Desde 1991, en las calles de Estados Unidos pueden encontrarse unas mujeres sonrientes de hábito azul y blanco con una misión muy concreta: proteger la vida. Son las «Sisters of Life«, las hermanas de la vida. Estas monjas van allí “donde el Espíritu Santo guíe” para acompañar a madres embarazadas, en riesgo de abortar o en situaciones de gran vulnerabilidad, con el objetivo de convertirse ellas mismas en unas madres que acogen y ayudan.
Son muy conscientes de que “cada persona es una historia, un presente y unos sueños”, por lo que se entregan diariamente a todas ellas. Dan pañales, vivienda, comida, etc., pero siempre teniendo en mente que “lo que realmente necesitan es a Dios en su vida”.
En Omnes hablamos con la hermana María Cristina, quien se ha puesto en contacto con varias religiosas para poder responder a esta entrevista en la que hablan sobre su misión y experiencia. Como ellas cuentan, su labor se puede resumir de la siguiente manera: “Cada vida es sagrada, es una imagen única de Dios. Cada vida importa”.
¿Qué significa que todas las vidas humanas importan?
–Cada persona, desde el momento de la concepción, es única e irrepetible. No ha habido otra persona igual ni la habrá. Cada vida es sagrada, es una imagen única de Dios. ¡Cada vida importa!
Una vez llamó una señora, ya mayorcita, diciendo que esperaba cuatrillizos, que había ido a una clínica privada y que esperaba 2 niños y 2 niñas. La historia sonaba rarísima y los médicos no querían asumir el riesgo de atenderla pues les parecía una barbaridad y locura. Por nuestro cuarto voto de defender la vida veíamos claro que si la señora decía la verdad eran 5 vidas en juego. Había que defenderlas a todas y asumir el riesgo de que nos llamaran locas.
La persona importa desde el momento de su concepción. Hace poco, en nuestro cementerio enterramos embriones congelados en pipetas, pues la madre se acaba de convertir al catolicismo y había caído en la cuenta que aún tenía en el hospital varios embriones congelados, ¡sus hijos! Fue una ceremonia preciosa y dio a la madre una paz que ni ella misma imaginaba. Como madre, nombró a sus hijos – sabía cuántos eran niños y niñas- y les dio el descanso que necesitaban y la paz que su propio corazón necesitaba.
¿Cómo ayudáis a la gente a verse de nuevo como regalos, como hijos de Dios?
–Depende. Muchas veces empezamos invitándole a que se tome el pulso y escuche su corazón, un par de latidos… Luego le preguntamos: “¿quién da la vida?”
Reconocer que no nos damos ni un solo segundo de vida a nosotros mismos, -¡ni un solo latido del corazón!-, es el primer paso para saber que la vida es un don, un regalo. Saberse pequeñito ante un Dios que da la vida es el primer paso. Sabernos dependientes de Dios es una tranquilidad y una invitación a dejar que Él se ocupe de todo. Nuestro Dios es un Dios de vida eterna, estamos hechos desde y para la eternidad.
Con algunas personas es inmediato, pero con otras lleva más tiempo. Muchas personas ni siquiera se han planteado esto tan sencillo. Tienen que saber que su vida es un don y que es buena, para ver que la vida de su hijo es un don.
Escuchar a la mujer sin prisas, ayudar a conocerla y a saber realmente cuál es su preocupación, su miedo… En este proceso se le acompaña y se le buscan amigos para que la soledad que les abruma ante este embarazo desaparezca.
A veces, escuchando a la persona, su vida, sus éxitos y fracasos, sus penas y alegrías, se puede ver claramente cómo Dios ha estado en la vida de esa persona y cómo el bebe que lleva, sin internet, ni móvil ni nada, está poniendo a nuevas personas en su vida y dándole la oportunidad de soñar otra vez y de mirar su propio futuro con esperanza.
¿En qué consiste el acompañamiento que hacéis?
–Cada persona que viene a nosotros es una historia, un presente y unos sueños.
Una mujer embarazada que no quiere ser madre está rechazando la realidad de que ya es madre. En todos los conventos se empieza el día siempre rezando por los más vulnerables y pidiendo que Dios nos inspire en la misión.
Cuando contactamos con una madre la primera vez, lo más importante es escucharla, conocerla, quererla y recordarle todas sus cosas buenas. Ella es buena y tiene dignidad, por eso estamos aquí para acompañarla, para enseñarle que ella tiene que ser respetada ante todo y amada principalmente por ser digna, porque ella es buena, no porque nosotros somos buenos. Ella ha sido elegida para traer una vida al mundo, porque seguramente es una buena madre y la vida que lleva es de Dios.
La batalla espiritual que toda persona experimenta es real y es bueno ayudar a estas personas que viven atrapadas por las culturas de la muerte y “corporizadas” a identificar a Dios y al enemigo, para elegir libremente lo que es bueno para ellos.
A veces las acompañamos a una ecografía, para que vean y escuchen el corazón del bebé por primera vez. Ese corazón que suena como un caballo a galope es un grito de libertad.
Hace poco nos contaba una chica muy vulnerable de abortar que su preocupación era que sus padres venían camino de los Estados Unidos y estaban viviendo en las calles de Méjico DF y llevaban días sin comer. Pues Dios abre puertas, y conseguimos comida para ellos y un albergue para que no estuvieran en la calle, hasta que pudieron seguir su viaje.
Acompañarlas a las consultas de embarazos de alto riesgo es realmente una invitación a un momento sagrado, a un momento de vulnerabilidad total, de pobreza absoluta donde, solo a los pies de Jesús Crucificado con Maria, podemos aprender, sin olvidar que es ahí donde Dios salva el mundo.
En pleno Covid, nos llegó un email pidiendo oraciones por una chica que tras dar a luz estaba en coma y la iban a desconectar pues llevaba ya semanas así. Inmediatamente nos pusimos en contacto y dijimos que no hicieran nada hasta que fuéramos al hospital. Dios abrió puertas, pues el sistema para el control de visitas por Covid y los accesos estaban bloqueados. Llegamos a la habitación y allí estaba la chica, enchufada a no sé cuántas máquinas. La familia nos contó que era católica y esto nos dio permiso para llamar al capellán del hospital para que la visitara y le diera la Unción de Enfermos. Mientras esperábamos, rezamos el Rosario, y en cada Padre Nuestro al decir “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”, la chica gruñía. Es que la tentación de evitar el sufrimiento, la desesperación, es para todos. A los dos días nos dijeron que sus órganos empezaban a funcionar y, en poco tiempo, estaba en su casa con sus hijos.
¡Nos encanta ir a los partos y las cesáreas también! Y a veces, es solo con la esperanza de bautizar a ese niño o niña que viene con alguna enfermedad rara y sin esperanza de vida, y celebrar su primer suspiro y que ha llegado al Cielo. ¿No sería esto celebra la vida de un santo?
¿Cómo puede encontrar a Dios una mujer en medio de una crisis como un embarazo inesperado o cuando no hay nadie que la apoye?
–La crisis es no vivir la realidad. Ayudarla a abrazar la realidad y a vivirla bien es el reto.
El enemigo ataca de varias formas a estas chicas, la soledad, el miedo, y la acusación. Para luchar contra la soledad, le acompañamos, bien nosotras o colaboradores, en su día a día, en las citas médicas. Les llevamos comida, las acogemos unos días en una casa, las sacamos de situaciones de violencia doméstica, nos vamos con ellas fuera de la ciudad para respirar aire puro, sin la presión del móvil, del ruido y las prisas… Vamos donde necesiten y el Espíritu Santo nos guía. Las ayudamos a sanar relaciones con la familia y amigos, a través del perdón, lo que a veces lleva tiempo.
Les ayudamos a nombrar los miedos y a gestionarlos para que no les bloqueen, porque el miedo no es de Dios. A veces son miedos y vergüenza ante el embarazo, o un hijo que viene con alguna enfermedad… Los miedos pueden ser diversos, pero el sembrador es siempre el mismo, el enemigo y la solución es confiar en Dios.
Queremos que reconozcan su identidad como hijas de Dios, eso trae mucha sanación. Esta identidad puede estar oculta y olvidada si la chica fue bautizada, algunas veces hay que partir de cero, explicarles que son las criaturas de un Creador que es Amor y Vida. Aquí atendemos a mujeres de todas las religiones, o que no tienen religión, pero ninguna se da un segundo de vida a ella misma.
¡Cada persona es un mundo! Y es una aventura conocerla y acompañarla.
¿En qué consiste la ayuda que ofrecéis a las mujeres y a sus hijos?
–Restaurar su dignidad e identidad es lo mejor que podemos hacer para ellas. Reconocer que la vida es un don, tanto la suya como la del bebé que esperan. Se pueden dar pañales, cunas, carritos, etc., pero lo que realmente necesitan es a Dios en su vida.
Para aquellas mujeres que han sufrido el aborto, les ayudamos a pasar ese duelo empezando por nombrar al hijo.
Una mujer embarazada, ya sea madre y cuide de su hijo, aborte o dé a su hijo en adopción, es madre. Por tanto, le ayudamos a ser madre en todas estas circunstancias. Tenemos una misión: esperanza y sanación. Para aquellas que pasaron por el aborto, les ayudamos a nombrar a su hijo, a pasar por el duelo, a celebrar el día de la madre en paz, y a perdonarse y perdonar a los que no le dieron esperanza y la llevaron a abortar.
También tenéis labor con los jóvenes en las universidades, ¿por qué? Desde el punto de vista espiritual, ¿qué es lo que, con más frecuencia, están buscando los jóvenes?
–Los jóvenes salen de su casa y se van a la universidad muchas veces lejos de su casa, de la familia, y necesitan una presencia materna que los escuche. ¡Nosotras somos madres! Y la vida consagrada con hábito es una vocación y un testimonio público, que les ayuda a ellos a plantearse su propia vocación, que empieza siempre por saberse hijos e hijas amados de Dios, dignos. Ayudamos a los jóvenes a que conozcan su dignidad, aprendan a hacerse respetar, a vivir la castidad y no dejarse usar. Lo contrario del amor no es el odio, sino ser usados.
Las chicas universitarias que se quedan embarazadas están muy tentadas para abortar, pues piensan que se acaban su vida y su futuro profesional. Además, las deudas que muchos estudiantes asumen aquí al entrar en la universidad son muy grandes.
Las personas están en busca de amor y sentido, de una respuesta para las preguntas de sus corazones. Están intentando encontrar un sentido para su sufrimiento. Las grandes preguntas de la vida… ¿Qué es el amor auténtico? ¿Soy capaz de él? ¿Cómo lo puedo discernir? Adora, mira a Jesús, Él es la respuesta a todos los deseos de nuestros corazones.
Organizáis retiros vocacionales, ¿cómo puede una mujer encontrar su vocación? ¿Cuál es la principal pregunta que debe hacerse si está considerando ingresar en vuestra congregación?
–La vocación es una llamada de Dios. Es bueno tener tiempo para escuchar a Dios, por tanto, hay que dar a las mujeres tiempo para escuchar. La vocación es dar la vida y hay que averiguar en qué forma Dios nos invita a darla. Cuando Dios te llama, tú lo sabes.
La vocación religiosa es ante todo una vocación esponsal con el Señor, con una maternidad espiritual que te lleva a dar la vida a otros por amor a Cristo. Nosotras, además de los tradicionales votos de pobreza, obediencia y castidad, hacemos un cuarto voto para defender la vida.
Si alguien está interesado en nuestra orden, debe contactarnos y empezar una relación. Aquí no secuestramos a nadie. Que no tengan miedo de contactar y conocer. En nuestra web pueden rellenar un cuestionario que no compromete a nada.
Si Dios la llama, Dios le dará la gracia necesaria para que continúe.