Afirma un conocido aforismo filosófico: todo se recibe al modo del recipiente. Es decir, de la condición del órgano receptor depende en gran medida la calidad de la percepción e, inclusive, su misma posibilidad. Dicho principio es aplicable no solo a las realidades materiales, perceptibles por los sentidos, sino también a las realidades más elevadas. Por ello, cuando la inteligencia y la voluntad humanas se hallan bien dispuestas las personas pueden acceder al conocimiento del mundo; y también remontarse en la búsqueda del sentido profundo de la vida y del mismo ser que fundamenta todo.
La persona es capaz de Dios
Toda persona humana es, por su naturaleza racional, capaz de Dios. Pero resulta necesario desplegar esa potencialidad innata. Las diversas vías para el conocimiento de Dios requieren, por tanto, que el órgano receptor humano se encuentre sano e instruido. En efecto, solamente quienes tienen la mente y el corazón oportunamente preparados, mediante la buena formación y sanación interior, pueden abrirse al misterio de la vida que últimamente se encuentra en Dios.
Educación adecuada
Por ello, resulta imprescindible una educación adecuada no solo en el aspecto intelectual y académico, sino principalmente en lo que se refiere a las disposiciones interiores, que son modeladas por las actitudes morales. Pues los ambientes y las culturas contaminados por ideologías falsas o por costumbres degradantes e inhumanas dificultan mucho la apertura al mundo del espíritu y al misterio de Dios: ciegan y ensordecen el alma, la entumecen para percibir los valores más elevados, la hacen paulatinamente insensible a las relaciones interpersonales auténticas y al conocimiento de la verdad del amor.
Se ha de vencer, además, la pereza del indiferente, que renuncia a pensar con profundidad, exponiéndose a la manipulación de las modas, dejándose llevar cómodamente por las corrientes dominantes. Es necesaria también la conversión y la purificación del corazón para superar la ceguera moral de las pasiones desordenadas que ofuscan la inteligencia, paralizan la voluntad libre e impiden el desarrollo de una sensibilidad espiritual adecuada.
Cultivo de las virtudes
En cambio, una persona cultivada en las virtudes morales adquiere una sensibilidad delicada, esmerada, para percibir los valores espirituales, éticos, estéticos y religiosos. Acontece algo análogo a quienes han alcanzado un cierto nivel de destrezas técnicas y académicas. Así ocurre, por ejemplo, con los buenos profesionales de las diversas áreas, como los deportistas, los artistas, o los intérpretes musicales, etc. Tras largo esfuerzo de aprendizaje -con buenos maestros, con perseverancia, animados por una intensa motivación- llegan a alcanzar la sensibilidad esmerada y la espontaneidad madura para percibir, entender, gustar y dominar con destreza y connaturalidad su ciencia, arte o técnica. En definitiva, la apertura al misterio de Dios, la percepción de su presencia sagrada, la comprensión de sus señales, de su mensaje, de su llamada, requiere un sujeto bien dispuesto y capacitado para acoger el lenguaje de Dios.