Evangelización

Una dosis de Misa diaria es todo lo que necesitamos

Dicen que cualquier cosa que hagas durante veintiún días se convierte en un hábito. ¿Por qué no intentamos que la asistencia a Misa se convierta en algo diario?

Jennifer Elizabeth Terranova·3 de septiembre de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
Oración

Una mujer reza durante una hora santa en Nueva York (OSV News photo / Gregory A. Shemitz)

Las primeras semanas y meses tras la reapertura de las iglesias católicas después de la pandemia de Covid-19, las liturgias dominicales no contaron con una gran asistencia. Las Misas entre semana eran mucho peores; los bancos estaban vacíos, pero los fieles comulgantes diarios estaban presentes para recibir la mejor y única medicina que necesitábamos y necesitaremos siempre. A pesar de los riesgos para la salud y la súplica de los funcionarios del gobierno de «evitar la Misa», sólo buscaban estar con Él porque no podían y todavía no pueden saciarse de Nuestro Señor.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) afirma: “La Iglesia obliga a los fieles a participar en la Divina Liturgia los domingos y fiestas y, preparados por el sacramento de la Reconciliación, a recibir la Eucaristía al menos una vez al año, si es posible, durante el tiempo pascual”. Pero “la Iglesia anima encarecidamente a los fieles a recibir la Sagrada Eucaristía los domingos y los días festivos o, más a menudo aún, a diario”.

Si bien esto puede ser un alivio para algunos católicos, puede ser un reto llegar a la Misa dominical para aquellos como Holly Godard, que ha estado asistiendo regularmente a Misa diaria durante más de dos décadas y perderse la liturgia de los días de semana no es una opción. Holly viaja diariamente de Brooklyn a Manhattan y, a sus 86 años, dice: «No me siento bien cuando no voy a la iglesia». A ella, como a muchos, le gusta ver a sus amigos de la Iglesia con los que ha estrechado lazos y a los que considera «familia». Dijo: «Lo disfruto».

¿Cuándo comenzó la práctica de la Misa diaria?

No podemos afirmarlo definitivamente. Sin embargo, hay razones para creer que ocurría durante los primeros tiempos de la Iglesia católica y la época patrística. Se esperaba que los fieles se comunicaran con la misma frecuencia con que se celebraba la Sagrada Eucaristía. Además, en los siglos X y XI, «algunas órdenes religiosas celebraban Misa diaria».

Desde los orígenes de la Iglesia y en tiempos de los Apóstoles, los católicos han comprendido la importancia de la Eucaristía.

En el artículo «¿Cuándo empezó la Iglesia a celebrar la Misa diaria?», escrito por el padre James Swanson, LC, señala: «Ya entonces, en la primera comunidad cristiana de Jerusalén, era costumbre celebrar la Misa diaria, para recibir el ‘pan de cada día’, y era tan central en la vida de la comunidad que la gente se quejaba si se veía obligada a faltar, lo que provocó las ordenaciones de los primeros sacerdotes». El padre Swanson escribe que «la Eucaristía ya se celebraba a diario desde los primeros días de la Iglesia».

Leemos en Hechos 2, 46 que «los fieles recibían todos los días». Pero san Agustín lo resumió así: «Algunos reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor todos los días; otros, en determinados días; en algunos lugares, no hay día en que no se ofrezca el Sacrificio; en otros, sólo el sábado y el domingo; en otros, sólo el domingo» (Ep. liv en P.L., XXXIII, 200 sqq.).

Adictos a la Eucaristía

Nuestro Pan de cada día es la fuente y la cumbre para los católicos, y aunque no es obligatorio asistir a misa todos los días, es necesario para muchos que anhelan sentarse ante el Santísimo Sacramento. Son personas que, en lugar de dar un paseo durante su breve descanso del trabajo o sentarse en una cafetería y comer despacio, prefieren estar en el «banquete», compartió Naida, que trabaja en un banco y corre a la iglesia de Nuestro Salvador para la Misa del mediodía.

Dijo que venía porque «vengo al cielo, vengo a ver a la Virgen, vengo a ver a san José». Y continuó: «Como dijo el sacerdote, cuando cantamos ‘Santo, Santo, Santo’, unimos nuestras voces a las de los ángeles y los santos para proclamar a Dios». El Sanctus marca el comienzo de la plegaria eucarística, y «en ese momento hacemos la conexión… y ofrecemos todas nuestras oraciones al Padre».

Comencé a asistir a algunas Misas entre semana en 2018. Inmediatamente me sentí más fuerte, más equipada y llena de la paz de Dios. Sin embargo, no fue hasta 2020 que comencé a asistir a Misa todos los días, y nunca he mirado atrás. Recuerdo vívidamente una conversación que tuve con uno de los sacerdotes de la Iglesia donde soy voluntaria. Me dijo que ir los domingos y uno o dos días entre semana no era suficiente.

Me dijo: «Deberías asistir todos los días». Estoy en deuda con él porque la comunión diaria ha cambiado tremendamente mi vida. Con tantos desafíos, decepciones y, tristemente, tragedias, me siento renovada y refrescada cuando estoy con Jesús.

Además, me benefician las homilías de nuestros queridos sacerdotes. Nunca olvidaré a un compañero de trabajo que, con un tono un tanto sarcástico, me preguntó: «¿Por qué vas a Misa todos los días?». Le respondí: «¡Soy adicta a la Eucaristía!»

El más precioso de los bienes

Los comulgantes diarios conocen los tesoros de estar en el sagrado banquete, como lo hizo el Papa Pío X (2 de junio de 1835-20 de agosto de 1914). En la clausura del Congreso de Roma, el Papa Pío X dijo: “Os ruego e imploro a todos que exhortéis a los fieles a acercarse a ese Divino Sacramento. Y me dirijo especialmente a vosotros, mis queridos hijos en el sacerdocio, para que Jesús, el tesoro de todos los tesoros del Paraíso, el mayor y más precioso de todos los bienes de nuestra pobre humanidad desolada, no sea abandonado de una manera tan insultante y tan ingrata”.

Dicen que cualquier cosa que hagas durante veintiún días se convierte en un hábito. Muchos católicos tienen la costumbre de volver corriendo a casa después del trabajo, de quedar con los amigos para la «hora feliz», o de aprovechar el tiempo por la mañana para ir a hacer ejercicio al gimnasio antes de ir a clase. Se ha convertido en parte de su rutina. Pero, a medida que nos acercamos al nuevo año escolar, ¿por qué no empezamos un nuevo hábito de recibir a Nuestro Señor diariamente? Os prometo que es mejor que cualquier clase de Pilates, ¡y su vino es divino!

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