Catalina Benincasa, conocida como santa Catalina de Siena, nació el 25 de marzo de 1347 en Siena (Italia), y falleció en Roma el 29 de abril de 1380. En la adolescencia hizo voto de virginidad, que no fue bien recibido por su familia. El año 1363 vistió el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, y a partir de entonces se esforzó en mantener una honda piedad y devoción a Cristo crucificado.
Movida por su gran amor a Dios, al prójimo y a la Iglesia, Catalina comenzó a escribir cartas, aunque tenía dificultad para redactar. Iban dirigidas a laicos y clérigos cercanos, y también a obispos, abades y cardenales, e incluso a los Papas de su época. En sus cartas a los Papas se aprecia un amor filial y obediente –llama al Romano Pontífice ‘il dolce Cristo in terra’–, y pide su retorno a Roma, paz y concordia en los Estados Pontificios y un esfuerzo común de liberar los Santos Lugares y a los cristianos de Tierra Santa.
Luchó por la libertad y la unidad de la Iglesia
Viajó a Aviñón con algunos amigos en el año 1376, para presentar a Gregorio XI lo que había manifestado en sus cartas. Luego, en el trágico cisma de Occidente, a partir de septiembre de 1378, luchó con determinación por la unidad de la Iglesia. Su obra maestra es el ‘Dialogo della divina Provvidenza’, dictada sobre sus visiones en los últimos años de su vida.
Fue sepultada en la basílica de Santa Maria sopra Minerva y elevada a los altares por Pío II en el año 1461. El Papa Pío XII la declaró patrona de Italia (con san Francisco de Asís). San Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia (junto con santa Teresa de Jesús) en el año 1970. Y san Juan Pablo II la proclamó en 1999 copatrona de Europa (con santa Benedicta de la Cruz, Edith Stein), y santa Brígida de Suecia.
La liturgia celebra también el 29 de abril a san Hugo de Cluny, cuya abadía gobernó 61 años, al laico casado coreano y mártir, san Antonio Kim Song-u, y al obispo de Nápoles san Severo, entre otros.