San Modesto fue un obispo que se encontró con un pueblo invadido y su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. Como suele suceder a consecuencia de las guerras, cundió el desaliento entre los fieles, y también los vicios. Según los escasos datos que se tienen, también el clero era indisciplinado.
El santo se dedicó a la oración y pidió y suplicó que se aplacara la ira de Dios. Realizó generosa penitencia con ayuno, y lloró por los pecados de su pueblo. San Modesto predicó y, poco a poco, comenzó a visitar las casas y a conocer a los fieles de la diócesis. Los pobres fueron los primeros beneficiados. En las conversaciones alentó a todos.
Y lo que parecía imposible sucedió. Los fieles fueron cambiando, y le buscaron para aprender mejor la doctrina cristiana, y recibir su apoyo. No hay excesivos datos sobre él. San Modesto falleció el 24 de febrero del año 486, según el Martirologio romano. Los escritos le presentan como adornado con todas las virtudes del obispo, buen pastor de sus ovejas.