Álvaro D’Ors, uno de los más prestigiosos profesores de derecho romano, en la última clase que impartió a sus alumnos en la Universidad de Navarra, dibujó sobre la pizarra un triángulo, y escribió en cada lado las siguientes tres frases: “amas si sirves”, “sirves si vales”, “vales si amas”.
Estas tres frases, aparentemente tan sencillas, contienen una verdad muy relevante sobre el sentido del trabajo humano que me propongo recordar en esta ponencia, y que constituye la esencia del mensaje del Opus Dei.
“Amas si sirves”
Amar a alguien es procurar su bien prestándole algún servicio en la medida de sus necesidades y de nuestras posibilidades. Y el trabajo profesional es nuestra forma cotidiana de servir, esto es, de amar.
Es una deformación del cristianismo reducir la caridad sólo a las prácticas de beneficencia (dar limosna, atender un comedor social, dar catequesis…), y peor todavía, reducirlas a prácticas dentro de los recintos eclesiales.
Para un cristiano en medio del mundo el lugar cotidiano de la práctica de la caridad es el trabajo profesional.
Por tanto, cuanto más capacitados estemos técnicamente (como médicos, maestros, ingenieros, policías…) tanto mejor podremos servir a los demás.
Y vivir la caridad, mediante el trabajo bien hecho, es la principal manifestación evangelizadora. Por eso, el trabajo hecho por amor a la persona a la que se sirve es una forma excelente de evangelización, porque es la forma ordinaria de vivir la caridad.
En el fondo, el valor de cualquier trabajo se mide por el servicio que presta a los demás. El trabajo bien hecho es un servicio bien hecho a otra persona. Nadie es buen profesional con independencia del servicio que presta a otros. Por eso no se puede ser buen profesional y mala persona; ni se puede ser buena persona y mal profesional. En realidad va en la definición de profesión el servicio que se presta, y cuando no sirve a nadie, no es que uno sea un mal profesional, es que ni siquiera es un profesional. Por ejemplo, no es zapatero aquel que fabrica unos zapatos excelentes y luego los quema, ni tampoco es un orador el que da unos discursos “excelentes” a un púbico inexistente. Sin un buen servicio, no hay un buen trabajo; y sin servicio no hay trabajo en absoluto.
La moral no es una exigencia extrínseca a la profesión, como una serie de añadidos que hacen más meritoria la propia profesión, sino que la moral ayuda a definir la profesión. Y la primera norma deontológica de cualquier profesión u oficio es la exigencia de conocer bien las normas técnicas de dicha profesión u oficio.
“Sirves si vales”
Sirves si vales, esto es, si eres competente en tu profesión, si estás bien preparado, si estudias para realizar cada vez mejor tu oficio, si estás al día en las últimas técnicas; sirves si eres puntual, si escuchas a tus colegas, a tus clientes, a tus pacientes, a tus alumnos… Para servir bien no basta la buena voluntad, hace falta trabajo constante, estudio, competencia técnica. Si uno es médico y es un mal médico, es una mala persona. Y lo mismo si uno es estudiante, pero no estudia, es una mala persona. Toda nuestra vida ha de ser un esfuerzo renovado por servir cada día mejor a los demás, y esto requiere competencia profesional.
Además, la calidad del trabajo reconfigura la personalidad moral del sujeto, en un círculo virtuoso (o vicioso, según se trabaje). De este modo, cada trabajador podrá comprender su trabajo como una verdadera obra de arte, que realiza cada día, sobre los demás, sobre el mundo y sobre sí mismo.
“Vales si amas”
Al final cada hombre vale lo que vale su amor. San Josemaría decía con frecuencia que cada uno vale lo que vale su corazón.
El hombre fue creado para amar. Y si no ama, si se encierra en sí mismo, traiciona su vocación, la llamada de Dios a unirse con Él, en Sí mismo, y en los demás. Jesucristo nos reveló como será el examen del juicio final que determinará la suerte eterna de cada uno de nosotros: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.» (Mateo 25:35-36)
Scott Hahn, en su magnífico libro Trabajo ordinario, gracia extraordinaria: mi camino espiritual en el Opus Dei, explica que no es que Dios hiciera al hombre y a la mujer para el trabajo, sino que «hizo el trabajo para el hombre y la mujer, porque solo a través del trabajo podrían ser semejantes a Dios». Con la gracia, que nos asemeja a Dios, se nos dio el don del trabajo, para que sirviéramos a los hombres como los sirve Dios. El Señor no dejó el mundo incompleto por un defecto de fábrica, sino para el hombre lo completara sirviendo así a sus hermanos. Lograr la perfección de la Creación por ella misma no es la finalidad del trabajo, sino por el servicio que presta al hombre y a Dios. Trabajar es a amar a nuestros hermanos, y en ellos, a Dios. Todo trabajo es, al mismo tiempo que un servicio a los hombres, un acto de adoración a Dios.
“Todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas que es vuestra jornada, dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida”.
Dios asocia al hombre a su labor creadora en servicio del hombre, pero también le asocia en su labor redentora de su hijo Jesucristo. Entre las muchas luces extraordinarias que recibió San Josemaría, el día 6 de octubre de 1966, durante la celebración de la Santa Misa, experimentó muy vivamente el esfuerzo de la Santa Misa, por el que Dios le hizo ver que la Misa es verdadero trabajo esforzado, y que el trabajo es una Misa.
“A mis sesenta y cinco años, he hecho un descubrimiento maravilloso. Me encanta celebrar la Santa Misa, pero ayer me costó un trabajo tremendo. ¡Qué esfuerzo! Vi que la Misa es verdaderamente Opus Dei, trabajo, como fue un trabajo para Jesucristo su primera Misa: la Cruz. Vi que el oficio del sacerdote, la celebración de la Santa Misa, es un trabajo para confeccionar la Eucaristía; que se experimenta dolor, y alegría, y cansancio. Sentí en mi carne el agotamiento de un trabajo divino” “A mí nunca me ha costado tanto la celebración del Santo Sacrificio como ese día, cuando sentí que también la Misa es Opus Dei. Me dio mucha alegría, pero quedé hecho migas (…) Esto sólo se ve cuando Dios lo quiere dar”.
Y D. Ernesto Juliá comenta que, con esto, Dios hizo ver a San Josemaría, para que lo enseñara a todo el mundo,
“Que la Obra se va a realizar en la medida en que el trabajo se convierta en Misa, y que la Misa se va a realizar en su plenitud en la medida en que se convierta en trabajo en la vida de Josemaría Escrivá y en la vida de cada uno de los llamados a la Obra, como fue trabajo la vida de Cristo”.
“Esta es la doctrina que Josemaría Escrivá debe recordar en el seno de la Iglesia. La dificultad que ahora se presenta [para comprender el Opus Dei] va a servir también para que la Iglesia se comprenda mejor, y se alcance a ver en toda su plenitud, venciendo la inercia de siglos de un modo de ver la santidad, que la ‘plenitud de la unión con Dios’ cuenta con la realidad del trabajo. La vida espiritual del cristiano es una ‘misa’, ‘un trabajo de Dios’, pues la Misa es todo el ‘trabajo’ de Cristo presentado a Dios Padre para la redención del mundo” .
Scott Hahn, comentado esto mismo escribe en libro antes citado:
«Nosotros trabajamos para poder adorar más perfectamente. Adoramos mientras trabajamos. Cuando los primeros cristianos buscaron una palabra que describiera su adoración eligieron leitourgia. una palabra que, como la hebrea ábodah pudiese indicar la adoración ritual, pero que significase también ‘servicio público’, como la labor de los barrenderos, o de los hombres que encienden las farolas al llegar la noche. El sentido se hace evidente para quienes conocen las lenguas bíblicas, estén familiarizados o no con la tradición de la liturgia católica».
San Josemaría hablaba con frecuencia de la “unidad de vida” del cristiano para referirse precisamente a este lograr que toda la vida (la mayor parte del tiempo de la vida lo gastamos en el trabajo) fuera un acto de adoración a Dios. En uno de los escritos más famosos de San Josemaría, considerado por muchos como la Carga Magna de la espiritualidad del Opus Dei, podemos leer:
“Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.
Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.
¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser —en el alma y en el cuerpo— santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.
No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.
(…) En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria…” .
Conclusiones (algunas, entre muchas otras):
El trabajo profesional forma parte, y parte importante, de la vocación a la propia santidad.
Esta es una idea que repite San Josemaría en muchas ocasiones. Ser infiel a nuestras obligaciones profesionales, de servicio a los demás, es una manera de ser infiel al cristianismo.
Cuando yo estudiaba la carrera de Derecho en una universidad pública de Madrid, pero que tenía oratorio y un capellán religioso, anciano y muy piadoso, una vez me paró en pasillo de la facultad y me dijo, más o menos (no es literal, pero casi): “Diego, ¿sabes una cosa? Estoy empezando a comprenderos. Hoy uno de los chicos que procede de un colegio del Opus Dei se ha confesado conmigo; se ha acusado de ‘no estudiar’. Nunca había escuchado ese pecado”.
El trabajo profesional, al ponernos en relación con los demás, nos muestra ya el sentido de misión de nuestra fe.
La fe se practica no sólo yendo a la Iglesia, sino también, y con mucha más frecuencia, yendo al trabajo. Cuando doy charlas sobre el apostolado del cristiano suelo repetir que nuestras “actividades apostólicas” están siempre llenas de gente, porque, por ejemplo, un médico siempre tiene el hospital (público o privado, católico o no, da lo mismo) lleno de pacientes a los que atender; un maestro (de una escuela pública o privada, católica o no, da lo mismo) tiene sus aulas llenas de estudiantes a los que enseñar; un conductor tiene su autobús lleno de pasajeros a los que servir; una azafata, un músico, un actor de cine, un payaso de circo, un policía, un minero, un soldado, un marinero, un ama de casa…. tienen su actividades llenas de gente a la que servir, y todas son actividades apostólicas, y si son buenos profesionales, todas están llenas de gente. Cuando a San Josemaría le pedían estadísticas de los frutos apostólicos del Opus Dei, no podía responder, porque la labor de la Obra es incontable. Cuando en 1967 preguntaron a San Josemaría ¿Cómo ve usted el futuro del Opus Dei en los años por venir?, respondió:
“El Opus Dei es todavía muy joven. (…) La labor que nos espera es ingente. Es un mar sin orillas, porque mientras haya hombres en la tierra, por mucho que cambien las formas técnicas de la producción, tendrán un trabajo que pueden ofrecer a Dios, que pueden santificar. Con la gracia de Dios, la Obra quiere enseñarles a hacer de ese trabajo un servicio a todos los hombres de cualquier condición, raza, religión. Al servir así a los hombres, servirán a Dios” .
Y todo esto no significa “instrumentalizar” el trabajo para “evangelizar” sino dar al trabajo su sentido más profundo, como nuestra principal obra de servicio, y, por tanto, de amor.
Es preciso educar desde la infancia a los cristianos sobre la relevancia evangélica de su tarea profesional
Es preciso hace comprender a los jóvenes que el éxito profesional se mide el servicio que prestan a los demás, y para que sea un buen servicio, necesitan formarse bien. No se forman para destacar, sino para servir.
Este espíritu no es sólo del Opus Dei, sino patrimonio de la Iglesia universal,
La Obra —así lo recalcó Pablo VI en una carta manuscrita el 1 de octubre de 1964 dirigida a San Josemaría— ha nacido en este tiempo nuestro «como expresión pujante de la perenne juventud de la Iglesia». La Iglesia se renueva continuamente, y a veces parece como una nave a punto de naufragar, pero siempre, en cada época de la historia, es revitalizada por el Espíritu Santo que la guía.
La persecución será constante
El Opus Dei es perseguido, y lo será mientras el demonio esté suelto, lo mismo que los cristianos de todos los tiempos han sido y serán perseguidos, y tanto más perseguidos, cuanto más fieles son al Evangelio. “Cuando el río suena, agua lleva”, dicen algunos escépticos ante las críticas contra la Obra. Y los cristianos respondemos, al menos en nuestro interior: Jesucristo era Dios, y… lo crucificaron. Mira tú qué éxito. Y precisamente en la cruz, cuando ellos pensaban que habían vencido, Jesús triunfó definitivamente sobre el mal, sobre el demonio y la muerte.
En unos momentos en los que había gente, también dentro de la jerarquía, que quería hacer daño al Opus Dei, San Josemaría, pocos meses antes de su muerte en 1975, en una meditación dirigida a unos hijo suyos les decía:
“¿Qué nos puede preocupar en la tierra? ¡Nada! ¿Y qué poder de aquella gente? Delante del poder de Dios que está con nosotros, es ¡nada! Y el odio sarraceno de estos eclesiásticos y de aquellos a quienes éstos manejan como monigotes, ¿qué puede contra Dios que está con nosotros? ¡Nada! Y ellos tienen las alturas y nosotros estamos en el valle, ellos tienen el poder y nosotros no ¡qué importa si Dios está con nosotros¡ ¡Nada! Luego, lo importante es que Dios esté con nosotros. Y después, paz, serenidad” .
Instaurare Omnia in Christo
Instaurare omnia in Christo, dice San Pablo a los de Éfeso, y añade San Josemaría: renovad el mundo en el espíritu de Jesucristo, colocad a Cristo en lo alto y en la entraña de todas las cosas.
El mundo está esperando la plenitud de su forma, que la dará el reinado de Cristo. Todo está dispuesto para ese fin.
No en vano el sello de la obra es la cruz dentro del mundo (como una horma que mantiene su forma).
Por otra parte, Dios hizo ver a San Josemaría con una luz extraordinaria la fuerza atractiva de la cruz si los cristianos la imprimimos en medio del mundo. Fue el 7 de agosto de 1931, cuando apenas habían transcurrido dos años desde que Dios le hiciera ver el Opus Dei. ¿Qué vio San Josemaría? Él mismo lo cuenta:
“(…) en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme —acababa de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso—, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum’ (Ioann. 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ¡ne timeas!, soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas».
Magnanimidad
Con esta mentalidad, los cristianos hemos de ir por el mundo convencidos de que somos la fuerza de Dios, la sal de la tierra, la luz del mundo.
Cuando en los años 50 viajaban en tren hacia Galicia (una región del noroeste de España) dos jóvenes profesionales para extender allí el Opus Dei, se les acercó otro pasajero y les preguntó: ¿Ustedes son de la Armada” (porque en Galicia está la escuela superior de la Armada española). Y uno de ellos, sin inmutarse, respondió: “No. Nosotros somos de la que se va a armar”.
El Opus Dei enseña mucho más que ética del trabajo, es una teología, una metafísica del trabajo
Por todo lo que hemos visto, la espiritualidad que difunde el Opus Dei no es una simple “ética del trabajo”, como decía Max Weber acerca de la ética calvinista. Es una verdadera «teología del trabajo», una metafísica del trabajo.
Hemos de trabajar con perfección
Ni que decir tiene que hemos de trabajar siempre lo mejor posible, porque si el trabajo es nuestra ofrenda a Dios, hemos de depositar sobre el altar un trabajo bien hecho, como Jesucristo en su taller y sobre la cruz. “Bene omnia fecit, decía San Josemaría parafraseando el evangelio de Marcos, y añadía: todo lo ha hecho admirablemente bien: los grandes prodigios, y las cosas menudas, cotidianas, que a nadie deslumbraron, pero que Cristo realizó con la plenitud de quien es perfectus Deus, perfectus homo, perfecto Dios y hombre perfecto.
Cuidado de las cosas pequeñas
Convenceos de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo
Esto no es elitismo
A veces han acusado al Opus Dei de dirigirse a los mejores profesionales. No es verdad. Se dirige a todos. Pero quien aprende esta espiritualidad, se hace cada día mejor. Quien no quiera superarse cada día, no comprenderá este espíritu. Este afán de superación no consiste en destacar sobre los demás, sino sobre uno mismo.
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Al final de la conferencia el autor proyectó este breve vídeo:
Profesor de Derecho. Universidad Rey Juan Carlos.