Amar la vida empieza por aceptarla y acogerla desde el primer instante. Este acto nos asemeja a Dios Padre quien, con inmensa ternura, nos tenía ya en su corazón desde el primer momento. A veces nos cuesta aceptar una nueva vida porque no teníamos pensado que viniera en ese momento o de esa forma. Porque no se adapta a lo que nosotros teníamos planeado y nos incordia.
Vivimos en una sociedad en la que ser padres es una auténtica aventura. Conciliar el trabajo con la vida de familia, acceder a la vivienda… todo parece muy difícil y costoso.
A ello se une una corriente que rechaza de forma velada a los niños. Lo hemos visto en la pandemia. Molestan, hacen ruido, tocan todo… Parece que los niños nos molestan. Molestan su inocencia y espontaneidad. Molesta que exigen de todos una respuesta, un salir de uno mismo para cuidarlos, atenderlos o simplemente aguantarlos. Molesta su dependencia.
Acoger la vida pasa por defenderla de ataques tan antinaturales como el aborto. Pero también, pasa por no poner mala cara cuando nos molesta un niño en el transporte público o en la cola del médico. Pasa por dar comprensión y apoyo a quienes tienen miedo de ser padres y se sienten solos en una tarea que nos pertenece a todos como sociedad.
No terminaremos con el aborto mientras no terminemos con la mentalidad individualista, incapaz de tolerar y amar al otro por ser solo quien es. Por ser persona. Cuánta alegría y felicidad dan la entrega verdadera. El darse a los demás y no vivir pensando en uno mismo y en nuestros derechos. Lo saben tantas familias que acogen a los niños aunque nazcan en un momento de dificultad. Las que acogen y cuidan ancianos con un enorme coste personal. En los momentos duros tenemos la experiencia de que el calor de los demás y sentirnos unidos es lo que más importa.
Existen muchas fundaciones y asociaciones de ayuda a las madres en riesgo de aborto y a las familias, que podrían contar tantísimos ejemplos de cómo el apoyo y el estar con el otro cambian de manera radical la actitud de los padres hacia el nuevo hijo. Cuando una mujer se queda embarazada no tiene miedo y agobio sólo por cómo comprará los pañales. Tiene miedo porque desde el primer momento, toda madre sabe que estará unida a ese hijo para siempre y tendrá que cuidarlo, acompañarlo… Es una tarea de los padres pero también de toda la sociedad.
El ser humano fue creado para la donación. Para entregarse. Frecuentemente encontramos personas frustradas porque su vida no se ha desarrollado como ellos pensaban. Porque no han logrado todo lo que pretendían. Cuántas mentiras en esos libros de autoayuda que dicen que todo lo conseguimos con nuestras fuerzas y nuestra mente. El ser humano sólo es feliz en la relación con otros. Dependemos de los demás. Y que los demás sean felices, también depende mucho de nosotros.
Amar la vida pasa por perseguir el sueño que Dios tuvo al crear al ser humano. Nos soñó en plena comunión unos con otros. En armonía. Es cierto que por el pecado este sueño aparece hoy desdibujado y dañado. No somos perfectos. Nos hacemos daño unos a otros. O nos gritamos. Nos ponemos en primer lugar frente a los que más nos necesitan… Pero no está todo perdido.
Podemos luchar por cambiar lo que de nosotros depende. Aunque sean poquitos. Dedicar tiempo a escuchar, pelear constantemente por lograr el equilibrio familia-trabajo, no quejarnos por las molestias que nos ocasionen los demás…
Hay mil formas en las que podemos avanzar en el amor a la vida. No basta con participar en las manifestaciones contra el aborto, aunque también sean necesarias para expresar nuestro rechazo a este acto tan cruel. Cambiemos la sociedad con muchos pocos. Cambiemos la sociedad con nuestra actitud hacia la vida, amando a los demás. Acogiéndolos y aceptándolos desde el primer momento y hasta el final.
Te dejamos una historia para ayudarte a entender los sueños de Dios