: es estilo de vida (testimonio) y es tiempo, cualidades, oración y apoyo económico.
Vocación y corresponsabilidad
La Iglesia en España se sostiene gracias a tantas personas, mujeres y hombres de nuestro tiempo, que dan lo que son y lo que buenamente tienen al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Desde quien ayuda a limpiar la iglesia de su barrio o la ermita de su pueblo, quien anuncia la Buena Noticia como catequista o como voluntario en el comedor social de su parroquia, quien reza desde la celda del monasterio o desde el metro —en medio del mundo— por las necesidades de la Iglesia, quien aporta en la colecta de las misas o con un donativo recurrente y por quienes entienden la vida —en definitiva— como don y tarea, tratando de hacer rendir los talentos recibidos.
Precisamente, el Papa Francisco invitaba el pasado mes de octubre a rezar por un “estilo de vida sinodal, bajo el signo de la corresponsabilidad”, en el que se promueva “la participación, la comunión y la misión compartida” entre todo el pueblo de Dios. Y es que, como se ha puesto de manifiesto en el Sínodo, “caminar juntos como bautizados, desde la diversidad de carismas, de vocaciones, de ministerios, es importante no sólo para nuestras comunidades, sino también para el mundo”.
Ya en 1988, los obispos españoles lo manifestaron de forma clara en una instrucción pastoral en la que aseguraban: “Sabemos por la fe que en última instancia quien sostiene a la Iglesia es Dios mismo, por medio de Jesucristo, que es quien la convoca, la preside y la vivifica por la fuerza interior del Espíritu Santo que mueve los corazones de los hombres”. Pero, al mismo tiempo, subrayaban que “el mismo Dios ha querido que esta acción sobrenatural pase ordinariamente por la mediación de nuestra respuesta libre”.
La corresponsabilidad nunca es fruto del miedo o de la obligación, sino de la generosidad. Y esta, no cabe duda, brota en los corazones agradecidos. Por eso, lejos de imposiciones, resulta esencial ayudar a descubrir los dones que hemos recibido gratuitamente de Dios.
Al hacernos corresponsables, aceptamos esos talentos y los disfrutamos compartiéndolos. Esa es la ‘receta’ de las comunidades cristianas.
Frente a fórmulas prefabricadas por gurús e influencers que venden la felicidad pero que, a menudo, solo generan más insatisfacción, la Iglesia ofrece la luz de Cristo como fuente para una vida lograda.
Así es —le decía a mi amigo— cómo se sostiene la Iglesia. Con muchas historias anónimas, de entrega alegre y generosa, como las de Pilar, Montse y Litus, que son felices haciendo realidad en sus vidas —cada uno desde su llamada— el sueño de Dios.
Director del secretariado para el sostenimiento de la Iglesia de la CEE.