Evangelización

San Maximiliano Kolbe

San Maximiliano Kolbe entregó su vida en el campo de concentración de Auschwitz para salvar a un padre de familia condenado.

Pedro Estaún·14 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 4 minutos
San Maximiliano Kolbe

San Maximiliano Kolbe

María Dabrowska, madre de san Maximiliano, era una joven piadosa que pensó en ser religiosa, pero los problemas políticos de la época no lo hicieron posible. Polonia, su patria, estaba ocupada por los rusos, quienes habían cerrado los conventos y dispersado a los religiosos. Apenas existía algún que otro convento clandestino. Entonces pidió: “Señor, no quiero imponeros mi voluntad. Si vuestros designios fueran otros, dadme al menos un marido que no blasfeme, no tome alcohol, no vaya a la taberna a divertirse. Te lo pido, Señor, con verdadero interés”. Deseaba emprender una vida familiar cristiana y Dios la escuchó. El elegido fue Julio Kolbe, católico fervoroso perteneciente a la Tercera Orden Franciscana, de la que era dirigente y en la que ingresó ella también. Era dulce y sensible, casi tímido, y sin vicios.

Los jóvenes esposos vivían en la ciudad de Pabiance, donde tenían un taller y sentían una gran devoción a la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Czestochowa, muy venerada en Polonia. No resulta extraño que uno de sus hijos, Raimundo, nacido en 1894, decidiera ingresar en el seminario, y lo hizo a los 13 años con los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, que estaba entonces ocupada por Austria. Fue allí donde adoptó el nombre de Maximiliano. Finalizó sus estudios en Roma donde consiguió el doctorado en teología y después en filosofía. En 1918 fue ordenado sacerdote.

La Inmaculada Concepción

Maximiliano era muy devoto de la Inmaculada Concepción. Movido por ello, fundó en 1917 un movimiento llamado “La Milicia de la Inmaculada” cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo. En palabras del propio Maximiliano, el movimiento tendría: “una visión global de la vida católica bajo una nueva forma, que consiste en la unión con la Inmaculada”. Inició la publicación de la revista mensual “Caballero de la Inmaculada”, orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con una tirada de 500 ejemplares en 1922, alcanzaría cerca del millón de ejemplares en 1939.

En 1929 fundó la primera “Ciudad de la Inmaculada” en el convento franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que con el paso del tiempo se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen y, en palabras de san Maximiliano, dedicada a “conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones”.

Misionero y prisionero

En 1931, el Papa solicitó misioneros para evangelizar Asia. Maximiliano se ofreció como voluntario y fue enviado a Japón donde permanecerá durante cinco años. Allí funda una nueva ciudad de la Inmaculada (Mugenzai No Sono) y publica la revista «Caballero de la Inmaculada» en japonés (Seibo No Kishi). Regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y tres años más tarde, en plena Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia.

Es liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción, pero es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz donde, a pesar de las terribles condiciones de vida, prosiguió su ministerio. Le asignaron el número 16.670  y le destinaron a trabajos forzados. Sufrió, como sus compañeros, humillaciones, golpes, insultos, mordiscos de los perros, chorros de agua helada cuando estaba devorado por la fiebre, sed, hambre, idas y venidas arrastrando cadáveres desde las celdas al horno crematorio… Auschwitz era la antesala del infierno.

La entrega de su vida

Una noche de 1941 se fugó un preso del campo de concentración y, según una norma intimidatoria de los nazis, por cada hombre fugado deberían morir diez. La primera elección recayó sobre el sargento polaco Franciszek Gajowniczek, de 41 años, quien en medio del silencio empezó a llorar y decir: «Dios mío, tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?» Entonces Maximiliano Kolbe se ofreció para sustituirle, diciendo: «Yo me ofrezco para sustituir a este hombre, soy sacerdote católico y polaco, y no soy casado».

El oficial lo aceptó y el padre Kolbe fue enviado, junto a los otros nueve, a una celda en la que no recibirían ni agua ni alimento. Al segundo o tercer día comenzaron a morir algunos. Entre tanto, en aquella mazmorra se escuchaban plegarias y cánticos a la Virgen. Los alemanes tenían un polaco guardián encargado de sacar los cadáveres de los que morían y de vaciar la letrina colocada en la celda. Él lo ha contado, y su relato está en las arcas de los tribunales de justicia y en los archivos del Vaticano. Kolbe y otros tres duraron hasta el día quince. El comandante necesitaba la celda para un nuevo lote de condenados y mandó al médico del campo que una inyección de ácido fénico apagara el último pulso de sus vidas. Era el 14 de agosto de 1941. Kolbe tenía 47 años de edad.

Beatificación y canonización

El Papa Pablo VI lo declaró beato en 1971. Entre los peregrinos que asistieron procedentes de Polonia venía un viejecito de nombre Franciszek Gajowniczek: era el hombre por el cual Kolbe había ofrendado su propia vida treinta años atrás. Años después, Juan Pablo II, al poco tiempo de su elección como Romano Pontífice, visitó Auschwitz y dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». El 10 de octubre de 1982, este papa, polaco como Kolbe, le canonizó ante una enorme multitud congregada en la Plaza de San Pedro en la que se encontraban numerosos polacos.

Con motivo de los veinte años de su canonización, los Frailes Menores Conventuales de Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada). Entre los manuscritos del santo, destaca la última carta que escribió a su madre. Una carta que refleja una especial ternura y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida voluntariamente fue algo que maduró a lo largo de su vida. Este es el texto del escrito:

«Querida madre: Hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe«. Maximiliano no pudo enviar ninguna nueva carta a su madre.

El autorPedro Estaún

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