San Antonio de Padua nació en Lisboa a finales del siglo XII. La fecha exacta de su nacimiento no se conoce. Sus padres, siguiendo lo recogido en la Crónica de fray Marcos de Lisboa, eran Martim de Bulhôes y Teresa Taveira, aunque en algunas biografías de este santo aparece el nombre de su madre como María de Távora.
Ingreso en la vida monástica
Sea como fuere, su familia gozaba de una posición acomodada y Fernando Martins de Bulhôes, su nombre de pila, pudo estudiar en la escuela catedralicia y, a los 18 años, más o menos, en torno a 1209, ingresó en el monasterio de Vicente de Fora, perteneciente a los canónigos regulares de san Agustín. Allí se dedicó al estudio de las disciplinas teológicas y filosóficas propias del momento y, en poco tiempo, era conocido por su amplísima capacidad intelectual.
Pronto se trasladó al monasterio de Santa Cruz, en el que permaneció hasta 1220. La piedad del joven fraile era similar a su inteligencia y, excepcionalmente joven, recibió la ordenación sacerdotal en 1221.
Toma el hábito franciscano
Por aquellos años, Antonio entró en contacto con la orden franciscana. El ejemplo de cinco frailes franciscanos, Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón, martirizados en Marruecos y recogidos y repatriados a Portugal por el Príncipe don Pedro movió al joven Fernando a seguir este camino y, poco después, toma el hábito franciscano y cambia su nombre a Antonio. Desde un primer momento, su sueño sería continuar el anuncio del Evangelio en Marruecos a ejemplo de sus hermanos mártires.
En diciembre de 1220 embarca, junto a otro fraile camino de Marruecos. Antonio cayó gravemente enfermo y tuvo que cambiar sus planes: embarcó de vuelta a Lisboa pero una tempestad hace que el barco atraque en las costas de Sicilia, cerca de Mesina, donde se encontraba situado un «lugar» de los Frailes Menores.
Allí permanecerá hasta la primavera de 1221 cuando participa en el Capítulo General conocido como “de las Esteras”, que se celebró en la Solemnidad de Pentecostés. En esa reunión, Antonio conoció a san Francisco y, desde allí, parte a Montepaolo para ejercer el sacerdocio, celebrar la eucaristía y el sacramento de la penitencia y ayudar en las tareas domésticas.
La labor de predicación
En Montepaolo se afianza la fama de su predicación y su vida santa, que se confirmaron en el Capítulo provincial cercano a la fiesta de San Miguel que se celegró en Forli y donde “sorprendió por la humildad con la que había mantenido escondida su instrucción, letras y profundidad de doctrina”.
El provincial franciscano de Emilia Romaña, fray Graciano, le confirió el oficio de predicador y fray Antonio comienza su tarea de predicación en el norte de Italia en un momento en el que bullían diversas corrientes y sectas entre las que se contaban cátaros, albigenses, beguinos y valdenses. Durante este primer período de su predicación, comienza sus clases en Bolonia.
La Benignitas le reconoce como el primer «lector» que hubo en la Orden, que ejerció su oficio en la facultad de teología de Bolonia, y de forma parecida se expresa la Raimundina. Poco duró esta etapa; en 1224, marcha a Francia, a la región de Languedoc, para predicar a los albigenses.
En Francia estaría unos tres años, en los que vivió y predicó en zonas como Montpellier y Toulouse.
A finales de 1226 tomó parte en el Capítulo de la provincia de Provenza, convocado en Arles, donde sería nombrado «custodio» de la orden franciscana y en Francia conocería la noticia del fallecimiento del fundador de la orden, san Francisco.
En el capítulo general de 1227, san Antonio fue elegido como ministro de la provincia del Norte de Italia, de Emilia Romaña y Lombardía.
Roma y Padua
En torno a 1228, san Antonio predica en Padua por primera vez y visita a Roma. Las razones de su visita a la ciudad eterna varían según las distintas fuentes, que incluso sitúan la estancia romana del santo algo más tarde, en 1230. La Assidua apunta a que fue durante esta primera estancia en Padua cuando el santo habría compuesto los Sermones dominicales, la gran obra literaria y teológica de san Antonio. En estos sermones, Antonio ofrece a los predicadores instrumentos para la predicación y consejos para enseñar a los fieles la doctrina del Evangelio y catequesis sobre los sacramentos, en especial, la penitencia y la eucaristía.
La actividad predicadora se acentúa en estos años, como recoge la Assidua: «Reducía a la concordia fraterna a los enemistados; restituía la libertad a los encarcelados; hacía devolver lo robado con usura o violencia… Rescataba a las meretrices de su infamante trato; y mantenía alejados de poner la mano sobre lo ajeno a ladrones famosos por sus delitos. Y así, transcurridos felizmente los cuarenta días, fue grande la cosecha de mies, agradable a los ojos de Dios, que con su celo recolectó».
Poco después, tras una agotadora labor de predicación, se retiró Camposampiero, a unos veinte kilómetros de Padua, al eremitorio construido para los frailes por el conde Tiso.
Los primeros días de junio de 1231 cayó enfermo y fue trasladado a Arcella, suburbio de la ciudad de Padua donde estaban los frailes que asistían al convento de las Damas Pobres. Allí murió y el 17 de junio de 1231 fue sepultado en la iglesia del convento paduano de Santa María Mater Domini.
Su fama se santidad era tal que 352 días después de su fallecimiento, el 30 de mayo de 1232 san Antonio fue canonizado bajo el pontificado de Gregorio IX.
El niño Jesús, el lirio y el libro
Frecuentemente, se representa a san Antonio de Padua con el Niño Jesús en brazos. Esta imagen tiene su origen en el Liber miracolorum. Este texto recoge cómo, en el tiempo que vivió en Camposampiero , san Antonio se hizo construir una pequeña cabaña, donde moraba la mayor parte del día y la noche dedicado a la meditación y a la oración y que fue el escenario de la visión del niño Jesús. Fue el conde Tisso quien vió una vez cómo, milagrosamente, el santo sostenía en sus brazos, al niño Jesús. Fue el propio Niño quien advirtió a Antonio que el conde lo había presenciado. El santo prohibió al Conde que lo divulgara hasta que él hubiera muerto.
Junto a esta imagen, encontramos en la iconografía de san Antonio dos elementos más comunes en las representaciones de los santos: el lirio y el libro. El lirio o las azucenas que acompañan con frecuencia la imagen de san Antonio haciendo referencia a su vida limpia y casta, mientras que el libro refieren a su vida docta y su trabajo en la predicación y exposición de las verdades de la fe.
El libro perdido
Una de las “devociones populares” de san Antonio se refiere a su poder de intercesión para encontrar objetos perdidos. La fama deviene de un suceso también recogido en el Liber miraculorum. Este texto refiere el robo del Salterio que usaba san Antonio para sus lecciones a manos de un novicio.
Este novicio se encontró con el diablo cuando huía con el manuscrito, al pasar el puente del río; el diablo le amenazó, diciéndole: «Vuélvete a tu Orden y devuelve al siervo de Dios, fray Antonio, el Salterio; si no, te arrojaré al río, donde te ahogarás con tu pecado».
El novicio, arrepentido, devolvió el Salterio y confesó humildemente su culpa a san Antonio, que se había puesto en oración para encontrarlo.