Ecología integral

San Juan Pablo II y los problemas de la economía

El economista Amartya Kumar Sen (India, 1933), fue galardonado hace unos días con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2021. En este artículo, Juan Velarde ofrece un testimonio sobre su participación en la redacción de la encíclica Centesimus Annus, de san Juan Pablo II.

Juan Velarde Fuertes·7 de junio de 2021·Tiempo de lectura: 7 minutos
juan pablo II

Foto: ©Catholic News Service

Naturalmente, tras la Ascensión al Cielo de Jesús, surgió una continua preocupación, por parte de la Iglesia, sobre todos los problemas que vive el hombre y, concretamente, los económicos. En España, basta recordar lo que, en relación con el crédito y la justificación del cobro de los tipos de interés, hizo nacer un amplio debate que se desarrolló, en buena parte, en torno a la Universidad de Salamanca.

Pero todo eso relacionado con la economía, experimentó un cambio extraordinario en el paso del siglo XVIII al XIX, como consecuencia de lo surgido precisamente entonces, y de multitud de puntos de vista. En el científico, es evidente que el gran revolucionario fue Adam Smith, el cual precisamente siempre se colocó fuera de asuntos teológicos, y que en su biografía no parece haberle preocupado, quizá como consecuencia del caos originado en Escocia a partir de la revolución puritana, que dificultó el mantenimiento personal de actitudes religiosas.

Recordemos, además, que todo esto va a estar enlazado con el nacimiento de sociedades secretas, y de una difusión intelectual que se negaba a seguir los consejos del Papado. Y esa economía que nacía con todos esos complementos simultáneos, pasaba a orientar el desarrollo general, en dos ámbitos: el británico, por lo que se refiere a la Revolución Industrial -novedad extraordinaria-; y, por el lado político y social, el francés, con el éxito que acabó teniendo la Revolución.

Y, como resultado de enlaces continuos entre esas novedades, se crea la nueva realidad que se añadía de un extraordinario progreso científico; de las matemáticas, a la física o a la biología, novedad que pasa a afectar también a lo que sucede en el ámbito del factor trabajo. En éste, muy pronto aparecieron resistencias, incluso violentas, a los mensajes que, antes de llamar poderosamente la atención, generan escalofríos. Como consecuencia añadida, la indignación social había pasado a tener un apoyo científico importante con la figura singular de Carlos Marx, por lo que, complementariamente, el materialismo histórico no caminaba precisamente por senderos adecuados para el catolicismo.

‘Rerum Novarum’

Además, en Europa se asentaba un conjunto de nacionalismos que buscaban su apoyo doctrinal muy lejos de lo que había sostenido la Teología.  Añádase a todo esto un hecho político nuevo: Italia había nacido, como nación conjunta e independiente, con planteamientos básicos radicalmente enemigos de la Iglesia, a causa de la existencia de los llamados Estados Pontificios, que desaparecen bélicamente y el Papa pasa a ser un prisionero, en Roma, del nuevo régimen político allí nacido.

Ante este panorama, llega León XIII al Papado, buscando algún tipo de arreglo diferente del que, por ejemplo, en España, a través de la guerra, había buscado, desde su catolicismo, el carlismo. Había que reaccionar contra esta variedad de situaciones enemigas, y esa fue la justificación lógica de que León XIII, para asentar el mensaje de la Iglesia en medio de aquellas novedades, lanzase una encíclica con un nombre bien significativo, porque había que reaccionar contra aquel conjunto de situaciones, incluso muy enemigas. Para ello, desde el punto de vista filosófico, se buscaron puntos de apoyo, en los que se basó el lanzamiento de la encíclica Rerum Novarum

La Rerum Novarum poco a poco, se encontró con que, por un lado, existía un fuerte avance de la ciencia económica, sobre todo desde el punto de vista de la microeconomía, con aportaciones tan notables como eran las de Walras y Pareto. Contemplamos entonces la consolidación de una gran ciencia económica británica -basta pensar que, por ejemplo, aportaba novedades notables nada menos que un hijo de una española, Francis Ysidro Edgeworth-, por no citar una serie de grandes economistas que viajaban hacia la gloria en un cierto gran vehículo descrito, posteriormente por Schsumpeter.

Por otro lado, ese conjunto creciente de grandes economistas desarrollaba su ciencia de modo ciertamente colosal. Y de ella surgían también líneas heterodoxas. Concretamente, la búsqueda de un camino nuevo para resolver la cuestión social creó el corporativismo, que hizo arraigo en multitud de planteamientos políticos conservadores, y que, simultáneamente, contemplaban al catolicismo con simpatía.

‘Quadragesimo Anno’

Este último ambiente general se encontró con un hecho político importante: el Papa se había visto liberado, desde el punto de vista político, con el Tratado de Letrán, desarrollado por Mussolini, quien, a su vez, para frenar avances derivados del marxismo, encontraba satisfactorio que existiese para ello el sendero del corporativismo.

Sin todo eso, no se entiende que este nuevo Papa, Pío XI, con una encíclica situada ya a bastante distancia de la Rerum Novarum, publicase con éxito notable la Quadragesimo Anno, que intentaba ser la proyección hacia una nueva situación mucho más reciente que la de León XIII.

En la ciencia económica se habían desarrollado avances notabilísimos de variado tipo. Desde Cournot, la microeconomía había progresado en el análisis de las situaciones monopolísticas, y ello acabó de avanzar por el terreno de la teoría de la competencia imperfecta.

El progreso de la Teoría Económica era colosal, y la vinculación del corporativismo con el nacionalismo económico y el proteccionismo dio lugar a que todo un conjunto gigantesco de investigadores señalase que ese camino llevaba, forzosamente, a un precipicio que liquidaría a quien lo siguiese, al caer por él, por muy popular que fuese su adalid, caso entonces del rumano Manoilescu. Pero el arraigo de la Iglesia Católica, en multitud de aspectos intelectuales, con esta línea, parecía consolidarse. Basta señalar, en España, todo lo que desarrolló el jesuita Padre Azpiazu en numerosísimas obras, cursos y polémicas.

San Juan Pablo II

Los enlaces políticos derivados del corporativismo durante la II Guerra Mundial se unieron a un progreso notable de la macroeconomía, a través de modelos que permitían orientar, en todo momento, a los directores de la política económica.

El cambio pasó a ser radical desde la ciencia económica, y dígase lo mismo del contexto político que parecerá vincularse, de algún modo, -en ocasiones, incluso, muy fuertes- a la encíclica Quadragesimo Anno. De ahí radica el valor extraordinario de san Juan Pablo II, para dar un salto extraordinario con motivo el centésimo aniversario de la Rerum Novarum.

Conviene señalar sobre esto un acontecimiento. San Juan Pablo II percibió el avance notable de la ciencia económica y de qué manera eso repercutía en un triple sentido. En primer lugar, para fomentar el desarrollo económico, bien visible en todo el mundo europeo no vinculado al comunismo, y también en esas prolongaciones del mundo occidental existentes, desde Estados Unidos o Nueva Zelanda y a Japón. Pero también surgió una variante dentro de la Iglesia en el mundo Iberoamericano que recibió el nombre de Teología de la Liberación. La base científica se encontraba en el denominado Estructuralismo económico latinoamericano, que se consideraba radicalmente enemigo de los planteamientos económicos triunfantes en el mundo citado de Europa, Norteamérica y Japón. Y al mismo tiempo, consideraban necesario que llevase adelante una auténtica revolución política y social llena de matices heterodoxos, que mucho alarmaron, lógicamente, en Roma.

Una reunión en el Vaticano

Ante esta situación, tuvo lugar un cambio radical del que tuve noticia amplia, como consecuencia de una larga conversación que tuvo lugar en Madrid, con Amartya Sen.  Téngase en cuenta que se trata de un gran economista, que logró el Premio Nobel de Economía y que ahora acaba de recibir el Premio de Ciencias Sociales Princesa de Asturias 2021. Amartya Sen me señaló que asombró, en el ámbito de la economía, la llamada del Pontífice para una reunión conjunta a celebrar en el Vaticano.

Consideraron, prácticamente todos los convocados que, dejando aparte sus propias ideas religiosas, debían asistir a esa reunión. La relación de invitados, destacadísimos, va desde Kenneth Arrow, que había obtenido el Premio Nobel de Economía en 1972, a Anthony Atkinson, destacadísimo profesor de la famosa London School de Economía y Ciencia Política, a Parta Dasgupta, de la Universidad de Stanford; también incluye a Jacques Drèze, de la Universidad Católica de Lovaina, quien mucha influencia tuvo en la formación de destacados economistas españoles, sin olvidar a Peter Hammond, también de la Universidad de Stanford.

Pero no podía faltar la Universidad de Harvard, con la presencia de Henrik Houthakker; ni tampoco la de Chicago, nada menos que con Robert Lucas; y, desde Europa, se convocó al miembro del Colegio de Francia, el gran catedrático de Análisis Económico, Malinvaud; a Horst Sievert, del famoso Instituto de Estudios Económicos Mundiales de Kiel; al japonés, de la Universidad de Tokio, Hirofumi Uzawa, y también, en la relación existente se encontraba  el entonces catedrático Amartya Sen, de la Universidad de Harvard. También aparecieron, en la reunión, economistas de centros docentes importantes de Italia y de Polonia; no se convocó a ningún español.

‘Centesimus Annus’

Amartya Sen me señaló que todos ellos se reunieron en debates sobre puntos clave, que pasaban a anotarse por el Papa y varios altos clérigos, para su inclusión en la futura encíclica, que sería la Centesimus Annus.

Para ello, discutieron ampliamente orientaciones, frases concretas, puntos adecuados, continuamente orientados por el Pontífice, en relación con asuntos de gran trascendencia, lo cual casi les obligaba, en ocasiones, a polemizar intensamente; pero quien también con ironía, y con mucha simpatía y agudeza, participaba en los coloquios y orientaba soluciones valiosas, era el propio Santo Padre. Amartya Sen no cesó de elogiarme las reacciones de éste, así como su inteligencia. Y destacó también el nacimiento de la apertura hacia la economía libre de mercado que, de aquel debate, se había de transformar en un texto valiosísimo.

Una muestra del tono general que elogiaba Amartya Sen lo tenemos en una carta de Robert Lucas, donde señalaba que san Juan Pablo II sostuvo, sistemáticamente, que “el subdesarrollo depende tanto de la precariedad de los Derechos Civiles como de los errores económicos”, y que señaló, además, ante el conjunto de la reunión, que él no era “avezado de obras técnicas de economía, ni le parecía que entre los deberes de la Iglesia figurara el de recetar soluciones técnicas para temas económicos”; pero en la encíclica que se preparaba era necesario que se contemplasen los vínculos que deberían existir entre la doctrina social de la Iglesia, el talante especial de cada Pontífice y el mundo del siglo XXI, con todas sus polémicas. 

Así se explica que, como contraste a la citada doctrina, denominada Teología de la Liberación, en la encíclica existe claramente expuesta la admisión del capitalismo, como una consecuencia de la economía libre de mercado. El texto que en ella quedó, exactamente redactado, fue el siguiente: “Si se entiende por ‘capitalismo’ un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo del comercio, del mercado, de la propiedad privada y la consiguiente responsabilidad sobre los medios de producción, así como la creatividad humana libre en el sector económico, la respuesta, ciertamente será afirmativa … Ahora bien, si por capitalismo de mercado se entiende un sistema donde la libertad del sector económico no queda contenida por un marco jurídico firme que la coloque al servicio de la libertad humana en su totalidad, y la conciba con un aspecto particular de esa libertad, el meollo de la cual es ético y religioso, entonces la respuesta será claramente negativa”. El enlace con la tesis nacida por un conjunto de economistas alemanes y que ha recibido el nombre de economía social de mercado, estaba bien patente.

De este modo, el enlace con la ciencia económica ortodoxa resplandece, y si buscamos la conducta moral adecuada para una seria política económica en san Juan Pablo II, la tenemos, como me insistió, en su conversación muy elogiosa, Amartya Sen. Por ello, éste merece un aplauso especial de los católicos, no por él serlo, sino porque merece recibir en Oviedo el Premio Princesa de Asturias 2021 de Ciencias Sociales.

El autorJuan Velarde Fuertes

Presidente de honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

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