Daniele Bonanni es un joven seminarista italiano. Está cursando el tercer año del Bachiller en Teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz gracias a una beca del CARF, quien le está ayudando a él y a todos sus compañeros de la Fraternidad Misionera de San Carlos Borromeo para formarse como futuros sacerdotes y misioneros. La Fraternidad de San Carlos fue fundada en 1985 por Monseñor Massimo
Camisasca, en el carisma de Comunión y Liberación.
“Tengo que agradecer a Dios por la belleza de mi familia. Soy el menor de tres hermanos y mi padre, Fabio, junto a mi madre, Antonella, siempre han sido un claro signo de unidad, amor, optimismo y esperanza de vida. Primero entre ellos, pero luego también hacia nosotros. Su unión fundada en la fe me ha puesto en germen de certeza de que mi vida es algo bueno, que es positiva y que vale la pena descubrir su verdadero sentido”, afirma.
En los años universitarios se alejó de la fe. Se graduó de ingeniería matemática en el Politécnico di Milano y trabajó en Luxemburgo en fondos de inversión. “Pensé que había logrado lo que soñaba. Un trabajo, una chica con quien compartir la vida, amigos. Sin embargo, no era feliz. Algo dentro de mí seguía diciéndome que el valor de mi vida no podía reducirse a eso. Me parecía que mi vida se había reducido a un plan fijo con el que me estaba contentando”, señala.
Entonces conoció al padre Maurice, un padre jesuita que en ese momento tenía unos ochenta años. “Estaba en Luxemburgo en una misión y me llamó la atención por la unidad de vida que mostraba. Estaba sereno, en paz, siempre y en todo lugar, con toda persona. Por esto era capaz de amar a cualquier persona. Pero yo no, no lo era. Después de una confesión con él, por primera vez, vino a mi mente ese extraño pensamiento: “Tal vez Dios me está llamando a ser como el Padre Maurice: un sacerdote misionero”.
Después de algún tiempo, decidió pedir su ingreso en el seminario de la Fraternidad de San Carlo Borromeo, una fraternidad sacerdotal, misionera, pero anclada al carisma de Comunión y Liberación, “que –me daba cuenta– era el camino elegido por Dios para venir a llevarme”, relata.
Hoy me encuentro en mi sexto año de seminario en Roma –con un año de formación en Bogotá, Colombia–, y los demás en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, “donde me estoy preparando para recibir, si Dios quiere, la ordenación como diácono en los próximos meses. La amistad con Jesús hace florecer nuestra vida”.