Los santos Pablo Miki (1564-1597), Juan de Goto y Diego Kisai son los primeros jesuitas que dieron su vida por imitar al Señor crucificado en Japón. Miki procedía de una familia con recursos cerca de Osaka, y se hizo cristiano cuando tuvo lugar la conversión de la familia. A los 20 años se matriculó en el seminario de Azuchi, llevado por los jesuitas y dos años después entraba en la Compañía. Hablaba muy bien y lograba atraer budistas a la fe cristiana. Le faltaban sólo dos meses para la ordenación cuando fue arrestado.
San Francisco Javier había sembrado el cristianismo en Japón desde 1549. Él mismo convirtió y bautizó a buen número de paganos. Luego, provincias enteras recibieron la fe. Se dice que en 1587 había en Japón más de doscientos mil cristianos. Este crecimiento provocó reticencias en algunas autoridades, que temieron que el cristianismo fuera el primer paso de España para invadir el país.
Expulsaron a los misioneros de Japón y se intensificó la persecución, que terminó con la crucifixión cerca de Nagasaki de los jesuitas, los franciscanos y terciarios (26) en 1597. Los franciscanos santos fueron Pedro Bautista, Martín De Aguirre, Francisco Blanco, Francisco de San Miguel, españoles, Felipe de Jesús, nacido en México, aún no ordenado, y Gonzalo García. Los 17 mártires restantes eran japoneses, varios catequistas e intérpretes. Desde la cruz, Pablo Miki perdonó a sus verdugos y pronunció un sermón invitando a seguir a Cristo con alegría.