Evangelización

San Isidoro de Sevilla, último Padre de la Iglesia de Occidente

San Isidoro de Sevilla está considerado como el más célebre escritor latino del siglo VII y, para algunos autores, fue el último Padre de la Iglesia occidental.

José Carlos Martín de la Hoz·26 de abril de 2025·Tiempo de lectura: 7 minutos
San Isidoro de Sevilla

San Isidoro de Sevilla, por Murillo (Wikimedia Commons)

La conversión de Recaredo y los Concilios de Toledo convocados en pleno siglo VII, marcarán el fecundo pontificado de san Isidoro de Sevilla (+ 636), considerado como el más célebre escritor latino del siglo VII y, para algunos autores, el último Padre de la Iglesia occidental.

Indudablemente, su obra más conocida y citada, “las Etimologías”, marcará su método de trabajo y su estilo de predicación y de gobierno. Hay que ir a las fuentes y desde ellas alumbrar los problemas grandes y pequeños de la vida pastoral y de la vida de los cristianos.

Obras de san Isidoro de Sevilla

Efectivamente, “las Etimologías” constituyen la primera enciclopedia del saber y del conocimiento dentro y fuera de la Iglesia medieval. Si leemos despacio la edición de la BAC, por ejemplo, comprobaremos que ha realizado todo un compendio de los saberes científicos, humanísticos, sapienciales, etc.

En esas páginas apretadas, como se escribía en la antigüedad para aprovechar el papel, se conservaba todo lo que un maestro debía tener presente en la formación de sus súbditos. Sus “Sentencias” rebosan de ciencia eclesiástica y preludian las futuras “Sentencias” de Pedro Lombardo (1100-1160) y la misma “Suma Teológica” de santo Tomás de Aquino (1224-1274).

Enseguida hemos de recordar su extraordinaria apología “De la fe católica contra los judíos”; también el recuerdo de las costumbres cristianas y de la disciplina de la Iglesia en el “De los oficios eclesiásticos”; asimismo, escribe la historia de los reyes godos, vándalos y suevos en “Los varones ilustres”; trata de todo lo que podía discutirse entonces en los dos libros “De las diferencias”; comenta la Biblia, diserta sobre el dogma y la moral, se entretiene en describir los más minuciosos detalles de la naturaleza… Puede decirse que su obra abarca todos los dominios de la ciencia, desde el alto campo de la teología hasta el más ordinario de las artes mecánicas y suntuarias.

Vida y cultura hispano-visigoda

Por su santidad y ciencia, puede decirse que personifica también la vida y la cultura de la Iglesia hispano-visigoda. A él le corresponde el mérito de haber despertado y consolidado la conciencia de la unidad cultural de los pueblos germanos y románicos. Recopilador y reelaborador del pensamiento de los clásicos, imbuido del saber de su tiempo y fecundo en el campo literario, supo exponer en sus obras y llevar a la conciencia de las naciones germánicas la preciosa herencia de la antigua erudición. Esto le valió que ya se le reconociera entonces -y se le siga reconociendo todavía hoy- como uno de los grandes maestros precursores de la época medieval.

No es menos lo que supone san Isidoro para la vida nacional. Consejero de reyes e inspirador de una nueva legislación, crea una política de inspiración cristiana que, traspasando las fronteras visigodas, servirá de modelo a la que se impondrá más adelante en el Imperio cristiano durante la Edad Media.

Del tiempo de san Isidoro es el magisterio, por ejemplo, que ejercen en Toledo sus arzobispos: los dos santos Eugenio, San Ildefonso, “río de elocuencia”, y san Julián; en Zaragoza brillan Tajón y los hermanos Juan y san Braulio, este último una de las glorias más representativas de la España visigoda; en Barcelona, san Quirce; en Sevilla, san Leandro y san Fulgencio; en Braga, san Fructuoso… España cuenta entonces con una pléyade de escritores eclesiásticos que difícilmente podemos encontrar en las otras naciones de Europa.

La formación sacerdotal y san Isidoro de Sevilla

Deseamos aprovechar esta semblanza de san Isidoro de Sevilla para resaltar una cuestión poco conocida por el público general y es la importancia que tuvo san Isidoro en la formación sacerdotal hasta el Concilio de Trento.

En efecto, el Concilio IV de Toledo es uno de los concilios más importantes de la Iglesia en España. Se celebró en el año 653 y estuvo presidido por san Isidoro de Sevilla. Asistieron 5 arzobispos, 56 obispos y 7 vicarios de otras diócesis. Para nuestro propósito, el estudio de la formación sacerdotal, es un concilio de un gran interés, pues dedica muchos cánones a la cuestión.

En primer lugar, se establecía que los estudios sacerdotales, debían estar basados en el conocimiento de la Sagrada Escritura y de los cánones: «para que todo su trabajo consista en la predicación y en la doctrina y sirva de edificación a todos, tanto por la ciencia de la fe como por la legalidad de la enseñanza» (Concilio IV de Toledo, c. 25, Mansi 10, 626 y ss.).

Seguidamente, se establecían aspectos concretos de esa formación: «Cualquier edad del hombre a partir de la adolescencia es inclinada al mal; pero nada hay más inconstante que la vida de los jóvenes. Por esto convino establecer que los clérigos púberes o adolescentes habiten todos en un recinto del atrio, para que pasen los años de la edad lúbrica no en lujuria sino en las disciplinas eclesiásticas, bajo la dirección de un anciano de muy buena vida y experimentado, a quien todos tengan por maestro y testigo de sus acciones; y si alguno de éstos son pupilos, sean protegidos por la tutela del obispo, para que su vida esté libre de crímenes y sus bienes libres de la injuria de los malos”.

Seminario isodoriano

Con los cánones aducidos del Concilio IV de Toledo y las obras de san Isidoro, estamos en condiciones de delinear lo que ha sido denominado “seminario isidoriano”, que tendrá una gran influencia en la Edad Media, tanto en España como en otros lugares de Europa y, finalmente, será recogido en el Concilio de Trento. En efecto, el Decreto “pro seminariis», del Concilio de Trento, comenzará con las mismas palabras del IV Concilio de Toledo ya citado.

La primera novedad que introduce el Concilio de Toledo es denominar presbítero, anciano, al que hasta entonces se llamaba “prepósito”. Es decir «el anciano de muy buena vida y experimentado» sucede al «prepósito» a la hora de exigir y en lo que se refiere a la experiencia de vida y a su competencia. 

Asimismo, en el desarrollo de la vida de esa escuela sacerdotal se hablará claramente de «disciplinas eclesiásticas», que los alumnos han de cursar en el «recinto del atrio», pegado a la residencia episcopal y bajo la mirada de un varón experimentado  que sea «prudente en sus palabras y rico en ciencia».

A la edad de los alumnos se le pone un límite por arriba de los 30 años. Por otra parte, no se redactan nuevas constituciones para la vida de esas escuelas, pues se entiende que en la Regla de san Benito están resumidas suficientemente las diversas cuestiones. 

Además de la enseñanza de las ciencias sagradas y profanas, se les enseñaba a predicar, es decir se les impartía un curso de oratoria sagrada, muy práctico y dirigido a la predicación al pueblo, basado en la retórica clásica.

También se les enseñaba tanto de modo teórico, como práctico, la experiencia pastoral. Así, en una de las oraciones del “Liber ordinum”, se rogaba de este modo: «Señor Jesucristo. Tú que abriste la boca de los mudos e hiciste elocuentes las lenguas de los niños, abre la boca de este siervo para que reciba el don de la sabiduría a fin de que, aprovechando con toda perfección las enseñanzas que hoy se le empiezan a dar, te alabe por los siglos de los siglos».

La pedagogía

La pedagogía, “Institutionum disciplinae”, concebida por san Isidoro, se decía de estos colegios que se instituyen y se establecen en tres partes: aprender a leer, a escribir y a ser lectores de la Palabra de Dios, es decir, leer y comentar los misterios de Dios. 

Es interesante constatar que, pocos años después, san Julián de Toledo, en su “Ars grammatica» insista en las mismas ideas. San Ildefonso añade, además, el canto litúrgico que en adelante deberá considerarse también materia importante para la enseñanza en esas escuelas..

San Isidoro explicitaba en sus obras los estudios que debían realizarse en esas escuelas. Se debía comenzar por el “Trivium”, orientado al conocimiento del latín; la retórica, la dialéctica, la literatura y rudimentos de filosofía. Después, el alumno daría comienzo al estudio del “Quadrivium”, es decir, la aritmética, la música, la geometría y la astronomía.

San Isidoro, la Biblia y otros textos

Respecto a los poetas paganos Isidoro, como ya habían hecho los Padres de la Iglesia, ponía a los alumnos en guardia sobre su uso y les enseñaba a extraer la parte positiva de ellos y dejar de lado los resabios paganos. Una vez terminados los estudios humanísticos, los candidatos que se consideraban idóneos, eran ordenados de subdiáconos. 

A partir de ese momento, comenzaban los estudios teológicos propiamente dichos y, con ellos, la preparación inmediata para la ordenación sacerdotal. En los estudios de Teología se daba particular importancia a la Sagrada Escritura, al estudio de los escritos de los Padres de la Iglesia, tanto en sus comentarios a las Escrituras, como a los tratados dogmáticos y, finalmente, estudiaban los cánones de los Concilios. 

Como resumía el Concilio de Toledo, los candidatos al sacerdocio debían dominar el Salterio, los cánticos e himnos y el modo de bautizar. Finalmente, señalemos, que San Isidoro, en su obra “De Ecclesiasticis officiis” se saltó la doctrina del Arcano, como decían los antiguos escritores eclesiásticos, y estampó, en el capítulo 24, la regla de la fe. Es decir, el credo que aprendían de memoria y grababan en el corazón, pasó a ser del dominio público.

Entre los libros que no podían faltar tanto en los monasterios como en las escuelas y que era preciso copiar para poder tenerlos en la biblioteca, estaban en primer lugar la Sagrada Escritura, las colecciones de cánones de la Iglesia, los libros de Sentencias de san Isidoro, los Comentarios de Gregorio de Elvira y de Justo de Urgel al Cantar de los Cantares, las obras de Apringio y el comentario del Beato de Liébana al Apocalipsis; las obras de Tajón, san Ildefonso de Toledo y San Julián y, por supuesto, los libros exegéticos de san Isidoro incluidos en las Etimologías.

Al referirse a las órdenes sagradas el Concilio VIII de Toledo establecía lo siguiente: «Cuando se ordenen los presbiterios para ir a las parroquias, deben recibir de su obispo el libro oficial para que vayan instruidos a las iglesias que se les ha confiado, a fin de que por su ignorancia no sean irreverentes con los divinos sacramentos». Así pues, en Hispania, en aquella época, se disponía de libros suficientes.

Otras obras

Volvamos sobre las obras de san Isidoro de Sevilla donde se completan los perfiles de la formación sacerdotal y señalemos los más sobresalientes. Efectivamente, en el “Libro de las Sentencias” redactado por san Isidoro se encuentra delineada la figura del sacerdote y por tanto de la formación sacerdotal que se quiere conferir a los candidatos. En él hablaba del sacerdote como un hombre de Dios, afable y caritativo, sensible hacia los pobres y los que sufren, modesto, obediente, entregado a la oración y al silencio y, finalmente, aficionado a las lecturas de los mártires y santos.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica