Tres cursos escolares. Un millar de alumnos. Un proyecto: estudiar el tratamiento de Ciencia y religión en colegios españoles. Este es el contexto en el que se plantea la investigación encaminada a conocer los principales problemas pedagógicos relacionados con las grandes cuestiones que involucran a la ciencia y a la religión en los centros de enseñanza escolar españoles.
Desde septiembre de 2018 y hasta el pasado mayo, gracias a una beca de la fundación John Templeton, Javier Sánchez Cañizares, director del Grupo «Ciencia, Razón y Fe» e investigador del Instituto Cultura y sociedad de la Universidad de Navarra, ha liderado este grupo de investigación, cuyo proyecto, como señala en esta entrevista Sánchez Cañizares ha puesto de manifiesto, entre otras cosas, la necesidad de ofrecer a los alumnos «representaciones de las verdades de fe que sean compatibles con la visión del mundo que nos ofrece la ciencia».
España se encuentra ahora en un punto de inflexión en lo relativo a la enseñanza religiosa escolar, de hecho se trabaja en estos momentos en la elaboración del nuevo currículo de Religión. En cierto modo, en los últimos decenios ¿no le parece que se ha considerado la asignatura de Religión algo así como una materia “aparte”, sin relación con las otras ciencias humanas y sociales?
La verdad es que no soy un experto en la cuestión y preferiría no hacer afirmaciones categóricas a este respecto. También porque la clase de religión no solo depende del currículo o el libro de texto que se emplee, sino del profesor y la manera que tenga de invitar e introducir a los alumnos a ese apasionante viaje que debería ser la asignatura de Religión.
Desde luego sí creo que en los últimos tiempos se ha producido algo de lo que la pregunta insinúa. No es un problema sencillo de resolver, porque hay siempre un equilibrio difícil entre mantener la identidad de unos contenidos propios y estar abierto al diálogo e interacción con los demás saberes humanos. Quizás hemos insistido tanto en la identidad de la asignatura de Religión que nos hemos olvidado de la dimensión religiosa latente en otros campos del conocimiento, con el riesgo de convertir a la asignatura de Religión en una especie de meteorito caído del cielo.
Obviamente, el problema no es sólo, ni en mayor medida de los profesores de Religión, sino de la enseñanza en general, también de los profesores de otras asignaturas que silencian, por vergüenza o desconocimiento, la implícita apertura religiosa que puede haber en sus materias.
Quizás nos hemos olvidado de la dimensión religiosa latente en otros campos del conocimiento, con el riesgo de convertir a la asignatura de Religión en una especie de meteorito caído del cielo.
Javier Sánchez Cañizares
Uno de los grandes “problemas” de los católicos en la actualidad es, por llamarla de alguna manera, la pérdida de fe en la etapa universitaria cuando han de razonar y pensar sobre ella, yendo más allá de un “conjunto de oraciones y sensaciones”. Este tipo de proyectos ¿pueden ayudar a superar el dualismo del que hablábamos antes y desarrollar sistemas de pensamiento que armonicen la fe y la ciencia de manera natural?
Desde luego ese es uno de nuestros objetivos. El proyecto pretende que se hable de las grandes cuestiones sobre Dios, el mundo y el hombre desde una perspectiva de complementariedad, donde la ciencia y la religión puedan interpelarse con respeto y seriedad, se escuchen mutuamente y logren purificar algunas representaciones equivocadas que puedan haberse introducido, individual o colectivamente. Como ya apuntó san Juan Pablo II, tanto la fe como la razón, incluida la razón científica, pueden purificarse mutuamente.
En ese sentido, abordar estas cuestiones en el colegio, desde la perspectiva conjunta que menciono, ayuda a los futuros universitarios a pensar la fe de manera personal dentro del contexto cultural actual, muy marcado por el lenguaje común de la ciencia, compartido por todos. En la universidad y en la vida profesional está muy bien que los creyentes sean buenos trabajadores y, además, testimonien su fe con unas prácticas de piedad.
El proyecto ayuda a los futuros universitarios a pensar la fe de manera personal dentro del contexto cultural actual,
Javier Sánchez Cañizares
Pero no se nos debería olvidar la necesidad de que cada creyente, cada uno según sus características propias, testimonie también una unidad de vida intelectual en lugar de una doble vida: la del creyente por un lado y la del científico, universitario o profesional por otro. Eso sería como volver a caer en la teoría medieval de la doble verdad.
Centrándonos en el proyecto que se ha llevado a cabo este año, ¿cómo se ha desarrollado el trabajo en estos meses?
De acuerdo con la fundación John Templeton, hemos decidido dedicar cada uno de los tres años a una “gran cuestión”. El primer año se ha dedicado al estudio del origen del universo y la creación, el segundo a la evolución y la acción de Dios en el mundo, y el tercero a la especificidad humana ante la inteligencia artificial y el transhumanismo. Ha sido clave contar con un profesor encargado en cada uno de los colegios participantes, que era quien, en la práctica, encauzaba los temas concretos y la participación de los alumnos a lo largo de las semanas.
Desde un punto de vista más práctico, el proyecto se ha articulado en torno a un concurso que premiaba los mejores ensayos sobre el tema de estudio. Hemos podido entregar tres premios y dos accésits cada año. La preparación de los ensayos servía a los profesores para organizar las clases y a los alumnos para presentar los trabajos a sus compañeros. Cada año, a final de curso, después de un proceso de selección de los mejores ensayos, ha tenido lugar la fase final con doce equipos. El formato era el de un workshop en el que se exponían los trabajos y se intercambiaban preguntas entre los alumnos y también por parte del jurado.
Más allá de los premios concretos, quizás lo más impresionante ha sido contemplar la calidad, en la forma y el fondo, de estas exposiciones, así como la profundidad de las preguntas. Puedo asegurar que el nivel no tenía nada que envidiar al de muchos cursos universitarios. Más aún, se notaba en los alumnos participantes un deseo de seguir aprendiendo más, de modo interdisciplinar, acerca de estas grandes cuestiones.
Si no nos complicamos la vida en la enseñanza, la vida acabará por complicar lo aparentemente aprendido por los alumnos, como desgraciadamente nos dicen hoy las estadísticas sobre la fe de los jóvenes.
Javier Sánchez Cañizares
¿Qué ideas de aplicación práctica derivadas del proyecto Ciencia y religión en colegios españoles podemos aplicar en los centros de enseñanza en nuestro país?
Me parece que vale la pena salir de la zona de confort en la enseñanza y, especialmente, en la enseñanza religiosa. Es verdad que los profesores de colegios están habitualmente sobrecargados de trabajo y no les deberíamos exigir imposibles, pero también se debería perder el miedo a hablar de aquello que “no sabemos”, a “complicarse la vida”, como vulgarmente se dice. Si no nos complicamos la vida en la enseñanza, la vida acabará por complicar lo aparentemente aprendido por los alumnos, como desgraciadamente nos dicen hoy las estadísticas sobre la fe de los jóvenes.
Me gustaría añadir dos aspectos concretos que han funcionado bien. En primer lugar, desarrollar periódicamente sesiones conjuntas con los alumnos entre un profesor de ciencias y el profesor de religión, que dialogan sobre una de las grandes cuestiones mencionadas. Creo que estimula a los alumnos escuchar una conversación respetuosa entre sus profesores en las que cada uno hace el esfuerzo de entender al otro, así como la metodología propia de la materia que imparte.
En segundo lugar, intentar ofrecer a los alumnos representaciones de las verdades de fe que sean compatibles con la visión del mundo que nos ofrece la ciencia. Es crucial identificar dónde fallan algunas de estas representaciones de la fe que todos nos hacemos. Por ejemplo, es muy grande la tentación de imaginar la acción de Dios en el mundo como la de un ser súper-poderoso que, estando “fuera” del espacio y del tiempo, actúa en el espacio y en el tiempo. Pero en realidad no poseemos un modelo adecuado de la acción de Dios en el mundo.
Después de todo el tiempo dedicado no sólo a la preparación, sino al desarrollo del proyecto toca hacer balance. ¿Cuántos alumnos han participado en este proyecto? ¿Cuál ha sido el feedback de los participantes?
No tengo los números exactos, pero puedo decir que hemos alcanzado directamente en torno a unos 1.000 alumnos (los que han participado en los concursos) e indirectamente a unos 10.000. Hay que tener en cuenta que uno de los objetivos del proyecto es la creación de una cierta cultura de “ciencia y religión” en los colegios. Todos los alumnos de cursos superiores de los colegios participantes, de una manera o de otra, acaban oyendo hablar del proyecto: bien por el concurso, bien por las actividades generales que se han organizado, bien por los comentarios de sus propios compañeros.
El proyecto ha animado a encontrar esa visión interdisciplinar y complementaria entre ciencia y religión a cada uno de los que han tomado parte en él.
Javier Sánchez Cañizares
El mensaje principal que los alumnos y los profesores nos han transmitido ha sido el de continuar con este tipo de iniciativas. Podríamos decir que suponen un estímulo y una inspiración para todos, en la medida en que llevan a entender mejor algunos de los problemas planteados y a buscar una respuesta que pueda ser compartida mediante el estudio y el aprendizaje, pero que sobre todo posee una intensa dimensión personal. El proyecto ha animado a encontrar esa visión interdisciplinar y complementaria entre ciencia y religión a cada uno de los que han tomado parte en él, ya sean estudiantes, profesores u organizadores.
Por último, querría añadir que los alumnos interesados en estas grandes cuestiones, también lo están en entender mejor las dimensiones éticas que conllevan, por ejemplo, la especificidad del ser humano o la distinción y complementariedad entre hombre y mujer. De alguna manera, el interés por las grandes cuestiones también conduce a interesarse por sus consecuencias prácticas. Quizás ha sido también una enseñanza para todos que las exigencias éticas no se pueden aislar de su fundamentación más profunda, para la que hay que tener en cuenta tanto a la ciencia como a la religión.