Evangelización

San Francisco de Asís, un santo perenne

Hoy, 4 de octubre, se celebra la fiesta de san Francisco de Asís, el fundador de los franciscanos. Sus enseñanzas han sido relanzadas en los últimos años gracias a la devoción personal del Papa Francisco. En este texto se narra una de las anécdotas más famosas de su vida, que ilustra bien su personalidad.

Juan Ignacio Izquierdo Hübner·4 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
francisco de asis

Imagen: San Francisco ante el sultán de Egipto Malec-el-Kamal, de Zacarías González Velázquez. ©Museo del Prado

Tierra Santa. Lugar Santo custodiado por los frailes franciscanos. Yo los vi cuando hice mi peregrinación a esos parajes en el año 2016, un año antes de que se cumpliera el 800 aniversario de la llegada de los franciscanos a la zona. Estaban siempre con una sonrisa de disponibilidad, atendían a todos con humildad y dialogaban con unos y otros; daba gusto saludarlos o preguntarles algo. Años más tarde, en el 2020, visité la Basílica de san Francisco, en Asís, y entonces me enteré de una anécdota buenísima que explica bastante el entusiasmo con que los franciscanos han asumido el encargo de esa Custodia.

Historia de la basílica

San Francisco murió en el año 1226 (cuando tenía solo 44 años, una lástima). Dos años después fue proclamado santo; para entonces muchísima gente estaba empeñada en construir una Basílica para que albergara su tumba. Cómo sería el clamor, que al día siguiente de la canonización, el Papa Gregorio IX en persona fue a la ciudad del santo para poner la primera piedra. Con participación de mucha gente y durante más de un siglo, se construyó un santuario blanco y enorme; situado en el borde oeste de la colina más humilde de la ciudad, con unas vistas pacíficas hacia el valle de Espoleto. 

Cuando entras en la basílica superior (hay otra inferior y, todavía más abajo, una cripta) te encuentras con un espacio alto, luminoso y dorado, con techo azul y estrellado, en el que quedas rodeado por los 28 frescos de Giotto, el famoso pintor florentino, artista cumbre del “Trecento”, en los que relata las “Historias de la vida de San Francisco” según la hagiografía que escribió san Buenaventura. Es para impresionarse. Y cuando te dicen que era la primera vez en la historia que se pintaba un ciclo pictórico con la entera vida de un santo dentro de una iglesia, lo valoras más. En la pared derecha, rápidamente te encuentras con un panel intrigante, que representa la anécdota que anuncié al principio: la prueba de fuego frente al sultán de Egipto, Al-Kamil al-Malik. Y cuidado con ese fuego, que tiene su historia.  

La prueba de fuego

Junio de 1219. Los cruzados habían acampado en el norte de África, bajo las murallas de Damieta, para luchar contra el sultán de Egipto, Al-Kamil al-Malik, e intentar así recuperar el dominio de Tierra Santa. San Francisco, encendido en el amor de Dios y con deseos de morir mártir, viajó al frente para pedir un encuentro con el sultán. 

En cuanto Francisco cruzó la línea del frente, los sarracenos lo tomaron prisionero y lo llevaron a la presencia del sultán. Justo lo que el santo quería, pues entonces tuvo tiempo para estar con él (dicen que podría haber estado hasta tres semanas en su compañía) y le predicó sobre Dios uno y trino, sobre la salvación que nos ganó Jesucristo, etc. Por lo visto, si bien el sultán era un hombre sociable (el historiador musulmán al-Maqrizi asegura: “Al-Kamil amaba mucho a los hombres de saber, gustaba de su compañía”). San Francisco, un hombre modesto, le agradó especialmente. ¿Cómo se desarrolló ese encuentro? San Buenaventura lo relata con enjundia, así que mejor te dejo con él: 

“Observando el sultán el admirable fervor y virtud del hombre de Dios, lo escuchó con gusto y lo invitó insistentemente a permanecer consigo. Pero el siervo de Cristo, inspirado de lo alto, le respondió: ´Si os resolvéis a convertiros a Cristo tú y tu pueblo, muy gustoso permaneceré por su amor en vuestra compañía. Mas, si dudas en abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe de Cristo, manda encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con tus sacerdotes, para que así conozcas cuál de las dos creencias ha de ser tenida, sin duda, como más segura y santa`. 

Respondió el sultán: ´No creo que entre mis sacerdotes haya alguno que por defender su fe quiera exponerse a la prueba del fuego, ni que esté dispuesto a sufrir cualquier otro tormento`. Había observado, en efecto, que uno de sus sacerdotes, hombre íntegro y avanzado en edad, tan pronto como oyó hablar del asunto, desapareció de su presencia. 

Entonces, el santo le hizo esta proposición: «Si en tu nombre y en el de tu pueblo me quieres prometer que os convertiréis al culto de Cristo si salgo ileso del fuego, entraré yo solo a la hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis pecados; pero, si me protege el poder divino, reconoceréis a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, verdadero Dios y Señor, salvador de todos los hombres.

El sultán respondió que no se atrevía a aceptar dicha opción, porque temía una sublevación del pueblo. Con todo, le ofreció muchos y valiosos regalos, que el varón de Dios rechazó cual si fueran lodo” (“Leyenda Mayor”, 9,8). 

Los franciscanos en Tierra Santa

¿Cómo iba a temer San Francisco el fuego, si el fuego habitaba dentro de él? Chesterton lo imaginaba así: “en sus ojos brillaba el fuego que le agitaba día y noche”. Al final del encuentro, el “poverello” regresó a Italia y el sultán se quedó luchando. Pero la relación entre cristianos y musulmanes, según el estilo de san Francisco, permanece. 

Los franciscanos sentían una llamada de Dios para custodiar Tierra Santa, algunos ya se habían lanzado a esa misión en el año 1217, y el fogoso ejemplo de su fundador en el 1219 los reafirmó en ese empeño. Desde que san Francisco se reunió con Al-Kamil y quedaron en tan buenas relaciones, tanto los cruzados como los musulmanes que se disputaban el dominio de los Lugares Santos contaron con un recurso valiosísimo que les llenó de respeto por los frailes: el audaz y humilde ejemplo de san Francisco en el diálogo con los hermanos de otras religiones. 

Es lo que dijo el anterior ministro general de los Hermanos Menores, cuando celebraron los 800 años del encuentro entre San Francisco y el sultán: “Muchos contemporáneos de san Francisco y del Sultán estaban de acuerdo en que la única respuesta al desafío mutuo era el conflicto y el choque. Los ejemplos de Francisco y del Sultán presentan una opción diferente. Ya no se puede insistir en que el diálogo con los musulmanes es imposible”. 

Por mi parte, desde que vi este fresco de Giotto y me contaron la anécdota sobre la prueba de fuego, entendí mejor las sonrisas, el espíritu de servicio y las maneras tan amables y abiertas de los franciscanos que conocí en los Lugares Santos. La presencia de los franciscanos en Medio Oriente tuvo un estreno fulgurante con un diálogo, y gracias a ese espíritu han sido capaces de permanecer tantos siglos allí, fieles a los encargos de los papas, felices servidores de Cristo. Que Dios les siga infundiendo paz y bien.

El autorJuan Ignacio Izquierdo Hübner

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