San Juan Nepomuceno nació sobre el año 1340 en Nepomuc, actual república checa. Estudió en la Universidad de Praga, para seguir después un curso de Derecho Canónico en la Universidad de Padua, en el norte de Italia. En 1380 fue nombrado párroco en Praga y ascendido en breve plazo a la dignidad de canónigo de la iglesia de San Gil. En 1393, Juan de Jenštejn, arzobispo de Praga, le nombró su vicario general. El nuevo vicario no disfrutó de una buena reputación entre sus contemporáneos; era rico, poseía casas y prestaba dinero a nobles y sacerdotes.
Entrada en la corte
La reina Juana de Baviera, esposa del desaprensivo Wenceslao IV, soberano del imperio alemán y de las tierras de Bohemia, tuvo así ocasión de conocerlo, y poco después le nombró su confesor. Por ello, siguiendo la costumbre de la época, Juan Nepomuceno ha de convivir en la corte de Wenceslao, sentarse a su mesa en ocasiones y a agradecer la comida que le ofrece. Allí observa dolorido el trato cruel del rey para con sus servidores. Más de una vez ve cómo el soberano usa injustamente de los servicios del verdugo, quien tiene más trabajo del que la estricta equidad haría desear. Cuentan que en una ocasión le presentaron un ave mal asada y, sin dar más explicaciones, mandó asar al pobre cocinero.
Nadie, sin embargo, se atreve a argüir nada al soberano señor; todos le temen: su esposa, los dignatarios de la Corte, su pueblo. Sólo Juan Nepomuceno no le tenía miedo, y solía advertir al rey que su actitud no correspondía a los principios de quien se confiesa cristiano. La valentía de Juan es admirada por todos, pero la reacción del rey no se hace esperar. Llama al verdugo y le confía un nuevo trabajo: de momento, encarcelar a Juan Nepomuceno, después…
La envidia de un rey
La leyenda cuenta que, al cabo de unos días, Juan es conducido de nuevo al monarca, que tienta al santo con honores y riquezas, a cambio de la revelación de algunos detalles de las confesiones de su esposa. Algún envidioso había susurrado al oído del rey una infame sospecha sobre la infidelidad de la emperatriz, y Wenceslao quedó presa de terribles celos. Sabía que la reina se confesaba con el P. Juan, y que luego iba a comulgar. Wenceslao quiso enterarse de detalles de la posible infidelidad de su esposa y mandó llamar al confesor.
“Padre Juan, vos conocéis la duda terrible que me atormenta, y vos podéis disiparla. La emperatriz se confiesa con vos. Me bastaría una palabra…”. “Majestad” contestó el confesor, “¿cómo es posible que me propongáis tal infamia? Sabéis que nada puedo revelar. El secreto de confesión es inviolable”. Juan sabe que le va en ello la vida. Nadie se atrevía a oponerse al tirano. Sólo Juan otra vez se negó a sus planes, y fue lo que le llevó al calabozo.
“Padre Juan, vuestro silencio quiere decir que renunciáis a vuestra libertad”.
“Jamás consentiré en tal sacrilegio. Mandad cualquier otra cosa. En esto digo lo mismo que San Pedro: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Pocas horas después, Juan es arrojado nuevamente a la cárcel y sometido a terribles torturas para hacerle ceder. Le torturan cruelmente a fin de hacerle cambiar de actitud, pero no cede y llega a perder el conocimiento.
Se llenan los días de Juan Nepomuceno con nuevas entrevistas con el rey, para hacerle nuevas proposiciones de honores a cambio del secreto de confesión, pero en vano. Sus negativas supusieron renovadas torturas, hasta que en una postrera visita se le concede la última oportunidad: o la vida (con honores, y dignidades y riquezas), o la muerte. Y el santo sacerdote no duda: la muerte.
La muerte del buen confesor
No obstante, la reina obtiene su libertad, y le cura sus heridas. Aún pudo predicar en la catedral, anunciando su muerte, convencido de que el tirano nunca le perdonaría. Poco después, Juan fue a postrarse a los pies de Nuestra Señora de Bunzel. A la vuelta, Wenceslao le tiende una trampa. Los verdugos le esperan junto al puente, y lo arrojan al río Moldava. Era el 19 de abril de 1393.
Su epitafio, en la catedral de San Vito (Praga), dice así: «Yace aquí Juan Nepomuceno, confesor de la Reina, ilustre por sus milagros, quien, por haber guardado el sigilo sacramental fue cruelmente martirizado, y arrojado desde el puente de Praga al río Moldava por orden de Wenceslao IV el año 1393».
Su lengua se conserva en la catedral. En 1725 (más de 300 años después de su muerte) una comisión de sacerdotes, médicos y especialistas examinó la lengua del mártir que estaba incorrupta, aunque seca y gris. Y de pronto, en presencia de todos, empezó a esponjarse y apareció como de una persona viva con color de carne fresca. Todos se pusieron de rodillas ante este milagro, presenciado por tantas personas y tan importantes. Fue el cuarto milagro para declararlo santo, cuya canonización fue realizada por Benedicto XIII en el año 1729.
San Juan Nepomuceno ha sido llamado durante muchos siglos “el mártir del secreto de confesión”, y es considerado Patrono del sigilo sacramental, así como de la fama y buen nombre, por el enlace lógico que estos dos patronazgos poseen.